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Lima, la sin lágrimas (César Antonio Molina)

Cada día disfruto más con libros como Lima, la sin lágrimas, que me permiten viajar sin moverme un ápice de la comodidad que me brinda el sillón orejero del salón.

César Antonio Molina, el autor de este libro, camina por las calles de Lima y nos da buena cuenta de la presencia e historia de los edificios.

La más española de todas las ciudades americanas: su aura es de ligero, despreocupado disfrute del milagro de vivir, escribió José Vasconcelos en Lima fiel.

Nos acercamos a sus museos y librerías (Sur, El Virrey); a las iglesias, conventos y catedrales (Iglesia y el Convento de Santo Domingo; El Convento e Iglesia de San Francisco el Grande; la Iglesia y Convento de Santa Rosa; la Iglesia de Santiago Apóstol). O a la Facultad de Derecho, al Patio de Letras donde estudiaron César Vallejo, Arguedas, Mario Vargas Llosa o Bryce Echenique.

Se aborda también el tiempo, que tiene mucho peso en la literatura limeña y son muchos los que lo detestan, aunque sea en clave de humor, como Juan de Arona:

El clima en cuya atmósfera me baño es un clima admirable, sin más pero, que un dulce malestar de enero a enero, y un estarte muriendo todo el año.

El autor visita exposiciones:Las intelectuales del primer centenario de la República, y Lima, una mirada (fotos de Fidel Carrillo).
Estas escritoras del XIX fueron: Flora Tristán novelada por Vargas Llosa, Juana Manuela Gorriti, Teresa González, Mercedes Cabello, Carolina Freyre, Margarita Praxedes, Clorinda Matto; y, ya en la primera mitad del siglo XX: María Nieves y Bustamante, Elvira García, Amalia Puga, Zoila Cáceres, Angélica Palma, María Jesús Alvarado, Angela Ramos, Miguelina Acosta o Rosa Arciniega. Y más contemporáneamente las historiadoras Rebeca Carrión, María Rostworowski y Ella Dunbar.

El pasado y el presente dialogan, mientras se principia también el futuro que se ofrece a la ciudad en el remozamiento y encarecimiento de su legado monumental y urbanístico.

La visita incluye los barrios de la capital: Pueblo Libre, Chorrillos, Miraflores, San Isidro o Callao.

La literatura está muy presente. Cómo no, Vargas Llosa y su heredero Alonso Cueto. También Julio Ramón Ribeyro, cuyo busto preside una plaza limeña.
Y sobre todo la poesía. Ahí la estancia de Ginsberg en Lima. Poeta que también desfila por la novela de otro peruano, Mínimosca, de Gustavo Faverón Patriau.
Tierra negra con alas es una antología de la poesía vanguardista latinoamericana preparada por Juan Manuel Bonet y Juan Bonilla. El apartado dedicado a poetas peruanos va como sigue:

Eguren, Vallejo, Parra del Riego, Alberto Hidalgo, Luis de la Jara, Alberto Guillén, Lora, Gamaliel Churata, Peralta, el gran Oquendo de Amat, Varallanos (tanto Adalberto como José), Armaza, Chabes, Mercado, Emilio Vasques, Serafín Delmar, Magda Portal, Miró Quesada, Juan Luis Velázquez, Pavletich, Enrique Bustamante y Ballivián, Carlos Alberto González, Alberto Mostajo, José Chioino, Martín Adan, Peña Berrenechea, Xavier Abril, Nicanor de la Fuente, Méndez Dorich, César Moro, Westphalen.

Sirva este párrafo de César como colofón:

¿Cómo puede ser horrible una ciudad con un patrimonio histórico y artístico semejante?
¿Cómo puede ser horrible pasear entre vestigios prehispánicos, edificios renacentistas, barrocos, rococós, neoclásicos, art decó, y todos los neos imaginables, así como por las más modernas construcciones de relevantes arquitectos contemporáneos?
¿Cómo puede ser horrible una ciudad llena de plazas, iglesias, palacios, museos extraordinarios, teatros, playas…?
¿Cómo puede ser horrible una ciudad llena de vida?

Una ciudad que así leída, irresistible se antoja.

