Las transiciones

Las transiciones (Vicente Valero)

Vicente Valero
Periférica
2016
116 páginas

Las transiciones bien puede ser una prolongación de su penúltima novela, Los extraños, en la que Valero revivía a algunos familiares, para él extraños, a través de los recuerdos que tenía de ellos o bien con los datos que los familiares vivos le podían facilitar.

Aquí, en lugar de los extraños podemos hablar de los propios (aunque se hace mención en la novela a un familiar ajedrecista o otro que murió en Francia exiliado, que ya aparecían ambos en Los extraños), ya que lo que leemos es parte de la vida de Valero en Ibiza, quien acude al funeral de su amigo Ignacio que muere a los treinta y pocos y ese viaje sin retorno que ha emprendido su amigo, le lleva al autor a regresar a sus años de mocedad, cuando Ignacio, Valero, Julio y Antonio, formaban un cuarteto inseparable, antes de que el paso de los años los desmembrara.

Los hechos se remontan a los meses previos a la agónica muerte de Franco, cuando el autor tenía 12 años y se alarga hasta la celebración de las elecciones, con el paso por la isla de quién resultaría presidente, Adolfo Suárez, con la (incipiente) Democracia y la Libertad, entendidas como conceptos aún sin atributos.

Valero que ya nos refiere en la novela que desde su época escolar salía muy bien parado en las redacciones escolares, rinde aquí homenaje a su amigo Ignacio y a una época, la adolescencia y cumple de paso la promesa que le hizo a Amelia, la hermana de Ignacio, de escribir algo sobre su hermano.

Lejos queda esta novela de Los extraños como si ficcionar lo que pudo pasar, como ocurría en Los extraños, tuviera mas luminosidad y profundidad que narrar lo vivido en primera persona, en esta narración breve y a ratos plomiza, donde para mí, es Alfonso quien cifra lo mejor de la novela, cuando aparece Alfonso uno piensa en el fulgor de Los extraños y esas páginas sí tienen vida propia.

Ulises

Ulises (James Joyce)

Leer el Ulises de Joyce es toda una Odisea.

Los lectores, nosotros, somos todos Odiseos, y nos da igual tener o no a una Penélope esperándonos, rumiando ésta su espera, tejiendo y destejiendo su bordado, porque es aquí Joycetricotador quien hace calceta -y lo borda- con todo aquel lector ulisionado que ose aventurarse en los pagosjoyceanos.

A bordo de esta novela pasaremos a ser victoriososargonautaspleonásticos, si llegamos a la última página, si concluimos nuestra singladura, si coronamos esta llamada cumbre o cima literaria, que para mí ha tenido más de disolución, de bajada a los infiernos dantescos, de surcar las profundidades abisales, de echarle un órdago a la apnea y tener no obstante que boquear a menudo (recurriendo a otros manuales como el de Gamarro, que nos aclaren el aluvión de cosas que no entendemos) para no caer en las fauces relucientes de los Cíclopes de la Frustración y de la Impotencia.

Veinte años le costó a Ulises regresar a su hogar. Siete años (1914-1921) le llevó a Joyce escribir esta novela, siete años a los traductores sacar adelante esta traducción. A nosotros, leer esta novela nos llevará menos tiempo, pero nuestro leer, nuestro viaje, es a su vez trabado, penoso, alucinógeno, incierto, donde las páginas se tornan mares procelosos, ignotos, donde los monstruos Escila y Caribdis son nuestra lucha contra el lenguaje que perpetra Joyce, donde cada capítulo es distinto; cada capítulo es una prueba de obstáculos sorprendente, con distintos estilos narrativos, máscaras, polifonía de voces; babelia logorreica. El último capítulo, el 18, da voz a la mujer de Bloom, a Molly, quien no se guarda en narrar entre otras muchas cosas toda clase de actos sexuales explícitos, que hoy a la sombra de Grey nos dejan inempalmables pero que hace un siglo resultaban muy transgresores y por tanto censurables.

