viejos y nuevos poemas

Viejos y nuevos poemas (Ricarda Huch)

Ápeiron edita con traducción de Roberto Vivero una colección de poemas de la historiadora, ensayista, novelista y poeta alemana Ricarda Huch (1864-1947) con el título de Viejos y nuevos poemas (1920).

Son poemas muy conectados con la naturaleza, con el correr de las estaciones (un poema va dedicado al Verano; otro al Solsticio), mediante detalladas descripciones de los paisajes (evidente en el poema En las montañas), en donde los seres humanos son como la arcilla en manos del creador, porque hay un fuerte espíritu religioso que impregna los poemas como en Escolta o en el poema más extenso, una moneda de dos caras, titulado El amor y la muerte. Pero no es la religión del martirio y el castigo, sino la de la esperanza y la llama eterna en un mundo reconciliado. No es de extrañar por tanto que uno de los poemas lleve por título Oración y otro Oración en las más extrema necesidad (dirigido a la gracia de Dios).

Se manifiesta también un canto a la juventud, a la lozanía, y cómo no al amor, no sabemos si correspondido. Y en esta variedad de temas e intereses que ocupan a Huch esta dedica su primer poema a los gatos, a El paraíso de los gatos, al que acuden los gatos muertos y por ella amados; o bien a Una palmera. Y si los héroes han de comparecer, Huch nos sitúa en el gineceo, cuando Aquiles ha de partir hacia la guerra. O explotando su quehacer como historiadora aflora la figura de Fastrada o encarece a Napoleón o ahíta de sangre reverbera esta en el Cuento indio.

Y Huch no puede dejar de pensar en las mujeres, las sufridas mujeres, ninguneadas por la historia, olvidadas, a quien nadie vivifica cuando pasan miserias, a quien, cuando el dolor las paraliza, ningún feliz las sostiene, o de quienes la vida gotea por sus manos ligeras, en un poema tripartito indispensable.

Viejos y nuevos poemas
Ricarda Huch
Ápeiron Ediciones
Traducción Roberto Vivero
Año de publicación: 2025
72 páginas

El destino de la palabra

El destino de la palabra (Adan Kovacsics)

El destino de la palabra de Adan Kovacsics (de quien había leído sus traducciones de los ensayos de Béla Hamvas, también publicados en Ediciones del Subsuelo) es un interesante y proteico ensayo que ofrece tres perspectivas. El título del libro, El destino de la palabra (que es también el título del primer capítulo), parece profético. Nos podemos preguntar hacia dónde va hoy la palabra. Podemos pensar que a ninguna parte, toda vez que esta pierde su contenido y su capacidad de sugerencia; una vez que ha sido expoliada y vaciada. Algo que me recuerda a lo que decía también Javier Marías, acerca de algunas palabras que hoy ya no significan nada, de tal manera que algunos discursos son puro aire, de huecos que son.

Para Adan, el destino de la palabra es desaparecer. Afirma que llegará un momento en que no se entenderá nada de Shakespeare, no se entenderá nada de Sofoclés. Que es en los tópicos donde empieza a configurarse el carácter de mercancía de los conceptos y de las palabras. Y avisa: El vaciamiento de la palabra se relaciona, tanto en la obra de Karl Kraus como en la de Ósip Mandelstam, con el advenimiento de los totalitarismos. Qué es la palabra, podemos preguntarnos. La palabra es encantamiento, es revelación, responde Adan. La palabra era revelación. Luego fue verdad. Después fue hipótesis. Y Adan maneja la lógica: Un relato no es información, lo cual quiere decir también que la información no es relato. La verdad no es un producto, la verdad no se fábrica, la verdad se escucha. Lo que no se tiene en cuenta es que se trata esencialmente del lenguaje del capitalismo, el de la saturación, el de la repetición hasta el hartazgo, el de la desaparición de la palabra. El lenguaje es expresión. El lenguaje, dice Kraus, actúa en el pensamiento como la imaginación en los fenómenos.

El segundo capítulo lleva por título El lenguaje de la información, y como se afirma antes, no es relato, más bien es un desierto, un erial. Lo vemos cuando cogemos cualquier periódico y leemos: Ha descendido un 65 por ciento la facturación del puerto. Tiempo de lectura: 2 minutos. El 66 por ciento de las personas está cansada. Quemar grasa con 1 minuto de ejercicio. Reduce un 7 por ciento el colesterol. Nos faltan dos profesores y medio. La calle más larga de España mide 19 kilómetros. Aumenta un 28 por ciento anual la gonorrea. El tercer planeta más rápido del planeta vivía en La Rioja…

Y cierra el libro el capítulo El Tiempo, donde Adan compila un buen número de reflexiones sobre el Tiempo, eso que nadie sabe lo que es pero cuyos efectos son devastadores. Y de la misma manera que la oración es la puerta, la ventana, o la gatera para hablar con Dios, también las palabras son el imposible cepo para atrapar el Tiempo, el papel el continente en blanco donde fijar los recuerdos, los de un padre y su infausta relación con su hijo Gyuri, tras la muerte de Margit, esposa y madre; toda música. El hijo que se le aparece al padre para preguntarle quién lo mato. El padre que reflexiona sobre el Tiempo y mezcla los recuerdos en un barrio de Budapest con su presencia en la selva, donde vive, siguiendo el vuelo de los tucanes y la crecida del río. Donde se manifiesta lo imposible de muchas relaciones, a pesar de ser filiales. El imperativo de ser otro, de convertirse en Saturno, llegado el caso.

