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Estamos en el borde

Estamos en el borde (Caroline Lamarche)

Estamos en el borde suma nueve relatos (Frufrú, Embuste; Lino, Cleto, Clemente, Sixto, Cornelio y Cipriano; Ulises, Elad, Horacio, Tosco, Merlín, Rudi) de Caroline Lamarche, publicado por Editorial Tránsito (que publicó también la novela de Lamarche La memoria del aire), con traducción de Raquel Vicedo.

Se queja Caroline Lamarche en una entrevista de que en Francia los relatos son un género que no goza, a su pesar, de mucha aceptación entre la masa lectora, ni cuenta con el suficiente apoyo editorial. En España, a pesar de contar con excelentes cuentistas creo que sucede algo parecido. No obstante desde este rincón libresco sigo apostando por los relatos, máxime cuando son de calidad, como los aquí presentes.

La autora belga presta especial atención a los animales, todos ellos presentes con mayor o menor entidad en los relatos. Ligando ese espíritu animalista, naturalista, con el título del libro, lo que la autora explicita es una situación en la que la naturaleza se halla al borde, al borde de la extinción podemos pensar. Una situación agravada que afecta a la fauna, la flora… Ese discurso se concreta en los relatos yendo a lo particular, a lo minúsculo.
En Lino […] Cipriano, vemos cómo casualmente unos niños descubren un hormiguero y lo destrozan alegremente. La suerte de las hormigas a los críos les importa un bledo, pero para ellas ese ataque humano supone una brutal amenaza a su existencia y el desbaratamiento de décadas de desapercibidos trabajos.

En Frufrú se establecerá una relación especial entre un hombre que labora en un refugio y un ave que recoge con el ala rota. Abandonar el nido, de forma literal, supone algo necesario para ambos, pero siempre es doloroso, como se ve y siente.

La muerte de un caballo, en Embuste, es a su vez también metáfora de ese mundo del que hablamos antes, camino de la extinción, cuando los caminos y terrenos son borrados por las autovías/autopistas y los animales ven achicado su hábitat natural. Un mundo que pierde su inocencia, tanto como sucede en las relaciones cimentadas sobre las arenas movedizas de los secretos, las mentiras y la desconfianza.

El amor en los relatos adopta distintas manifestaciones, ya sea la confianza, o el verse cuidado o amparado en el otro, aunque a veces, como sucede en el relato Rudi, la muerte súbita de un hijo lactante, deja a una pareja echa trizas, asaeteados por la ausencia irreparable y un indeseado porvenir que nunca será tal.

En Ulises, la protagonista del relato confiesa que no pudo leer el famoso libro de Joyce, que lo arrojó al mar, que aquello aún es un estigma, un socavón en su carrera lectora. Esto nos da pie para pensar acerca de cómo considerar aquellos libros llamados clásicos, convertidos a veces en paredes verticales de puro hielo.

Horacio nos conduce a las tragedias griegas, a su encontronazo con la realidad, cuando deja de ser divertido y dramático lo visto sobre un escenario para devenir patético e incómodo sobre el asfalto presentista.

La muerte está presente en Elad. No como algo físico, sino como una pulsión, un sentimiento, una amenaza, como el resultado de la combinación de la plenitud y el vacío que nos depara la dependencia amorosa, como si de una planta carnívora se tratase que cuidamos y alimentamos a diario con mimo extremo.

Leyendo Tosco pensaba en lo que escribe Nietzsche en su Aurora acerca de la compasión, la bondad, la necesidad natural que sentimos por querer mejorar la vida de los demás. A quién ayudar, cómo hacerlo, cómo dar, cómo recibir. En qué situación queda el ayudado, y el ayudador. Esta situación experimenta el protagonista del relato, convertido en un demiurgo de andar por casa, ante la posibilidad de mejorar, o mejor, alterar, la vida de dos jóvenes okupas. Al final cada una seguirá su propio camino, y las interferencias ajenas no operan resultado alguno, más allá de saciar el sentimiento de la compasión (¿o es egoísmo, al permitirle vivir nuevas experiencias?) del presunto auxiliador.

Mi relato preferido es Merlín, ahí Lamarche aúna el espíritu humano con el de la naturaleza, cuando una mujer descubre en la casa para cuyo cuidado ha sido contratada dos presencias masculinas, inesperadas, que la ocupan (la casa, atendiendo a razones profesionales) confortan, al sintonizar la misma onda, al tiempo que (se) da cuenta de su soledad, de su anhelo de ser cuidada, de alcanzar corporeidad, de ser algo más que una conciencia.

Una voz la de Lamarche muy sugerente, dotada de una gran sensibilidad, que aflora en los pequeños detalles, en los apuntes que describen nuestra naturaleza humana (y así nuestros temores, afanes, deseos…) siempre en equilibrio, aunque cada vez más imposible, con la madre Naturaleza, a la que vamos dañando sin miramientos día a día.

