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El pie de la letra

El pie de la letra (Jaime Gil de Biedma)

Las 667 páginas de El pie de la letra, que comprenden el conjunto de ensayos completos de Jaime Gil de Biedma (1929-1900), me han resultado por encima de cualquier otra consideración un poderoso homenaje a la literatura, a aquellos escritores que la hacen posible y que son objeto de admiración y veneración por parte de Jaime, pues lo que aquí se evidencia es que nada nace Ex nihilo y que en el caso de Jaime hay unos autores predilectos, como Jorge Guillén, cuyo magisterio será la piedra sobre la que Jaime construirá su obra poética, pues la lectura deviene un ejercicio de apropiación, de leer aquello que le servirá a su objetivo poético. Hacia otros escritores como Pedro Salinas Jaime manifiesta una devoción tanto literaria como humana, pues experimenta hacia él un vivo afecto y siente el deseo de entrar en su intimidad o de Ferrater afirma que es el lector más inteligente que haya conocido en su vida. Con otros como Luis Cernuda al cual también reivindica no llegó a conocerlo en persona y fue la suya una relación epistolar entre 1959 y 1963. Jaime manifiesta a su vez su agradecimiento hacia Alberto Jiménez Fraud siempre generoso, siempre hospitalario en todas las visitas que Jaime le hizo en Wellington Place.

En la semblanza de Jaime Gil de Biedma que aparece en el Examen de ingenios de Bonald éste se refiere a Biedma -quien fue su amigo- como una persona inteligente y sensible, algo que podemos validar leyendo estos ensayos publicados en Lumen, anotados y prologados estupendamente (no he detectado una sola errata y las notas aclarativas son muy valiosas) por Andreu Jaume, nos permiten conocer de primera mano el buen hacer crítico de Biedma. Basta leer el estudio pormenorizado que hace del Cántico de Guillén, para comprobarlo. Vale mucho hacer la prueba y leer primero el Cántico y releerlo después de haber leído el ensayo de Biedma y comprobar cómo leemos ahora bajo otra luz, con un sentir más afilado y una mirada enriquecida. Como afirmaba Auden en El arte de leer, no se reconoce casi nunca la tarea de los estudiosos, aquellos que con su empeño y esfuerzo logran sacar del olvido aquellas obras y aquellos escritores y darles la importancia de los que son acreedores. Así, Biedma reivindica por ejemplo a Pedro Luis Ugalde a Juan Gil-Albert, o incluso en otro orden de cosas defiende que el catalán ofrece un medio mucho más idóneo que el castellano para la traducción de poesía inglesa. Y lo ilustra en el ensayo dedicado a los Cuatro cuartetos de T. S. Eliot.

Hay un sinfín de cosas que aparecen en el texto que me han gustado y quiero compartir con vosotros, en el caso de que haya alguien ahí afuera escuchando.

La crítica literaria no es sino una variedad del arte de escribir y el efecto estético es tan principal en ella como en cualquier otro género de literatura.

El acto de la lectura es también un acto creador.

La actividad poética es una actividad formal, pero nunca es pura y simple voluntad de forma.
La poesía no aspira a otra cosa que a lograr la unificación de la sensibilidad.

Hacer buenos poemas no es fácil, pero algunos lo consiguen; hacerlos y no engañarse con ellos, ni engañar al lector, sólo lo consiguen poquísimos.

Sus poemas empiezan a ser buenos cuando logran formalizar, evaporar la realidad contingente de la experiencia común que intentaban expresar, es decir: cuando empiezan a dejar de ser lo que pretendían.

El buen lector es, por definición, parte interesada: leemos porque nos importa lo que leemos, porque oscuramente pensamos utilizar nuestra lectura para mejor hacernos cargo de lo que nos ocurre.

He aquí un problema que casi todo artista debe plantearse apenas rebasada la primera madurez: la necesidad, y la dificultad, de ir más allá del propio estilo, cuyas inevitables limitaciones empieza a tocar.

La censura, al impedir la clara expresión escrita de las ideas, acaba por herir de muerte la clara formulación mental de las mismas.

En el recuerdo de aquellas lecturas de La pagoda de cristal creo que se fundan sobre todo tres sólidas convicciones mías. La primera, que para leer bien y para guardar la fe en la literatura no hay, a cualquier edad, nada como tener pocos libros que leer a nuestro alcance. La segunda, que los niños leen exactamente para lo mismo que las personas mayores: para intentar comprender la vida, imaginándola, y para consolarse de ella. La tercera, que para leer Moby Dick, el Quijote o cualquier otro gran libro que los mayores a veces imponían a los niños, en ediciones más o menos expurgadas, tenemos por delante toda la existencia, mientras que para leer apasionadamente La pagoda de cristal, Los tigres de Mompracem o El coyote, o cualquier otra historia de aventuras que los niños leen ahora, solo disponemos de poquísimos años. Quien los desperdicie, se habrá privado de la única profunda aventura de lector que a esa edad puede tener, y que sólo puede tener a esa edad; su experiencia literaria y su experiencia de la vida quedarán para siempre incompletas.

