Archivo de la categoría: Hurtado & Ortega editores

Poética del Café

Poética del café. Un espacio de la modernidad literaria europea (Antoni Martí Monterde)

Fui a Correos a recoger un paquete y me lo llevé para casa. Comparto el entusiasmo que decía experimentar Einaudi cuando abría un paquete con libros, y suscribo también la dedicatoria de un escritor a uno de sus libros: Que era mejor abrir paquetes que hacerlos. El libro era un buen tocho: Poética del Café. Un espacio de la modernidad literaria europea, de Antoni Martí Monterde, editado por Hurtado & Ortega, editores que con la presente publicación dicen rendir su particular homenaje a Antoni, uno de sus más queridos profesores en la universidad, quien les ayudó a sellar su insensata vocación literaria.

Pensé en leer este libro en los pocos cafés que hay abiertos en mi ciudad de Logroño. A saber: Café Moderno, Café Bretón, Ibiza, Café Picasso… a razón de un capítulo por Café: en total trece. Lo intenté un día y para la calle que me fui con el libro bajo el sobaco. No había ciclogénesis pero Eolo hacía acto de presencia con la furia de un titán en la terraza del Café Bretón, así que tuve que levantarme media docena de veces a por el marcapáginas. Al volver a la mesa el café ya estaba frío y no sabía dónde había interrumpido la lectura. El caso es que debí leer algunos pasajes varías veces.

En el prólogo, el autor comenta que su libro debería ser leído en una sucesión de Cafés, a ser posible junto a una ventana y acabar con las páginas llenas de manchas de café. Sus palabras, lejos de desviarme de mi propósito, me dieron alas, aunque a no ser que uno tenga la capacidad de ensimismamiento que ostentaba, por ejemplo, Enrique Jardiel Poncela en los Cafés que frecuentaba, tratar de leer un libro en una cafetería -si uno pretende que la lectura le cunda- entre el ruido del mastodóntico televisor, del hilo musical –que a un elevado (e innecesario) volumen- se me antoja más maroma que hilo- y de los parroquianos que allá se juntan a conversar de cualquier cosa, aunque todos acaben hablando de lo mismo: 1. Siete letras 2. Lluvia cortita- deviene una misión imposible.

Los ensayos van mucho más allá de ser un mero inventario de famosos Cafés: Pombo, Procope, Gijón (al que Umbral escribe que acudía para sentirnos alguien, algo), San Marco, Suizo, Els Quatre Gats, Royal, Norat, Rotonde, para demostrar el papel decisivo que tuvieron en la modernidad literaria europea.

Lecturas de Café

El Café fue entendido como un ámbito de sociabilización eminentemente masculino, hasta la llegada de Simone de Beauvoir, capaz de mantener una posición eminentemente literaria en el Café. Y aquí acaba la presencia de la mujer en los Cafés y en los ensayos.

Los salones en los que se reunía la aristocracia dio paso a los Cafés en los que alternará la burguesía. A partir del siglo XIX existió un nexo indisoluble entre el Café y la literatura. Para muchos escritores los Cafés se convirtieron en su lugar de trabajo, allá leían y escribían, como en un despacho, Cafés que les sirvieron como inspiración para sus novelas, como Mendel el de los libros a Stefan Zweig, La colmena a Camilo José Cela o Confesiones de un burgués a Sandor Márai. A medida que el escritor tomó plaza en los Cafés cada cual entendió el recinto de una manera: como un lugar de espera, como un viaje a bordo de un vagón de tren, había quien encontraba abrigo y amparo en las mesas de mármol de los Cafés, quizás por su carácter democrático, porque en ese espacio surgió una asociación libre, igualitaria, limpia de dogmatismo.

Cada asistente parecía representar un rol: el pedante (pedantería que procede del mucho leer y el poco entender), el payaso, el oyente (que no habla pero se encuentra cómodo en aquella compañía) o el orador (más interesado en darse el gusto de hablar que en expresar sus opiniones). En el Café fluyen las conversaciones, los intercambios de ideas e impresiones, lugares en los que era posible leer la prensa (algunos de estos Cafés estaban provistos de prensa internacional) y se cuestionaba entonces lo leído en ella, de tal manera que se erigió en los Cafés una suerte de opinión pública, en una comunión fecunda entre los Cafés y la prensa.