Cortázar decía que si tendría que salvar un libro sería el Ulises, pues en alguna medida resume toda la literatura universal. Cortázar nos dice que Rayuela son dos libros, o muchos libros, con el Ulises de Joyce pasa otro tanto: 18 capítulos, 18 libros.

Leyendo no tenemos apenas donde asirnos, yendo a la deriva por un mar de letras; mezcla de delirio y de desquiciamiento, parte chanza, parte alumbramiento, parte alimento, parte hueso.

En esta aventura épica que creo que es acometer el Ulises, como en todo viaje rumbo a lo desconocido, nos veremos expuestos a un sinfín de sensaciones y así pasaremos del tedio al gozo, de la risotada a la frustración, de la frustración a la impotencia, del asombro al estonohaydiosqueloentienda, del !qué bárbaro! al este tío está como una chota erinina, del !quién me lió! al en qué hora no me dejé liar antes.

Uno puede despachar la novela con un qué coñazo/no me ha gustado y quedarse tan ancho. O bien podemos ir más allá, antes de dar nuestro parecer o perecer, si el Ulises nos ultima.

Leí en su día algo que dijo Arzak en este artículo y que me dio que pensar.

Una libertad y unos nuevos planteamientos que Arzak, la primera vez que se presentó en elBulli, no entendió. Pero que en vez de suscitar su desprecio, como ocurrió con otros en el ámbito nacional y también europeo, picaron su curiosidad: “Es cierto, no me gustó, pero porque había algo que se me escapaba, que no entendía. ¿Sabes lo que decidí entonces? Irme 15 días con él, a ver si lograba captarlo”.

Joyce, en esta excesiva, lúbrica, intrincada, libérrima, multilingüe, mordaz, correosa, desconcertante, laberíntica, irónica, hilarante, abigarrada y desmedida novela, innova, para muchos demasiado, y a menudo se va por los cerros de Úbeda, sí, y me aventuro a decir que duerme incluso a las ovejas irlandesas, las cuales se precipitan, ya dormidas y contándose a sí mismas, por los acantilados de Howth, para ya de (postrero) paso dejar de sufrir con la a ratos tediosa cansinachácharajoyceana.

Esta novela o bien nos repele y Los Cantos de Sirena y Los Hijos del Tedio nos conminan a dejar el libro en el mismo lugar del que lo cogimos a las primeras de cambio o bien aguijonea nuestra curiosidad y nos dejamos entonces sorprender con las propiedades elásticas del lenguaje (un lenguaje que con la traducción se ve menoscabado, y donde muchos juegos de palabras, pierden su sentido en castellano), nos dejamos llevar, vapulear, venciendo nuestras reticencias, superando toda clase de pruebas, rebasando límites que no creíamos a nuestro alcance, dándonos un baño de libertad, leyendo con otros ojos.

Tratar de lograr captar el Ulises o no. Esa esa la cuestión. No ya el lograrlo, sino el tratarlo.

Después de este palizón, con ambos ojos enramados, me pienso tomar unas merecidas vacaciones y no pienso volver a leer nada más al menos hasta mañana.

Respecto al lenguaje de Joyce, George Steiner en su ensayo Lenguaje y silencio afirmaba lo siguiente.

“No cabe duda de que el contraataque más exuberante lanzado por escritor alguno contra la reducción del lenguaje es el de James Joyce. Después de Shakespeare y de Burton, la literatura no había conocido semejante goloso de las palabras. Como si se hubiera dado cuenta de que la ciencia había arrebatado al lenguaje muchas de sus antiguas posesiones, de sus colonias periféricas, Joyce quiso anexionarle una nuevo reino subterráneo. El Ulises pesca en su red luminosa la confusión viva de la vida inconsciente; Finnegan´s Wake destruye los bastiones del sueño, Joyce, como nadie había después de Milton, devuelve al oído inglés la vasta magnificiencia de su ancestro. Comanda grandes batallones de palabras, recluta nuevas palabras hace tiempo olvidadas u oxidadas, llama a filas otras palabras nuevas convocadas por las necesidades de la imaginación”.

