Archivo de la categoría: Libros del asteroide

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14 de abril (Paco Cerdà)

Su hermana había durado apenas un año como república parlamentaria, allá por 1873. Cincuenta y ocho años después nace entre Vivas a la República, otra criatura que como la anterior tuvo una vida breve, entre el 14 de abril de 1931 y el 1 de abril de 1939. Después de la dictadura de Primo de Rivera, tras las elecciones del 12 de abril de 1931 vencen los republicanos. El Rey Alfonso XIII coge las de Villadiego, embarca en Cartagena rumbo a Marsella. No quiere un derramamiento de sangre. Sanjurjo al frente de la Guardia Civil se pone a disposición del gobierno republicano. Se evita, se difiere, la guerra civil que acaecerá apenas dos años después. Ese día, el 14 de abril, cristaliza en el relato de Cerdà. El espacio físico es España, el temporal: las veinticuatro horas de ese día esperanzador. Una Odísea, como el Ulises de Joyce,  o Sur de Antonio Soler. Con multitud de fuentes Paco Cerdà (El peón, Los últimos. Voces de la Laponia española) crea un fresco proteico y muy vívido, por el que desfilan tanto los personajes históricos que todos conocemos, como personas del pueblo llano que tuvieron la mala suerte de morir ese día -un encuadernador, una pescadera, un soldado- cuando situados en las manifestaciones que celebraban el advenimiento de la república sufrieron el plomo de aquellos que se resistían a perder el poder. Otro libro que mantiene un espíritu parejo a este es 14 de julio de Eric Vuillard. Allí la muchedumbre iba hacia la toma de La Bastilla. Aquí, quieren acabar con la miseria, el hambre, los latifundios, el poder omnímodo de los militares, curas, los monárquicos, la aristocracia. Quieren justicia social, libertad, igualdad, fraternidad. Quieren evitar los abusos. Con ese espíritu nació aquella criatura el 14 de abril de 1931. Muchos de los que ese día imaginaron un nuevo mundo y mejor, sufrieron años después las represalias, los encarcelamientos, los fusilamientos, los exilios, los destierros, la muerte. Y ahora el olvido y la desmemoria, contra los que combate, con acer(t)ada pluma, Cerdà.

Libros del Asteroide. 2022. 256 páginas

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Hamnet (Maggie O’Farrell)

Pocas cosas son capaces de conmovernos tanto como la muerte de un hijo. La novela de Maggie O’Farrell (con traducción de Concha Cardeñoso) es, en gran medida, el relato de un duelo. La manera en la que una madre, Agnes, afronta la muerte de su retoño: el pequeño Hamnet. El padre de la criatura es Shakespeare (pero aunque se llamase John Done, el resultado sería casi el mismo, a no ser por su final, en la que realidad y ficción se (con)funden). Figura que resulta velada, alejada. Nacen sus hijos, y él para sentirse vivo ha de poner tierra por medio. Los hijos, las tareas domésticas, la cercanía de sus padres son un pozo negro en el que se ve sumido y del que necesita salir para así poder respirar y darse a su pasión: la escritura.

La crianza de los tres hijos corre a cargo de su mujer. La novela comienza con la convalecencia de su hija Judith. Parece que va a morir. Su hermano mellizo Hamnet, haría cualquier cosa por salvar su vida y entregar la suya a cambio. Literal. La narración hace confluir la historia presente, la enfermedad de Judith (la peste como contexto) con el momento en el que Agnes conoció al preceptor de latín y de aquellos polvos estos lodos.

La narración es ágil, telegráfica. Las frases son cortas (¿saben de esa sensación en la que vas quitando frases, una tras otra, y aquello “resiste” igual?). El lenguaje resulta eficaz (si la pretensión de la autora fue la de dejar el rostro del lector como una parabrisas, sin dar abasto ante un brutal aguacero). El tema elegido es uno de esos que conciernen a todo pichigato. Nada es más desgarrador que ver morir a un hijo, asistir a su final, velarlo y luego amortajarlo, para ver como desaparece entre terrones de tierra. Y luego la ausencia, el dolor, el duelo…

Si, todo esto es emocionalmente dramático, desolador, desgarrador (sumemos todos los epítetos que queramos), pero la novela, en términos literarios (más allá de la capacidad que tiene la literatura para crear personajes de ficción más reales que los propios), me ha dejado tan frío como si mi naturaleza hubiera devenido permafrost.

