viaje a grecia

Viaje a Grecia (Mario Praz)

A mi paso por la santanderina librería Gil, hace un par de semanas, habida cuenta de que se avecinaban meses sedentarios, opté por hacerme con dos libros de viajes. Uno fue Viaje a Grecia de Mario Praz (1896-1982), editado por Elba, con traducción José Ramón Monreal; autor del que nada había leído hasta el momento.

El título es claro y directo, las palabras de Mario también. No encarece el autor, como sucede en otros libros que he leído, ya sean de María Belmonte o Vicente Valero, la tierra que pisa, sino que juzga lo que ve sin muchas contemplaciones y ninguna complacencia. Y el texto me recuerda, en su espíritu, a Un invierno en Mallorca de George Sand y Un viaje a Italia, de Guido Ceronetti.

Mario no se corta un pelo y así, a pesar de confesar que los occidentales llevamos Grecia en el alma, no deja de soltar unas cuantas invectivas sobre el retraso del país, lo mal comunicado que está, y la pobreza palpable que ve en su trayecto por Candia, Cnosos, Festo, Atenas, Argólida, etc.

Un recorrido el suyo breve, donde el viajero va registrando pensamientos a vuelapluma. La manera tan viva de narrar de Mario es un disfrute. Recurre a comparar y establecer correspondencias; un juego que explicita su acervo cultural y gana al lector por esa parte. No se relaciona Mario apenas con nadie y los humanos parecen sobrarle, así que los inexistentes diálogos ceden ante las largas y voluptuosas descripciones, centradas en la flora, la geografía, las aves, los cielos, el color del agua y, por supuesto, en cuestiones artísticas.

El viaje lo hace Mario en tren (un tren chispita que recorre 90 kilómetros en seis horas), en barco (surcando mares embravecidos), a pata (experimentando el horror alpino) y en avión (de vuelta a Italia). De esta manera su texto se nutre desde distintas perspectivas. Así, cuando viaje en avión, sobrevuela Ítaca, la desembocadura del Aqueronte, los meandros del Cocito. Es imposible que en su viaje no comparezcan las palabras de Byron, los mitos griegos, la poesía de Píndaro y es hilarante leer cómo despacha su visita a Candia, a cuenta de Arthur Evans y de su labor de restauración y encarecimiento de la cultura Minoica. Una labor arqueológica y de restauración pródiga en imaginación, sin hacerle ascos para ello al acero o el cemento. Praz se pregunta si este mundo minoico que Evans crea en torno a sí no es una farsa. También se permite algún chiste, a costa de Helena, cuando recala en una taberna llamada La bella Helena y retomando la obra fáustica de Marlowe, se pregunte: ¿Éste fue el rostro que lanzó a la guerra a mil naves?

El viaje lo hizo Praz en 1931 y es evidente que Grecia ha cambiado, también sus gentes y, por ejemplo, el paludismo, que menudea en la narración, ya ha sido superado. De todos modos, si algún día consigo visitar Grecia, llevaré conmigo este libro. Sé que será una magnífica compañía.


Viaje a Italia
Mario Praz
Elba Editorial
Traducción de José Ramón Monreal
2024
112 páginas
Epílogo Marcello Staglieno

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La Casa Grande (Álvaro Cepeda Samudio)

No gozó, quizás por su temprana muerte, a los cuarenta y seis años, Álvaro Cepeda, del éxito de otros escritores contemporáneos suyos como Gabriel García Márquez, integrantes del Grupo de Barranquilla. Como Rulfo, Álvaro también parece haber pasado a la historia por un libro, este que me ocupa La casa grande, cuya estructura me recuerda a las obras de Faulkner; estructura que es un ir sumando piezas, distintas voces, ángulos varios para contar un hecho: la manera en la que el gobierno colombiano sofocó una huelga empleando la violencia y la muerte. La conocida como masacre de las bananeras, en 1928. A los huelguistas, para allanar el camino, se les tilda de violentos e insumisos, y de ir armados. Pero la novela, si bien en su comienzo nos aboca a la masacre, desde el punto de vista de los soldados que cumplen ordenes, si bien a uno de ellos no le cuadra lo que dicen de los huelguistas (cuyo propósito es hacer ver su disconformidad con el estado de injusticia y desigualdad en el que viven), luego se va ramificando la historia dando la voz a los inquilinos de la Casa grande, donde vive El Padre, el terrateniente local, figura también muy faulkneriana que encarna el poder, el terror, lo implacable, la cerrazón. A su vera su mujer y sus hijas e hijo, que también nos contarán su historia. Ahí brilla poesía, la herida, el desgarro de las madre que ve crecer a sus retoños. La violencia parece ser algo continuo e irremediable. Pero en los diálogos finales, por parte de los hijos hay voluntad de cambio, de romper con la aciaga inercia que los condena desde el nacimiento. No saben si les es posible la muda, pero el hecho de planteárselo ya es un logro, viniendo de donde viene, de un Padre que no admitía pregunta alguna, del Padre del ordeno y mando y golpeo y violento. Un padre al que le sacan los ojos, no por voluntad propia como Edipo, sino como resultado a sus acciones.
La Casa grande fue la segunda novela publicada por La Navaja Suiza. La primera lectura del año. Novela muy recomendable.

