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La lengua de los dioses. Nueve razones para amar el griego

La lengua de los dioses. Nueve razones para amar el griego (Andrea Marcolongo)

Este libro de Andrea Marcolongo (donde la autora se explaya y soporiza bastante haciéndonos entender los problemas que ha tenido desde su nacimiento a consecuencia de tener un nombre que en Italia es propio de los varones) ya muestra sus intenciones desde el título, o subtítulo: nueve razones para amar el griego. Las nueve razones no están por ninguna parte. Hablar de la traducción del griego, de las declinaciones, en todo caso son características de la lengua griega, pero no creo que sean razones para amar la lengua. Respecto a la traducción, comparto lo que leía el otro día de Gual, cuando decía que al citar un texto griego junto al nombre del autor debería figurar siempre el nombre del traductor. No sé si en el texto original que es en italiano la autora ha reparado en este detalle. En la traducción al castellano, que es la que leído, en ningún momento se cita a ningún traductor, por mucho que la autora hable de lo importante que es esta labor y a pesar de que haya unos cuantos textos griegos, con los que la autora trabaja para exponer sus ideas. En su defensa del griego que Andrea ha estudiado de joven y por obligación, preparando exámenes para olvidar todo lo aprendido poco después de finalizarlos y que luego retomará ya en su vida laboral, echa mano de su experiencia y las anécdotas que nos cuenta en su mayoría son bastante sonrojantes y pueriles. Puestos a apreciar la impronta de los griegos y su legado, prefiero los textos que he leído de Pedro Olalla, de Carlos García Gual o de Edith Hamilton, o cualquier conferencia de Antonio Tovar o de Francisco Rodríguez Adrados. Si me quedo con algo son con algunos aspectos históricos y alguna que otra reflexión sobre la lengua griega que sí me ha interesado (como lo referido sobre la transición del griego antiguo al griego moderno, o el pasar de poner el acento no ya en el cómo, sino en el cuándo sucede la acción, al caer los griegos en la cárcel del tiempo), aunque estos desenfadados ensayos creo que tienen muy poco recorrido y escaso vuelo. Promete mucho ya desde su pomposo título y ofrece bastante poco (por no hablar de las erratas presentes, palabras repetidas una al lado de la otra y otras cosas relativas a la traducción como hablar de efectos colaterales cuando en ese entorno bélico creo que se debe referir a daños colaterales), lo cual no impedirá -o quizás a consecuencia de lo anterior- que se venda como churros.

Editorial Taurus. 2017. 208 páginas. Traducción de Teófilo de Lozoya y Juan Rabasseda.

Literatura griega en Devaneos

La luz de los lejanos faros. Una defensa apasionada de las humanidades

La luz de los lejanos faros. Una defensa apasionada de las humanidades (Carlos García Gual)

