Archivo de la categoría: Editorial Tusquets

Lecturas 2018

Esta es la relación de los libros que he leído y reseñado en 2018. Una acertada selección de las lecturas me ha permitido sustraerme -y a su vez desafiar los preceptos délficos: ya saben, aquello de «Nada en exceso«- a uno de los grandes riesgos que corremos los lectores compulsivos: el empachamiento.

Feliz año y felices lecturas.

Ecce homo (Friedrich Nietzsche)
Un verano con Montaigne (Antoine Compagnon)
Algo va mal (Tony Judt)
Nuevas lecturas compulsivas (Félix de Azúa)
El silencio de los libros (George Steiner)
De una palabra a otra: Los pasos contados (Octavio Paz)
Fragmentos (George Steiner)
Nostalgia del absoluto (George Steiner)
Autobiografía sin vida (Félix de Azúa)
Hyperion (Friederich Hölderlin)
Parad la guerra o me pego un tiro (Jacques Vaché)
Los Muchos (Tomás Arranz)
Breve historia del circo (Pablo Cerezal) Sigue leyendo

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La fatiga del sol (Luciano G. Egido)

La memoria es casi siempre la venganza de lo que no fue

Juan Benet

Aquí no tenemos a seis personajes pirandellianos en busca de autor, sino a ocho muertos que no descansarán ni después del éxitus. Aquí, en esta novela, sobre esta piedra no se edifica una iglesia, sino una casa donde se juntarán todos los muertos de una saga familiar para a través de un ventanal abrazarse a la monótona eternidad, que se me antoja un castigo.

Luciano G. Egido se entrega a lo fantasmagórico, y exorciza el pasado reduciéndolo a palabras, que no sé si son más sudario o herrumbrosas lanzas. Palabras que tratan de ser consuelo, que tratan de redimir el pasado, corregirlo, rectificarlo, aún a sabiendas de que no se puede. La historia se dilata y comprende desde la primera república hasta la posguerra tras la guerra civil. Unos personajes se exiliaron, se labraron un porvenir y al regresar su fantasía es edificar una casa sobre un secarral, sobre una tierra yerma e inclemente, tanto en verano como en invierno. Casa, o cementerio que los acoge a todos, espacio donde el autor nos irá desgranando sus existencias, aciagas, sin que medie la felicidad, y sí la desdicha, el desamor, las cornamentas, la imposibilidad, la feroz insania ajena.

La guerra, los vencedores y los vencidos están muy presentes en la novela en párrafos como los que siguen y también en las combativas columnas que sigue escribiendo a sus 90 años Luciano.

Tendrán que venir los primos, los parientes, los amigos, los vecinos, los hijos de los asesinos y quizás alguno de ellos, que todavía viven, los mismos que hace 50 años buscaron a mi tío Abdón para matarlo y que conservarán, con toda seguridad, porque no han cambiado, en el fondo de los halcones del desván, las pistolas de sus correrías patrióticas, ocultas debajo de montones de ropa vieja, trajes populares, convertidos en disfraces de Carnaval, de algún libro de piel de becerro y latines herméticos, herencia de un antepasado cura, que les garantizará para toda la eternidad la honorabilidad de sus conciencias y la confianza de haber estado siempre del lado de los buenos, satisfechos todavía de haber matado a infieles, como Dios quiere, y dispuestos a repetirlo de nuevo, si fuera necesario.

Puedo entresacar unos cuantos párrafos que he leído con fruición, como los siguientes:

Pero ellos ignoraban aquel silencio, no sabían cómo era el amanecer entre los olivos del valle, ni habían asistido el estupor de las luciérnagas en las noches de agosto y eran ajenos al resol del viento, que se acostaba en la solana del sierro, en la parte alta de la finca. No habían cogido moras en los zarzales del arroyo; ni habían pescado ranas con un trapo rojo, atado a un palo; ni se habían asomado a las temblorosas aguas del pozo, lleno de arañas de patas largas; ni habían sentido, como un regalo esplendoroso del primer otoño, el deslumbramiento amarillo de los membrilleros, cuando sus frutos nada más tocarlos perdían la pelusilla que los envolvía y dejaban ver su piel tersa y brillante; ni habían oído con escepticismo al cuco detrás de una tapia contar los años que nos quedaban de vida; ni se habían desesperado, a la hora de la siesta, con el hervor enloquecido de las chicharras. Nunca habían comido higos al pie de la higuera, ni habían visto por la Candelaria florecer los almendros y llenar de dulzor el ambiente, que te mareaba si no te salías a tiempo y en el que zumbaban los bólidos negros de los abejorros, inofensivos pero amenazantes como obuses locos. Y, sobre todo, desconocían lo que era un crepúsculo otoñal vivido al ralentí, amoratado y sangrante, justo las vísperas de volver al colegio con un esplendor de escenografía wagneriana y un aire sutil de grillos enamorados, mientras pasaban las tórtolas de septiembre.

