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El origen del mundo (Pierre Michon 1996)

El origen del mundo portada libro Pierre Michon

Vaya racha llevo. El céntimetro de mar de Ignacio Ferrando se me hizo kilométrico, por lo que este daba de sí, o mejor, por lo que no daba de sí.

Ahora me acabo de leer El origen del mundo, y se me ha hecho igual de farragosa su lectura y eso que son solo 83 páginas (y 32 líneas por página).
No es el libro de Pierre Michon (publicado en Francia en 1996 y aquí en enero de 2012), similar a otro que también habla sobre el origen del mundo, El infinito en la palma de la mano de Gioconda Belli, que ese sí me gustó.

Es indudable que el título tiene lo suyo: es pomposo. La portada también. Pero al final hable Michon del origen del mundo, o del origen de las especies, no me ha gustado nada

El libro va de un joven, sin cumplir los 20, al que destinan al pueblo de Castelnau, en 1961. El joven se enamora de la estanquera a la que se quiere pasar por la piedra, y no encuentra la ocasión (tengo todavía reciente Antigua luz, y tanto arrebato juvenil empacha). El pueblo vive anclado en el pasado y Michon nos describe el acercamiento entre el joven y la mujer objeto de su pasión, a cuyo hijo da clase, en pos de una consumación que es casi como un truco de magia. Luego las últimas páginas las dedica a hablarnos de las carpas, otras anteriores de las cavernas, a volverse cansino con los sabios de las barbas puntiagudas, la carne supernumeraria (no la de lo sabios, entiéndase), y la Venus Calipigia (la de las hermosas nalgas).

El libro me lo leí mientras velaba a un enfermo. Pero yo tuve la sensación de que la anestesia me la habían puesto a mí, porque me era imposible concentrarme en la lectura y como no tenía marcapáginas, cada vez que retomaba la lectura, tenía la sensación de estar releyendo, así que la tortura fue doble o triple.

Michon tiene muchas cosas en la cabeza, pero al pasarlas en el papel o se vuelve uno más práctico y diáfano o aquello es como un cubo de rubik, del cual yo nunca pasar de las dos caras: no digo más..

Ahí dejo un párrafo para el recuerdo, antes de olvidarme del libro.


«Y a todo eso le ponía yo malas notas cuando me entraba la ventolera, inmutaba todo eso por la tangente». A la índole irritada y de contención dolorosa de mi forma de ser la colmaba (pag 75)»

Un centímetro de mar (Ignacio Ferrando 2011)

Un centímetro de mar Un centímetro de mar del escritor Ignacio Ferrando se alzó con el Premio Ojo Crítico RNE 2011 y con el Premio Kutxa Ciudad de Irún de Novela. Uno no sabe si estos premios son importantes, si los premios ayudan o no a los escritores, si estos premios deberían existir, convertidos algunos de ellos en un producto de consumo masivo (ahí tenemos El Planeta), si lo que diga un Jurado va a misa (el que otorgó el Premio Ojo crítico lo formaba, entre otros, los escritores Alberto Olmos, Rafael Reig, Rubén Abella o Eduardo Villas), porque uno está harto (cada vez menos) de leer libros premiados que son infumables, pero yo lo comento para quien el asunto este de los premios literarios le diga algo o le ayude incluso a discriminar sus futuras lecturas.

Un centímetro de mar me lo dejó una amiga que se lo había comprado y leído, la cual tuvo a bien no hacer ningún comentario del libro hasta que lo acabé. Si nos ceñimos a lo que el libro comenta sobre ese principio de incertidumbre, podemos afirmar que lo grande de la literatura y de cualquier otra disciplina artística es que nadie tiene la clave del éxito, así que uno puede juntar elementos a priori interesantes, en este caso una aventura naútica, donde los tripulantes se las tienen guardadas unos a otros, donde un alemán misterioso parece un trasunto del demonio, donde ese centímetro de mar se convierte en el aliciente más poderoso de la novela, en ese mcguffin que nos hará ir leyendo página tras página en busca de ese centímetro de mar hasta acabar el libro, y con todos esos elementos creer que uno parirá la novela perfecta y que luego esto no ocurra, a juicio del lector (no me refiero a los Premios, que los tiene y a pares).

Es un hecho que Ignacio Ferrando ha mezclado como decía antes una serie de ingredientes a priori interesantes y los ha ido hilando, montando una historia, donde las aventuras del presente que se suceden a bordo del Estige se alternan con los recuerdos de los tripulantes, en especial de Berdaitz, a quien la pérdida de su hermano en el mar, cuyo cuerpo nunca se encontró, sigue atormentando, y a quien ese centímetro de mar, esa búsqueda de no se sabe qué, le impelirá a hacer cualquier cosa.
Vamos, como la fe.