El mito es también, y sobre todo, una tentativa de comprensión de la vida y una consolación de ella.

Para que resulte fecundo, el clasicismo en nuestra época ha de contentarse con ser una aspiración, y no una escuela.

La literatura es una especie de formulación de la vida, no sólo del literato que escribe, sino toda persona que vive en función de la verbalización de todas sus experiencias. (Carlos Barral)

El tomar lo que en un poema se dice como una proposición genérica, válida en cualquier situación, es típica de los españoles, porque los españoles son gente del Antiguo Régimen, gente que realmente no ha vivido una revolución romántica, gente arcaica; somos gente tridantina, y todo lo tomamos como si lo dijese el padre Vitoria.

El mundo ficcional de Chéjov es de una humanidad literaria que, por la cordialidad y la complejidad de las emociones con que nos mueve, suscita muchas veces el recuerdo de Cervantes.

Decía T. S. Eliot que un lugar se hace real no describiéndolo, sino porque sucede algo en él.

Lo importante en el hombre es quién va a ser a partir de los cuarenta años. (Juan Gil-Albert)

El héroe propio de la literatura moderna es la persona privada, a diferencia de lo que sucedía en la Antigüedad, en que lo era siempre la persona pública. (W. H. Auden)

Dos fundamentales cualidades que le constituyen en un crítico excelente: buen sentido y formación filosófica. Su pensamiento manifiesta una coherencia interior envidiable. (Gil de Biedma sobre Joan Ferraté)

La poesía me parece una tentativa, entre otras muchas, por hacer nuestra vida un poco más inteligible, un poco más humana.

Hay dos maneras de construir una novela, ir añadiendo todo lo que en ella no sobre o ir quitando todo lo que en ella no sea indispensable.

El escritor -y ésa es su limitación trágica- sólo descubre, sólo conoce la realidad cuando empieza a imaginarla, pero, por otra parte, ese conocimiento de la realidad, ese descubrimiento de la realidad, que sólo se da en el momento de empezar a imaginarla, a fabularla, es absolutamente inútil más allá de los límites de la propia literatura.

Comenta Andreu en el prólogo que Ignacio Echevarría lo puso en la pista de este libro de Jaime Gil de Biedma (parte de los Ensayos ya se habían publicado anteriormente y Echevarría publicó una reseña de la segunda edición en El País). Algo que me permite tener ahora un libro en las manos como el presente (que lo es para el espíritu, en su tercera acepción). Es una evidencia que en nuestro camino lector unas lecturas nos llevan a otras, unos autores a otros, unas corrientes a otras, un siglo a otro, en suma: un deleite a otro, cuando lo leído nos interesa y apasiona, como es el caso y Biedma con estos fascinantes, apasionantes y apasionados ensayos, además de -entre otras muchas cosas- brindarme la oportunidad de leer, y comprender la poesía de otra manera sitúa en mi mente a unos cuantos autores y libros en los que quiero demorarme, reconociendo el magisterio de autores a los que abordar o retomar, a saber: Góngora, Espronceda, Garcilaso, Valéry, Becquer, Coleridge, Wordsworth, Guillén, Aleixandre, Shakespeare, Eliot, Baudelaire, Rimbaud y un muy largo etcétera.

Jaime Gil de Biedma

En el recuerdo de aquellas lecturas de La pagoda de cristal creo que se fundan sobre todo tres sólidas convicciones mías. La primera, que para leer bien y para guardar la fe en la literatura no hay, a cualquier edad, nada como tener pocos libros que leer a nuestro alcance. La segunda, que los niños leen exactamente para lo mismo que las personas mayores: para intentar comprender la vida, imaginándola, y para consolarse de ella. La tercera, que para leer Moby Dick, el Quijote o cualquier otro gran libro que los mayores a veces imponían a los niños, en ediciones más o menos expurgadas, tenemos por delante toda la existencia, mientras que para leer apasionadamente La pagoda de cristal, Los tigres de Mompracem o El coyote, o cualquier otra historia de aventuras que los niños leen ahora, solo disponemos de poquísimos años. Quien los desperdicie, se habrá privado de la única profunda aventura de lector que a esa edad puede tener, y que sólo puede tener a esa edad; su experiencia literaria y su experiencia de la vida quedarán para siempre incompletas.

Jaime Gil de Biedma. El pie de la letra. De mi antiguo comercio con los héroes (paginas 288-289)