O incluso y echando mano de lo que aparece en la novela, reproducir algo que casa bien con lo que experimento cuando leo a Luciano

porque por cualquier página por donde la abrieras encontrabas siempre lo que estabas buscando sin saberlo. Así es, en el texto uno se da de bruces con distintos temas, ya sean las zozobras del jubilado, el empecinamiento ante un sueño estéril, la violencia aniquiladora, el sexo nutricio, el consuelo de las palabras, el ímpetu del olvido y ese dolor que sin ser mío experimento al pasar las yemas sobre las cicatrices del texto.

Luciano G. Egido en Devaneos | El corazón inmóvil

el+movil

El móvil (Javier Cercas)

El reciente estreno de la película El autor, de Manuel Martín Cuenca, ha avivado mi interés por leer el relato de Javier Cercas, titulado El móvil, en el que se inspira. Cercas lo escribió con 24 años. Detalle a considerar a la hora de ponderar lo leído.
En parte la novela es una reflexión sobre el ejercicio de escribir, sobre la manera en la que el escritor y narrador de la historia quiere captar la realidad o parafrasearla en su texto, poniendo para ello todos los medios disponibles a su alcance, en la creencia de que su novela tendrá tirón si logra escanear o pasar a limpio la realidad, volcando sobre el papel conversaciones, comportamientos y demás actividades humanas ajenas, que el escritor cosificará y suturará.
Los quebraderos de cabeza y los devaneos del autor en su relación con la materia prima de su obra -los vecinos de la comunidad- consumen la narración y en parte el interés del lector, pues creo que lo que se aquí se enuncia no es nuevo y he tenido la sensación de escuchar un estribillo que me suena manido. El final, juega con lo metaliterario, con la idea de que su quehacer será una réplica de lo que luego irá a parar a la novela, donde los demás personajes serán poco menos que marionetas en las manos de ese que se sueña diosecillo autoral.

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Cartas a un amigo alemán (Albert Camus)

Sin duda son interesantes estas cuatro cartas que Albert Camus (1913-1960) escribe entre 1943 y 1944 a un alemán real o imaginario, partidario de las tropelías de los nazis. Albert Camus apela en ellas a la justicia, a su fe en el hombre y en su destino, que es la felicidad, que contrasta con la visión genocida de los alemanes en su delirio por conquistar el mundo, por entregarse a un poder aniquilador y destructor, ebrios de poder, pensando en una Europa como un dominio suyo y no como una pluralidad de naciones con sus costumbres y tradiciones. Camus diferencia y separa a los alemanes nazis de los franceses, no colaboradores, se entiende, y establece las diferencias entre unos y otros, dejando fuera la superioridad, en un principio de los alemanes, capaz de arrostrar en su delirio a muchos otros países, incluida Francia, yendo a la superioridad moral, la que otorga el sentido de la justicia, del aprecio por la vida humana, y ahí según Camus los franceses ganan a los alemanes.
Lo que los nazis hicieron, los millones de judíos que masacraron lo sabemos, los millones de muertos en el frente y los millones de heridos que dejaron la segunda guerra mundial lo sabemos. Siete décadas después se siguen levantando muros, convirtiendo al extranjero en cabeza de turco, la extrema derecha sigue ganando adeptos, multimillonarios xenófobos y misóginos como Donald Trump metidos a políticos pasan a gobernar el país más poderoso del mundo, todo esto viene a decirnos que no hemos aprendido nada, porque la semilla del mal sigue ahí, agazapada, esperando su momento para brotar de nuevo, para que la mano invisible apague el interruptor y nos sumamos de nuevo en la noche más oscura. Al tiempo.

Lo mejor de todo se resume en esta frase que Camus toma prestada, sin citar la fuente: Amo demasiado a mi país para ser nacionalista. Cada cual que la entienda y la paladee como quiera.

Tusquets. 1995. 72 páginas. Traducción de Javier Albiñana