Archivo de la categoría: 2022

España fea

España fea (Andrés Rubio)

El título, España fea, ya es un aviso de lo que podemos encontrar en este sustancioso ensayo. La España fea, para el autor, Andrés Rubio, es la España que se ha ido construyendo desde los tiempos de la dictadura (aquella que quería propietarios y no proletarios) y posteriormente en democracia. El caos urbano, el mayor fracaso de la democracia es el subtítulo de libro. El Estado de las autonomías ha permitido con su atomización que en toda la geografía nacional, en todas las comunidades, hayan surgido construcciones que han deteriorado el paisaje ya de forma irremediable. Algo que puede constatar cualquier persona que decida darse una vuelta por el extenso litoral de España. No faltan tampoco desmanes urbanísticos en cualquier ciudad del interior.

Hay apartados en el libro dedicados a denunciar estas situaciones y las personas responsables en las que la avaricia, la codicia, la especulación y la corrupción (viéndose vulnerada las leyes por las comunidades autónomas, las provincias y los municipios) han hermanado a constructores y políticos, que movidos por un espíritu neoliberal, han cedido el espacio público a intereses particulares, beneficiando a cuatro y perjudicando al resto. O cómo el gremio de arquitectos está desmovilizado o el desastre urbanístico madrileño, en contraposición con el buen hacer de Barcelona, ahora en el desarrollo de las supermanzanas.

Más allá del archiconocido Algarrobico, hotel que todavía hoy no ha sido demolido, Andrés fija su mirada en otros desmanes como los que se han realizado en Mojácar, Marbella, en las Islas Canarias (con la construcción del Hotel Tejita en el sur de Tenerife o bien nos habla de espacios que ya no existen como El valle de La Orotova) y hay muchos más ejemplos, si bien Andrés también habla de los casos que destacan favorablemente, que son los menos, como Albarracín, Vejer de la Frontera, Pedraza o Santiago de Compostela (en los años que estuvo al frente de la ciudad el alcalde-arquitecto Xerardo Estévez).

El espejo en el que deberíamos es Francia y Alemania, e hicimos mal fijándonos en el modelo desregulado de los Estados Unidos. Además, cuando Aznar llegó al poder, decretó que casi todo el suelo fuese urbanizable. Las tres mayorías absolutas de Felipe González no sirvieron tampoco para llevar a cabo una ordenación del territorio. De Francia hemos de aprender su empeño por conservar el litoral, con el creado Conservatorio del litoral, responsable de comprar terrenos, demoler edificios, y cederlos al servicio público. O la idea de crear un Cuerpo de Arquitectos y Urbanistas del Estado. De Alemania, el autor nos anima a imitar el modelo de colaboración entre los lander (nuestras comunidades autónomas) en cuestiones técnico-científicas, y apela a una mayor transparencia y una menor corrupción.

Otros países como Grecia o Italia parecen haber seguido unos derroteros parecidos a nuestro país en cuanto a desmanes urbanísticos. Lo que se evidencia leyendo el ensayo de Andrés, muy bien documentado con sus cientos de notas en cada uno de sus cinco capítulos y su extensísima bibliografía (ofrece el autor un buen número de lecturas que resultan muy apetecibles, para abundar más en el tema, después de haber leído este ensayo), es que a la hora de construir y edificar habría que fijar la mirada en el territorio, tener claro qué acciones afean el paisaje, teniendo presente lo irreversible de muchas de las actuaciones, rehabilitar antes de meter la piqueta, fomentar la vivienda social (un buen ejemplo en el que fijarnos sería el de la ciudad de Viena, donde el 62% de sus millones 1.800.000 habitantes viven en casas de renta social), pensar en el bien público y anteponerlo al bienestar de unos pocos. En definitiva, creo que lo que aquí se trata es ver si lo que nos mueve son los principios neoliberales o los de la socialdemocracia.

El ensayo muestra cómo muchos pueblos han conseguido mantener su esencia por el empeño y determinación de personas concretas, como César Manrique en Lanzarote o Antonio Jiménez en Albarracín. O la manera en la que el buen entendimiento entre políticos y arquitectos arrojan buenos frutos. Evidente en el caso de Barcelona, en la estrecha colaboración de Oriol Bohigas con Maragall y Narcís Serra.