En países como Inglaterra, Francia o España, a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, el Café fue reconocido no sólo como un centro de la vida social urbana sino también como epicentro de sus transformaciones. Jovellanos en 1790 escribía: hacen falta Cafés o casas públicas de conversación y diversión cotidiana. Los Cafés eran lugares en los que los circunstantes mataban el tiempo, en la intersección entre lo público y lo privado, sitios en los que al hombre moderno le era posible tomar conciencia de su soledad. Incipiente modernidad que faculta la comparecencia en el texto de Baudelaire y Benjamin.

Los Cafés se caracterizaban por la pluralidad de sus miembros, y esto los hacía diferentes de un club, una peña o una asociación. El autor aborda el mundo bohemio y para ello recurre a la afilada pluma de Julio Camba, agudo observador, capaz de desenmascarar el mundo bohemio, aquel paisanaje del barrio latino parisino, aquellas frondas rubias capilares que a él le parecían pelucas. Todo falso e impostado.

Leemos las desavenencias que hubo entre Unamuno (para quien el Café era la verdadera universidad popular) y Cajal, entre Cajal y Marañón, las palabras desfavorables de Josép Pla dedicadas al libro Charlas de Café de Ramón y Cajal a Ramón Gómez de la Serna vindicando éste el Café, pues en él se apura con gusto el cáliz amargo de la vida […] el Café es un espacio público, jerarquizable, pero cuya jerarquía no se organiza de forma cerrada y definitiva, sino abierta y provisional). Todas estas críticas e invectivas cruzadas cifraban la tensión que existía entre el Café y la academia o la universidad.

Algo que me resulta muy interesante en los ensayos son los puntos ciegos que el autor ilumina, como en el caso de Zweig, arrojando luz acerca de un belicismo que luego convertirá en pacifismo, la escasa atención que éste prestó a la Guerra Civil Española cuando tuvo lugar o la ausencia de conflictos en sus novelas, a pesar de que alguna de ellas resultará premonitoria como en el caso de Mendel el de los libros, novela que se examina en profundidad, para ahondar en la dimensión humana de Zweig enfrentándolo al espejo de la historia. Otro aspecto favorable es la capacidad de generar en el lector las ganas de leer muchos de los libros o relatos aquí citados, por ejemplo el relato La piel de castor de Karl Kraus, relato de 1909, cuya vigencia es máxima, una unanimidad (en el hablar, juzgar, opinar, cuchichear, etc) de la que nadie se hace responsable, ante la que se expone y ve desarmado hoy, ante la pujanza de las redes, el sujeto.

Afirma el autor que a partir de la segunda mitad del siglo XIX, la vida del Café languidece, que la idea literaria del Café como lugar donde la ciudad se piensa a sí misma parece no tener lugar. Habla también de la incomodidad y pequeñez hoy de las mesas, donde no caben simultáneamente la taza y la prensa, así como la falta de ventanas en los Cafés, y la experiencia nos dice que esto es así. Los Cafés han mutado pero, a falta de ventanas, Camba nos deja una puerta abierta:

El Café no es ningún lugar determinado, y tampoco el conjunto de locales a los que se denomina Cafés. Usted puede destruir todos estos locales mañana mismo y no dejar ni un solo cafetal en la tierra, que, allí donde haya iniciados, la institución Café seguirá tan firme como si tal cosa.

Las quinientas páginas del libro las he devorado y rumiado, alternando la lectura entre los Cafés y el hogar y doy fe de que el libro no ha acabado con manchas de café, sino con abundantes rastros de grafito en cada uno de sus capítulos. Un libro, en definitiva, muy recomendable y ameno, y en las que a pesar de sus más de quinientas hojas, hablaría, no de hojarasca, sino de humus.

