Archivo por meses: julio 2017

Marcello Fois

Estirpe (Marcello Fois)

Creo que si no hubiera leído Memoria del vacío antes de leer Estirpe (publicada en Hoja de Lata con impecable traducción de Francisco Álvarez) ésta última me hubiera gustado más. Lo digo porque en Estirpe, Marcello Fois vuelve a tocar parejos temas con el mismo tono que ya trató en Memoria del vacío, como la entrada de Italia en la Primera Guerra Mundial y la sangría que supuso para miles de familias, cuyos hijos murieron en el frente de batalla o volvieron lisiados. En ambas novelas se habla de Gorizia, en la frontera con la actual Eslovenia, convertida en un reducto donde los soldados muertos se contaron por decenas de miles y el terreno no podía absorber tanta sangre derramada. Un conflicto bélico, que en esta novela alcanza también a la Segunda Guerra Mundial.

La historia familiar de esta estirpe transcurre de nuevo en Cerdeña, y no falta el hambre, la miseria, que se ve superada por cierta prosperidad, los pueblos pequeños convertidos en grandes infiernos, las envidias, las rencillas, los odios, las venganzas y una maldad sin límites que se cebará con dos niños pequeños, Pietro y Paolo, que serán asesinados y cuyos cuerpos servirán de pasto para los jabalíes. Los hijos del herrero Michele Angelo y de Mercede, que ven así cómo su realidad es arrostrar un Saturno guloso, que no pierde ocasión para devorar a sus hijos. Si los más pequeños son asesinados vilmente, los otros dos se ven ante un conflicto bélico mundial que los quiere en el frente, al que acudirá uno de ellos y que regresará con los pies por delante, mientras que el otro, contra todo pronóstico, se quedara en el hogar, como única esperanza de la estirpe familiar (en el caso de que tuviera descendencia), dado que el resto de la progenie lo completa su hermana, que se  desposará con un fascista en ascenso.

Fois plasma bien el escozor del deseo impetuoso, el ruralismo áspero y acerbo, la violencia latente y patente, lo jodido que es pelechar en una comunidad pequeña y rural donde tus vecinos, muy proclives al chismorreo y a toda suerte de habladurías, te la tienen jurada y la prosperidad propia es vista como una afrenta hacia el otro.

Trata el autor de condensar cuatro décadas de los comienzos del siglo XX, en Cerdeña, en algo menos de 300 páginas y el resultado no acaba de convencerme, pues no tienen los personajes, ni la historia, la viveza, ni la contundencia y empaque que encontré en Memoria del vacío, con un personaje el de Stochino -al que se hace mención en la novela- muy sugerente.

La narración se fragmenta -hay incluso un relato histórico sobre la genealogía familiar de los Chironi- se diluye y deslee en una polifonía de voces, que no es tal, pues la conversación se ve reemplazada por el silencio enquistado o por el puñetazo en la mesa, la expresividad por una mueca amarga, la esperanza por un luz extinta en la mirada, la melancolía es un ¿te acuerdas de/cuando?, que lejos de confortar, hunde y debilita, en suma: seres dolientes cuyas existencias son vidas a crédito: continuamente tienen que estar pagando, con incómodas y trágicas cuotas, el precio de vivir.

Y a pesar de que Fois exponga algún momento de felicidad familiar, como la excursión de Mercede con sus hijos al mar, lo que abunda en la narración es lo trágico, el pesimismo, el dolor, la fatalidad, y tratándose de una saga, la postrera esperanza, a fin de que la estirpe continúe y podamos leer más novelas sobre los Chironi.

Hoja de Lata. 300 páginas. 2016. Traducción de Francisco Álvarez.

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Eugenio Oneguin (Alexander S. Pushkin)

Conversando el otro día con un amigo, éste me habló de Alexander S. Pushkin (1799-1837) y de cómo un bisabuelo suyo, Abraham Aníbal, fue llevado como rehén a Constantinopla para de allí ser conducido a Rusia por un enviado ruso, y como el emperador Pedro el Grande le concedió formación militar, de tal manera que llegó a ser general. Pushkin (que según Dostoievski toda la gran literatura rusa posterior salió directamente de Pushkin) presentaba cabellos rizados, un rostro moreno, labios gruesos.
Esta conversación (y esto que leí hace uno meses: Dale la vuelta a tu vida. Si finges la realidad, si vives la ficción como real, verás que ni la actuación aburre ni la vida pesa, Yo, quizás lo hayas descubierto, soy Eugenio Oneguin) me animó a leer a Pushkin.

