Archivo de la categoría: Ensayo filosófico

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Contra el desentendimiento. Defensa sosegada del entusiasmo (Luis Alfonso Iglesias Huelga)

Son cuatro, con este que me ocupa, los libros que he leído de Luis Alfonso Iglesias en lo que va de año. Quizás porque mis Devaneos tienden a buscar cada vez más las respuestas, y aún más las preguntas, que se formulan en ensayos tan lúcidos y bien escritos como el de Luis.

Me gustan los títulos de sus obras: El país era una fiesta, La ética del caminante o Contra el desentendimiento. Y también los subtítulos: Y otras razones para la esperanza o Defensa sosegada del entusiasmo.

Es necesario hoy, más que nunca, el sosiego y el entusiasmo, para no caer en la inercia de pensar que las cosas son como son y que no vale la pena ni si quiera pensar en que las cosas puedan ser de otra manera y que, por ende, nada es susceptible de ser cambiado. Y ahí el entusiasmo es el corazón que da vida a cualquier empresa que nos planteemos.

El libro se inicia con un prólogo de Manuel Cruz, al que siguen 30 capítulos cortos y un epílogo. Como en otras obras de Luis, el ensayo va bien provisto de bibliografía, pues siempre construimos nuestros pensamientos e ideas a partir de las palabras de los demás. Y este manejo y juego con las palabras permite titular algunos capítulos así: Del consumismo al consuotro, Del Taylorismo al Tayyoísmo, El lago de los chismes, El fin justifica los tedios, El hombre es la deriva de todas las cosas

Alguno de los muchos temas en los que Luis pone el foco es el de las redes sociales, y la sobreexposición en las mismas. Sobreexposición que tiene el efecto contrario.

La sobreexposición es una eficaz configuración de la invisibilidad que se manifiesta de diversas formas. Uno se invisibiliza cuanto más se expone, porque la hipertrofia de la imagen exige un envoltorio prevalente. En ella se muestra, no se demuestra, y para eso necesita la presentación incompleta de uno mismo y del otro por exigencia del expositor.

Ante el manido lema de todos los políticos son iguales, todos roban, y da lo mismo votar a unos que a los otros, Luis encarece la figura del político, aquel polites que en Grecia se diferenciaba del idiotes.

Recordemos que los griegos llamaban idiotes a aquellos ciudadanos que no participaban en la actividad política y permanecían reducidos a su particularidad, lo que les impedía comprender su condición de seres sociales y, por tanto, la imposibilidad de vivir libremente. La ciudadanía griega exigía la actividad política y con el fin de resaltarla utilizaban el término polites en el que hombre y ciudadanía se identificaban.

En la actualidad existe una marcada tendencia ciudadana a la conversión en meros espectadores prisioneros de su apatía. Esta ofrece el falso y reconfortante imaginario de que el espectáculo que contemplamos es eterno, ya que no importa lo que nos muestren porque el objetivo es seguir sentados. Y ahí entra la segunda y terrible fase. «La libertad de opinión es una farsa si no hay información objetiva y si se ponen en discusión los hechos mismos», nos advirtió Hannah Arendt.

Y Luis detalla bien cuál sería la nueva ágora.

Sospechas de apariencia y manipulación se han perfeccionado tanto que la opinión ha logrado succionar a la verdad. Influencers, followers, communities, etc., son los nuevos representantes del agora trasladada al espacio de las redes sociales contenidas en el smartphone, ese sitio en el que, paradójicamente, estamos inmovilizados por el móvil. En la nueva agora virtual agonizan el discurso y el debate, la argumentación y la refutación, heridas por el silencio estrepitoso del narcisismo, la trivialidad y el tribalismo.

Es necesaria la vindicación del sosiego, de pararse a pensar y de pensarnos, y de frenar también el consumo desaforado.

¿Y si nos damos la oportunidad y sustituimos esta hipérbole del consumo por un hipérbaton de sosiego en el que pongamos el acento en nosotros? Puede que, entonces, surgieran la creatividad y el pensamiento, las más humanas formas de consumo y producción. Incluso de coproducción frente a esta hipertrofia grumosa de la hiperproductividad.