Uno de los capítulos del ensayo lleva por título El patriotismo bien entendido pasa por el paisaje (en tanto que el paisaje forma parte de la memoria de los ciudadanos y configura también su identidad). No parece que aquí el deterioro continuo y sistemático del paisaje parezca preocupar a las comunidades más conservadoras, ni a sus votantes tan patrióticos, en un país como el nuestro en el que un partido político como pudiera ser Los Verdes, tan importante en Alemania, aquí tenga tan escaso peso, y en donde ha calado tantísimo la idea del todo vale, en el nombre de una mal entendida idea del progreso y de un desarrollo turístico devastador que habría que revisar urgentemente. Basta ver cómo se manifestaron el pasado mes de abril los ciudadanos canarios en contra del turismo masivo.

En lo relativo a los pueblos con encanto se evidencia los diferentes criterios que existen a la hora de valorar pueblos de estas características en Francia y en España. Aquí los criterios son mucho más laxos. Por eso pueblos como Potes tienen tal denominación. En La Rioja, en el caso de Briones, cuando vas por la carretera hacia Haro, donde acaba la parte monumental y bonita, se ven muy bien dos adefesios urbanísticos, urbanizaciones sin acabar, ya convertidas en ruinas y que desmerecen irremediablemente el conjunto anterior.

Son muchísimos temas los que el combativo ensayo aborda. Uno sería el del modelo del turismo sostenible y la posibilidad de fijar a las personas en el territorio, a lo cual ayudaría mucho que el Estado fuese capaz de lograr que el año próximo hubiese banda ancha en toda España, cuando hoy está en un 65%. Hoy muchos de estos pueblos están a merced de empresas eléctricas, que instalan parques eólicos en montañas o enclaves naturales que no deberían ser tocados, dice el autor, en vez de situarlos, pues la tecnología permite aprovechar cada vez mejor el viento, en lugares menos invasivos.

Andrés Rubio ha escrito un ensayo muy bien documentado, cuya lectura resulta muy fluida. Ensayo que ha suscitado mi interés por muchos de los temas aquí tratados. Lectura que permite hacernos una idea sobre cómo se ha desarrollado la ordenación del territorio desde los tiempos de Franco hasta hoy, poniendo sobre la mesa la falta de consenso entre las formaciones políticas a la hora de apreciar el paisaje, para velar luego por su necesaria conservación. Lo que podemos aprender de otros países si queremos ir en la dirección correcta. Algunas recomendaciones sobre lo que debería hacerse, como decantarse más por la rehabilitación. Y todo ello servido con un sinfín de ejemplos y de nombres de los responsables, tanto de las acciones a encarecer como a denostar. Ensayo, en definitiva necesario y muy recomendable que debería servir como objeto de debate y discusión, para situar siempre el interés público en el centro de todas aquellas decisiones que tengan ver con la ordenación del territorio.

Muy bueno.

sotierra

Sotierra (Roberto Vivero)

Siempre tenemos el recurso de viajar por un texto; en Sotierra nos vamos a la isla de Fuerteventura. El poemario de Roberto Vivero se inicia y concluye con dos imágenes en blanco y negro: un paisaje desértico en la primera; un molino de viento en la segunda. El libro tiene dos partes: Sotierra y Fuerte ventura de Alonso Quijano.

Sotierra, no sé a qué hace mención, más allá de la posible conjugación con el verbo soterrar. ¿Será el texto pues algo subterráneo, soterrado? ¿una realidad a desvelar, un rasguñar el éter con el filo acerado de las palabras?

La mirada va de la vulva del cosmos, del himen azulcielo, de las estrellas (el esperma duro del sol) a la tierra, al filo de los barrancos, a lo insondable de las calderas, volcanes y hoyas, al ras de la vigilia de la piedra, al espinazo de la lava, a la verticalidad de los tunos sangrantes, a la cumbre nevada del escanfraga, a los atolones de silencio.

Las palabras que alimentan los poemas son locales y una suerte de fauna, geografía y topografía: el malpaís, el huriamen, el guirre, la mareta, el pazote, el solajero, el gonfio, los tunos, el tofio, la puipana, la berrenda, la sirgada, el bardino (hosco tótem de terracota), el soco, la tabaiba, Vallebrón, Escanfraga o Tindaya. Me ha venido muy bien este diccionario online.

Y otras palabras a las que no hallo significado: bayuyo, canco, hilux, jandía.

Y si Sotierra es una geografía, un paisaje, una historia; en Fuerte ventura de Alonso Quijano hay un nosotros, un hogar, un ahora, el abrazo, el amor que explota, y también el insalvable abismo de tu mano en la distancia; pero si hablamos de Quijano el asunto se resuelve con molinos desvanecidos, y un presente: timpleo.

Los poemarios de Vivero siempre te dejan al límite de lo inteligible, y ahí reside el poder volcánico de sus poemas y sus coladas infernales, en el desempeño de un lenguaje fértil y tan pegado aquí al terruño.

