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Antonia Pozzi

La Antonia. Poemas, cartas y fotografías de Antonia Pozzi (Paolo Cognetti)

¿Qué dirían de nosotros un puñado de poemas, cartas y fotografías? Dependería de su contenido.

Paolo Cognetti pergeña la ¿biografía? de La Antonia con estos elementos. Una biografía que podría ser mínima, por la edad con la que La Antonia murió: 26 años. Sin embargo, la vida de La Antonia dio mucho de sí. Nació en 1912, en el seno de una familia acaudalada. Durante el fascismo, el padre de La Antonia es uno de los hombres fuertes del régimen y Antonia vive entre algodones. No le faltan los viajes, las visitas a la ópera, el personal a su servicio, todo aquello habitual en las familias que eran la flor y nata de la sociedad italiana en las primeras décadas del siglo XX. Pero Antonia aunque se beneficie de su situación, siente pronto manifestarse en ella la vena artística. Saca fotografías, escribe poemas, estudia filología y se doctorará con un estudio sobre Flaubert. Dedica su tiempo a leer y su mundo interior se ve enriquecido con los muchos viajes.

La montaña (o las montañas, a las que acudirá y escalará con frecuencia) será para ella también un referente y cerca de Milán encuentra el paraíso. No está lejos del Cervino, del Monte Rosa, de los dolomitas. Su patria será Pasturo, las montañas serán como un madre, una figura tutelar siempre a mano.

Antonia Pozzi

A pesar de tener todo lo material, Antonia sufrirá lo suyo. Se enamorará, sin haber cumplido los dieciocho, de su profesor de latín y griego: Antonio Maria Cervi. Nacerá a un amor trágico, difícilmente correspondido, furtivo, que acabará feneciendo. De ese amor trágico logrará Antonia recuperarse. Más tarde sufrirá otro desengaño, o un eslabón más en el aprendizaje amatorio, en la relación truncada con Remo. Finalmente, cuando Antonia apenas tiene veintipocos años parece que Dino puede ser el hombre de su vida, aunque las circunstancias no soplarán a favor, siendo Antonia hija del podestà milanés y Dino un antifascista, que lucha por acabar con la injusticia social.

Si hubo quien como Zweig no quiso seguir adelante con su vida a tenor de cómo pintaba el panorama y decidió bajarse del tren en 1942, Antonia, un año antes del estallido de la segunda guerra mundial, quizás viendo el maltrato dispensado a los judíos, muchos amigos suyos lo eran, o quizás porque veía su juventud marchita, y sobre la que se ejercía una cruel opresión, el 3 de diciembre de 1938, busca suicidarse mediante la ingesta de barbitúricos y escribe al mismo tiempo unas notas de despedida. Muere un día después, en casa, rodeada de los suyos.

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La labor de Cognetti en el libro es la de obrar como una voz en off, aquella que irá hilvanando los jirones de vida de Antonia, disponiendo ante el lector sus poemas, e interpretándolos, las bellas fotografías en blanco y negro, las cartas dirigidas a sus padres, amantes y amigos; cartas y poemas en los que Antonia logra sacar de sí sus pensamientos y sentimientos, vencer sus miedos, reforzar su autoestima literaria.

No sabremos nunca cómo era Antonia, pues no están todas las cartas, ni todos los poemas, ni todas las fotografías, pero con todo lo disponible Cognetti elabora un bello y tierno retrato de la desdichada Antonia, la cual, los años previos a su muerte, comienza su labor como profesora, y en su contacto diario con los niños recibe y da ternura, y se da de bruces con una realidad que hasta entonces le había sido negada y quien sabe también si todo eso no sería otra fuerza más que tiraría irremediablemente de ella hacia el abismo de la nada, hacia la anhelada paz que para algunos solo concede la muerte.

La Antonia. Poemas, cartas y fotografías de Antonia Pozzi escogidos y narrados por Paolo Cognetti
Traducción de Raquel Vicedo
Pepitas de Calabaza
2023
200 páginas

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Días bajo el cielo (José Ignacio Foronda)

A medida que iba leyendo el texto me venía en mente, ¡cómo no! Thoreau, por su relación con la naturaleza, y por títulos como Pasear, porque aquí el paseo es el corazón que irá bombeando su sangre por las páginas del libro. Pasear permite la soledad y la plenitud, quizás en el reconocimiento de cuanto le rodea.

Dice el autor que toma conciencia de que en sus escritos se aleja de la naturaleza y cae en la cultura, si hemos de darle la razón a Mumford. Si bien hay un punto de encuentro entre ambas: el paisaje. Ese paisaje es el que escruta el autor en estas páginas. Si la mirada va dirigida a los cielos, podemos establecer una taxonomía del aliento celestial, ya saben, las nubes; si va dirigida más a flor de tierra, no faltan el cereal, el olivo, los almendros, las viñas. Entre el cielo y la tierra, toda suerte de aves (me venían ecos de ese gran libro que es El desapercibido de Antonio Cabrera). Pero el objeto de estas palabras no es volcar aquí todo el contenido del libro que tiene con ver con las plantas, las flores, o las aves, ni extenderme tampoco en la terminología hortícola. No.

