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Las Geórgicas (Virgilio)

Antes de proceder al asalto de la Eneida a modo de rodaje he leído Las Geórgicas. Ha sido un sumo placer descubrir a Virgilio. Según Borges, Las Geórgicas es la obra más lograda de la poesía. Recuerdo que cuando Jesús Carrasco publicó Intemperie se le reprochó que en su novela agotaba el tesauro agrícola y sus usos. !Qué diremos entonces de Virgilio!.

En estas Geórgicas, literalmente campesinadas, hay una continua exaltación hacia la Naturaleza, hacia la agricultura y los agricultores que trabajan la tierra en su beneficio y en el de la comunidad, hacia los pastores, hacia las abejas, hacia los animales de tiro, hacia los árboles y la lectura es pura delectación. En las antípodas de otros autores más crípticos, a Virgilio es fácil leerlo, seguirlo y disfrutarlo, todo ello al unísono, aunque me da que en este brillante resultado (esta obra pertenece a las Obras completas de Virgilio editadas por Cátedra en su Biblioteca Avrea) tiene mucho que ver la traducción de Aurelio Espinosa Pólit. Para disfrutar lo leído como se debe es clave echar mano del Índice onomástico general que va al final y nos permite ir separando a los Dioses, de los ríos, de los montes, de los topónimos que pueblan la narración y viene bien también tener el diccionario a mano, pues como decía el léxico que maneja Virgilio es muy vasto: cambrones, troj, sitibunda, ajedreas, másico, gético, litarge, vedegambre, escila, gálbano, estalas, gorguz, moloso, salgueras, palustre, retesar… En suma, una poesía tan lauta como delectable.

Virgilio no escribe para sí mismo, no se ensimisma y se precipita en su yo, sino que su poesía son palabras que buscan la oreja ajena y su aquiescencia. Sabe Virgilio que tiene público, y su poesía manifiesta un ritmo, una cadencia que no ceja. Una narración que toma conciencia de sí mismo, cuando el poeta se dice «Sigamos«, sí, sigamos leyendo y disfrutando del extraordinario manejo de las palabras y las emociones que suscitará en el lector estas Geórgicas de Virgilio.

Eurípides

Hécuba (Eurípides)

Cuentan que Sócrates, únicamente acudía a las representaciones teatrales de Eurípides, considerado el filósofo del teatro, y comparando esta obra con las lecturas previas de Sófocles, es palmario que Eurípides impregna la narración de cuestiones filosóficas, que tienen que ver, aquí por ejemplo con la naturaleza y la educación, con la justicia y el honor, o introducen la duda sobre la existencia de los dioses, y se menta también a los Sofistas, contra los que arremete Hécuba, pues hacen pasar una cosa por lo que no es, prescindiendo de lo objetivo, de la verdad, en pos de lo subjetivo, de la opinión, para convencer o persuadir a cualquier precio; un discurso que me recuerda al Gorgias platónico, donde este ya arremetía contra la retórica.

Como es menester en todo lo trágico, no faltan los hechos funestos, aciagos, luctuosos: la muerte, el exilio, la desgracia a granel, todo aquello, en definitiva, que golpea al ser humano hasta dejarlo reducido a nada, deseando entonces la muerte, ante un porvenir que no quieren ver venir.

La doliente aquí es Hécuba, que como le sucede a Edipo, deja su situación de confort, sustraída a los altos honores que disfrutaba, y pasa de ser reina de Troya a esclava, ya sin país, sin marido, y con un hijo muerto y otra hija, Políxena, camino de ser degollada, para rendir así, tributo a Aquiles.
Hécuba solicita ayuda y clemencia a Agamenón, rey de Micenas, lo cual no impide que su hija muera, y su afán pase entonces por dar sepultura a ambos hijos, pues Polidoro, su otro hijo, que estaba como huésped en casa de Poliméstor, ha sido asesinado por este, y arrojado su cuerpo sin vida al mar.

Ante esta situación, Hécuba, destrozada, clama justicia, y venganza, pues cree que a través la misma verá aliviada su pena. Una venganza que se consuma, tal que Poliméstor verá como matan a sus hijos, antes de dejarle ciego y devenir entonces adivino.

Se anticipa que Hécuba morirá, y también se adelanta la muerte que sufrirá Agamenón, ya tratada en Electra.

Los comentarios vertidos, como ácido, sobre la mujer, son pura misoginia.

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Medea (Eurípides)

Medea es el espíritu de la contradicción: la pugna feroz entre la razón y el instinto. En este caso Medea no puede dar su visto bueno a que su marido Jasón la expulse de su lecho para poner en su lugar a otra mujer, a Glauce.

Medea ve que la mejor manera de aniquilar a Jasón es servirse de sus hijos, matándolos y de paso acabar también con Glauce y con su padre Creonte.
Medea se debate entre hacerlo o no, y al final vence su instinto asesino, su ansia de venganza, pareja a la Electra sofoclea.

Si leemos la prensa o vemos los telediarios -reducidos a poco menos que una concatenación de hechos escabrosos- veremos que servirse de los hijos para hacer daño al otro cónyuge, es práctica habitual, y que incluso hay quienes obran como Medea. Resulta la lectura tan terrible y espeluznante como real.

Si en Sófocles ya leímos parricidios, matricidios, suicidios…, con esta obra de Eurípides, hemos de añadir a los ingredientes de la tragedia griega el infanticidio.

Medea es otro clásico teatral, que no pasa de moda.

Lo curioso, tanto en las tragedias de Eurípides, como en las de Sófocles, y en las tragedias griegas de cualquier otro autor, es que la estructura es casi fija, y lo que varía es el enfoque que le da el autor, y el tratamiento que hacen de un mismo mito, que a menudo se repite, como sucede por ejemplo con la Electra de Sófocles y la de Eurípides.

Gredos Editorial. 2010. 96 páginas. Traducción de Alberto Medina González.

Sófocles

Áyax (Sófocles)

Áyax guarda similitudes con Antígona. Si ésta no podía enterrar a su hermano Polinices por orden de Creonte, aquí es Menelao y Agamenón los que quieren dejar insepulto el cuerpo sin vida de Áyax, el cual al ver que las armas de Aquiles van a parar a Odiseo en lugar de a él, se trastorna y mata unas reses cuando cree estar ajusticiando a Odiseo y los suyos, cual don Quijote embistiendo molinos. Cuando vuelve en sí, Áyax, decide quitarse la vida con la espada que le dio Héctor, durante la conquista de Troya, y no le sirve como freno el dolor que causará a su padres, a su mujer, a su hijo, a su hermanastro… Áyax está decidido a morir y solo a través de su aniquilación encontrará, cree, la calma. Teucro, hermanastro de Áyax, tras el fatal desenlace defiende su empeño en enterrar a Ayante, con escaso éxito, y será la aparición de Odiseo, el rico en ardides, el que inclinará la balanza a su favor, a pesar de su rencor mutuo y su enemistad manifiesta, Odiseo cree que se debe enterrar a Áyax y que este reciba entonces los honores que merece por parte de los suyos.
Curioso ver cómo una diosa, Atenea, se inclina por Odiseo, lo cual, supone la perdición de Ayante, al enloquecerlo. El suicidio en las tragedias de Sófocles son una constante (no) vital. La lectura previa de la Ilíada me ha hecho disfrutar esta obra en mayor medida.

Finalizadas de leer las siete tragedias sofocleas, ahora es el turno de Eurípides y de Esquilo.