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Emilio Lledó

Elogio de la infelicidad (Emilio Lledó)

Emilio Lledó
2005
168 páginas
Editorial Cuatro ediciones


Elogio de la lentitud
Elogio de la irreligión
Elogio de la estupidez
Elogio de la azotaina
Elogio de la sed
Elogio del caminar
Elogio del pesimismo
Elogio del odio
Elogio de la vejez
Elogio de la amistad
Elogio de París
Elogio de lo cotidiano
Elogio de la madrastra
Elogio de la bondad
Elogio del gato
¿sigo?.

Estos ensayos de Emilio Lledó escritos entre 2000 y 2004 se recogen bajo el título Elogio de la infelicidad. La palabra Elogio en un título como se evidencia más arriba es ya un lugar común, que obra como cebo, como reclamo, pero a Lledó estos ardides comerciales creo que le sobran. No los necesita para nada.

Este libro no es un elogio de la infelicidad, ni nada parecido. Más bien es un ensayo muy enriquecedor, y optimista, que ofrece más esperanza que desaliento, y una buena ocasión para aprender o en todo caso una invitación a pensar. O a esa conclusión he llegado. Dos ensayos me han gustado especialmente. Atenas, la ciudad de las palabras y Necesidad de la literatura.

Lledó con su característico estilo narrativo echa mano de Homero, de sus obras, la Ilíada y la Odisea, y allí vemos cómo el hombre toma consciencia de su mismidad, a media que se va conociendo a sí mismo («conócete a ti mismo» es decirte a ti mismo lo que piensas, lo que deseas, lo que te propones, lo que eres»), cómo las palabras «salen del cerco de sus dientes», para aprehender el mundo, explicarlo, evocarlo, disfrutarlo, ya que como afirmó Nietzsche en La gaya ciencia «el lenguaje es el único puente de unión entre seres eternamente separados. Solo a través de las palabras podemos llegar a la inteligencia de los hombres, a la inteligencia y a su mundo afectivo. Porque las palabras transmiten informaciones, pero también despiertan sentimientos, provocan determinadas actitudes, convencen, paralizan, arrastran. Cómo los humanos, se sienten solos, y esa indigencia la superan mediante una convivencia en común, en las polis, como surge la democracia, se supera la sociedad aristocrática, bajo la libertad, contexto que le permite a cada uno realizar la tarea de pensar, «la posibilidad de ser racional, la lucha contra la pringue ideológica, con la que el poder del monarca, de la oligarquía o, en su penúltimo estadio de la oligarquía democrática, intenta apelmazar la mente de los que, democráticamente, dice regir».

Lledó recurre (entre otras) a las obras de Platón y Aristóteles para hablarnos de las bondades de la amistad (para Aristóteles «la amistad es lo más necesario para la vida«), de la verdad, para mostrarnos como la mentira es falsearnos a nosotros mismos. Cómo a través del lenguaje, el ser humano trasciende su animalidad y se comunica, muestra sus pensamientos, y a su vez es consciente del paso del tiempo, de que todo es fungible, que estamos de paso, y que incluso Odiseo, teniendo la opción de ser inmortal junto a Calipso, preferirá morir como el resto, al lado de su amada Penélope si finalmente logra llegar a su Hogar. Se analiza también como la bondad es algo que puede aprenderse y enseñarse y es en todo caso fruto del aprendizaje.

Lledó sabe que corren malos tiempos, que todo va en pos del utilitarismo, que todo se analiza bajo el prisma de las rentabilidades, que la realidad son números, pero que siempre queda la esperanza de recuperar la curiosidad, la pasión por entender, la felicidad por el saber, donde la lectura juega un papel clave, ya que «toda verdadera liberación, todo gozo de vivir y de sentir empieza por nuestra mente«, y de esa mente tenemos que ser amos, sin concesiones a la medianía, a los cantos de sirenas de la desinformación y la alienación.

No es un camino fácil, para nada, pero vale la pena hacer el esfuerzo, ofrecer resistencia, hacer que nuestra razón valga la pena.