Lo leo y creo haber sido soñado por el rumiar de cabras omnívoras.

IMG_20231210_091751

¡Devuelva usted el Nobel! (Enrique Gallud Jardiel y Roberto Vivero)

El Premio Nobel de Literatura siempre ha sido objeto de polémica, pues los galardonados a menudo son cuestionados (lo cual es absurdo pues a muchos de ellos no los conoce nadie, entendiendo por nadie, el resto del mundo que no los ha leído), dejando sin premio a otros escritores que se supone lo merecen muchísimo más, y no escribo aquí la palabra Murakami para no abrir la caja de Pandora y liarla parda.

La pareja de escritores Enrique Gallud Jardiel y Roberto Vivero, abundando (han escrito con este, que yo sepa otros cuatro libros conjuntamente) en el género del humor escriben el libro a cuatro manos, pero no revueltas, ya que queda claro en cada texto quién es el autor de los fragmentos.

Y nos vamos nada menos que a comienzos del siglo XX, a 1901. Ahí el premio se lo llevó Sully Prudhomme. La mecánica de los textos consiste en entresacar alguna de las frases del libro (porque hogaño el galardón se daba al Libro y no a la Obra) y cuestionar si con una frase así el Nobel es merecido. Sabemos que la técnica de entresacar párrafos de un libro no dice nada del libro, porque no hay ningún libro genial y pensemos por ejemplo en Dostoievski, al que no le dieron el Nobel, como en otros muchos que cobraban por palabras, así que a menudo escribían al peso, escritura a granel pensemos, por lo que dichos libros pueden ser podados sin que la obra se venga a bajo, al contrario, y verse vigorizada al verse liberada de ramas muertas… pero no quiero irme por las ramas y sí centrarme en el estudio de este libro. En otros autores lo que se tiene en cuenta no es alguna frase del libro sino lo que el jurado dijo para conceder el premio, a saber, a Anatole France que lo recibe en 1921, el jurado se lo da por su «genuino temperamento galo«. O a Eugene Gladstone O´Neill, que lo recibe en 1936, porque sus obras encarnaban un «concepto original de la tragedia«.

También encontraremos curiosidades: Sarte rechaza el premio en 1964. O realidades imprescriptibles como el desprecio hacia autores como José de Echegaray, que obtuvo el premio en 1904 (fue el primer español en obtenerlo), y levantó las iras de otros escritores como Unamuno, Azorín, Pío Baroja, Valle-Inclán, que se movilizaron para que la Academia enmendará tan desacertada decisión. Los textos de Gallud Jardiel siempre impregnados por el humor inteligente abordan la obra del premiado y la resume en verso, así sucede, por ejemplo con Los intereses creados, obra con la que Jacinto Benavente obtuvo el premio en 1922, o Doctor Zhivago, que le supuso el premio en 1958 a Borís Pasternak. O bien pergeña un jugoso ensayo sobre Rabindranath Tagore que lo obtuvo en 1913. Los amplios conocimientos de la cultura india de Gallud quedan aquí plasmados, también en el apartado dedicado a Octavio Paz, premiado en 1990. Y no olvidemos también a Camilo José Cela, premiado en 1989, sin dejar caer en el olvido, su oficio de censor del franquismo, y lo que esto le supuso para su obra La familia de Pascual Duarte (donde no falta alguna descripción morbosa) viese la luz, mientras que para otros escritores les estaría prohibido.

Y el libro, objeto de una ambición desmedida, no concluye con el repaso a los nobelados, sino que va más allá y Jardiel y Vivero nos proponen una serie de autores que deberían haberse llevado el Nobel: Agatha Christie, Arthur Conan Doyle, Ibáñez, Stefan Zweig, Umberto Eco o Virginia Woolf, entre otras.
Las páginas dedicadas a Zweig (a la biografía de Fouché) son una delicia y la defensa del nobel para Ibáñez, no, para Paco no, sino para el ilustrador y escritor que nos ha hecho llorar de risa casi hasta reventar, del que tiene más calidad literaria (sí, literaria) en la punta de los dedos que el noventa por ciento de sus contemporáneos.