Dejo un enlace de un artículo de Eduardo Lago sobre Joyce y sobre esta novela que hay que leer.

Rayuela

Rayuela (Julio Cortázar)

A estas alturas creo que todo lo que uno pueda decir, incluso pensar, sobre Rayuela ya lo han dicho o pensado otros. Dicho lo anterior, decir que la novela me ha gustado, mucho.

Nada había leído de Cortázar hasta la fecha y esta novela es un artefacto narrativo deslumbrante y subyugante por muchos motivos.

Lo he leído siguiendo el tablero de dirección, leyendo todos los capítulos, con la edición de Cátedra, donde el prólogo de casi 100 páginas resulta muy interesante y provechoso, y donde las abundantes notas al pie de página que hay luego en el texto, proporcionan datos de sobra sobre la infinidad de músicos, cantantes, pintores, escritores, etc, que aparecen en la novela. Aunque pienso que como sucede con los chistes, que pierden la gracia si te los explican, con los juegos de referencias y de palabras, o los coge uno al vuelo o luego, a toro pasado, tienen escaso mordiente.

Me ha gustado mucho el personaje de la Maga, su sencillez, su honestidad, su ansia de saber, de conocer, su forma de entender y vivir la vida. Contrasta su personaje con el de Horacio, su amante en París, el presunto intelectual que junto a sus amigotes hace de menos a Maga, ridiculizándola, poniendo en evidencia su falta de “cultura”. Una relación amorosa con niño de por medio, el inolvidable Rocamadour, donde Cortázar narrará la muerte del niño de una manera inolvidable, donde se cifra la habilidad de Cortázar para abundar en lo trágico sin hacer concesiones a lo sentimentaloide. Una relación la de la Maga y Horacio a su vez inolvidable, en ese arañar y desentrañar el alma humana y las contradicciones que nos constituyen, la pugna que mantenemos con el Doppelgänger, ese otro que nos posee y nos reemplaza, porque si Rayuela es muchos libros, los humanos también somos muchos humanos, mucho más que la (a menudo única) máscara con la que nos presentamos a diario, porque como dice Horacio “yo en realidad no tengo nada que ver conmigo mismo”. La vida entendida como búsqueda, como desencuentro, como incertidumbre, Horacio siempre buscando el centro, ¿el centro de qué?.

Me gustan las reflexiones de Morelli, que habla por boca de Cortázar para reflexionar sobre el acto de escribir, sobre el papel de la literatura, sobre la posibilidad de acabar con la novela desde dentro.

Rayuela es un artefacto narrativo, que rompe las reglas de la novela al uso, la narración lineal, ese FIN que tanto consuela. Rayuela es un paréntesis, un jirón, un desgarro, un juego, un cosmos jibarizado y durante algo más de una semana, mi pasatiempo favorito.

…le revienta la novela rollo chino. El libro que se lee del principio al final como un niño bueno. Ya te habrás fijado que cada vez le preocupa menos la ligazón de las partes, aquello de que una palabra trae la otra…
plaza-rayuela
Rayuela es el universo en una dimensión, el encuentro entre el cielo y la tierra, y nosotros arrieritos, que moviendo el tejo, moviendo la piedra, nuestra cruz, tratamos de dar el salto definitivo al más allá, al cielo, o al limbo, o quizás a la nada de la que vinimos.

Las páginas están llenas de música, de canciones de jazz, que suenan en vivo, o que nos asaltan desde un vinilo. Una música, un swing, que Cortázar también dice buscar en sus relatos, y que también está contenido en las páginas de esta novela, que puede resultar a ratos más o menos inteligible pero siempre fluida.

Una novela que se da el lujo de meter de rondón las palabras de Ceferino, y su nuevo orden mundial, una ida de olla literaria memorable, donde Cortázar dotado por el don de la oportunidad y la ocasión, como su Horacio, coge cosas que encuentra por ahí y las recicla, las embute en el texto, que este devora.

