Archivo de la categoría: Literatura Francesa

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Una salida honrosa (Éric Vuillard)

El último libro de Éric Vuillard, Una salida honrosa, está conectado con otro anterior, La batalla de Occidente.
En aquel libro nos hablaba de los gerifaltes, los mariscales, los empresarios; todos aquellos que ostentaban el poder y cómo manejaban con gran desenvoltura los millones de muertos acaecidos durante las dos guerras mundiales, siempre en su provecho.
La segunda mitad del siglo XX no mejoró la cosa. Nada se aprendió de los errores/horrores.
Vuillard nos lleva ahora a Indochina, en 1950. Los franceses se resisten a dejar Indochina y se enzarzan en una guerra que pierden. Entre los franceses y luego los americanos matarán a tres millones de vietnamitas. Dos millones eran civiles. La idea era frenar el comunismo. Los ideales de libertad, igualdad y fraternidad vemos cómo se avienen sin ningún cargo de conciencia con el ánimo colonialista extractivo francés. Y si hay que recular, se vende a la opinión pública la tan manida «salida honrosa».
Lo que el texto evidencia, con la inflamada prosa de Vuillard, muy dado a trazar perfiles psicológicos de estos grandes prohombres siempre desde la ironía y el choteo (porque parece que todas las personalidades que desfilan por el libro son una recua de patanes, codiciosos, desalmados, muy bien aferrados a sus árboles genealógicos y a sus calculados matrimonios), es la encarnadura moral de los políticos y de los grandes grupos empresariales que tienen negocios y acciones por medio mundo y cómo entre unos y los otros las gloriosas batallas (que nada tienen de gloriosas) se convierten en sociedades anónimas.
Que siempre pierden los mismos, lo sabemos (el libro comienza en 1928 describiendo la situación vivida en una plantación propiedad de la empresa Michelín, a las afueras de Saigón, en donde se sangran, con un forzado espíritu Taylorista, los árboles para obtener látex; vemos las pésimas condiciones de trabajo (esclavistas) y la ola de suicidios de los trabajadores, que no ven otra manera de escapar a su tan cruel destino), que la historia la escriben los vencedores, también, y que lo que conviene esconder se orilla, se ningunea, se invisibiliza, y en el peor de los casos, se olvida.
Por eso son tan necesarios estos libros de Vuillard, para no hacer de la amnesia el pan nuestro de cada día, y para poner algo de luz en las sombras del pasado de Francia.

¿Y a quién va dirigido este libro?
Para responder a esta pregunta recupero unas palabras de Thoreau.

Un hombre sólo recibe lo que está preparado para recibir, ya sea fisica, intelectual o moralmente. Escuchamos y asimilamos sólo lo que ya sabemos a medias. Si hay algo que no nos afecta, que está fuera de nuestra perspectiva, que por experiencia o ingenio no atrae mi atención, por muy innovador o destacable que sea, cuando se pronuncia, no lo oímos, cuando se escribe, no lo leemos, o si lo hacemos, no nos retiene. Todo hombre, por tanto, sigue el rastro de sí mismo [la metáfora está sacada de la caza] a través de la vida, en todas sus escuchas, lecturas, observaciones y viajes.

Ahora ya saben a quien no va dirigido.

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Cándido o el optimismo (Voltaire)

Cándido o El optimismo, de Voltaire (1694-1778), publicado en 1759, es una de las novelas más divertidas y disparatadas que he leído. Voltaire, escritor, historiador, filósofo y abogado francés, pergeña aquí una simpar aventura.

Una miríada de personajes, entre ellos Pangloss, Cunegunda, Barón de Thunder-ten-tronckh, Cándido, Cacambo, La vieja o Martin, recorren el orbe mientras les suceden toda clase de aventuras y desventuras, y un sinfín de peripecias tronchantes. La premisa, siguiendo las palabras de Leibniz es que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Eso piensa y defiende también el filósofo Pangloss. Cándido no lo tiene tan claro, y a medida que recorre el mundo ve como la injusticia campa a sus anchas; como la religión, lejos de hermanar, pasará por la hoguera, Inquisición mediante, a todo aquel que saque los pies del tiesto. Además, las catástrofes naturales asolan el territorio lisboeta, como un terremoto, por ejemplo. Las palabras dedicadas a Homero, a la obra de Milton, al pintor Rafael, son desternillantes.