El libro se extiende, y otro apartado va dedicado a los escritores que no han ganado el nobel y EGJ y RV rezan para que no lo ganen ni a título póstumo. Ahí comparecen entre otros muchos, Eduard Hanslick, Oscar Panizza, Marcel Proust, Karl Krauss, Thomas Bernhard, Paul Celan, Federico García Lorca y los textos a ellos dedicados van en el sentido contrario a lo enunciado. Ejemplo:

Eduard Hanslick

De sus miles de páginas, muéstrenme solo una mala. ¿Creen que así se puede ganar el Nobel? (RV)

Stefan George

¡Un hombre que se adelantó a la comunicación inmediata de la digitación sobre pantallitas con su nueva puntuación! ¡Un hombre que se adelantó a los foros de internet, en los que no se entiende nada! A este hombre no se le puede dar el Nobel de Literatura porque nadie lo lee porque ya nadie lee, todo el mundo escribe en pantallas cosas que nadie entiende. ¡Ahí es donde hay que buscar a los nobeles del presente y del futuro! [RV]

Y ya para acabar, y haciendo honor al título, no solo han devolver el nobel los literatos, sino también los premiados en otras categorías. Para muestra, un botón.

Henry A. Kissinger y Le Duc Tho (1973)

Por negociar un alto el fuego en Vietnam, dicen. Kissinger siempre será nuestro ídolo. Le pidieron que devolviese el Nobel de la Paz y exclamó: «¡Casoplón, no solo lo merezco, sino que antes de devolverlo hago que os rocíen a todos con napalm!». ¡Brutal! [RV]

¡Devuelva usted el Nobel!
Enrique Gallud Jardiel y Roberto Vivero
Ápeiron Ediciones
118 páginas
Año de publicación: 2022

IMG_20231203_200644

Mis relaciones con Nietzsche (Carl Spitteler)

Voy dando cuenta aquí de distintos textos que ofrecen una imagen de Friedrich Nietzche (1844-1900) desde diversos puntos de vista. Ya sea desde la amistad que durante casi dos décadas le unió a Malwida, o la que se estableció durante los cuatro años que frecuentó a Meta von Salis-Marschlins o bien desde una relación, ya no amistosa, sino de carácter laboral, la que se estableció entre un escritor y el reseñador Spitteler (también escritor).

Si a las amigas de Nietzsche el trato personal y la relación epistolar con este les supuso encarecer al filósofo por su corazón noble y bondadoso, por su incapacidad de herir a nadie, aquí las cartas que muestra Carl Spitteler (1845-1924) nos dan la visión de un artista envanecido (Hasta ahora he creído que una criatura de esta época se hacía un inmerecido honor al coger en sus manos un libro mío), que quiere no lectores sino acólitos, para quien las críticas hacia su obra se derivan de la incapacidad de los lectores, y se evidencia lo susceptible que Nietzsche era hacia las críticas recibidas, hacia aquellas palabras que no sirviesen para alabarlo. Consciente de que las masas no lo entenderían, no se privaba de calificarlas (en privado, en sus cartas, y a sus amigos) de chusma o ganado suizo.

El valor del libro radica en ver qué hay detrás del gran artista, qué le mueve y aborrasca su espíritu, cómo encaja las críticas (las encaja mal, por eso le envía a J. V. Vidmann, redactor de Der Bund, una crítica que recibirá criticando la crítica de Spitteler hacia la obra de Nietzsche), cómo actúan también los distintos agentes en el mercado editorial; vemos los problemas que tuvo siempre Spitteler para publicar sus obras, acumulando inéditos en los cajones del escritorio (a pesar de todo, Spitteler obtuvo el Nobel en 1919, por el poema épico Primavera olímpica y pudo finalmente publicar unos cuantos libros), igual que le sucedió a Nietzsche (pero en distinta medida; pero consciente de que sus últimas obras se las tendría que acabar publicando él mismo), cómo las reseñas no buscan otra cosa que aumentar la venta de los libros reseñados, o cómo se ofrecían o imponían los libros de Nietzsche para ser reseñados por personas sin formación filosófica como Spitteler, unido a Nietzsche cuando el primero se posicione a favor del libro El caso Wagner (publicado en noviembre de 1888), siendo una de las pocas voces favorables que encontrará el filósofo, quien pensaba que con este opúsculo podría bajar del pedestal a Wagner. Lo cual no sucedió e hizo que Nietzsche se fuese encontrando cada vez más solo en su camino.

Otro tema curioso aquí tratado es que el libro de Spitteler Prometeo y Epimeteo guardaba similitudes con Así habló Zaratustra, publicado dos años más tarde. Pero Spitteler no quiere tomar partido y decide mantenerse neutral, no alimentar la polémica, pero ahí queda para el que desee leer ambos libros y pronunciarse al respecto.

Carl Spitteler
Mis relaciones con Friedrich Nietzsche
Ápeiron ediciones
Año publicación: 2022
Traducción y edición de Roberto Vivero
96 páginas