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El juego lúgubre (Paco Roca)

Publicada en 2001 por La Cúpula, posteriormente, en 2007 por Dolmen y finalmente en 2012, y a color por Astiberri. Paco Roca leyó el libro El juego lúgubre de Jonás Arquero y del mismo le llamará mucho la atención las páginas dedicadas a relatar las experiencias que Jonás vivió al lado de Salvador Deseo, para el que trabajó como secretario.

El juego lúgubre

En 1936, los meses previos al estallido de la guerra civil, Deseo dejará Madrid y se mudará al pueblo de pescadores costero de Cadaqués y se instalará en Port Lligat. El artista, con su aura de malditismo, rehuirá el contacto con el paisanaje local, lo cual alimentará la leyenda del pintor surrealista, llevando a cabo prácticas sexuales orgiásticas, reprobadas por sus vecinos. Recibirá a gente extraña, celebrará fiestas, mostrará su querencia por la sangre fresca como por comer carne putrefacta.

El juego lúgubre

En el contacto de Jonás con Deseo, el ambiente misterioso de la casa me recuerda a la novela Aura. Paco imprime en su relato (con predominio de los dibujos sobre el texto) un muy logrado ambiente viscoso y pesadillesco. La ingesta de brebajes alterará asimismo la realidad de Jonás, avivando la confusión y el delirio de este. Jonás luchará contra sus miedos, sentirá la necesidad de marchar y también de quedarse, pues Salvador ejerce una especial fascinación sobre quienes tiene cerca, pues Salvador es como su arte: libérrimo y transgresor; al margen de cualquier atisbo de moral.

El juego lúgubre
Paco Roca
Astiberri Ediciones
2012
80 páginas

Paco Roca en Devaneos| El abismo del olvido

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Fellini en Roma (Tyto Alba)

Entre el sueño y la vigilia Fellini sale a caminar de noche por las calles de Roma, la ciudad eterna, también un incomparable escenario, una obra de arte. Ver Roma era un espectáculo. Camina Fellini hacia la plaza de España y recuerda. Caminar por la ciudad le servía para desentrañar sus misterios y conocerla a fondo. Roma es para Fellini la Gran Madre, la que le ofrece una sensación de paz y tranquilidad, en la placenta urbana.

Vemos a Fellini principiándose en el mundo del arte, decorando escaparates. Más tarde como caricaturista. En aquel entonces el cine no le preocupaba ni ocupaba. Su objetivo era entrar en la plantilla de la revista caricaturesca Marc´Aurelio. Y a fe que lo conseguirá, codeándose con los que habían sido sus ídolos.

Fellini en Roma

Conocerá en la calle a Giulietta que trabaja en una compañía de trabajo cómico. Tras la boda y estando Giulietta embarazada a Fellini lo intercepta un camión de alemanes y se lo quieren llevar. Logra escapar y al llegar a casa, a causa del susto, Giulietta pierde al niño. Después tienen otro niño que fallece a los pocos días.

Haciendo caricaturas Fellini conoce a Rossellini y así entra el amor al cine en su vida. Rossellini un buen día se fuga, sin avisar a Anna Magnani. Hecho que Giulietta reprueba. Giulietta no es la mujer monumental, como la Diosa Ekberg, que tanto gusta a Fellini. Giulietta estaba a medio camino entre Santa Rita y Mickey Mouse. Fellini le pone los cuernos y trata de hacer con ello una película. Giulietta logra hacerle cambiar de parecer.

Tyto Alba

Tyto Alba

En los sueños comparecen Dalí, evoca sus paseos por la Villa Médici, una desafortunada visita de Ingmar Bergman, Dick Tracy (¡Cien veces más hermoso que la mejor película americana de Gánsteres), las historietas del Corriere dei Piccoli, la llegada del circo, el mito de los opuestos: el clown blanco y El augusto, los paseos con Passolini, su encuentro con el Papa Juan XXIII. Un texto que culmina con la primera palabra que decimos al llegar e irnos: ¡Mamma!

Las acuarelas de Tyto Alba, muestran una ciudad deslumbrante y luminosa, que invita a ser recorrida. Las anécdotas que refiere Fellini permite acercarnos a su universo, más humano que fílmico, en una sucinta biografía preñada de humanidad y sensibilidad, en la que los dibujos y el guion de Tyto alcanzan un perfecto equilibrio.

Muy bueno.