Eugenio Oneguin (obra a la que Pushkin dedicó siete años) es una de esas novelas que uno quiere leer desde hace décadas y hoy le llegó la hora. Lo primero que sorprende es la forma, ya que hablamos de una prosa con aspecto de poesía, la cual creo que con la traducción se pierde bastante por el camino.

He leído la cuidada edición de Cátedra con abundantes notas a pie de página, las cuales ofrecen una importante ayuda de cara a interpretar mejor el texto, dado que esta obra de Pushkin abunda en la referencialidad ya sea de obras propias o ajenas.
Pasean por las páginas a su vez un montón de personajes rusos ya sean novelistas, poetas, militares, figuras políticas, etcétera.

Las notas nos permiten entender mejor el contexto histórico de la época, ya que Pushkin habla de los decembristas de 1825, el romanticismo -Byron está muy presente- del que Pushkin ironiza y la influencia francesa que se verá reemplazada por la británica.

Este poema de largo aliento lo entiendo como la manifestación de la imposibilidad amorosa, amor que Eugenio Oneguin profesa a Tatiana, a la que primero renuncia, para más adelante intentar recobrarla, sin éxito. La historia resulta verosímil, pues Oneguin no se engaña a sí mismo o no tanto como para llevar la situación al límite, a texturas trágicas.
Mucha de la ironía que destila Pushkin va referida a mofarse de sus congéneres literarios, chascarrillos que en el caso de no conocer la entidad del agraviado quedarán diluidos en la ignorancia del lector.

La narración resulta dinámica, atrevida, amena y vertiginosa.

Hay acción, con un duelo donde muere un amigo de Oneguin a resultas de un pistoletazo de éste, y amor, que deviene en desamor. Precisamente Pushkin murió a los 37 años en un duelo de un balazo.

La historia acaba con un punto y seguido no con un punto y final, dónde Oneguin seguirá su camino, y nosotros el nuestro.

La he leído con mucho agrado, pero no me parece ni de lejos una obra maestra.

Jorge Luis Borges

El hacedor (Jorge Luis Borges)

Estos relatos y poesías de Borges están hechos de palabras, de tiempo, de simetrías, de resonancias, de analogías, de sueño y de vigilia, de espejos -que nos reducen a un reflejo- de seres soñadores y de seres soñados, de repeticiones, donde todo lo pretérito vuelve como en un reflujo que mezcla lo presente y lo pasado, revitalizando al primero, porque Borges -ávido y gran lector- recurre a las figuras clásicas que tan bien conoce para incorporarlas a sus relatos; así aparecen Miguel de Cervantes, Luis de Camoens, Heráclito, Quevedo, Helena, Homero, Shakespeare, Dante, Julio César, Caín y tantos otros, y es tal el dominio de Borges al escribir que todo resulta prolijo, adecuado, preciso, sorprendente; algo demasiado perfecto, demasiado bien construido, muy alejado de la simplicidad de los hombres referida en Inferno, I, 32 como si -ya puestos a fantasear- las Musas no fueran otra cosa que un inevitable creación Borgeana.

Me deja esta lectura para el recuerdo relatos muy buenos como El hacedor, Martín Fierro, Everything and Nothing, Delia Elena San Marco, El otro tigre, Arte poética, La trama, In memoriam J.F.K (cuya estructura me recuerda al Wife in reverse de Dixon)…

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Una autobiografía soterrada (Sergio Pitol)

De Sergio Pitol (Puebla, 1933) sólo he leído hasta al momento la traducción que hizo de Las puertas del paraíso. Gran labor la de Pitol, porque creo que si me gustó tanto la novela, fue por lo bien que estaba traducida y captado el espíritu de Jerzy Andrzejewski.

