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Candaya

La editorial Candaya celebra su vigésimo aniversario en el mundo de la edición. Pero no fue hasta el veintiocho de febrero de 2013 cuando leí por primera vez un libro de su editorial, Click de Javier Moreno.

Luego leería a Larraz y a Chejfec. Y a medida que iba afinando mis gustos lectores, Candaya era una editorial que cada vez me interesaba más. Y volví a Larraz, descubrí a Mónica Ojeda y a Jándula.

Candaya me dio el regalo de conocer a Ednodio Quintero e incorporó a sus filas a escritores que ya admiraba como Luis Rodríguez.

Poco a poco Candaya ha ido acopiando esa literatura de los márgenes para conformar uno de los mejores catálogos disponibles, con la incorporación de escritores como Eduardo Ruiz Sosa, Gustavo Faverón o David Toscana.

Y como Candaya siempre va a más, las lecturas de Gabriela Ponce, Fernando Parra Nogueras, Blandina, Rivero, Morellón o Marta Aponte Alsina me demostraron el buen olfato de Olga y Paco.

Candaya

Hoy estuvo en Logroño Olga, desgraciadamente ya sin Paco, acompañada de Eduardo, de Ramos y de otros lectores para charlar acerca de la novela El libro de nuestras ausencias.

Ha sido una velada muy especial en la librería Cerezo. Fue un disfrute oír hablar a Eduardo y después charlar con Olga, para ponerme al día de las nuevas incorporaciones a Candaya como Néspolo o Florencia del Campo.

Les deseo otros 20 años y muchos más.

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Presto delirando (Manuel Fernández Labrada)

Después de dos libros de microrrelatos: Ciervos en África y Al brillar un relámpago escribimos, Manuel Fernández Labrada regresa a la novela, que ya había cultivado en obras como Viaje de invierno, El refugio y La mano de nieve; obras de las que ya he dado cuenta en estos pagos literarios.

En Presto delirando (Ápeiron Ediciones, 2024), el delirio implícito en el título de la novela, alimentará luego la chispeante narración, en un hábil manejo del autor, no solo de los planos temporales, yendo del espacio íntimo de Beethoven, hasta el momento presente, de la mano de un narrador, Fortunato, a la sazón becario estudiante de musicología, que víctima del amor fou, hará cualquier locura que le venga en mientes con tal de ganarse primero la atención y ulteriormente el amor de su amada música, la inmarcesible Elise Thunderbolt, bloguera y reconocida pianista austriaca.

Los punzantes textos que comparecían en Al brillar un relámpago escribimos, aquella inteligencia que ponía el acento sobre distintos asuntos, retorna aquí bajo otra apariencia. Así hay jocosos comentarios sobre el engranaje de las redes sociales y toda su parafernalia; acerca de la maquinaria universitaria y el séquito de sopados (licencia que tomo de Escuela de mandarines); sobre las mascotas, más en pugna que en pacífica convivencia con el modelo de familia tradicional fomentadora de la procreación; también un sentimiento de aprecio hacia los animales, en concreto los perros, seres fieles y nobles por naturaleza, que aquí, como una reformulación, que no refrito, de El coloquio de los perros, también tienen su propia voz y parlamento, por boca de una perra que irá pasando de mano en mano, como la falsa moneda.

Las andanzas y desventuras del infausto Fortunato, tanto como el vivaz y disparatado espíritu de la novela me traen en mientes otro libro igual de alocado y divertido: Cándido o el optimismo, de Voltaire. Personajes como ese Casanova de baratillo, el tal Mercurius, no hacen otra cosa que alimentar el delirio y trufar la narración de divertidas peripecias, que buscan reescribir la historia, poniendo la atención en una bagatela: Für Elise, de Beethoven.