Fellini en Roma
Tyto Alba
Astiberri Ediciones
2017
80 páginas

Tyto Alba en Devaneos| La Vida

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Experto en silencios (Pablo Gonz)

Una novela como esta de Pablo Gonz creo que nace para ser leída del tirón (reparará el lector en que la novela contiene sólo tres capítulos, y cada uno de ellos va sin puntos), a fin de sacarle todo el ju(e)go al ritmo vertiginoso que la novela contiene, ya que desde el principio creo que consigue despistar, al tiempo que interesar, al lector, al no tener muy claro este la tierra que pisa, pues como esas películas en las que un fulano se levanta en la cama de un hospital sin tener idea de quién es, aquí, al protagonista de la novela le sucede algo parecido, cuando despierta en el interior de un barco, al lado de una mujer, sin que las instrucciones que debería recibir por algún pinganillo o chip interno, de un tal Marcel, no lleguen a buen puerto, de esta manera, el personaje será arrojado a la existencia de estas páginas como el recién nacido, lo que explicaría sus acciones balbuceantes, sin saber en ningún momento cómo comportarse, al desconocerlo todo de los demás y de sí mismo, y esta idea en esencia original, estructura la novela, o crea el marco perfecto para todo lo que sucederá luego, de tal manera que el lector, al igual que el protagonista, irán descubriendo juntos cuál es su oficio, qué le sitúa al lado de Louise, de Pawel, del míster, por qué habla polaco, o es capaz de nombrar cada ave, por ejemplo, en su terminología latina, y la narración será un continuo no parar moviéndonos por la geografía nacional, una geografía, no obstante alterada, como veremos, dado que Madrid, por ejemplo tiene puerto, y poco a poco iremos sabiendo más cosas acerca del personaje de Kola, de Colo, que va mudando de nombre, pues todo aquí resulta correoso y asimismo firme por el lenguaje que lo sostiene, profuso y variado, rico en matices, y pensando en términos geométrico, subyace aquí cierta idea de circularidad, tal que la novela acaba como empieza o empieza como acaba y con el lector mareado, como los danzantes de Anguiano, provincia de La Rioja.

Experto en silencios
Pablo Gonz
Sloper
2024
127 páginas

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Notas a pie de instante & El Amén de los árboles (Jesús Montiel)

Mientras leo este libro de Jesús Montiel, me digo que si alguien me preguntase lo que leo, le diría que la pregunta correcta sería: Cómo te afecta lo que estás leyendo. Porque estos textos breves de Jesús, sean aforismos, o bien párrafos preñados de poesía, me emocionan desde la verdad.

Dice Jesús que no ficciona nada aquí, y lo que hace por tanto es ir al pasado: a la casa de la infancia, a colarse entre las piernas de los padres, al colegio de la niñez, a esa piedra fundacional que es saberse (o sentirse o ser) poeta tan joven; o al presente, a las clases en la Universidad, la charla con los mendigos, el trastocamiento que implica ver morir un gato atropellado; y la mirada va también dirigida a esa madre que es la Naturaleza, a sus vástagos: los árboles a los que Jesús dedica su mirada, su atención, y por supuesto sus delicadas palabras, como reza ya desde el título. Esos árboles, como las palabras de Montiel, son el dosel que nos protege del calor y de las inclemencias del tiempo; el refugio a la umbría desde el que vemos la vida fluir, sin oponer resistencia.

Son palabras preñadas de amor, una palabra que se repite mucho, amor defendido no desde la soledad sino desde la búsqueda del prójimo, porque como se dice aquí amor se conjuga en primera persona: tú.
Amor hacia los hijos, porque este bello texto es también, en el breve espacio del aforismo, un canto a la paternidad, a la asunción de la enfermedad de un hijo.

Es un texto que rechaza el infierno y prefiere el paraíso y lo bello, porque están ahí, a mano.
Jesús reflexiona asimismo sobre la escritura y la poesía, sobre cómo siente que comete una traición al hablar de sus libros, porque una vez terminados ya no son sus libros, y le resultan tan lejanos como una estrella, la ruina de una emoción que se ha derrumbado, su escombro, para entendernos.

Ya en su día disfruté mucho leyendo El señor de las periferias, de Montiel. Ahora dejo el libro sobre la mesa y busco con la mirada el cielo y los árboles, abro la ventana (aquí muy presente) y pierdo la mirada hasta el límite de los montes y respiro despaciosamente el aire preñado de humedad, dejando que la lectura haga lentamente su afecto.