Esta colección de ensayos publicada recientemente por Ariel se construye sobre otro libro publicado en 1999 por Península, titulado Sobre el descrédito de la literatura y otros avisos humanistas. Esto lo comenta el autor en el prólogo. Es de agradecer porque ahora se lleva mucho coger un libro antiguo editarlo en otra editorial y hacerlo pasar por nuevo.
Comenta Gual que la mitad del libro son ensayos nuevos, que recogen tanto artículos publicados en El País como artículos publicados en revistas especializadas. Comento esto, porque el libro me ha resultado muy descompensado y deslavazado.
La editorial ha cogido un libro anterior, ha metido unas cuantas cosas de más y le ha puesto un título rimbombante que guarda poco relación con lo que el libro contiene. Esa defensa apasionada de las humanidades y la degradación de la educación universitaria es un discurso que Gual agota a las primeras de cambio en la onda de Ordine en La utilidad de lo inútil. Gual resulta reiterativo y cansino y su discurso si se salva es porque recurre a lo que otros han dicho, con mayor agudeza y profundidad. En este libro abundan las citas (algunas muy buenas como esta de Nietzsche: la filología es un arte venerable, que pide, ante todo, a sus adeptos que se mantengan retirados, que se tomen tiempo y se vuelvan silenciosos y pausados, un arte de orfebrería, un oficio de orífice de la palabra, un arte que requiere un trabajo sutil y delicado, y en que nada se consigue sin aplicarse con lentitud. Precisamente por ello es hoy más necesario que nunca; precisamente por eso nos seduce y encanta en medio de esta época de trabajos forzosos, es decir, de precipitación, que se empeña por consumir rápidamente todo. Ese arte no acierta a concluir fácilmente; , enseña a leer bien, es decir a leer despacio, con profundidad, con intención penetrante, a puertas abiertas y con ojos y dedos delicados), o párrafos en ocasiones de una página, de otros autores. Me fastidia que nadie antes de publicar el libro se haya dado cuenta de que muchas de las cosas que Gual dice se repiten, como aquello que dice Borges sobre leer la Odisea en distintas traducciones al inglés «La Odisea, gracias a mi desconocimiento del griego, es para mí una librería internacional de obras en verso y en prosa«, que aparece hasta en tres ocasiones. O la labor y reconocimiento del traductor, que Gual defiende a capa y espada. Según él cuando citemos algo de la Odisea, de la Ilíada o de textos parejos deberíamos citar al traductor que hizo la traducción. Esta apreciación la hace el autor en tres ocasiones. O la traducción de la Odisea (Ulixea) a cargo de Gonzalo Pérez, que se comenta dos veces. A mí todo esto me resulta muy chapucero y el libro deviene un cajón de sastre, donde un artículo en El País, que resulta escrito para salir al paso, a la vista de su escaso alcance, se codea con otros textos más especializados, eruditos y farragosos.
Dedicar tanto espacio para enterar al lector el número de veces que Borges (en su relación con los clásicos que tan bien recogió Gamerro en su Borges y los clásicos) citó a Homero, o a Platón o Heráclito en sus obras, me parece forraje para dormir ovejas. O convertir un artículo en un listado bibliográfico me parece muy poco serio y de nulo interés. Lo que procede aquí, al modo de las normas jurídicas, es hacer un texto refundido que evite las duplicidades.
Gual, escritor, crítico, conferenciante, traductor, tiene hoy peso específico como divulgador del mundo clásico y da gusto oír sus conferencias, y leer sus libros sobre mitología, pero este libro en concreto me parece poco atinado, a pesar de lo cual encontraremos cosas interesantes, sin duda, como lo dicho por Gual sobre Montaigne o La Fontaine, unos cuantos títulos de libros que podemos anotar para una posterior lectura, pero muy poco más para aquellos que seguimos la pista a Gual desde hace ya un tiempo.

Lecturas periféricas | Literatura griega en Devaneos

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Thoreau Biografía esencial (Antonio Casado da Rocha)

Este año se cumplen 200 años del nacimiento de Henry David Thoreau. Eso explicaría que en las librerías nos encontremos un buen número de libros y biografías, e incluso cómics sobre él. He leído la que ha publicado Toni Montesinos y la de Robert Richardson, ambas muy exhaustivas y recomendables. Antonio Casado da Rocha publicó también el año pasado Una casa en Walden, donde aprovecha la figura de Thoreau para ponerla en relación con otros aspectos de la cultura contemporánea.

Antonio, en 2004, fue el primero en escribir en castellano una biografía de Thoreau, esta que nos ocupa. Como dice bien su título es una biografía esencial, donde Antonio recoge los momentos cumbres o más relevantes de la vida de Thoreau que no fue muy larga, pero sí intensa, pues murió con 44 años. Casado se centra en los años universitarios en Harvard, su trabajo como docente y lo poco que dura en el mismo, las calabazas que recibe de Ellen la única mujer que amó en toda su vida, la influencia que ejerció sobre su persona Emerson, su paso (un día) por un calabozo, que le animó a perseverar en la Desobediencia Civil, su periplo fluvial en compañía de su hermano que registró en Musketaquid, su defensa del belicoso antiesclavista John Brown que sería ajusticiado y defendía sus ideas rifle en mano, la publicación de Walden, pieza nuclear que sintetiza todo su pensamiento y acción, su trabajo como agrimensor y en la fábrica de lapiceros de su padre que le procuran los recursos necesarios para atender las deudas contraídas con la editorial que publicara sus libros, y finalmente su muerte, serena, asumida.

El libro se cierra con algunas reflexiones de Antonio sobre Thoreau, alguien apreciado y denostado a partes iguales, al que incluso sus amigos, como Emerson, criticaban su espíritu contradictorio, su excesiva retórica. Cuantas más cosas leo de Thoreau menos cosas creo saber sobre él, porque siempre pesa sobre figura, la idea de que todo lo que hizo fue una pose, aunque a su vez, fue un hombre de acción, capaz de llevar a la práctica lo que tenía en mente, capaz de vivir la vida que quiso llevar, siguiendo un camino nada fácil, más bien pedregoso y empinado, un pelear a la contra, que no le puso las cosas fáciles, si bien creo que la madurez le dio la fortaleza necesaria para perseverar y seguir construyéndose sin necesitar la aquiescencia y el reconocimiento ajeno hacia su pensamiento y sus acciones.