IMG_20201217_085027~3

Paco Loco 2. Cómo llevar un estudio de grabación y no morir en el intento

Paco Loco 2. Cómo llevar un estudio de grabación y no morir en el intento.
Hurtado & Ortega
Año de publicación: 2020
238 páginas

Llegué a Paco Loco 2, a lo loco, sin haber leído Paco Loco 1. Pero según me hicieron saber eran libros independientes, incluso indies. Paco Loco es un productor musical con varios miles de discos producidos a sus espaldas, o a sus falanges o pabellones auditivos. Pienso en la escritura como una producción de uno mismo, incluso una reproducción del ser, bajo la divisa, aquí, de “ahora hablaré de mí”, o mejor, de mis cacharritos musicales, porque Paco Loco tiene cuerda(s) para rato, de guitarra, bajos, ukeleles, de árpa(ranos, Señor)s…. Y nos habla de baterías, samplers, micrófonos, plugins, teclados, mesas de mezclas. Y a todo aquel a quien le pirren todos estos artilugios y conozca este mundillo será feliz leyendo estas páginas. A los que vivimos a todo esto, como es mi caso, te abre los ojos a un realidad, a la que no prestas atención cuando pones un cedé, un casette, o un vinilo (Dios que viejuno soy) y escuchas las letras y la música, es decir su reproducción, en un formato u otro, pero sin parar mientes en su “producción”.

Más allá de esto, lo mejor que hay en libro es el humor que se gasta Paco Loco, haciendo juegos de palabras en todo momento, refiriendo anécdotas descacharrantes, a cuenta de la producción de algunos de sus discos, y cediendo la palabra a los propios producidos, como Bunbury, Antonio Luque (antes de dedicarse en cuerpo y alma a la música, andaba con las manos en la masa, la del bollycao, para más señas) o Antonio Martí, aunque esto me suena a la canción de Turnedó (El doctor me recomienda/ Que no me quite mi abrigo/ Que no esté ya más contigo/ Y yo no puedo negarme, pues/ El tipo soy yo mismo). Paco Loco, Juan Palomo, tocando todos los palos y las letras.

El libro toma una deriva distópica. Paco Loco está en Nueva York. Año 2048 y va hasta 2020 para referir el final de la industria discográfica, los manager, los productores, los sellos musicales, ante una tecnología que permite en el futuro hacer realidad cualquier fantasía musical, pero que al fin y a la postre hacía sonar a todos los grupos más o menos igual. Entre medias, en esos años de las primeras décadas del siglo XXI, un asesino en serio, aplicado en su quehacer iba ultimando de las maneras más truculentas, propias del noir escandinavo, a los máximos exponentes de la industria, toda vez que los sellos (los discográficos también) eran ya una reliquia, con un pelotón de devotos que iba derramando hacia atrás, hasta su extinción.

Paco Loco dispara su cerebro, como Spiderman con su tela de araña, en todas las direcciones. Y muestra su faceta más lírica, haiku mediante (5 7 5).

Para distorsión
Mis huevos en erupción
Masterízalo

El texto incluye textos de mujeres, ingenieras de sonido, en la industria del sonido, un fanzine y algunas fotos en color, como la que antecede al Índice, que hay que desplegar para darte de bruces con la chorra de Paco Loco, Meñique almendrado más pequeño que un testículo. En resumen, un libro raro, raro, raro de cojones. E igual de hilarante. Aquí quedan mis notas a su lectura.
Estos de H & O me están permitiendo leer estos últimos años cosas tan rarunas como interesantes. Brindemos por ello.

IMG_20201111_201349

In memoriam. Posesiones de un exflamenco (Niño de Elche)

In memoriam. Posesiones de un exflamenco
Niño de Elche
Hurtado & Ortega editores
Año de publicación: 2020
132 páginas

Estos devaneos librescos, mi particular autobiografía de papel o diario de lecturas, va orillando toda la novelería (la cual aún hoy me sigue deparando alegrías, y pienso en Panza de burro, Centroeuropa, Imposible, El síndrome de Diógenes, La ciudad que el diablo se llevó, San, el libro de los Milagros, Vida económica de Tomi Sánchez, Nada es crucial, Canto yo y la montaña baila…) y se abre a otros horizontes, ensayos sobre el arte como Contra Florencia de Mario Coleoni, o de novela&arte como Línea de penumbra de Elvira Valgañón, biografías como la de Artemisia a cargo de Anna Banti o la de Robert Walser, El señor de las periferias a cargo de Jesús Montiel, me lleva incluso a sonetos de una monja mística riojana, Sor Ana de la Trinidad en Dolor humano, pasión divina e incluso sin poner freno a una curiosidad insaciable me veo leyendo una biografía-ensayo de un torero (Urdiales) de Ánjel Fernández y finalmente, hoy, las posesiones de un exflamenco llamado El Niño de Elche, al cual conocía únicamente por su reciente colaboración con Los Planetas.