Esta autobiografía es soterrada y mínima -poco más de cien páginas- con varios capítulos, donde Pitol explica las claves del relato, siempre con Chéjov como referente, con sus finales abiertos y como renovador del género, un genero afirma Pitol, el de relato, siempre ninguneado respecto a la novela; Pitol confiesa que en toda novela es clave la estructura, y por supuesto el lenguaje, el cual ha de renovarse, avivarse, de tal manera que de no hacerse, ciertas novelas son parodias de uno mismo y comenta Pitol esos vacíos que deja en sus novelas, a fin de que sea el lector quien los rellene, unos vacíos que no deben en ningún modo propiciar el caos, sino que más bien creo que nos invitan, al leer, a llevar a cabo una lectura activa, pues como Pitol comenta para él escribir, es como la labor de la Penélope homérica, una tarea de construcción y deconstrucción. Comenta que su labor como traductor fue determinante luego para animarse a escribir, pues le permitirá conocer la trastienda de la novela y sus intersticios, todo lo que guarda relación con la estructura de la novela.

Comenta Pitol anécdotas familiares, como esa abuela que se encastillaba mentalmente leyendo a Tolstói.

«Mi abuela fue hasta su muerte una lectora de tiempo completo de novelas del siglo XIX, sobre todo las de Tolstói. Cada vez que la evoco se me aparece sentada, olvidada de todo lo que sucedía en la casa, inclinada en un libro generalmente Anna Karenina, que debió haber leído más de una docena de veces«.

Según Pitol la novela debe potenciar la realidad y lo confía todo a la trama y al lenguaje, siempre teniendo muy presente estas palabras de Conrad.

«La tarea que me he propuesto realizar a través de la palabra escrita, es hacer oír, haces sentir y, sobre todo, hacer ver. Sólo y todo eso«.

Pitol se aplica el cuento, respecto a las palabras de Carlo Emilio Gadda el cual invitaba a desconfiar de cualquier escritor que no desconfiara de su propia labor. Así Pitol considera que no haber publicado unos abominables poemas de juventud fue una decisión acertada, dado que de haberlo hecho es muy posible que se hubiera cargado su carrera de escritor y su pasión lectora. Algo parecido le pasa con el teatro, que le gusta leerlo pero se ve capaz de escribirlo. Así, Pitol se encaminará por el mundo del relato y de la novela, y en algunos capítulos de esta autobiografía y al hilo de las Obras completas que está preparando y que le obliga a releer todas sus novelas, establece cuales son las características comunes en sus novelas y que puntos marcan una transformación o metamorfosis, como su interés por la novela policiaca.

Confiesa Pitol su entusiasmo por Galdós y dice: en su obra descubrí que como en la de Goya, la cotidianidad y el delirio, lo trágico y lo grotesco no tienen porqué ser caras opuestas de una moneda, sino que logran integrar en plenitud una misma entidad.

Muy presente siempre en estas páginas la figura del escritor y diplomático Alfonso Reyes, el cual según Pitol logró “desasnar a varias generaciones de mexicanos” y de Borges, ese padre tutelar de un buen número de escritores de todas las generaciones y también los viajes, con un Pitol portátil que abandona Méjico a los 28 años y regresa a su tierra en contadas ocasiones, un Pitol que reside en un sinfín de países, si bien lo que nos deja en estas páginas, no es todo lo que ha visto como embajador, agregado cultural, viajero o turista, sino esos momentos en los que las circunstancias le permitieron tener tiempo libre que consagrar a la lectura y a la escritura. Un Pitol nómada que dice que cuando se sienta a escribir no es mejicano, dado que la patria de todo escritor es el lenguaje.

En la entrevista que cierra el libro afirma Pitol que de los autores más recientes, aquellos que cree que van camino de pasar a la posteridad son: Thomas Bernhard, John Banville, Ford Madox Ford, Antonio Tabucchi, Andrzej Kusniewicz, Bolaño, Piglia, Aira, Saer, E. M. Foster, Faulkner, Bellow

Más que soterrada, esta autobiografía de Sergio Pitol me ha resultado escasa. Querría que se hubiera extendido más.

Anagrama. 2011. 140 páginas.