Lima, la sin lágrimas
César Antonio Molina
Línea del Horizonte
160 páginas
Año de publicación: 2020

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15 (David Muñoz y Andrés G. Leiva)

Estamos en Madrid, en el verano de 1938. El tiempo también está desquiciado y el calor pegajoso da paso a trombas de agua. La ciudad resiste en manos de los republicanos, que muy optimistas piensan entonces que Madrid será la tumba del fascismo, que no pasarán, sin embargo, las tropas franquistas tomarán la ciudad unos pocos meses más tarde: en marzo del 39.

En este contexto la cruda historia (basada en hechos reales, en el barrio de Chamberí) que se nos cuenta aquí es la de un crío de quince años, que queriendo vengar la muerte de su hermano falangista, asesinado por los milicianos, la emprende a tiros con los milicianos que pasan por la calle, haciendo gala de su buena puntería y matando a varios de ellos.

Obviamente los milicianos no van a quedarse de brazos cruzados. Todos saben que el joven saldrá de su guarida con los pies por delante. Algo de cordura parece querer aportar Matías, el mando de más rango, sin quererse contagiar por el ánimo vengativo y belicoso de su compañero Severo, aunque tiene motivos, pues su hijo, tendría también quince años si no hubiera sido asesinado por los nacionales.

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El cerco se estrecha y el desenlace (el guion de David Muñoz es muy contundente y combina muy bien con los dibujos en blanco y negro que muestran a las claras un Madrid devastado física y moralmente) me lleva a pensar en una película que he visto recientemente, Nº 24, porque cuando se entra en esa vorágine de violencia, en la necesidad de impartir justicia, ya solo hay blanco o negro, vida o muerte, morir o matar, aunque como en este caso, no sea necesaria y sí evitable. Porque si la vida ya te empuja con un aullido interminable. La muerte, ni te cuento.

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David Muñoz y Andrés G. Leiva
Astiberri
2021
130 páginas

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Cuando viajar era un arte. La novela del Grand Tour (Attilio Brilli)

En la conclusión leo: Los libros de viaje, según Lévi-Strauss, crean la ilusión de algo que ya no existe, pero que quisiéramos que existiera todavía.

Se pregunta Attilio Brilli si es posible hoy hablar del arte del viaje. No, no es posible. Por eso este ensayo de Attilio, o la lectura de otros libros como el estupendo Peregrinos de la belleza, viajeros por Italia y Grecia, de María Belmonte, evocan lo ya pasado, en este caso poniendo Attilio el foco en el Grand Tour, aquel gran viaje llevado a cabo entre los siglos XVII y XIX por aristócratas, burgueses, por gente acaudalada.

El viaje implicaba una minuciosa organización previa, el manejo de un sinfín de guías, planos, mapas del terreno a recorrer, la oportuna elección de la caravana (asimismo del postigón, el correo, el cochero), del personal a su servicio (cocineros, peluqueros, preceptores…), de los lugares de pernocta (casas de postas, pensiones, hoteles, posadas, habitaciones de huéspedes…), de la ubicación de las aduanas (con aduaneros, que tal como se nos refiere por algunos viajeros de la época en sus Diarios, no son de su gusto por su tendencia de estos a la corrupción), de la documentación necesaria (pasaportes, certificados sanitarios, cartas de crédito…).

En cuanto al equipaje, los hay austeros (que van con lo puesto y viajan a pie) y los que llevan toda la parafernalia imaginable: baúles, maletas, baúles cama, percheros, sombrereros…

Las formas de viajar pueden ser por tierra, en donde se nos refieren situaciones a veces peligrosas por desfiladeros y quebradas, en terrenos montañosos, al cruzar los Alpes; o bien travesías en barco. En todo caso, los viajeros se veían sometidos a las inclemencias meteorológicas, al balanceo en las caravanas o embarcaciones, con jornadas a menudo extenuantes. Se refiere algún que otro crimen, pero no parece ser lo habitual, ni nada que preocupase a esta clase de viajeros. Para muchos de los cuales, si eran jóvenes, el Grand Tour venía a ser como el epílogo a su educación sentimental, al abrírseles la posibilidad de entrar en contacto con lo foráneo, de conocer los vestigios de otras civilizaciones, y yéndonos al presente: el conocer el espíritu de los países y sus costumbres, si han de atenerse a lo indicado por Montaigne.