Ignacio Ferrando maneja un lenguaje rico, un puñado de palabras que no había oído en mi vida. Términos naúticos y no naúticos. Lo cual no viene nunca mal para quitar las telarañas al María Moliner y de paso adquirir más vocabulario. Eso está bien, pero no creo que sea el objeto de una novela.

Ignacio Ferrando realiza un esfuerzo intelectual que está ahí presente, tratando de aúnar lo lúdico y lo metafísico, y hay algunos pasajes que funcionan muy bien, que resultan en verdad entretenidos, pero uno tiene la certeza de que el libro está descompensado, que sí, que algunos fragmentos funcionan, y otros muchos flaquean, y eso hace que la lectura se resienta mucho, y luego que ese concepto de aventura se adentre en otro más filósofico, en esa búsqueda, en ese camino, que es la piedra angular de libro, creo que hace tambalear la historia, por lo intrincado de la propuesta.

A fin de cuentas poco me ha sugerido o evocado la lectura, más allá de apreciar su riqueza léxica y su empeño por meterse por trochas literarias poco trilladas.

Lo último. La portada del libro es horrorosa. Por momentos pensé que me iba a producir un desprendimiento de retina, o unas cataratas fulminantes. No me recreé mucho en su visión y eso me salvó. Además ves la foto y pensarás: exagerado. Pero si te haces con un ejemplar, me daréis la razón sin objeción alguna. Si me ponen a mí hace quince años a diseñar portadas para libros, me hubiera salido hoy algo así, con ese tipo de letra de cuando Bill Gates todavía programaba y ese híbrido de colores a cada cual más horrendo, pero con la de programas informáticos tan apañados que hay hoy en día, parir semejante cosa duele. Lo importante es el continente, cierto. También lo es, que ante una portada así, le dan a uno ganas de tener el libro, no a un centímetro de mar, sino a muchas millas.

Absolución (Luis Landero 2012)

Luis Landero portada libroLuis Landero ha escrito un libro extraordinario: Absolución. No sé como quieren vender este libro los de la editorial, pero no es el típico de auto-ayuda. Yo leo la palabra Felicidad en una solapa o en la faja publicitaria de un libro y me da mal fario. Está claro que Landero tiene las cosas muy claras como para caer tan bajo y despachar un producto de consumo masivo buscando el refugio de términos tan pomposos y hueros al mismo tiempo.
Es imposible y estéril reseñar aquí el alud de asuntos que están presentes directa o indirectamente en esta obra. Además como sucede con cualquier libro que se precie, una cosa es lo que está escrito sobre el papel, que a cada uno le podrá gustar más o menos (a mí la prosa de Landero me extasia) y otra los efectos que esa lectura causan en el lector.
Hay libros que te hacen sentir más inteligente, más fuerte, más limpio, más consciente, más contingente, más frágil, más.. Absolución es esa clase de libros.

El protagonista de la historia es Lino, un treintañero el cual toda su vida ha estado huyendo de todo. Todo le cansa y aburre. Es como el río de Heráclito que siempre es el mismo río, pero siempre diferente. El tedio forma parte de él. Así cuando parece que su corazón encontrará la paz, o el letargo, en el refugio de un inminente matrimonio, Lino fiel a sí mismo y por una causa concreta, debe poner pies en polvorosa, sin rumbo fijo. En ese vagabundeo conocerá personajes deliciosos como Olmedo o Gálvez, dando lugar a situaciones inolvidables, que le permitirán de paso al autor ahondar en temas de rabiosa actualidad como el desuso de ciertas infraestructuras ciclópeas, convertidas en ruinas en apenas pocas décadas, o ese monstruo de cemento que desbasta el territorio creando ciudades de la nada en lugares idílicos, cuyos residentes se verán obligados a interpretar su papel de ufanos residentes: una suerte de felicidad impostada, inoculada y replicada, sin iniciativa.

Además, Landero de cosas tan insignificantes como unos tomates, un huevo duro o el botón de un chaqueta es capaz de articular un discurso, de precipitar el curso de los acontecimientos. Y figuras como la madre y el padre del protagonista, o el Señor Levin, le permiten al autor hacer gala de la ironía, de un humor impecable, sin dejar tampoco fuera de campo, el poder del amor, de la pasión, de esas miradas de fuego, aunque sea imposible, a veces y por eso tan necesario, el amor.

