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Jaime Gil de Biedma

En el recuerdo de aquellas lecturas de La pagoda de cristal creo que se fundan sobre todo tres sólidas convicciones mías. La primera, que para leer bien y para guardar la fe en la literatura no hay, a cualquier edad, nada como tener pocos libros que leer a nuestro alcance. La segunda, que los niños leen exactamente para lo mismo que las personas mayores: para intentar comprender la vida, imaginándola, y para consolarse de ella. La tercera, que para leer Moby Dick, el Quijote o cualquier otro gran libro que los mayores a veces imponían a los niños, en ediciones más o menos expurgadas, tenemos por delante toda la existencia, mientras que para leer apasionadamente La pagoda de cristal, Los tigres de Mompracem o El coyote, o cualquier otra historia de aventuras que los niños leen ahora, solo disponemos de poquísimos años. Quien los desperdicie, se habrá privado de la única profunda aventura de lector que a esa edad puede tener, y que sólo puede tener a esa edad; su experiencia literaria y su experiencia de la vida quedarán para siempre incompletas.

Jaime Gil de Biedma. El pie de la letra. De mi antiguo comercio con los héroes (paginas 288-289)

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Viajar (Herman Melville)

Ocho años después de la publicación de la en su día ninguneada novela Moby Dick (que debo releer pues su lectura o me dejó en su día huella alguna) Herman Melville (de quien recomiendo leer su Bartleby el escribiente), entre 1858-1860, escribe estos ensayos que tienen mucho que ver con su espíritu viajero y se manifiestan en el primero de ellos, en Viajar, donde advierte que el placer y el sufrimiento van de la mano en cualquier viaje, nos dice que para ser un buen viajero hay que ser joven, despreocupado y buen paseante. Nos cuenta que viajar nos enseña una profunda humildad, ampliando nuestro altruismo hasta abarcar la humanidad al completo. Enunciado el último que no resulta del todo cierto, pues la estupidez vemos hoy que no se corrige viajando. Hoy hablaríamos más de turistas que de viajeros.
En Los mares del sur, el segundo ensayo, nos habla de Magallanes y su travesía por el Pacifico al que dio nombre, o de aquellos como Christian, el rebelde del Bounty de quien leí lo que escribió Judith Schlansky en Atlas de islas remotas, que se afincó en la isla Pitcairn, donde murió rodeado de hijos un nietos fruto de sus relaciones con las mestizas, y propone que dejen a las gentes de la Polinesia en paz, con su lengua y sus costumbres, si lo único que podemos ofrecerles a modo de progreso son: hospitales, cárceles y hospicios. No le hicieron mucho caso pues estas islas cayeron en manos de franceses, americanos, neozelandeses, etc.
El libro se cierra con el paso de Melville por Roma donde se extasia contemplando las estatuas romanas, eternos ejemplos de la perfección del arte antiguo, estatuas o bustos de Sócrates, Julio César, Séneca (al que presenta como avaricioso y codicioso), Platón
Lo aquí dicho por Melville me resulta demasiado escaso y a día de hoy existen otros textos mucho más jugosos en relación con el arte escultórico o con el acto de viajar. Hace dos siglos lo aquí enunciado por Melville quizás tuviera cierta repercusión pero leído hoy no le encuentro apenas ningún aliciente.

Gadir. 2011. 95 páginas. Traducción de Elizabeth Falomir Archambault.

Los libros y la libertad

Los libros y la libertad (Emilio Lledó 2013)

Emilio Lledó
176 páginas
RBA libros
2013

Este libro de Lledó recoge textos que van desde mediados de los años noventa, hasta otros escritos hace apenas un par de años. Lledó dedicado siempre al estudio, entregado al pensar filosófico, a la reflexión a la escritura, a la docencia, nos da su parecer sobre el lenguaje como el símbolo más característico de los humanos. Como ya decían los filósofos los humanos eramos animales capaces de hablar. De ese lenguaje, de esa comunicación, surge el entendimiento, la amistad, el arte, la abstracción, las teorías.

«porque por encima de todos los indudables prodigios tecnológicos que en la actualidad nos circundan, y en mucho casos, nos agobian, es el lenguaje, ese aire semántico que enlaza a los seres humanos y les hace comunicarse y entenderse, que forja, como sabemos, el símbolo más característico de la humanidad.»

Lledó hace hincapié en los libros en papel, pues recela de otras plataformas, como si no fuera solo importante el contenido, sino también el soporte, convencido de que el hecho de pasar páginas, tocar el papel, subrayar un texto, o la simple disposición de los libros dispuestos en nuestra librería, hacen que al acercarnos a ellos, sean los libros quienes nos lean, nos expliquen y definan, porque cada libro leído ha robado algo de nosotros, que parece encapsulado entre sus páginas, y que luego a través de las relecturas somos capaces de revivir de nuevo, de recuperar nuestra memoria, o bien, de actualizarla.

«son los libros los que paradójicamente, nos leen a nosotros mismos, los que nos instan a que volvamos a tomarlos en las manos, a descubrir aquel subrayado amarillento, aquella hoja doblada, aquel lomo deshilachado, aquella fecha, aquella dedicatoria «tanto impulso que corre a mi destino, desemboca en tu mundo» que escribió Jorge Guillén.

Entiende Lledó, parafraseando a Terencio Mauro, que los libros son principio de un inagotable diálogo, y que están sometidos a la capacidad, libertad e inteligencia de cada lector.

Hay páginas dedicadas a abordar el eterno debate entre letra impresa e imagen y el valor de cada uno, si bien, Lledó salva a las letras y deja para la imagen, con salvedades, la misión a la que parece hoy abocada la televisión, la de anestesiar y atontar a los televidentes.

En uno de los apartados más interesantes Lledó nos habla de los grandes de la cultura española: Cervantes, Miguel Servet, María Zambrano o Luis Vives, entre otros, al tiempo que detalla el empeño de La Segunda República (1931-1936) por hacer llegar la cultura a todo el territorio español mediante las misiones pedagógicas, la dotación de fondos para las bibliotecas municipales o el empeño por consolidar la Insitución Libre de Enseñanzaque representaba el espíritu de una verdadera revolución pedagógica y cultural, era una empresa demasiado importante y revolucionaria como para que le hubieran permitido resistir. Se tenía que venir abajo, porque su espíritu contradecía, esencialmente, la lamentable pedagogía que, como un penoso y rancio manto de tristeza, cayó sobre todos nosotros«).

Quiere uno pensar, que la cultura, la lectura, la reflexión, es el camino, que nos separa del cerrilismo identitario o patriótico, de la sinrazón tan huera como dañina.

Viendo estos días por televisión riadas de gente huyendo por los caminos y carreteras de media Europa, con un futuro incierto, o territorios españoles que buscan la escisión, creo que vale la pena dedicar un minuto a leer estas palabra de Lledó.


«Sabemos del muro, de todos los muros, pero lo que realmente nos alienta es la posibilidad de levantar puentes, de abrir sendas que unan, levantar arcos que sostienen y afirman. Porque en ese espacio que ensambla orillas y desniveles es una muestra de solidaridad; es fruto de un pensamiento que camina y progresa. Los griegos llamaron método (methodos) a esa forma de organizar los conocimientos y hacerlos avanzar. Pero método tuvo, sobre todo, por su misma etimología (metá-hodós), el sentido de estar en camino, de abrir camino, ser camino»

Emilio Lledó Entrevista en RTVE. Pienso, luego existo.