Archivo de la categoría: Relatos

El museo imaginado

Charo baja de la escalera y nos franquea el paso al establecimiento ubicado en una calle antaño prostibular y hoy conocida como la calle de las muñecas.

Muñecas

Pienso en una abarrotería monotemática que sería, incluso hoy, el paraíso de cualquier criatura en su niñez. Más de cuatro mil (parece imposible establecer un censo) muñecos y muñecas en su manifestación silenciosa y serena alegría.

Cada muñeca tiene una historia. Peregrinas, toreras, folclóricas, enfermeras, nancys, mariquita pérez, barriguitas, monster high, blancas, negras, algunas embarazadas con el niño en la tripita que se abre como una puerta con el feto dentro, otras amamantadoras, algunas del tamaño de un dedo, pero las hay también tan altas como un niño de un metro veinte. Muñecas modernas como la Nancy de Aitana, otras casi centenarias. Muñecas llegadas de todos los países.

Muñecas

Charo las limpia, engalana y sitúa con mimo en las estanterías rebosantes. Pienso que si el acarreo sigue de manera interrumpida, la única solución será hacer con las muñecas lo que se hace con los jamones: ubicarlas colgantes en el techo.

Muñecas
Charo, ya jubilada, nos habla del quehacer diario con sus muñecas, de los vestiditos que les confecciona con mano de orfebre, cada uno distinto, y sus ojos refulgen apasionados, y uno piensa, camino de la puerta de este museo clandestino, que las muñecas es evidente que no solo nos ofrecen compañía en nuestra infancia, aunque mirando los fusibles del cuadro de la luz también pienso que me daría más miedo pasar una noche allá, bajo la atenta mirada de ocho mil ojos, que en un camposanto.

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El frágil orden del universo (Eduardo Quijano Sánchez)

El libro de relatos El frágil orden del universo supone el interesante debut en la escritura de Eduardo Quijano Sánchez.

Son veinte relatos divididos en seis secciones que mantienen una unidad.

A tenor de los nombres de los personajes, de la querencia del autor por Bukowski (hay una cita de Charles en el vestíbulo del libro: Estamos aquí para reírnos del destino y vivir tan bien nuestra vida que la muerte tiemble al encontrarnos) y de la taxonomía humana presente, abundante en perdedores, borrachuzos, harleys, carreras de caballos (en el relato California en el que parece que hay gente a la que es imposible que la suerte le sonría por mucho que lo intente, la suerte)… todo me lleva a situarme mentalmente en cualquier villorrio de los Estados Unidos.

En la mayoría de los relatos los protagonistas son dos hombres, pueden ser amigos a los que les vale compartir el mismo tiempo y espacio mientras la vida sucede (Tormenta) o como en una secuencia torrentiana abrirse a hacerse unas pajillas y ver qué pasa (Los accidentes suceden), que quedan para cazar y descubran llevar en las cabezas cornamentas similares a las piezas de caza que quieren liquidar (Sensatos hombres blancos), que deciden amputarse un brazo como un acto de solidaridad con un amigo manco (El precio de una amistad) o como el resultado de una apuesta (El frágil orden del mundo), o bien por una discusión cinéfila, a cuenta de Blade Runner, son capaces de llegar a las manos (Sirenas) o un padre y un hijo, que son tal para cual, (Ratas), aunque también hay espacio para las relaciones de pareja vencidas por la monotonía y aliviadas por las Aficiones (que da título al relato) como los gusanos de seda; el amor, aunque como no podía ser de otro modo, sea con una mujer que tiene el corazón de hielo (Múnich), o bien ese amor que conduce a una mujer tan enigmática, y a la que es tan difícil llegar a su núcleo, que esta situación en manos de un científico, deviene en una ecuación irresoluble, y que solo puede tener un final (Un hombre racional).

Los relatos se despliegan como flores carnívoras en diálogos cortos, entre aquellos que se conocen tanto que no precisarían hablar para comunicarse. Y como bien se apunta en la contracubierta, el texto sí me arrima al comic underground norteamericano (espléndida la portada de Francisco José Asencio) y me imagino las palabras servidas en bocadillos de texto, porque las situaciones planteadas son alocadas, delirantes y animadas por un espíritu que se sustrae a toda corrección política, tanto en el lenguaje empleado como en las acciones llevadas a cabo por los personajes en los relatos.

Y la manera de trascender lo prosaico para entonces elevar la cabeza del ombligo, de la botella de bourbon, de las cervezas calientes o de las nubes es echar mano de la ironía, de la imaginación; de este modo desfilarán por los relatos la Vida (A golpes con la vida), la Muerte (Lo último que pasó justo antes de irse todo a tomar por culo), el Destino y sus imprevistos (como se ve en el jocoso relato La penúltima decisión de Louis K con el destino), la Estupidez (Idiotas) o la Enfermedad (Insondable condición humana), planteando diversos cara a cara a los humanos, ante una batalla que siempre sabemos perdida pero que no nos impide librarla, porque validando la cita de Bukowski hay que reírse del destino, no queda otra.

Un relato que creo que sintetiza muy bien el espíritu gamberro y transgresor del libro es “Cadena de montaje” que pienso hubiera sido un buen epílogo para el libro, cuyos irónicos títulos vemos qué desdicen lo que luego desarrollan.

Eduardo Quijano Sánchez
El frágil orden del universo
2024
115 páginas
Cazador de Ratas Editorial

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Plegaria para pirómanos (Eloy Tizón)

Menudea Erizo por este libro de relatos de Eloy Tizón. Y creo saber por qué. Es un animal misterioso que conviene ver con las luces de lejos del asombro; ya que a mano, Erizo pincha y rasguña. Por eso Erizo y no Naranja partida en dos, recién exprimida y a la basura. Mejor Erizo y así el misterio, y el bebedizo de planos de realidad e irrealidad; el vórtice de la suma imposible de espacio y tiempo. También la fusión de la confusión y el misterio y la promesa de las frases perfectas depositadas con mimo en el oído del lector como larvas de gusano. Convertido el cerebro en una ávida esponja con mono de palabras.

Hace una década leí Técnicas de iluminación y Velocidad de los jardines, y pensé que algunos escritores no se merecían lectores, sino creyentes. Yo sería uno de ellos.

Ha pasado el tiempo y no sé si es porque me estoy haciendo mayor, o a resultas del cambio climático, que en mi interior ya no hay un mar helado, y quizás por eso, este libro de relatos ya no es un hacha, sino un Erizo, aunque yo más bien, deskafkaquizado, decido dejar ya de lado el misterio, el embrujo, la herida y la llaga de palabras subyugantes, y me ciño a lo prosaico del parque de atracciones, al juego de los patitos, a perseguir patos, que es a lo que se reduce escribir, leo.