Transcribo un párrafo de los muchos que me han deleitado de esta obra imprescindible de Landero.

«Yo pienso que la vida es algo así como un viaje en metro o en tren donde tú eres el único pasajero y donde van anunciando por los altavoces. << Próxima estación, Escuela Elemental; próxima estación, Primer Amor; próxima estación, Desengaño Amoroso...Y luego vendrán las estaciones Grupo Pascual, Matrimonio, Paternidad, Adulterio, Suicidio, Divorcio, Crimen, Exilio... y así hasta llegar, que a veces llega cuando menos lo esperas, a la estación Hospital, y luego la última de todas, el fin del trayecto, cuyo nombre todos conocemos".

Como el personaje de la deliciosa novela Paradoja del interventor, y quizá porque el mundo es contingente y azaroso, Lino también se ve arrojado al mundo exterior, con una mano delante u otra detrás, para redescubrirlo, en esa encrucijada en el que se mueve el ser humano desde el comienzo de los tiempos, entre destino y libertad, entre la realidad y el deseo, entre las necesidades de huir y el anhelo de permanecer, entre la inmortalidad y el tedio de vivir.

Reseña de Absolución (Imprescindible)

Entrevista a Luis Landero en El País (26-01-2013).

Sobre la felicidad a ultranza (Ugo Cornia 1999)

Sobre la felicidad a ultranza portada libro Ugo CorniaSi en el libro que comentaba el otro día de Edoardo Nesi, Una vida sin ayer, se nos mostraba un escenario apocalíptico, sin futuro ni esperanza, esta novela de Ugo Cornia titulada Sobre la felicidad a ultranza es todo lo contrario porque rezuma optimismo y felicidad, otro caso distinta es que tanto buen rollo cale en el ánimo del lector: en mi caso no.

Un libro así es de esos que a priori te entra por los ojos, poniéndote las pupilas a punto de nieve, porque todo es bello, hermoso, optimista, esperanzador, armónico y suave. La historia está contada por un tal Ugo, se entiende que es el propio autor, que en esta novela, la primera que escribió allá por 1999 y que en España se publicó en 2011 en Editorial Periférica, hace un ejercicio de memoria, y saca a pasear a todos sus muertos. Todo el libro es una colección de anécdotas, de momentos recordados en compañía de su padre, de su madre, de su tía, de esos seres queridos que marcaron su existencia y todo gira en torno a eso, y a poco más, porque todo se centra en los muertos, en los moribundos, que van camino del hoyo y en los recuerdos que dejan a los que se quedan.

Ugo además de dar cuenta de como el horno crematorio nos convierte en polvo a todos, sin importar raza ni condición, también nos da cuenta de sus otros polvos, los terrenales y saca a pasear a unas cuantas mujeres con las que folló, unas a las que amó, otras a las que quiso, alguna de la que se enamoró, y otra a la que no le dijo lo que le tenía que haber dicho en el momento preciso: como la vida misma.

La forma de narrar de Ugo Cornia es muy simple. No hay rebuscamiento alguno ni tampoco ningún esfuerzo en que lo escrito tenga algún recorrido (una apreciación mía subjetiva, porque seguro que Cornia aspira a convertirse en un clásico y ya hay quien tilda esta novela de Obra maestra, que aplicado a la literatura son como esos diez partidos del Siglo que se juegan cada temporada), basta con ir despachando anécdotas, ensartando recuerdos sobre el papel, a lo que también contribuye la traducción que en algunos casos chirría como cuando uno lee varias veces eso de «la mar de ….«. Digo yo que ahí el autor, o el traductor deberían echar mano de otros sinónimos porque sino la lectura acaba pecando de reiterativa, tanto que el argumento banal y la felicidad a ultranza de este prenda, me resultan indiferentes.
Vamos, que la cosa empezó más o menos bien (con Lalli y Brown y con la madre en vida y las singularidades de su padre), pero acabó regular tirando a mal (con sus devaneos amorosos y el ensimismamiento propio del aburrimiento)

Como Ugo es filósofo en algunos momentos nos endiña unas disertaciones filósoficas que no vienen muy al caso, con la pretensión quizá de que lo escrito coja algo de vuelo, ciertas hechuras u honduras, pero ni con esas.

Eso sí, el título me gusta mucho y lo ratifico, hay que ser feliz a ultranza o al menos intentarlo, porque a día de hoy la lectura de un periódico cualquiera o un telediario de la primera, de esos de hora y media, le dejan a uno al borde del llanto, o de la ira, o de la furia, o de la depresión, o de la inmolación, o de.