Quien quiera acercarse a la figura de Thoreau, este libro de Casado le brindará una amena biografía y quizás aguijonee su curiosidad a fin de querer más cosas del mismo.

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Una autobiografía soterrada (Sergio Pitol)

De Sergio Pitol (Puebla, 1933) sólo he leído hasta al momento la traducción que hizo de Las puertas del paraíso. Gran labor la de Pitol, porque creo que si me gustó tanto la novela, fue por lo bien que estaba traducida y captado el espíritu de Jerzy Andrzejewski.

Esta autobiografía es soterrada y mínima -poco más de cien páginas- con varios capítulos, donde Pitol explica las claves del relato, siempre con Chéjov como referente, con sus finales abiertos y como renovador del género, un genero afirma Pitol, el de relato, siempre ninguneado respecto a la novela; Pitol confiesa que en toda novela es clave la estructura, y por supuesto el lenguaje, el cual ha de renovarse, avivarse, de tal manera que de no hacerse, ciertas novelas son parodias de uno mismo y comenta Pitol esos vacíos que deja en sus novelas, a fin de que sea el lector quien los rellene, unos vacíos que no deben en ningún modo propiciar el caos, sino que más bien creo que nos invitan, al leer, a llevar a cabo una lectura activa, pues como Pitol comenta para él escribir, es como la labor de la Penélope homérica, una tarea de construcción y deconstrucción. Comenta que su labor como traductor fue determinante luego para animarse a escribir, pues le permitirá conocer la trastienda de la novela y sus intersticios, todo lo que guarda relación con la estructura de la novela.

Comenta Pitol anécdotas familiares, como esa abuela que se encastillaba mentalmente leyendo a Tolstói.

«Mi abuela fue hasta su muerte una lectora de tiempo completo de novelas del siglo XIX, sobre todo las de Tolstói. Cada vez que la evoco se me aparece sentada, olvidada de todo lo que sucedía en la casa, inclinada en un libro generalmente Anna Karenina, que debió haber leído más de una docena de veces«.

Según Pitol la novela debe potenciar la realidad y lo confía todo a la trama y al lenguaje, siempre teniendo muy presente estas palabras de Conrad.

«La tarea que me he propuesto realizar a través de la palabra escrita, es hacer oír, haces sentir y, sobre todo, hacer ver. Sólo y todo eso«.

Pitol se aplica el cuento, respecto a las palabras de Carlo Emilio Gadda el cual invitaba a desconfiar de cualquier escritor que no desconfiara de su propia labor. Así Pitol considera que no haber publicado unos abominables poemas de juventud fue una decisión acertada, dado que de haberlo hecho es muy posible que se hubiera cargado su carrera de escritor y su pasión lectora. Algo parecido le pasa con el teatro, que le gusta leerlo pero se ve capaz de escribirlo. Así, Pitol se encaminará por el mundo del relato y de la novela, y en algunos capítulos de esta autobiografía y al hilo de las Obras completas que está preparando y que le obliga a releer todas sus novelas, establece cuales son las características comunes en sus novelas y que puntos marcan una transformación o metamorfosis, como su interés por la novela policiaca.

Confiesa Pitol su entusiasmo por Galdós y dice: en su obra descubrí que como en la de Goya, la cotidianidad y el delirio, lo trágico y lo grotesco no tienen porqué ser caras opuestas de una moneda, sino que logran integrar en plenitud una misma entidad.

Muy presente siempre en estas páginas la figura del escritor y diplomático Alfonso Reyes, el cual según Pitol logró “desasnar a varias generaciones de mexicanos” y de Borges, ese padre tutelar de un buen número de escritores de todas las generaciones y también los viajes, con un Pitol portátil que abandona Méjico a los 28 años y regresa a su tierra en contadas ocasiones, un Pitol que reside en un sinfín de países, si bien lo que nos deja en estas páginas, no es todo lo que ha visto como embajador, agregado cultural, viajero o turista, sino esos momentos en los que las circunstancias le permitieron tener tiempo libre que consagrar a la lectura y a la escritura. Un Pitol nómada que dice que cuando se sienta a escribir no es mejicano, dado que la patria de todo escritor es el lenguaje.

En la entrevista que cierra el libro afirma Pitol que de los autores más recientes, aquellos que cree que van camino de pasar a la posteridad son: Thomas Bernhard, John Banville, Ford Madox Ford, Antonio Tabucchi, Andrzej Kusniewicz, Bolaño, Piglia, Aira, Saer, E. M. Foster, Faulkner, Bellow

Más que soterrada, esta autobiografía de Sergio Pitol me ha resultado escasa. Querría que se hubiera extendido más.

Anagrama. 2011. 140 páginas.