Editorial Tránsito. 2020. 152 páginas. Traducción de Raquel Vicedo

Y hablando de bordes, afueras y fronteras vale mucho la pena leer el discurso de ingreso en la RAE de José Luis Sampedro, “Desde la frontera”.

Estantería libros

Lecturas y editoriales

He puesto los enlaces a las editoriales que han publicado los libros que he leído estos últimos años. Una lista que no deja de crecer y que ya supera la centena de editoriales.

Acantilado
Adriana Hidalgo
Alba
Alfabia
Alfaguara
Alianza
Altamarea ediciones
Alrevés
Anagrama
Ápeiron
Ardicia
Árdora
Ariel
Atalanta
Austral
Automática
Avant editorial
Baile del Sol
Bala perdida
Balduque
Barataria
Barrett
Base
Belvedere
Berenice
Blackie Books
Boria
Bruguera
Caballo de Troya
Cabaret Voltaire
Candaya
Carmot Press
Carpe Noctem
Cátedra
Círculo de lectores
Comba
Cuatro Ediciones
Debolsillo
Demipage
De Conatus
e.d.a
Ediciones Casiopea
Destino
Ediciones del Viento
Ediciones La Palma
Ediciones La piedra lunar
Edhasa
El Desvelo
Eneida
Errata Naturae
Espuela de Plata
Eterna Cadencia
Eutelequia
Fragmenta>
Fórcola
Franz Ediciones
Fulgencio Pimentel
Gadir
Galaxia Gutenberg
Gallo Nero
Gatopardo
Gredos
Grijalbo
Hermida
Hoja de Lata
Hueders
Huerga & Fierro
Hurtado & Ortega
Impedimenta
Jekyll & Jill
Kalandraka
KRK
La Discreta
La línea del horizonte
La Navaja Suiza
La uña rota
Las afueras
Lengua de trapo
Libros de Ítaca
Libros del Asteroide
Los Aciertos
Los libros del lince
Lumen
Lupercalia
Malas Tierras
Malpaso
Mármara ediciones
Minúscula
Muchnik
Nórdica
Olañeta editor
Paidos
Páginas de Espuma
Pálido fuego
Papeles mínimos
Paralelo Sur
Pasos perdidos
Pengüin
Península
Pepitas de calabaza
Periférica
Pez de Plata
Plaza Janes
Playa de Ákaba
Pregunta Ediciones
Pre-Textos
Random House
RBA
Reino de Cordelia
Sajalín
Salamandra
Sapere Aude
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Sexto Piso
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Sloper
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Tandaia
Taurus
Témenos
Trama
Tránsito
Tresmolins
Trifoldi
Trifolium
Tropo
Tusquets
Turner
WunderKammer

Fernanda Trías

La azotea (Fernanda Trías)

Publicada en el 2000 y reeditada ahora en España por la editorial Tránsito, recién creada, La azotea de Fernanda Trías (Montevideo, 1976) es una exploración sobre las taras humanas. He leído estos años un buen número de novelas y relatos de autoras como Fernanda Melchor, Mónica Ojeda, Guadalupe Nettel, Lina Meruane, Liliana Colanzi, Mónica Crespo, Andrea Jeftanovic, Ariana Harwicz, Samanta Schweblin, Vera Giaconi, Valeria Correa Fiz…, con un denominador común: el desasosiego y la incomodidad que generan su lectura.

La azotea es una pieza de cámara, narración circunscrita prácticamente a un inmueble (me recuerda al pausible relato de Morellón, El estado natural de las cosas), y la azotea del mismo, en donde la narradora encuentra algo de libertad. Nos desayunamos con un muerto, que luego son dos. Una vez llegado el final apetece volver a leer las dos páginas del comienzo para ver cómo Fernanda nos hurta en el mismo parte importante del fatal desenlace, que actúa como el típico golpe de efecto de cualquier película de suspense.

El resto de la novela, alargada sin necesidad (con personajes como la vecina hocicona o los policías, que aportan muy poca sustancia) nos sitúa ante una situación desquiciada en la que una mujer embarazada de su padre, trae a su hija a este mundo, lo cual no mejora nada, sino que lo echa, todavía más, todo a perder. La prosa resulta muy plana y acusa un tremendismo que no acaba de cuajar. Supongo que la idea es que el lector llegase a sentir cierta empatía por la desgraciada situación de la protagonista, de su padre, del pájaro en la jaula, de la infausta hija que viene a este mundo sin porvenir alguno. No es el caso y toda la novela se me antoja un cascarón vacío, que acusa un lenguaje muy plomizo y limitado. Dista mucho, en mi opinión, La azotea de La ciudad invencible, otra novela que leí de Trías y que disfruté mucha más que ésta.