Ni el toreo ni el flamenco son santos de mi devoción, pero reconozco que hay ahí cierto misterio que me interesa.
En la portada, el Niño de Elche (Francisco Contreras Molina) sale ataviado con una camisa, que en la expresividad corporal del sujeto asemeja una camisa de fuerza. Sus memorias se componen de capítulos cortos de una, dos o tres páginas, hasta sumar algo más de 120. Entremedias algunas fotos similares a las de la portada, en las que se aprecia cierta mudanza y espíritu de performance. No me parece que sea esta una autobiografía al uso, quizás porque no lo es y resulta más un sumatorio de posesiones que pueblan su carro de chamarilero, recuerdos que a menudo son más una memoria de la sensación, recuerdos engastados que no siguen un orden cronológico.
El texto es algo más parecido al Me acuerdo de Perec, aunque con más cuerpo. El Niño (ahora adulto) recuerda su paso por los tablaos (jornadas en la ciudad condal en las que acababa exhausto), la primera vez que enarboló una guitarra a los ocho años, su primera paguita tras una actuación, la cosecha de los primeros aplausos… también el sentirse un mono de feria, explotado por dueños de locales que le dejarán a deber (y también ayuntamientos como el de Torrevieja) o formando parte de un reality show en la televisión andaluza que sacará lo peor de cada familia. Todos muy flamencos.
Si nos atenemos a la portada, El Niño de Elche (no de El Ché, aunque se sienta muy comunista y muy de izquierdas) es un exflamenco si bien sigue siendo cantaor, ojo, no cansautor.

Leyéndolo no parece la suya la infancia de un niño prodigio, aunque parece ser que sí lo fue. Esto le acarrea ir obteniendo premios desde que deja de ser un churumbel, a los dieciocho años, como cantaor, ya tenía una peña con su nombre. Premios y becas como la concedida por Fundación Cristina Heeren. En Elche (una de esas ciudades que parece que al igual que Teruel tampoco existe: –Niño de Elche, ¿de dónde eres?. Es una pregunta que mucha gente dice formularle, sin parar mientes en toponimias) sin tradición flamenca es una rara avis. La beca le permite salir de Elche e ir a la patria del flamenco: Andalucía. Aunque parece que el idilio dura poco. Su espíritu iconoclasta y expansivo, sus performances, una creatividad difícil de domeñar, parece no amoldarse al flamenco de toda la vida cuando enseña la vena más recalcitrante y deja al autor como un enfant terrible, quizás porque los patrones están para saltárselos.

Los textos, canto hondo de su prosa, los siento impregnados de una melancolía y nostalgia más propios de una edad otoñal y por tanto impropios en alguien que ahora tiene 35 años (si bien es cierto que no depende tanto del número de años sino del número de experiencias vividas y pienso en Rimbaud o en su antagonista, Balzac, que escribió de la vida en cantidades ingentes sin apenas haberla vivido), y al que si todo le va bien tiene mucha más vida por delante que por detrás, pero el autor siente que la vida se va, que nada se repite y rememora a su abuela, cuando escuchaba en la SER las voces de Antonio Mairena, Juan talega, o Manuel Agujetas, la música flamenca en los casetes del coche, casetes que vendían en las gasolineras, las innumerables fiestas flamencas a las que tuvo la suerte de asistir, y el éxito (echando la vista atrás) parece consistir para él en el reconocimiento de los suyos: todos aquellos que apreciaron pronto sus dones y se alegraron por él. Aunque no es un camino fácil. Escribe el autor: Es justo querer vivir de algo que realmente sea rentable.
Con todos estos artistas la pregunta que me hago es cómo lograrlo sin traicionarse a sí mismos. Cómo soportar, por ejemplo, el estar cantando durante dos horas ante un japonés dormido.

Desnudarse significa quitarse nudos, pero también portar tus vergüenzas al aire. Una máscara que consiga que el rostro no se caiga por motivo del bochorno será tu gran compañero.

En la escritura el autor se va desanudando, desenmascarando, hasta lograr finalmente descamisarse.

Entendida entonces aquí la escritura como algo terapéutico, liberador, una onda que será expansiva y tendrá sentido en tanto llegue al lector y su lectura se convierta en escucha activa.

Y ahora Que os follen. Que no lo digo yo, que lo canta el Niño de Elche.