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Minimosca (Gustavo Faverón Patriau)

Finalizo la lectura de Minimosca unas pocas horas antes de clausurar el 2024. Sin duda para mí la mejor novela publicada este año, de las que he leído, que tampoco han sido tantas. Releí lo que escribí cuando leí Vivir abajo hace cuatro años y medio, para situarme, aunque no me ha aclarado mucho, más allá de ver que algunos personajes como George o Miroslav Valsorim comparecen de nuevo.

Si Vivir abajo se centraba mucho en las torturas, aquí es la muerte la que resulta una presencia ominosa y ubicua. El libro se ramifica en un sinfín de historias dentro de historias, dentro de historias, y hay que ir buscando la relación entre las mismas. Esto resulta complicado, más cuando leo la novela sin tomar apuntes; novela que debido a su tamaño (715 páginas), hace que cuando se retome el personaje del Arturo, en sus postrimerías, parezca que me hablen de alguien que conocí mucho tiempo atrás.

Leo que el mundo está lleno de trampas, y aquí las trampas, son los continuos giros de la trama. El mundo, la novela, parece un único escenario donde los personajes estuvieran continuamente entrando y saliendo del mismo, recorriendo la geografía americana de norte a sur, no a la velocidad de la luz, sino a la del paso humano, como hace Angus White. La manera en la que Gustavo articula sus historias genera una atmósfera enfermiza, donde confunde los planos de la realidad y la ficción, avivados por una fértil imaginación que se desparrama en múltiples direcciones. La novela es un continuo abrazo a la literatura, porque aquí Vallejo tiene un papel importante, como personaje y con sus obras, como los poemas que recita Minimosca en el ring para doblegar a sus rivales. O las obras de Thomas Browne y su Urne-Burriall. O la presencia de escritores como Stephen King, Melville o Nathaniel Hawthorne, entre otros muchos.

Sabemos que el siglo XX fue infausto con guerras mundiales o locales, millones de muertos y dictadores por doquier. ¿Cómo explicar toda esta barbarie y sinsentido? Gustavo se nutre de historias menores, de asesinos de andar por casa, de torturadores de la peor calaña, de violadores, de padres que ofrecen a sus hijas para ser violadas, de padres maltratadores, de niñas que tratan de hacer arte con un cámara en un campo de concentración, de artistas que llevan sus planteamientos hasta el ultimo paso que es el ahorcamiento, de artistas que dejan el horror en imágenes.

Creo que lo único válido ante un libro tan descomunal y apabullante como es Minimosca, cuyo título desdice el peso pesado que es, consiste en abandonarse a la lectura, en sumergirse de lleno en la narración y sus vaivenes, en el horror, en la literatura que impregna cada página. También el misterio. Es posible que uno se sienta también como el Amnésico de la novela, que haya cosas que no le suenen cuando las lea, y no logre atar todos los cabos. En todo caso, esto solo alentará las ganas de una futura relectura, porque me temo que como sucede con el Ulises, y con otros muchos libros considerados clásicos, la lectura de Minimosca es tan sorprendente como inagotable, aunque el lector acabe, doy fe, agotado. Pero muy satisfecho.

El cielo en la cabeza

El cielo en la cabeza (Antonio Altarriba, Sergio García, Lola Moral)

La historia que aquí se nos cuenta es la de Nivek, un joven congoleño que trabaja en una mina extractiva de coltán, bajo un régimen infernal, donde supone un milagro llegar al día siguiente, y donde muchos van quedándose en el camino.