El destino de la palabra
Adan Kovacsics
Ediciones del Subsuelo
2025
96 páginas

viaje a grecia

Viaje a Grecia (Mario Praz)

A mi paso por la santanderina librería Gil, hace un par de semanas, habida cuenta de que se avecinaban meses sedentarios, opté por hacerme con dos libros de viajes. Uno fue Viaje a Grecia de Mario Praz (1896-1982), editado por Elba, con traducción José Ramón Monreal; autor del que nada había leído hasta el momento.

El título es claro y directo, las palabras de Mario también. No encarece el autor, como sucede en otros libros que he leído, ya sean de María Belmonte o Vicente Valero, la tierra que pisa, sino que juzga lo que ve sin muchas contemplaciones y ninguna complacencia. Y el texto me recuerda, en su espíritu, a Un invierno en Mallorca de George Sand y Un viaje a Italia, de Guido Ceronetti.

Mario no se corta un pelo y así, a pesar de confesar que los occidentales llevamos Grecia en el alma, no deja de soltar unas cuantas invectivas sobre el retraso del país, lo mal comunicado que está, y la pobreza palpable que ve en su trayecto por Candia, Cnosos, Festo, Atenas, Argólida, etc.

Un recorrido el suyo breve, donde el viajero va registrando pensamientos a vuelapluma. La manera tan viva de narrar de Mario es un disfrute. Recurre a comparar y establecer correspondencias; un juego que explicita su acervo cultural y gana al lector por esa parte. No se relaciona Mario apenas con nadie y los humanos parecen sobrarle, así que los inexistentes diálogos ceden ante las largas y voluptuosas descripciones, centradas en la flora, la geografía, las aves, los cielos, el color del agua y, por supuesto, en cuestiones artísticas.

El viaje lo hace Mario en tren (un tren chispita que recorre 90 kilómetros en seis horas), en barco (surcando mares embravecidos), a pata (experimentando el horror alpino) y en avión (de vuelta a Italia). De esta manera su texto se nutre desde distintas perspectivas. Así, cuando viaje en avión, sobrevuela Ítaca, la desembocadura del Aqueronte, los meandros del Cocito. Es imposible que en su viaje no comparezcan las palabras de Byron, los mitos griegos, la poesía de Píndaro y es hilarante leer cómo despacha su visita a Candia, a cuenta de Arthur Evans y de su labor de restauración y encarecimiento de la cultura Minoica. Una labor arqueológica y de restauración pródiga en imaginación, sin hacerle ascos para ello al acero o el cemento. Praz se pregunta si este mundo minoico que Evans crea en torno a sí no es una farsa. También se permite algún chiste, a costa de Helena, cuando recala en una taberna llamada La bella Helena y retomando la obra fáustica de Marlowe, se pregunte: ¿Éste fue el rostro que lanzó a la guerra a mil naves?

El viaje lo hizo Praz en 1931 y es evidente que Grecia ha cambiado, también sus gentes y, por ejemplo, el paludismo, que menudea en la narración, ya ha sido superado. De todos modos, si algún día consigo visitar Grecia, llevaré conmigo este libro. Sé que será una magnífica compañía.


Viaje a Italia
Mario Praz
Elba Editorial
Traducción de José Ramón Monreal
2024
112 páginas
Epílogo Marcello Staglieno

La-casa-grande

La Casa Grande (Álvaro Cepeda Samudio)

No gozó, quizás por su temprana muerte, a los cuarenta y seis años, Álvaro Cepeda, del éxito de otros escritores contemporáneos suyos como Gabriel García Márquez, integrantes del Grupo de Barranquilla. Como Rulfo, Álvaro también parece haber pasado a la historia por un libro, este que me ocupa La casa grande, cuya estructura me recuerda a las obras de Faulkner; estructura que es un ir sumando piezas, distintas voces, ángulos varios para contar un hecho: la manera en la que el gobierno colombiano sofocó una huelga empleando la violencia y la muerte. La conocida como masacre de las bananeras, en 1928. A los huelguistas, para allanar el camino, se les tilda de violentos e insumisos, y de ir armados. Pero la novela, si bien en su comienzo nos aboca a la masacre, desde el punto de vista de los soldados que cumplen ordenes, si bien a uno de ellos no le cuadra lo que dicen de los huelguistas (cuyo propósito es hacer ver su disconformidad con el estado de injusticia y desigualdad en el que viven), luego se va ramificando la historia dando la voz a los inquilinos de la Casa grande, donde vive El Padre, el terrateniente local, figura también muy faulkneriana que encarna el poder, el terror, lo implacable, la cerrazón. A su vera su mujer y sus hijas e hijo, que también nos contarán su historia. Ahí brilla poesía, la herida, el desgarro de las madre que ve crecer a sus retoños. La violencia parece ser algo continuo e irremediable. Pero en los diálogos finales, por parte de los hijos hay voluntad de cambio, de romper con la aciaga inercia que los condena desde el nacimiento. No saben si les es posible la muda, pero el hecho de planteárselo ya es un logro, viniendo de donde viene, de un Padre que no admitía pregunta alguna, del Padre del ordeno y mando y golpeo y violento. Un padre al que le sacan los ojos, no por voluntad propia como Edipo, sino como resultado a sus acciones.
La Casa grande fue la segunda novela publicada por La Navaja Suiza. La primera lectura del año. Novela muy recomendable.