Archivo de la categoría: 2020

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Un pequeño mundo, un mundo perfecto (Marco Martella)

Descubro la escritura de Marco Martella en su espléndido ensayo Un pequeño mundo, un mundo perfecto, editado en Elba, con traducción de Ernesto Hernández Busto. El pequeño mundo, el mundo perfecto es el jardín, porque de jardines va el ensayo.

Un recorrido que Martella hace por distintos jardines italianos como Bomarzo, Ninfa, la Cassa Rossa de Montagnola de Herman Hesse; franceses como Versalles, Vallée aux loups, el jardín de Chateubriand o el que cultiva Miguel Cordeiro, en Saint Cyr la Rosiére, en la región de Normandía; ingleses como el bosque de las hadas de Cottingley (donde vemos el ánimo espiritista de Conan Doyle, evidenciado cuando leí El caso de las fotografías de espíritus) o la Quebrada de Jerez, en medio del desierto de Atacama.

Como dice Martella en el epílogo, el cultivo de los jardines es hoy un negocio floreciente. Las ciudades se pueblan de zonas verdes, jardines verticales o en azoteas, pero cabe preguntarse qué interés nos mueve, si es la búsqueda de un sentido o sencillamente otra forma de negocio más. Para llegar a esta reflexión seguiremos previamente y con deleite el recorrido que Martella nos ofrece por los jardines antes citados, espacios acotados, ajustados a la mano humana, como Versailles y otros más desenfadados como Saint Cyr la Rosiére, donde Cordeiro atesora toda clase de semillas no para mañana, sino para pasado mañana. Porque lo que late en el ensayo es dónde estamos y hacia dónde vamos, con qué nos conectan hoy los jardines, qué lugar ocupa hoy la phisis en nuestras vidas, qué descubrimos en nuestro contacto con la tierra, con la naturaleza. Qué encontramos si nuestra mirada se pierde en el firmamento. Qué podemos esperar de algo tan inútil, en una sociedad hipermercantilizada (y por tanto tan necesario) como la jardinería.

Ya en harina, recomiendo leer el canto de amor hacia la jardinería que es Recuerdos de un jardinero inglés de Reginald Arkell y El jardinero, el escultor y el fugitivo de César Aira.

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La ética del paseante y otras razones para la esperanza (Luis Alfonso Iglesias Huelga)

Dice en una entrevista Luis Alfonso Iglesias Huelga (profesor de filosofía en el I.E.S Escultor Daniel: cantera de escritores como Juan Pablo Fuentes, Diego Lázaro Niso o Pascual Martínez Pérez y de blogueras literarias), autor del ensayo La ética del paseante y otras razones para la esperanza, que escribe para leer. Así, el ensayo va muy bien provisto de lecturas ajenas, como vemos en la generosa bibliografía: Argullol, Bauman, Benjamin, Debord, Esquirol, Garcés, Judt, Muguerza, Ordine, Sennett, Todorov… por citar algunos de los autores y autores aquí manejados.

El ensayo es un análisis de la situación presente, de la sociedad del espectáculo en la que nos vemos inmersos, y la necesidad de recuperar la esperanza a través del diálogo (cara a cara), en nuestro encuentro con el prójimo, mediante el paseo (animado el caminante por un espíritu de flâneur) demorado y concienzudo que nos permite ver en la realidad un palimpsesto, una construcción, y también el poso de la memoria.

La necesidad que tenemos de la palabra, de un espíritu crítico, de una libertad de pensamiento que va más allá de la libertad de expresión. Espíritu crítico que nos permita contrastar lo que nos dicen (o nos quieren vender) con nuestra propia experiencia y asimismo nos proporcione herramientas para superar las supersticiones, las supercherías, la ignorancia. Para desechar la pseudociencia y pararle los pies a las fake-news, y ser capaces de cuestionar la manida posverdad (un eufemismo para la mentira). Para refutar las imposturas y combatir los tópicos sin fondo.

Todas estas cuestiones y muchas más, las plasma Luis Alfonso con un lenguaje tan vivo como vívido, espoleando nuestro interés con las múltiples cuestiones que aborda en su texto. Una simbiosis espléndida de lenguaje y pensamiento.

Quien aún hoy tenga reticencias hacia los ensayos, más aún cuando son filosóficos, porque estos se le antojen plomizos u oscuros, lean a Luis Alfonso (y sigan luego con Esquirol, Judt, Ordine, Byung-Chul Han, Argullol, Todorov…) quedarán deslumbrados, y más admirados que confusos.

Prueben y me cuentan.

Editorial Alfabeto. 176 páginas. Año de publicación: 2020.

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El rayo verde (Julio Verne)

Un amigo residente en Dublín me hizo conocedor de este podcast acerca de Julio Verne y su relación con Vigo. En el podcast se menciona El rayo verde, obra de Julio Verne no tan conocida como otras, tales como 20.000 lenguas de viajes submarino o Viaje al centro de la tierra.