Los libros y la libertad

Los libros y la libertad (Emilio Lledó 2013)

Emilio Lledó
176 páginas
RBA libros
2013

Este libro de Lledó recoge textos que van desde mediados de los años noventa, hasta otros escritos hace apenas un par de años. Lledó dedicado siempre al estudio, entregado al pensar filosófico, a la reflexión a la escritura, a la docencia, nos da su parecer sobre el lenguaje como el símbolo más característico de los humanos. Como ya decían los filósofos los humanos eramos animales capaces de hablar. De ese lenguaje, de esa comunicación, surge el entendimiento, la amistad, el arte, la abstracción, las teorías.

«porque por encima de todos los indudables prodigios tecnológicos que en la actualidad nos circundan, y en mucho casos, nos agobian, es el lenguaje, ese aire semántico que enlaza a los seres humanos y les hace comunicarse y entenderse, que forja, como sabemos, el símbolo más característico de la humanidad.»

Lledó hace hincapié en los libros en papel, pues recela de otras plataformas, como si no fuera solo importante el contenido, sino también el soporte, convencido de que el hecho de pasar páginas, tocar el papel, subrayar un texto, o la simple disposición de los libros dispuestos en nuestra librería, hacen que al acercarnos a ellos, sean los libros quienes nos lean, nos expliquen y definan, porque cada libro leído ha robado algo de nosotros, que parece encapsulado entre sus páginas, y que luego a través de las relecturas somos capaces de revivir de nuevo, de recuperar nuestra memoria, o bien, de actualizarla.

«son los libros los que paradójicamente, nos leen a nosotros mismos, los que nos instan a que volvamos a tomarlos en las manos, a descubrir aquel subrayado amarillento, aquella hoja doblada, aquel lomo deshilachado, aquella fecha, aquella dedicatoria «tanto impulso que corre a mi destino, desemboca en tu mundo» que escribió Jorge Guillén.

Entiende Lledó, parafraseando a Terencio Mauro, que los libros son principio de un inagotable diálogo, y que están sometidos a la capacidad, libertad e inteligencia de cada lector.

Hay páginas dedicadas a abordar el eterno debate entre letra impresa e imagen y el valor de cada uno, si bien, Lledó salva a las letras y deja para la imagen, con salvedades, la misión a la que parece hoy abocada la televisión, la de anestesiar y atontar a los televidentes.

En uno de los apartados más interesantes Lledó nos habla de los grandes de la cultura española: Cervantes, Miguel Servet, María Zambrano o Luis Vives, entre otros, al tiempo que detalla el empeño de La Segunda República (1931-1936) por hacer llegar la cultura a todo el territorio español mediante las misiones pedagógicas, la dotación de fondos para las bibliotecas municipales o el empeño por consolidar la Insitución Libre de Enseñanzaque representaba el espíritu de una verdadera revolución pedagógica y cultural, era una empresa demasiado importante y revolucionaria como para que le hubieran permitido resistir. Se tenía que venir abajo, porque su espíritu contradecía, esencialmente, la lamentable pedagogía que, como un penoso y rancio manto de tristeza, cayó sobre todos nosotros«).

Quiere uno pensar, que la cultura, la lectura, la reflexión, es el camino, que nos separa del cerrilismo identitario o patriótico, de la sinrazón tan huera como dañina.

Viendo estos días por televisión riadas de gente huyendo por los caminos y carreteras de media Europa, con un futuro incierto, o territorios españoles que buscan la escisión, creo que vale la pena dedicar un minuto a leer estas palabra de Lledó.


«Sabemos del muro, de todos los muros, pero lo que realmente nos alienta es la posibilidad de levantar puentes, de abrir sendas que unan, levantar arcos que sostienen y afirman. Porque en ese espacio que ensambla orillas y desniveles es una muestra de solidaridad; es fruto de un pensamiento que camina y progresa. Los griegos llamaron método (methodos) a esa forma de organizar los conocimientos y hacerlos avanzar. Pero método tuvo, sobre todo, por su misma etimología (metá-hodós), el sentido de estar en camino, de abrir camino, ser camino»

Emilio Lledó Entrevista en RTVE. Pienso, luego existo.