El libro de Foronda (casi doscientas páginas) es un paseo gozoso para el lector, que se convierte en un documentalista, siguiendo al autor por la vereda de sus paseos, navegando por el flujo de sus pensamientos, reflexiones y aforismos; autor que vuelve, como las estaciones, una y otra vez al pueblo de su mujer: El Villar; con sus mellizos, a los que quiere transmitir algo de ese legado inmaterial: los recuerdos para el futuro y también algún conocimiento práctico, por ejemplo, la fabricación de unos barcos con juncos.
Se afianza el sentimiento de pertenencia al lugar, que germinará muy lentamente. Procederá Foronda al estudio del paisanaje (no exento de ironía y ternura) y de la toponimia, e incluso estará dispuesto a elaborar una mínima guía con los tres lugares que le gustaría enseñar a cualquier visitante del municipio. Asimismo levantará acta del avance de la modernidad en el pueblo, en forma de carretera. Si bien al autor parece importarle menos el firme que el firmamento.

Y la escritura busca la permanencia, aunque sea fugaz, como el rastro de las aves en su volar, como la levedad de la huella de un gorrión en la nieve, como ese Walser muerto en la nieve, tan andariego, que no le deseaba a nadie ser como él; y aquí el autor también se confiesa:

Pero no encuentro la paz en esta soledad ni el silencio en mi propio vacío.

A pesar del silencio y la soledad, lo que deja la lectura es la cálida sensación de estar celebrando la vida, la existencia, la paternidad (impagables las réplicas y comentarios filiales), y lo que es más importante para el lector: la escritura, porque si grácil, armonioso o flexible, son epítetos referidos al vuelo de la golondrina por parte de Foronda, creo que se ciñen también a su escritura.

No hace falta apenas nada para celebrar la vida. Basta saber mirar lo que tenemos a nuestro alrededor: el cielo, las aves, la tierra, sus plantas y flores, y poner en ello nuestra atención, aplicar nuestros conocimientos, también algo de imaginación y unas gotas de poesía, y el cóctel está servido. El paisaje se convierte entonces en una ventana polícroma y sustantiva a través de la que mirar, y por la que ser visto.

Pidamos asilo en este aforismo, para concluir.

TRANQUILO: El futuro es solo un paso adelante en el camino.

Días bajo el cielo
José Ignacio Foronda
Pepitas de Calabaza
2011
197 paginas

Lecturas 2023

Esta es la relación de las lecturas que he llevado a cabo este año (faltan de añadir algunas otras que están en curso). Lecturas de novelas, ensayos, relatos, cómic, biografías, poesía y teatro. Alrededor de un centón de obras de más de treinta y cinco editoriales. Las notas a la lectura de las obras pueden leerse en el blog.

Abecedé (Juan Pablo Fuentes; Ediciones Letraheridas)

Vanas repeticiones del olvido (Eusebio Calonge; Pepitas de Calabaza)

Hojas rojas (Can Xue; Traducción Belén Cuadra; Aristas Martínez)

El refugio (Manuel Fernández Labrada; Eutelequia Editorial)

La estación del pantano (Yuri Herrera; Periférica)

Nací (Georges Perez; Traducción Diego Guerrero; Abada Editores)

Herencias del invierno. Cuentos de Navidad (Pablo Andrés Escapa; Páginas de Espuma)

Cándido o el optimismo (Voltaire; Traducción Mauro Armiño; Austral)

Viaje de invierno (Manuel Fernández Labrada; Bukok)

Quienes se marchan de Omelas (Ursula K. Leguin; Traducción Maite Fernández; Nórdica)

El modelador de la historia (J. Casri; Piel de Zapa)

Dama de Porto Pim (Antonio Tabucchi; Traducción Carmen Artal Rodríguez; Anagrama)

El hombre que perdió la cabeza (Robert Walser; Traducción Juan de Sola; Las afueras)

Cacería de niños (Taeko Kono; Traducción Hugo Salas; La Bestia Equilátera)

Space invaders (Nona Fernández, Editorial Minúscula)

El necrófilo (Gabrielle Wittkop; Traducción Lydia Vázquez Jiménez; Cabaret Voltaire)

Las mujeres de Héctor (Adelaida García Morales; Anagrama)

El caballo de Lord Byron (Vanesa Pérez-Sauquillo; Siruela)

La ética del paseante, y otras razones para la esperanza (Luis Alfonso Iglesias Huelga; Alfabeto)

Santander, 1936 (Álvaro Pombo; Anagrama)

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Oleada de calor

Ayer sufrimos en Logroño 43 grados. Salimos en el telediario alcanzando las máximas temperaturas en España. Bajando por la calle Portales me solacé con el aire acondicionado de la biblioteca de La Rioja, convertida en un oasis urbano, y consultando novedades mis manos aferraron Pleroma, ya saben, la totalidad de lo real. Y así pasé un buen rato disfrutando del extrañamiento que me produce leer a Ángel Zapata. Consumada la lectura, es un decir, porque ninguna lectura se consuma, me encaminé al Bretón a ver Secaderos, dirigida por Rocío Mesa. Y me resultó una película experimental, naturalista e imperfecta, como la vida misma.

Pleroma