Una-singularidad-desnuda

Una singularidad desnuda (Sergio de la Pava)

Sergio de la Pava
Pálido Fuego
2014
716 páginas
Traducción: José Luis Amores

Sergio de la Pava (New Jersey, 1971) debutó con esta ambiciosa novela de más de 700 páginas. El problema sería que toda esta ambición no diera fruto, que lo leído no fuera más que palabrería, cháchara inane, un mero flujo narrativo donde ir trenzando varias historias, llenando cuartillas, ad infinitum, sin que todo aquello no dejara poso alguno. No es el caso.

A lo largo de la lectura me venían ecos de DFW y de su Broma infinita, o de Gaddis cuando la logorreica narración se vuelve polifónica, y como sucedía en JR uno no sabe muy bien quién dice cada cosa. A pesar de lo anterior De la Pava supera todo esto y al final marca su propio estilo, que da como resultado una novela singular, extraña, hilarante, crítica, alucinada, de verbosidad infatigable, y en sus postrimerías, fantástica.

El protagonista casi absoluto de la novela es Casi, de 24 años, abogado público, quien en la primera parte de la novela nos presenta con todo lujo de detalles su día a día en los juzgados de Manhattan, lidiando con causas irrisorias pero que les suponen a los implicados, en la mayoría de los casos, tener que aceptar su culpabilidad a fin de no tener que ir a juicio y pasar unos meses o años en la trena, mostrando a las claras todos los defectos del sistema judicial americano, donde las minorías étnicas y las personas sin recursos son un blanco fácil para la voraz injusticia.

Posteriormente la narración gira de forma sorprendente, porque Casi, sin que llegue a entender muy bien sus motivaciones (no me creo que un abogado de éxito, un lumbreras que nunca ha perdido un juicio, con un buen sueldo, una carrera brillante, se lo juegue todo a una carta tan incierta y pueril), junto a su amigo Dane, deciden hurtar unos cuantos millones de dólares a unos traficantes, al disponer como consecuencia de su trabajo, de información de primera mano. La historia deviene entones rocambolesca porque si Dane, es el as de la perfección, la puesta en escena del robo es una cagada en toda regla, y si uno cree que asistirá al atraco perfecto, aquella ristra de imperfecciones y desatinos, de puro inverosímil y torticero resulta creíble y apasionante. Imaginen por un momento a dos fulanos saltando edificios con espadas (capaces de reducir a cualquier bellaco a carpaccio de lorza de primera calidad) en lugar de armas y perseguidos por algo descomunal al que denominan El Ballena, y que ante su presencia no vuelve a ver uno la luz del sol, porque todo se eclipsa a su paso. O algo parecido.

Una vez perpetrado el robo, la pregunta que procede es ¿los pillarán? Brilla entonces el suspense, a la par que el elemento dramático porque Casi se deja la piel para que no frían en la silla a Jalen, un chico discapacitado a quien defiende, y al final, tras una relación epistolar y tras finalmente verse las caras en el corredor de la muerte, cuando parece que todo va arreglarse, !zas!, la tragedia se consuma.

A las venturas y desventuras de Casi hay que sumar la extensísima biografía del boxeador puertorriqueño Wilfred Benítez, a quien Casi recurre mentalmente una y otra vez, ilustrándonos sobre la obra y milagros del púgil (y otros tantos de las décadas de los 70 y 80), varias veces campeón del mundo, quien acabó sonado y atendido hasta el final de su días por la mujer que lo trajo al mundo. La pregunta que me hago es ¿qué pinta Wilfred en esta historia?.

Casi encuentra (o cree ir a su encuentro) su personal redención a todo el mal que ha hecho en la singularidad desnuda que da título a la novela, y que sin que esto se mude en una clase de física, viene a decirnos que el universo está colapsando en una singularidad y de hecho, el final de la novela, podría ser el comienzo de cualquier novela post-apocalíptica.

Antonio Tabucchi

Sostiene Pereira (Antonio Tabucchi)

Antonio Tabucchi
Editorial Anagrama
192 páginas
2006

Tórrido agosto de 1938 en Lisboa. El dictador Salazar en el poder. En España, la República tiene todas las de perder, al contar Franco con el apoyo de los fascistas alemanes e italianos, y también con el de unos cuantos patriotas portugueses, que cruzan la Raya para luchar al lado de los nacionales.