A un ritmo frenético pasamos de Surinam a Burdeos, de Burdeos a París, de París a Dieppe, de Dieppe a Portsmouth, para costear Portugal y España, y atravesar todo el Mediterráneo y pasar algunos meses en Venecia, y arribar a Constatinopla. Curiosamente los personajes van desapareciendo, ahorcados, chamuscados en la hoguera, ensartados en una espada… pero luego vemos que nada es lo que parece y que todos ellos tendrán un final en recíproca compañía. Una de esas frases que van a parar a los calendarios de mesa como aforismo aparece aquí: y el trabajo nos libra de tres insufribles calamidades: el aburrimiento, el vicio y la necesidad.

Traducción de Mauro Armiño.
Austral
240 páginas
Año de publicación: 2016

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Nací (Georges Perec)

Nací
Georges Perec
Abada Editores
Traducción de Diego Guerrero

Nací, es un conjunto de textos heteróclitos de Georges Perec.
Textos extraídos de entrevistas, transcritos de conversaciones radiofónicas, de cartas, reseñas a novelas (Un bon dèpart) o bien proyectos de escritura sobre obras como W o Ellis Island.

La afición de Perec por las listas, en formato libro ya dio lugar a Me acuerdo. Aquí uno de los capítulos del libro lleva por título Algunas de las cosas que debería hacer en cualquier caso antes de morir. 37 cosas, como aprender italiano, ir al Museo del Prado, dejar de fumar, y algunas imposibles, como emborracharme con Malcom Lowry (muerto cuando Perec formula su deseo).

Y lo más jugoso, a mi parecer, son las reflexiones de Perec sobre la escritura, su vida y obra.

Leo y concluyo:

Inicialmente todo parece sencillo: quería escribir y he escrito. A fuerza de escribir me he convertido en escritor, al principio, durante mucho tiempo, para mí solo, hoy para los demás. En principio ya no tengo necesidad de justificarme (ni a mis propios ojos, ni a ojos de los demás): soy escritor, eso un hecho es evidencia, consumado, un dato, una definición; puedo escribir o no escribir, puedo estar sin escribir varias semanas o varios meses o escribir bien o escribir mal nada de ello cambia nada, eso no convierte mi actividad de escritor en una actividad paralela complementaria: no hago otra cosa que escribir (a no ser reunir tiempo para escribir), no sé hacer nada distinto, no he querido aprender otra cosa… Escribo para vivir y vivo para escribir, y no he estado lejos de creer que la escritura y la vida podrían confundirse por completo: viviría en compañía de diccionarios, en lo más recóndito de algún lugar de provincias, pasearía por el bosque por la mañana, por la tarde emborronaría algunos folios, quizá a veces me distraería un poco por la noche escuchando algo de música…

Georges Perec en Devaneos.

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En busca del tiempo perdido (Marcel Proust)

1.

Concluyo Por el camino de Swann (con traducción de Pedro Salinas) y lo hago con ganas de seguir leyendo más. A pesar de lo que un amigo me comenta acerca de que según los entendidos en Proust no es necesario leer los siete volúmenes y se puede proceder a seleccionar algunos y desechar otros sin cometer un crimen. Veremos.

Lo que me resulta muy evidente es que Proust tiene la gran virtud, propia de los grandes escritores, de hacer interesante cualquier cosa que sea objeto de su pluma. Como un Rey Midas que todo lo que toca la convierte en oro, así Proust consigue dar vivacidad no solo a todo cuanto ve, escucha y lee, sino que en un ejercicio sisifiano de memoria, es capaz con virtuosismo y un detallismo extremo de contarnos durante cientos de páginas la relación, que, por ejemplo, mantienen Swann y Odette. Para Proust todo es literatura, así nos dice que el hecho de que algo de cuanto tiene ahí en mano en su realidad circundante le sea interesante o no, depende de que antes haya pasado por el tamiz de la literatura, es decir, que alguno de sus escritores favoritos haya incidido sobre ese paisaje, cuadro o campanario, viendo así acrecer su interés. Sigue leyendo