Nivek sobrevive, planta cara a los hombres que los esclavizan y pasará a trabajar con ellos. Será un niño soldado, un Kadogo más, que tendrá que hacer lo que sus superiores le pidan. Jefes sedientos de sangre, violencia y dinero, que llegarán a acuerdos con los dictadores locales y gobiernos extranjeros como el Chino, para sacar fuera todas las riquezas minerales del país, ya sea coltán, tungsteno, litio, uranio o cobalto. Nivek es obligado a romper los lazos familiares. Debe matar a todos sus seres queridos, y si no es suficiente con esto, ha de comer los pechos crudos de su madre. Algo que le atormentará los años venideros.

El cielo en la cabeza

Como condición impuesta por Nivel para ser un Kadogo, sus jefes han de permitir que Joseph se una al grupo (y de paso a salvarle la vida). Trabajará como cocinero. En la barbarie diaria a la que Nivek se verá inmerso, barbarie que llegará a a disfrutar, su buen amigo Joseph le aportará la titilante luz de la amistad y humanidad. Nivek y Joseph logran escapar, hasta llegar al hospital en el que trabaja el Doctor Mukwege, donde trata de arreglar los maltrechos cuerpos fruto de las violaciones, tanto de mujeres como de hombres. Allí Nivek dará voz a sus historias, a su pasado violento, un pasado reciente pues todavía sigue siendo un niño. Junto a Joseph cruzarán la selva, conocerán otros lugares, tribus y tradiciones. Y poco antes de dejar la selva, a Joseph lo morderá una serpiente y morirá. Pero las aventuras se seguirán sucediendo.

El cielo en la cabeza

Al perder la compañía de Joseph, Nivek alcanza la sabana y conoce al Gran Delwa, el hechicero más poderoso al oeste de lago Chad. Al lado del Gran Delwa llevarán a cabo la misión de salvar la vida del Rey Zafoa III. Las muerte de Gran Delwa, descansando bajo la sombra de un gran árbol, apoyado en la corteza, obligará a Nivek a moverse. Su objetivo es llegar a España.

Al dejar la sabana llega el desierto. Nivek es un tipo listo que sabe sobrevivir y hacer frente a las altas temperaturas, durmiendo bajo la arena y respirando a través de unas finas cañas. En su periplo conoce a una expedición de migrantes. Una mujer se decide a ayudarlo, a compartir la escasa agua y comida y de esa manera resucitarlo, pues cuando lo encuentran, Nivek yace sobre la arena en un estado calamitoso.

La propia dinámica de las mafias locales hace que el viaje de Nivek se interrumpa y acabe en Libia. Sus dotes como guerrero y experimentado luchador, le permitirán ganar múltiples batallas a muerte contra otros rivales, y fugarse con el dinero suficiente como para pagar el pasaje y cruzar el Mediterráneo.

El cielo en la cabeza

La tragedia de nuevo se ceba con las personas a las que Nivek quiere, y de carambola se ven obligados a recalar en Valencia. Nivek salta de la embarcación antes de llegar a destino y puede ganarse un dinero vendiendo bolsos de imitación en la calle, hasta que la mala suerte se cruza otra vez en su camino y un encontronazo con un policía, a vida y muerte, lo pone a la sombra.

Vemos pues una historia cíclica, en donde da igual dónde se halle Nivek porque siempre sucede algo que lo echa todo a perder. La historia de Nivek es la suma de muchas otras historias de otros muchos migrantes que escapan de situaciones horribles en sus países de origen y que si logran cruzar el Mediterráneo, tampoco lo tienen nada fácil en los lugares de destino.

El guion de Antonio Altarriba explicita muy bien la aciaga vida de Nivek, pródiga en aventuras y desventuras, donde conoce gente buena y mala, personas que quieren matarlo y aprovecharse de él y otros dispuestos a ayudarle a cualquier precio. Una vida, la de Nivek, muy cundida, tanto en el tiempo como en el espacio. Los dibujos de Sergio García son poderosísimos, bellos, sobrecogedores, en algunos momentos. Los estilizados cuerpos, la expresión de los ojos, su mucha expresividad, despliegan todo su esplendor gracias al tamaño de libro y son el complemento perfecto a los textos. Y Lola Moral aporta el color preciso en cada situación y esto se ve bien a medida que Nivek deja las minas, pasa a la selva, la sabana, el desierto o el Mediterráneo.

El cielo en la cabeza
Antonio Altarriba, Sergio García, Lola Moral
Norma Editorial
2023
144 páginas