Y otro problema importante es además de las fake-news, determinar quién tiene el poder hoy para difundir la «verdad»; si hoy ya la verdad tiene algún peso, y no es como dice Luis, tomando las palabras de Juan Bonilla, ya solo un periódico de Murcia.

La verdad ya no está en manos de quienes la van construyendo asentada en el conocimiento científico, sino que depende de aquellos que, desconociéndola, tienen el poder de difundirla. Quién me lo dice importa mucho más que lo que dice, así que los voceros del conocimiento científico no son los científicos sino los famosos, una anomalía que por aceptada no puede dejar de ser repensada. Una vez más, el medio no solo es el mensaje sino que el tedio es el masaje, porque quien nos llega es el intermediario con su estética y su jerga y no el contenido con su ética y su lenguaje.

Una -tiene muchas- de las virtudes del ensayo es su aliento poético. No olvidemos que Luis es filósofo, docente, y poeta y esto se nota en la selección de las palabras, en su preciso engarce, y así vemos cómo la poesía se transforma en aquilatada prosa en La algarabía de la quietud o en Sinfonía del mundo imaginario. Y de nuevo, otro subtítulo magnífico: Autobiografía colectiva en cuatro movimientos. Para dar cuenta de la tragedia que sufren muchos migrantes en sus odiseas, donde El Dorado de antaño, hogaño es simplemente la posibilidad de un porvenir.

Fue un placer, dicho sea de paso, acudir a la presentación que Luis hizo (acompañado de Jonás Sáinz) en la Librería Cerezo; uno de esos espacios físicos convertidos en ágoras, espacios para la reflexión, el pensamiento y el sentimiento, con el que Luis impregna cada uno de sus textos, para lejos de dejarnos inermes, armarnos de razones para la esperanza.

Librería Cerezo

Contra el desentendimiento. Defensa sosegada del entusiasmo.
Luis Alfonso Iglesias Huelga
Editorial Balduque
2023
Prólogo de Manuel Cruz
176 páginas

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El país era una fiesta (Luis Alfonso Iglesias Huelga)

Lo que en este blog literario sentimos por Luis Alfonso Iglesias, huelga decir que es sumo interés. El otro día acudí a la presentación de este ensayo en la sala de usos múltiples de la Biblioteca de la Rioja, en una sala que estaba a reventar, porque la filosofía en Logroño mueve masas. Lo vimos con El día más pensado, el Festival de Filosofía que tuvo lugar hace unos pocos meses en la capital riojana.

En este ensayo Luis Alfonso recurre al término «fiesta» para hablarnos de muchos temas que le preocupan. La fiesta hoy la asociamos a beber como cosacos y meter ruido sin importarnos los demás y en consumir consumiciones. Por eso Luis trata de restablecer la polisemia del término fiesta.
Digo yo que hoy, como pasa cada vez en más ciudades, el tardeo es ya atronador petardeo y la fiesta son botellones y toneladas de desperdicios y hectómetros de orines.

Es en el capítulo 14, Verbos en fiesta, donde el autor entiende buscar como la fiesta de la curiosidad; sentir como la fiesta de la sensibilidad; amar como la fiesta de los otros; tener como la fiesta del silencio; seducir como la fiesta de la belleza; conocer como la fiesta de lo sublime…

Ante el individualismo creciente hay que reforzar el sentido de comunidad y de cercanía al otro, y esto se hace desde la escucha atenta, fomentando la conversación sosegada.

Abundando en lo que otros autores ya vienen defendiendo, aquí también se apela a una filosofía de la proximidad. Detecto asimismo un elogio hacia la belleza (que se encuentra en lo discreto y sigiloso) y la lentitud, en la necesidad de bajarnos de los corceles de la velocidad que nos obligan a estar en todas partes en todo momento, ante un horizonte cada vez más líquido e inasible.

En términos políticos, el votante ofrece antes el corazón que el cerebro, por eso triunfa más lo emotivo que lo racional. Algo en lo que también incide Manuel Cruz en El gran apagón. Y traga con dicotomías que a nada que se piense en ellas medio minuto caen por su propio peso.