Caminando días atrás entre los puestos de la feria del Libro en La Coruña, vi uno de la editorial Eneida, y allí estaba a la vista El rayo verde, novela que adquirí. Creo que es la primera novela que he leído del autor galo.

El rayo verde es una novela de aventuras, una singladura marítima de cabotaje, en la que Helena, una joven huérfana e intrépida al cuidado de sus dos tíos, se empecina en ir en busca del rayo verde, ese destello, el último rayo que el disco solar lanza antes de hundirse en el mar, cuya contemplación depara al espectador el verdadero verde de la esperanza, tal como Helena lee en un artículo en el Morning post.

A la joven Helena sus tíos la quieren desposar con un científico erudito, Aristobulus, que es tan plasta como pretencioso. Inopinadamente conocen a otro joven, un pintor, Olivier, que tamiza la realidad con la poesía y a quien ir en busca del rayo verde se le antoja también una aventura muy ilusionante.

El periplo los hará descender por el río Clyde, ir al golfo de Corryvreckan, arribar a Oban, Iona, Staffa, por las Hébridas escocesas (archipiélago de 500 islas, de las que 400 están deshabitadas), en un recorrido topográfico, histórico y etnológico. No hubiera venido nada mal después del índice, un mapa en el que situar las localidades y lugares que se mencionan.

La narración, publicada en su día por entregas en el periódico francés Le Temps en 1882, resulta alegre, divertida, romanticona, interesante, pues le suceden un montón aventuras como la acontecida en la gruta de Fingal, y vence el amor.

Julio Verne (1828-1905), muy aficionado a la ciencia y precursor de muchos inventos que luego se materializarían, ridiculiza bastante a ese científico presuntuoso y prosaico, cuya erudición solo le sirve al poseedor de la misma. En contraste, el pintor Olivier es fantasioso, valiente, un hombre de acción, capaz de cualquier cosa, incluso ofrecer su vida por salvar la de su amada.

Me ha gustado leer a Julio Verne y me ha picado el gusanillo por leerlo más, después de escuchar este podcast (el episodio cuatro) de Bruno Galindo en La biblioteca de Julio, creo que seguiré con 20.000 leguas de viaje submarino.

¿Cuál es vuestra novela favorita de Julio Verne?

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Ni Fuh ni Fah y otras historias del ancho mundo (Julio Camba)

Se cumple el 28 de febrero el sesenta aniversario de la muerte de Julio Camba.
Los setenta y dos artículos recogidos en este libro publicado por Pepitas de Calabaza, son jocosos y vigentes, dado que sus reflexiones de todo tipo, fruto de una mirada sagaz e inteligente, hoy leídas, captarán, a nada que el lector sea mínimamente despierto, su interés.
El tono socarrón e irónico de los artículos, su reducida extensión, la falta de arabescos en los textos, por parte de un autor que no se consideraba escritor, dado que tal apelativo le resultaba pedante, dota el artículo de la expectativa y su materialización.
Cuando uno prende hoy la televisión y ve a un majadero belicoso y macilento afirmando que no le teme a la guerra, ante semejante desprecio por las vidas propias y ajenas, aferrarse a los textos de Camba deviene casi una necesidad, un a-premio.

Yo sintetizaría así la historia de Rusia: primero, clases: luego, lucha de clases, y, al final, todo cuarta clase. Ahí lo tienen. Camba en estado puro. Se puede uno enrollar como una persiana, soltar un discurso y llegar a creérselo, pero Camba, que vio y vivió mucho mundo, regresó de sus múltiples viajes con la mirada bruñida en el pedernal de la experiencia, mirada desencantada, escéptica, lúcida y por eso deslumbradora. No necesitaba Camba hablar de oídas, ni reproducir como un loro lo que otros pensaban.

Camba era un pionero. Leer estas crónicas suyas hace cinco décadas tuvo que ser la leche. Sus artículos los leo como una especie de gabinete de las maravillas o curiosidades, en las que el autor te habla de los caballos inteligentes de Elberfeld que sabían hacer complicadas operaciones matemáticas, de las sempiternas (a su pesar) patillas del emperador Francisco José, de los gatos lisboetas (y la relación entre los mininos y el grado de civilidad de un país), del creador del paraguas, de la necesidad de los británicos de juntarse en un club para callarse, de la increíble y nada creíble soledad de los multimillonarios como Rothschild, del jugador puro que es el jugador mental, o del gastrónomo olfativo que bien sabe que el aroma es el alma de todo buen producto, o bien de las manifestaciones del final de ciertos comportamientos, profesiones o guías de viaje; ya sean los matones, los duelistas, los aireadores de buzos, la Baedeker. O aquello que convierte a un escritor inédito circunstancial en otro en esencia. En fin que con Camba no te aburres, al contrario. Su humor actúa como un bálsamo, como un lenitivo.

Julio Camba en Devaneos

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