Si bien, leyendo a Attilio parece que unos viajeros van siguiendo los pasos de los otros. Es clave por tanto recurrir a toda la bibliografía existente en el momento de hacer el viaje (algunos libros ineludibles son Nouveau Voyage d´Italia, de Misson; Viaje sentimental por Francia e Italia, de Sterne, o Boswell on The Grand Tour; aunque el número de obras que maneja Attilio para su ensayo es muy extensa, y los numerosos párrafos ajenos e insertos en el ensayo, lo hacen muy interesante, al darle el color del folclore y los prejuicios y la variedad de la anécdota). Al ser el viaje fruto de una minuciosa planificación, dejando pocas cosas al azar, no parece que hubiera espacio para la espontaneidad, y el viaje pareciera consistir en hacer lo mismo que otros antes ya habían hecho y documentado.

Hoy que no existe el viajero, sino el turista (recomiendo leer el artículo Provincianos y cosmopolitas de Rafael Argullol, donde daba cuenta de ese Viajar mucho sin llegar a conocer nada), sucede algo parecido. Con las listas de qué ver en cada ciudad, o qué ver si solo vas a estar un día, o tres en un determinado sitio. De esta manera la posibilidad de perderse, extraviarse, errar, queda abolida, y el viaje adopta el aspecto de una formula matemática.

Cuando viajar era un arte. La novela del Grand Tour
Attilio Brilli
Traducción de José Ramón Monreal
Editorial Elba
2021
252 páginas

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Sinopse de amor e guerra (Afonso Cruz)

Resulta curioso que la palabra sinopsis figure en el título de un libro y no en la contraportada. Va acompañada de “amor e guerra”. La guerra es la tragedia, el amor es la felicidad. El título sirve para situarnos. Estamos en Berlín, cuando se erige el muro, dejando a cada uno de sus lados a los dos amantes: Theobald y Bluma. Él en la parte occidental y ella en la oriental. La historia se origina mucho tiempo atrás. Ambos se conocen desde niños. De hecho, como una invocación al destino en común, la primera palabra que pronuncie Theobald será Bluma. Luego, según vaya pasando la infancia y la adolescencia, Theobald se irá acercando y distanciando como la órbita de un planeta alrededor del sol (Bluma). Ella es dos años mayor y madura antes, inicia otras relaciones.

Podemos decir que lo que han unido los libros no lo separará la Historia. Porque Theobald, en su mocedad, lee los libros que le gustan a Bluma. Memoriza los poemas que ella lee. Recorrer las lecturas de la mujer amada es para Theobald la manera que tiene de estar lo más cerca posible de ella.

En 1961 la erección del muro los separará. Pero será solo un paréntesis. Theobald iniciará otra relación con Johanna, aunque será solo la sombra desvaída, el tibio reflejo de su verdadero e inaplazable amor.
El contexto histórico determina la historia, pero sin sustanciarse en la narración o romance. Aunque sí se filtra de una manera que parece consustancial a la escritura de Afonso y su amor por los libros (evidente al leer O vício dos livros o Los libros que devoraron a mi padre). A través de la bella historia que nos ofrece, en la que dos combatientes, uno del SPD y otro del KPD: Schneider y Weber, quedan atrapados en un edificio, separados por un muro de libros. Comienzan a hablar, a leer, a intercambiar lecturas y a comentarlas. Se hacen amigos y acaban abriendo tiempo después una librería que llevará el nombre de ambos. La librería pasará más tarde a manos de Walden Thomas, el padre de Theobald, que para el hijo es la figura noble y sabia, pródiga en frases quintaesenciadas que cifran la experiencia acumulada sobre la vida, el amor, la guerra y la enfermedad.

La novela creo que evidencia la buena mano de Afonso para tejer historias vibrantes y bien hiladas, en donde los libros y la literatura tienen una notoria relevancia.

No desvelo el postrero golpe de efecto final, que parece, no obstante, consecuente con todo lo anterior.