En este marco vive Pereira, periodista afianzado en sus rutinas: sus omelettes a las finas hierbas, sus visitas al café Orquídea, las múltiples limonadas colmadas de azúcar que trasiega cada día y anclado a su vez en su pasado amniótico, aferrado a sus recuerdos de juventud -los baños en las playas de Oporto, la distracción en los billares, un porvenir esperanzador- a un pasado que revive cada día, cada vez que le habla al retrato de su mujer, siempre enferma en vida, que ya murió. Una mujer con la cual no pudo tener hijos; una espina clavada.

Pereira, mórbido y sudoroso, siempre al borde del jadeo, aquejado además por una cardiopatía es el encargado de la sección cultural del periódico Lisboa. Responsable y al mismo tiempo el único empleado de esa sección, hasta que un buen día conoce a un joven universitario que acaba de publicar una tesis sobre la muerte, un tal Rossi, a quien contrata para escribir necrológicas en su periódico.

Hablan de la guerra civil española y Rossi expone: ¿sabe qué gritan los nacionalistas españoles?, gritan Viva la muerte y yo no sé escribir sobre la muerte, a mí me gusta la vida.

Rossi es un rebelde, un inconformista, un insurgente que desafía la dictadura y que busca en Portugal, por la zona del Alentejo, a portugueses dispuestos a luchar por la República. Todo lo que escribe Rossi en sus necrológicas es verdad, por tanto impublicable, dado que hay censura previa y una red de afinidades entre Portugal y Alemania que impide publicar nada a favor de los franceses, y en contra de los alemanes, lo que supone para Pereira que su sección de cultura, no sirva para nada, dado que la cultura se torna esbirra del poder, y el periódico sirve para cualquier cosa menos para informar acerca de lo que sucede en el país, así que Pereira se entera de lo que pasa en el mundo gracias a un camarero que escucha a escondidas una emisora extranjera, que les mantiene informados por ejemplo del discurrir de la aneja guerra española.

Pereira sueña con la publicación de libros beneficiosos, serios, éticos para la conciencia de los lectores, pero la realidad es que el director de su periódico solo quiere textos insuflados de ardor patriótico, que alardeen de las bondades de la raza.

Pereira sin perder la compostura, se toma todo esto de la raza a chufla, como le hace ver a su jefe.

Nosotros originariamente éramos lusitanos, luego vinieron los romanos y los celtas, después estuvieron los árabes, ¿qué raza podemos conmemorar los portugueses?

La patria para Pereira es la literatura, sus lecturas de Pessoa, Thomas Mann, Maupasant, Daudet y tantos otros.

Cuando Pereira conoce a Rossi, ese hecho, ese evento trastoca a Pereira, lo deslocaliza, lo pone frente al abismo, descubre su otro yo, como le hace ver el doctor Cardoso, y por eso se ve ayudando a Rossi, sabiendo que se la está jugando, pero algo le empuja, quizás sea la soledad, el asco que le produce la realidad, el ver en Rossi a un hijo, ver en Rossi a un Pereira treinta años más joven, y a su manera, Pereira lleva a cabo su propia revolución, una revolución silenciosa, doméstica, personal y es esta quizás su manera de arrepentirse, de vencer su cobardía, de dejar el pasado y lidiar con el presente, un presente en el que a Pereira le gustaría decir lo que piensa y no encontrarse bajo el yugo de un pensamiento único, hegemónico, totalizador.

Toda la narración está impregnada de una fina ironía que resta dramatismo a la historia, sobre la que flota una sombra de suspense y de misterio, que se materializa en su trágico final.
Pereira es un personaje que creo pasará a la posteridad, un personaje cuya curiosidad (promovida por sus dudas, por su ansia de saber) le lleva a formularse muchas preguntas, la mayoría sin respuesta, un humanista delicado, a quien solo le quedaban dos alternativas: el suicidio o el exilio.

Una novela de Antonio Tabucchi magnífica.

Miguel de Unamuno

San Manuel Bueno, mártir (Miguel de Unamuno)

Miguel de Unamuno (1864-1936) plantea en esta obra mínima, en cuanto a extensión, lo trágico implícito en el hecho de que una cura pierda la fe. Un descreimiento que nos será referido por una vecina de la localidad de Valverde de Lucerna, quien acopia datos sobre la vida y obra de Don Manuel, quien una vez difunto, va camino de ser beatificado, para reconvertirse ya para la posteridad en San Manuel Bueno, mártir.