Más que abundar en la reseña (donde podía estar hasta mañana a estas horas, transcribiendo los múltiples párrafos que he subrayado), sirvan estas letras para animaros a leer Rayuela, a perderle el miedo a la novela, a disfrutar de Cortázar, de su inteligencia, de su humor, de su imaginación, de su sensibilidad, de la pulpa de su prosa; ese espejo donde reconocernos, espejo roto, sí, pero espejo.

Una prosa imantada capaz de aglutinar limaduras de realidad, capaz de enhebrar el universo.

Pienso en el escritor como aquel socorrista que practicando el boca a boca, salva una vida. Cortázar hace algo parecido, coge un texto, un alud de palabras, y las vivifica, y entonces el lector tiene la sensación de estar leyendo con la misma ilusión de la vez primera.

En el libro Fin de Poema, de Juan Tallón, tenemos a Pizarnik encargada de pasar a máquina Rayuela de Cortázar, ensimismada de tal manera con la lectura de la novela, al punto de hacer dejación de sus funciones de mecanógrafa y finalmente desapareciendo (temporalmente) el manuscrito en su casa, para desesperación del escritor.

Dijo Cortázar: “Bueno, hay un libro, esto es prosa, que yo salvaría, y es el Ulises. Yo pienso que el Ulises en alguna medida resume toda la literatura universal”.

Próxima parada: Dublín.

Pedro Páramo

Pedro Páramo (Juan Rulfo)

Con Pedro Páramo, Juan Rulfo demuestra lo que se puede hacer en muy pocas páginas cuando se tiene talento, imaginación y una historia (que son muchas) que contar. Son menos de 90 páginas las que tiene la novela, las cuales una vez leídas, me dejan la sensación de haber realizado un viaje largo e intenso.

El protagonista es Juan Preciado, quien va a Comala, siguiendo los deseos de su madre recién fallecida, que le impele a que vaya a rendir cuentas a su padre, al que no conoce, un tal Pedro Páramo.

Una vez allá, Juan verá todo cuanto le rodea a través de los ojos y de las descripciones que le hizo su madre y que Juan ha interiorizado de tal manera, que hace suyas.

En su búsqueda, se topa con personajes de todo tipo: el padre Rentería, un cura que se debate entre su idealismo y la lealtad a sus principios y el servilismo al cacique local, no comulgando ni con unos ni con otros, abrazándose finalmente a un movimiento revolucionario, una pareja de hermanos incestuosos que tratan de tapar su pecado, al menos ella, buscando alguien en quien expiar su culpa. Miguel, el hijo de Pedro Páramo, tan tarambana como su padre, despiadado y mujeriego, que encuentra la muerte bajo los cascos de un caballo. Y no faltan las mujeres, las víctimas de la historia, en manos de hombres que las seducen y abandonan, que las violan, y que abusan de ellas de múltiples maneras, ya sean ellos, padres, hermanos, caciques, etc.

Pedro Páramo es un buen ejemplo del caciquismo rampante, acomodando este sus malévolas acciones a sus fines y empleando para ello la violencia de todo tipo, e incluso casamientos forzados cuando se trate de preservar su patrimonio.

Y más allá de la crítica social, que es precisa y contundente, la novela exuda una atmósfera enfermiza, plagada de voces de ultratumba, que pueblan la novela y que nos exigen un esfuerzo a fin de asociar esas voces a los distintos personajes o fantasmas e ir juntando también los terrones de información que Rulfo hábilmente nos va suministrando, a lo largo de su relato; un relato vibrante, subyugante y cuajado de humor e ironía, que debe leerse con detenimiento, a fin de apreciar todo lo que contiene, que es un mundo en miniatura, porque el error sería leer esta novela a toda velocidad como si fuera un relato más del montón que se puede despachar en un par de horas.

Así lo hice yo hace dos décadas y leído ahora de nuevo, con detenimiento, paladeándolo, he disfrutado de esta lectura, de esta maestría que muestra Rulfo en la condensación narrativa, como pocas veces he experimentado con un texto tan breve como intenso.