La pandemia puso encima de la mesa cuestiones que la ilustración pendiente en este país no fue capaz de superar en su día, como las supercherías y las supersticiones, defendidas hoy por grupos de personas que niegan ya sea el cambio climático o las vacunas.
La exigencia de un espíritu crítico se construye sobre una mirada atenta y detenida.

El sistema capitalista y consumista convierte los cinco días que van de lunes a viernes en un páramo para el ciudadano. La recompensa es el fin de semana y la tierra prometida es la fiesta.
Me sorprende que después de cinco días inmersos en el trabajo, el fin de semana la gente quiera películas que les ayuden a «desconectar», y series y libros que «no les hagan pensar». Cuando debería ser todo lo contrario. Si me tienen alelado durante la semana, lo propio sería aprovechar las horas de asueto para dar de comer a la mente y sacarla de su letargo y adormecimiento y fortalecerla.
Esto explicaría cómo puede concebirse la existencia de partidos sin ideología o cómo el decir que un tema se está politizando sea una manera de criminalizarlo, pues como apuntó Luis en la charla, todo es político, porque para eso están ahí los polites, elegidos para representar a la comunidad. Una comunidad necesaria, que articula la sociedad y sustancia nuestro día a día.
Me gusta lo que dice Luis cuando habla de los influencers. Más que influencias precisamos de confluencias, para ir al encuentro del otro.

Sirva este lúcido y subyugante ensayo de Luis Alfonso Iglesias para ponernos un espejo delante, y al reconocernos ser capaces de avivar nuestro espíritu crítico, para recurrir a las herramientas necesarias que nos permitan poner en evidencia tanta estupidez, y hacerla evidente, para no dejar nuestro destino en manos de videntes, en magos de la nada, en prestidigitadores de palabras huecas, o en algoritmos que completen nuestros deseos, que no nuestros pensamientos, ya dados a la fuga si desistimos de la razón y de la palabra, que da razón de nosotros.

Si crear es la fiesta de la imaginación, este ensayo es un fiestón de los sentidos. ¿Te apuntas?

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La ética del paseante y otras razones para la esperanza (Luis Alfonso Iglesias Huelga)

Dice en una entrevista Luis Alfonso Iglesias Huelga (profesor de filosofía en el I.E.S Escultor Daniel: cantera de escritores como Juan Pablo Fuentes, Diego Lázaro Niso o Pascual Martínez Pérez y de blogueras literarias), autor del ensayo La ética del paseante y otras razones para la esperanza, que escribe para leer. Así, el ensayo va muy bien provisto de lecturas ajenas, como vemos en la generosa bibliografía: Argullol, Bauman, Benjamin, Debord, Esquirol, Garcés, Judt, Muguerza, Ordine, Sennett, Todorov… por citar algunos de los autores y autores aquí manejados.

El ensayo es un análisis de la situación presente, de la sociedad del espectáculo en la que nos vemos inmersos, y la necesidad de recuperar la esperanza a través del diálogo (cara a cara), en nuestro encuentro con el prójimo, mediante el paseo (animado el caminante por un espíritu de flâneur) demorado y concienzudo que nos permite ver en la realidad un palimpsesto, una construcción, y también el poso de la memoria.

La necesidad que tenemos de la palabra, de un espíritu crítico, de una libertad de pensamiento que va más allá de la libertad de expresión. Espíritu crítico que nos permita contrastar lo que nos dicen (o nos quieren vender) con nuestra propia experiencia y asimismo nos proporcione herramientas para superar las supersticiones, las supercherías, la ignorancia. Para desechar la pseudociencia y pararle los pies a las fake-news, y ser capaces de cuestionar la manida posverdad (un eufemismo para la mentira). Para refutar las imposturas y combatir los tópicos sin fondo.

Todas estas cuestiones y muchas más, las plasma Luis Alfonso con un lenguaje tan vivo como vívido, espoleando nuestro interés con las múltiples cuestiones que aborda en su texto. Una simbiosis espléndida de lenguaje y pensamiento.