Don Manuel participa, primero a la narradora, a Ángela, sus dudas. Luego lo hará con el hermano de esta, con Lázaro, que regresará del Nuevo Mundo, recelando del ámbito rural y de la religión católica, pero que tardará poco en dejarse seducir por la humanidad exultante de Don Manuel.

A ellos dos, Manuel les hace ver que ya no cree lo que dice en sus homilías. La única vida eterna en la que cree Don Manuel es la que tiene lugar sobre la faz de la tierra. Esa lucha interior que mantiene el párroco lo mina, lo socava, y es en la figura de Lázaro en quien consigue dar rienda suelta a sus pensamientos, a sus miedos, y en quien encuentra el perdón que necesita para poder seguir haciendo lo que hace, toda vez que entiende que para los pobres de espíritu, para los lugareños, hacerles ver otra realidad, hacerles partícipes de sus miedos, de su inseguridad, de su falta de fe, de su Verdad, lejos de ayudarles a elegir su camino, los sumiría en la zozobra, en la indecisión, ante lo cual Don Manuel decide mantener su secreto y seguir dando misa por compromiso con su pueblo, para seguir así viendo felices a sus vecinos que van a sus misas y reciben sus palabras con la misma fruición con la que acogen el cuerpo de Cristo durante la comunión.

Me ha resultado una muy interesante novela sobre el papel de la religión, en cuanto esta tiene de reconfortante para muchos, en su empeño en aliviar al ser humano del miedo a la muerte, ofreciéndoles la recompensa de una vida eterna, si bien la pregunta que subyace es en qué creer cuando uno deja de creer. O bien, si es ineludible tener que creer en algo o simplemente basta con vivir, sin el respaldo de la fe, sin el camino, surco, trinchera, de la religión, cuando como se dice en la novela, lo primordial son los hechos, y estos se valen por sí mismos, pues sabemos que las palabras (las homilías también) se las llevas el viento.

Esta novela de Unamuno y la figura de Don Manuel estaba presente en otra que leí de Mario Crespo, La 4ª, donde parte de la historia se desarrollaba en el Lago de Sanabria, que visitó Unamuno en 1930, y donde supo de la leyenda de Valverde de Lucerna, pueblo anegado por la (escasa) Gracia Divina, al no asistir apenas nadie a Jesús cuando éste estuvo por esos lares.

Emmanuel Bove
Editorial Pasos Perdidos

El presentimiento (Emmanuel Bove)

Emmanuel Bove
2016
160 páginas
Editorial Pasos Perdidos
Traducción: Mercedes Noriega Bosch

Charles Benesteau el protagonista de esta estupenda novela de Emmanuel Bove (París, 1898-1945) deja su trabajo como abogado, abandona su casa burguesa, a su familia, a su mujer y a su hijo, a sus amigos e incluso sus poemas de juventud y se va a vivir a un barrio parisino popular.

Charles busca poner tierra de por medio, y esta actitud suya tachada de excéntrica no complace ni a su mujer, que a los pocos meses le pide el divorcio, ni a sus hermanos, que piensan que está como una chota.

Charles quiere ser una hormiga en su nuevo barrio, pasar desapercibido, no llamar la atención, lidiar su soledad sin sobresaltos, afianzar su día a día en rutinas y en un horizonte de previsibilidad y calma chicha. No lo logra. Su forma de ser, su bondad, sus ganas de ayudar le llevan al comprobar cómo sus esfuerzos son en balde, para ya escarmentado afirmar que «Nada hay más engañoso que las buenas intenciones, porque crean la ilusión de ser el buen mismo».

Charles toma conciencia de lo duro que es para muchos llegar a fin de mes, lo duro que es vivir en condiciones infrahumanas en cuchitriles mal ventilados, sin luz, espacios mínimos que conllevan el hacinamiento familiar de los inquilinos.

Charles consciente de que ha tenido una vida regalada, que ha sufrido, sí, pero de otra manera a como les sucede a quienes su estado natural es la pobreza, pues la desgracia y el dolor en su caso eran rápidamente orillados, trata de ayudar y recibe como pago la divisa de la mezquindad, de la maledicencia y mucha maldad, pasando a ser víctima de cuchicheos y calumnias de todo tipo, que cifran lo peor de nuestra naturaleza humana.

El final es consecuente con todo lo anterior y mi duda es si realmente Charles, como afirma uno de sus amigos, tenía el presentimiento de lo que iba a ocurrir y su apartamiento, su desmedida bondad, no fuera más que la manifestación de esa necesidad de salvarse haciendo el Bien.