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Canción (Eduardo Halfon)

Eduardo Halfon
Canción
Libros del Asteroide
Año de publicación: 2021
128 páginas

Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 20 de agosto de 1971) persiste en el empleo de la memoria para su obra literaria. Si en otras novelas intentaba arrojar luz sobre la figura de su abuelo polaco, en Canción, lo hará sobre su abuelo libanés Salomón, que no fue libanés (aunque nació en Beirut). Ahondar en la memoria adquiere el rango de pesquisa y la historia de su abuelo así contada, permite a su vez explicar la historia de un país: Guatemala. Y la sucesión de dictaduras y la tutela americana. Halfon es invitado a Japón como escritor libanés (una novedad, porque sí que había sido escritor judío, escritor guatemalteco, escritor latinoamericano, escritor centroamericano, escritor estadounidense, escritor español, escritor polaco, escritor francés…). Cuando se desvela el engaño, o la verdad velada, Halfon se defiende: Hablé de mi abuelo. Hablé de la casa de mi abuelo. Hablé de los hermanos de mi abuelo. Hablé del negocio en París de mi abuelo. Hablé del hijo primogénito de mi abuelo. Hablé del secuestro de mi abuelo (en 1937). Hablé de uno de los secuestradores de mi abuelo (Canción). Hablé de la muerte de mi abuelo (¿la anécdota de la carta?). Hablé cosas de mi abuelo que me fui inventando ahí mismo. Todo me lo fui inventando ahí mismo.

En ese terreno se mueve Halfon inventando o refundando la memoria. Hay un momento en el que rememora un acontecimiento y su padre le hace ver que no sucedió así. La memoria sabemos que es caprichosa, y al final a uno no le vale tanto el qué sucedió sino lo que recuerda de lo que sucedió. El humor brilla ya desde el primer momento con la llegada de Halfon a Japón, la pulsión del deseo –aquí no consumado- también. Las historias, los recuerdos, irán engarzándose eficazmente. En el encuentro con otros literatos a Halfon le toca oír que todas sus historias parecían extraviarse y no llegar a ninguna parte. Ahí está el misterio y la gracia de la novela, de la escritura de Halfon de su corpus narrativo, de ese universo literario que va creando –y muchos como yo, recorriendo- con el transcurso de los años.

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Duelo (Eduardo Halfon)

Existe en hebreo una palabra para describir a una madre cuyo hijo ha muerto: Sh’khol. Un dolor tan grande y tan específico que necesita su propia palabra, escribe Halfon en Duelo. Una pérdida, la de un hijo, que no tiene parangón.

En este libro, el autor guatemalteco tiene un propósito, saber qué pasó con un hermano de su padre llamado Salomón, que cree recordar que murió ahogado, con cinco años, en el lago guatemalteco de Amatitlán. Unas pesquisas desalentadas por su progenitor, que le insta a no remover, a dejar las cosas quietas.

Halfon incide aquí en lo autobiográfico, como en otros libros suyos, y pienso en Saturno, Monasterio, Señor Hoffman, El boxeador polaco… Hay temas recurrentes, recorridos todos ellos por la pérdida, la ausencia, el desgarro de la partida y el exilio, que pudimos experimentar en Logroño (en el Festival de narrativas Cuéntalo) cuando Halfon nos recitó Partirse en dos.

Halfon volverá de adulto a Guatemala, a pies del lago, para confirmar si allí murió su tío. En su camino se cruza una santera que le permita conectar a Eduardo con su naturaleza soterrada. Un viaje a las raíces que, como todo buen viaje, no es sólo un desplazamiento físico, y le permite al viajero entender que la pérdida es única para cual, pero común a todos los mortales, y ahí le enteran entonces a Eduardo de un reguero de niños ahogados en el lago, como si esta masa de agua tuviera una avidez de sangre insaciable.

En poco más de cien páginas Halfon nos lleva de Guatemala a su infancia en los Estados Unidos, su aprendizaje del inglés, los rifirrafes con su hermano, el temperamento de su madre, y algo que siempre anida en todos los textos de Halfon, a saber, la sutil manifestación de un sentimiento, y esto se ve cuando nos refiere la vez en que tras tener una algarada con su hermano, al que le rompe el pie, cree que su padre le va a dar una golpiza, merecida y deseada por su conducta filial nefasta, pero lo que le llueve no es un castigo corporal, sino algo peor, una foto en la que aparece su tío, con un edificio nevado a sus espaldas, un hospital, en el que moriría, sólo, y así la transferencia de una pena, de un dolor adulto que se comunica a un hijo, que pierde así su ingenuidad y candidez, para abrirse irremediablemente a la vida adulta. Son momentos como este o como el que nos depara su final, en donde se capitaliza toda la emoción que el texto va acumulando, cuando de una forma muy gráfica vemos un cuerpo entrar en el agua y encontrar ahí un bautismo, una comunión, a veces también la muerte, algo que nos comunica, en definitiva, con el más allá que hay en nuestro ser.

Libros del asteroide. 2018. 112 páginas