Quien aún hoy tenga reticencias hacia los ensayos, más aún cuando son filosóficos, porque estos se le antojen plomizos u oscuros, lean a Luis Alfonso (y sigan luego con Esquirol, Judt, Ordine, Byung-Chul Han, Argullol, Todorov…) quedarán deslumbrados, y más admirados que confusos.

Prueben y me cuentan.

Editorial Alfabeto. 176 páginas. Año de publicación: 2020.

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El instante y la libertad en Montaigne (Rachel Bespaloff)

Leí El instante y la libertad de Rachel Bespaloff (con traducción de Manuel Arranz) en un tren. Ida y vuelta. Miraba por la ventanilla, rumiando lo leído. Ante mis ojos, escenarios rothkianos de amarillos y azules. Lo lejano, en apenas unos segundos quedaba atrás. El porvenir era un proyecto abolido. La figura de Montaigne sigue creciendo, sus ensayos no pierden vigencia. En ellos (en lo que llevo leído; ensayos que habida cuenta mi desmemoria tornan inagotables) prima el sentido común, la sensatez, la templanza. No era un revolucionario Montaigne, no descendió a los infiernos ni ascendió a los cielos nos dice Bespaloff. Como un estilita, en lugar de una columna optó por un torreón, allá se dedicó al estudio y examen de sí mismo, a extraer todo lo que su yo tuviera que ofrecerle, que como vemos era mucho y bueno. Un yo que deviene universal.
No hay descripción tan ardua como la descripción de uno mismo, y ciertamente tan útil, nos dice Montaigne. Las sentencias de Montaigne son árboles de ancha copa en los que encontrar amparo:
La grande y gloriosa obra maestra del hombre es vivir de modo conveniente. Todo lo demás, reinar, atesorar, edificar, no son más que pequeños apéndices y adminículos a lo sumo.
Para la autora, Montaigne, no se limita a decirnos cómo es el hombre, sino que lo crea.
Bespaloff relaciona a Montaigne (sus Ensayos) con San Agustín (Confesiones) y Rousseau (Las ensoñaciones de un paseante solitario). Establece relaciones a su vez con Baudelaire (uno de los rasgos distintivos del pensamiento occidental es que el sentimiento de la existencia aflore en la angustia de la intuición y de la finitud; Libertad vinculada al ser y a la nada). Descartes y Nietzsche (para ambos el héroe es alegre). El ensayo de Bespaloff anima a leer a Montaigne y ella se ocupa en entenderlo y explicárnoslo. En Montaigne, como en todo ser pensante, anidaba la contradicción y esto resulta evidente en su concepción de la cultura al tiempo que exaltaba el no-saber. Montaigne nos pone en guardia contra la mentira, la pasión del conocimiento y la humildad del no-saber, dice la autora. El instante del título, supone para Montaigne recrear la vida en el instante, cuyos elementos constitutivos son la gracia, el don, el abstenerse de actuar, que impone la calma al espíritu inquieto y al corazón ansioso, el recogimiento de la voluntad que lleva el yo hacia sí mismo abriéndole a la presencia de las cosas, la tranquilidad de esa soledad… por ello no deja Montaigne escapar las mínimas ocasiones de placer que puede encontrar.
Montaigne es fiel a su independencia:
Cuando mi voluntad me entrega un partido, no lo hace con una obligación tan violenta que infecta mi entendimiento […] Adoran todo lo que está de su lado. Yo ni siquiera excuso la mayoría de cosas que veo en el mío.
Una enmienda, por tanto, al sí a todo tan común, capaz de anestesiar el mínimo atisbo crítico. Y lo hace desde su posición burguesa, acomodada, no atacada por ningún tipo de sentimiento amoroso (no tuvo pareja), ni filial (no tuvo hijos) que pusiera en peligro (o a salvo) su día a día.
Hoy en día no podemos releer los ensayos sin darnos cuenta, con una especie de estremecimiento, lo importante que es la presencia de un hombre que nos devuelve el sabor de la libertad siendo libre el mismo.

Montaigne (Stefan Zweig)
La obra de una vida (Bela Hamvas)