Fortunato está empecinado en conectar a la Elise beethoveniana con la Thunderbolt, forzando mimbres imposibles en los archivos. A su vez, el pérfido Mercurius a la sombra del narrador buscará otra vuelta de tuerca para salir a la palestra y ofrecer una teoría, si cabe más inverosímil que la del narrador.

Este continuo delirio se ve avivado en la propia estructura de la novela, pródiga en saltos temporales y compositivos, pues tan pronto leemos unas páginas del diario de Fortunato -mezcla de sueño y vigilia-, como escenas teatrales, o bien noticias de un periódico vienes de antaño y hogaño (ya sea dando cuenta de los proezas de la Thunderbolt o bien de la mujer que tenía cautivo el corazón de Beethoven). De la misma manera, la narración ofrece un sinfín de ecos y resonancias no solo literarias, musicales, o mitológicas, con un lenguaje subyugante en donde el pasado y el presente, lo culto y lo vulgar, lo sesudo y lo inopinado maridan a la perfección, en el terreno fértil que es el humor y la parodia (qué beta o filón se podría extraer, como se evidencia, de El código Para Elisa), manejados aquí con gran desenvoltura.

Y como si el lector se situara frente a un Gabinete de las curiosidades, con igual sorpresa y delectación, verá cómo Manuel extrae de sus páginas, con suma delicadeza, toda clase de objetos narrativos; ora magia, ora autómatas, ora amores imposibles, ora espiritistas. Y sostenido por esa sorpresa y la debida atención en la lectura, se preguntará una y otra vez hasta su resolución, ¿quién es la amada inmortal de Beethoven, quién es la nada convencional alumna?

Quizás el apéndice logre arrojar algún claro (de luna). O no.

Manuel Fernández Labrada
Presto delirando
Ápeiron Ediciones
2024
134 páginas

Que-hace-que

Qué hace que las montañas sean tan bellas (Franz Schrader)

El texto del libro es una conferencia impartida por Franz Schrader en 1897, en el Club Alpin de París, que resume bien su pensamiento estético. Franz fue geógrafo, dibujante, divulgador, topógrafo, cartógrafo, pintor y volcó su vida en los Pirineos.

Su idea creo que es la de hacernos ver la montaña de otra manera, distinta a como la vieron en su día, por ejemplo, Montesquieu o Chateubriand. Al primero, el Tirol le pareció una comarca horrible, porque no se veía nada. En una visita por el valle de Aosta me impresionó mucho una cadena montañosa que abarcaba todo mi campo visual a lo largo, a lo ancho y a alto, como si la mirada no encontrase salida al macizo rocoso que la sometía.

Según Franz es cuestión de educar la mirada, apreciar los juegos de luces en combinación con la roca caliza, coger la perspectiva necesaria para poder apreciar la montaña en toda su belleza, se requiere mucho tiempo para formular el arte del paisaje. Y esto lo afirma en su faceta como pintor.

En la montaña, en ese limbo donde el cielo y la tierra se funden, se penetran, es donde Franz encuentra sentido a la belleza, donde todo deviene silencioso, natural, salvaje e indómito, como respuesta a unas vidas artificiales, anquilosadas y falsas. Y todo ello con la capacidad que tienen las montañas para entusiasmarnos y emocionarnos, de tocar la fibra de nuestro ser que nos devuelve humanos.

Una naturaleza, no obstante, que se ve doblegada con la construcción de las estaciones de esquí o los recientes funiculares. Incluso con la construcción de hoteles cerca de la cumbre. Y vemos hoy que el progreso apunta en seguir abundando en ello.

Descontado el extenso prólogo, la conferencia son apenas 60 páginas en edición de bolsillo, que me han resultado escasas, a tenor de lo que Franz tiene que contarnos y toda vez que ha captado prontamente mi atención.

Qué hace que las montañas sean tan bellas
Franz Schrader
Prólogo de Sara Boix Llavería
Traducción de Victòria Quingles Bennàssar
José J. de Olañeta Editor
2023
123 páginas