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Zalacaín el aventurero (Pío Baroja)

Zalacaín el aventurero, en edición de Austral, es una de esas novelas que era lectura obligada en el colegio allá por los años ochenta. No lo leí entonces y he disfrutado ahora mucho con su lectura. Una novela muy vivaz con un personaje, el Martín Zalacaín del título, arrojado y vivaracho, al que no se le pone nada por delante.

De extracción baja, Martín logrará llegar a lo más alto, ganarse la vida, labrarse un porvenir, conquistar a su amada, una muchacha con posibles.

A falta de progenitores, un tal Tellegorri, a la sazón tío suyo, obrará como mentor espiritual de Zalacaín. Tellegorri es alguien con mala fama, pero con buen corazón.

El contexto es la guerra carlista, pero Zalacaín sabe moverse bien entre diversas aguas sin tomar partido por nadie, más empeñado en hacer fortuna con el comercio.

La sucesión de aventuras bélicas y amorosas, algunas muy disparatadas, el continuo movimiento del enérgico joven, las detalladas descripciones del paisaje y paisanaje por parte de Pío Baroja, y su brevedad, convierten la narración en una lectura muy absorbente, cuyo final, todo hay que decirlo, resulta un mazazo.

Presentación de Los días del devenir en Santos Ochoa

Los días del devenir

Los días del devenir

Enlace al blog de Santos Ochoa.

El libro está a la venta en las cuatro librerías de Santos Ochoa en Logroño y también en Alicante, Benidorm, Cartagena, Orihuela, Soria, Torrelodones (Madrid), Torrevieja y Tudela. En la librería Taiga, en Toledo y en la librería Sinópsis de La Palma de Gran Canaria.
También puede comprarse online en Casa del libro, Amazon, Agapea y Todostuslibros.

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El reino de este mundo (Alejo Carpentier)

El reino de este mundo publicada en 1949 es una breve y espléndida novela histórica de Alejo Carpentier, que consta de cinco capítulos, ambientada en Haití durante el reinado de Enrique I, Henri Christophe; cuando Haití había dejado de ser ya (en 1804) una colonia francesa para convertirse en la primera república negra, con el primer rey del nuevo continente; personaje regio llevado por los excesos.

Leo: Henry antaño cocinero. Que hoy fundía monedas con sus iniciales, sobre la orgullosa divisa de Dios, mi causa y mí espada […] Varios toros eran degollados, cada día, para amasar con su sangre una mezcla que haría la fortaleza invulnerable.

Henry muy dado a los fastos, encargó la construcción de la Ciudadela Laferrière, la fortaleza más grande de América, situada en el monte conocido como el Gorro del Obispo, que bien podría, llegado el caso, convertirse en una ciudad en sí misma. Henry pondrá fin a su vida, cuando le vea las orejas al lobo de la rebelión, suicidándose. La reina María Luisa y dos hijas, las princesas Athenais y Amatista, habida cuenta de la ley Sálica vigente, debieron huir rumbo a Italia.

Aparece en estas páginas la hermana de Napoleón, Paulina, catadora de varones. La vemos viva, carne voluptuosa nacida para el goce y despreocupada, en la isla de la Tortuga viviendo su particular ensueño tropical y también muerta, convertida en frío mármol, en la Venus de Cánova, regalo del marido de Paulina, Camillo Borghesese.

En el éter flotan los virus, los miasmas letales, así el vómito negro que ultimará a Leclerc, el marido de Paulina en 1802, con treinta años. También la peste amarilla que irá diezmando a la población local, a las tropas francesas.

El hilo conductor de la historia es el personaje Ti Noel, que irá dando cuenta de la topografía haitiana: Ciudad del Cabo, Llanura del Norte, el Bois Caimän, en Saint-Domingue (actual Haití)…, del paisanaje local, sus mitologías y revueltas, de los nuevos hábitos que pondrán en marcha los Mulatos Republicanos, ya descabezado Henry, como el trabajo obligatorio.

Un final que pone el broche a una escritura de muy alto nivel, gracias a un rico lenguaje que convierte la lectura en toda una experiencia sensorial y que explicita lo real maravilloso, cuando Ti Noel pueda abandonar su condición humana para adoptar (con escaso éxito) la condición animal, un ganso por ejemplo, siguiendo los pasos del mandinga Mackandal que llevó a cabo su venganza de los blancos envenenando las aguas y que muchos esperaban ver regresar del más allá, bajo apariencia animal, después de ser chamuscado en la hoguera por los franceses.

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Romerías

El otro día en el Muwi mientras tocaban los grupos, más que prestar atención al cantante de los mismos, ya fuese Xoel, Cristina, Álbaro o Rodrigo, me fijaba en el resto de los miembros de la banda, en su gestualidad, en si disfrutaban o no con todo aquello. El cantante lleva la voz cantante y aglutina todas las miradas, ¿pero qué pasa con el resto de miembros de la banda? Pienso en ello después de leer esto de Jesús del Río en su novela No estaré aquí mañana.

Mi padre tiene la cabeza inclinada sobre su guitarra y se limita a tocar con evidente desgana algunos acordes apenas audibles.

Vemos a menudo a los músicos ocultarse detrás de las gafas de sol, de las gorras y sombreros, de un gesto duro y distante como si se tratase de una máscara. Nos resultaron graciosos los movimientos espasmódicos de Juan Aguirre detrás de Amaral, desplazándose por el escenario. En su caso sin gorra ni sombrero, sino con gorro de playa azulyblanconáutico, a pesar de que no brillaba el sol y la lluvia se afanaba en querer amargarnos las fiesta. Pensé que si regresase a a casa con uno gorro así en la jeró, me ponían las maletas en la puerta para que fuese, en términos finistérricos, rumbo hacia la Última Thule.

Ilusiona ver a alguien tan vivaracha como Amaral encima del escenario, tan alegre, sin que le pesen las dos décadas de carrera, al contrario, como si esa experiencia fuese un carro alado que de ella tirara. Si la memoria no me falla creo haber visto tocar a Amaral cuando publicaron su primer disco, Amaral, en 1998, en la discoteca Área 7, hoy conocida como Concept.
Pero la palma se la llevó Rodrigo Cuevas. Un espectáculo el suyo rebosante de alegría, humor, desparpajo y picardía, aderezado con voluptuosas coreografías y unos parlamentos entre canción y canción de lo más excitantes, incluso hubo víctimas lipotimiadas. Un espectáculo el de Rodrigo que obliga a reformularse indefectiblemente la idea que uno tenía de las romerías.