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Fuera del mapa

Como profesor de geografía social Alastair Bonnett quizás tenga un pase, pero como escritor resulta bastante simplón. No le vamos a pedir la agudeza y erudición de Fermor, pero con estos mimbres un buen escritor obraría maravillas.

Fuera del mapa es ese tipo de libro que resulta muy interesante leyendo la contraportada, pero que si ahondas en él descubres que está hueco. Ni siquiera las ilustraciones dan el pego y hubiera sido mucho mejor haber puesto en su lugar fotos reales. Cuando habla de Zheleznogorsk, dice: en realidad se trata de un lugar que nos habla tanto del pasado como de los altos niveles de privacidad y seguridad que exigen las empresas y los ciudadanos contemporáneos.
Con más de mil millones de usuarios que tiene facebook, y otras tantas redes sociales, que alimentan ininterrumpidamente esta cultura de la retransmisión que nos hemos dado, hablar de altos niveles de privacidad exigidos por los ciudadanos me parece una sandez.

El libro resulta curioso en algún momento cuando Alastair nos viene a decir que los mapas cambian, que lugares que aparecen en el Google Earth no son tales, que no existen, o lagos que dejan de serlo (como el Mar de Aral) para convertirse en desiertos y de paso mete cierto relleno, hablando de un fulano que se ha construido una casa sobre 100.000 botellas de plástico a modo de isla flotante, un transatlántico de lujo que da vueltas alrededor del mundo continuamente sin parar: nido de millonarios y chorradas varias que van muy bien para un artículo de Verne, pero no para un libro que presumo serio.

Para escribir un libro como éste no hace falta viajar a ninguno de los lugares que se mencionan en el mismo. Si buscamos información por ejemplo sobre Tyneham, cuando habla de Arne, encontraremos artículos de contenido muy similar en la red a lo que dice Alastair.
Cuando en sus artículos introduce diálogos de gente de la calle, es ya para echarse a llorar, tal que este fuera del mapa se convierte en fuera del libro, a la voz de ya.

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Fantasmas del escritor (Adolfo García Ortega)

No existía. Existía. Ya no existo. ¿Ha importado?

Epitafio

Fantasmas del escritor, de Adolfo García Ortega (Valladolid, 1958), recoge un puñado de opiniones contundentes como él dice -según expresión de Nabokov-.

Supongo que los fantasmas del escritor serán el miedo a la página en blanco, a escribir siempre la misma historia, a no ser capaz de ir más allá de los límites que establecen el talento y la imaginación del escritor, a no tener ningún lector.

En los textos, además de cine (aparecen por ahí Gonzalo Suárez o Sorrentino entre otros. Comparto lo que dice sobre Toni Servillo, para mí también es un actor extraordinario, posiblemente el mejor actor vivo hoy en día), pintura (El Greco), o la política (centrada en las guerras que podrían venir a cuenta de las religiones, con el tema de la autocensura sobre la mesa a raíz de los crímenes de los empleados del semanario satírico francés Charlie Hebdo, o los nacionalismos: los nacionalismos reescribe el pasado con las palabras del presente, y deforman los hechos de ese pasado hasta que caben en el molde reducido de lo que llaman «la reivindicación justa de lo nuestro». Las banderas, cuando se vuelven demasiado «nuestras», arden como antorchas en el corazón de las personas cortas de miras. Lo mismo que hierven en su cabeza), la mayor parte de ellos tienen que ver con la literatura, con ese mapa de lecturas que Adolfo ha ido trazando durante estas seis décadas (en su web también ha dedicado su tiempo a este asunto ofreciéndonos un sinfín de posibles lecturas que podemos llevar a cabo, leyendo a autores como Flaubert, Cortázar, Borges, Pascal, Rimbaud, Benjamin, Wittgenstein, Barnes, Faulkner, Cervantes y un largo etcétera.

Algunos textos sirven para encarecer ciertas novelas, como Los ingenuos de Longares, Karoo de Tesich, Intemperie de Jesús Carrasco, El ángel esmeralda, de De Lillo, que sí que leído, y otros que no, como Cámara Gesell de Guillermo Saccomanno el Bolaño argentino según Adolfo), La bibliotecaria de Auschwitz de Antonio G. Iturbe, Días de Nevada de Bernardo Atxaga, L’usage de la photo de Annie Ernaux, Insumisión de Michel Houellebecq, Memorias de ultratumba de Chateaubriand (Un océano infinito), Lolita de Nabokov, El río del Edén de José María MerinoCanción de cuna de Julián Herbert, Enemigos. Una historia de amor de Isaac Bashevis Singer, El crimen del soldado de Erri de Luca, Una librería en Berlín de Françoise Frenkel o Los Diarios de Hélène Berr. En otros artículos Adolfo va en contra de autores para él ya obsoletos como Thomas Mann, y su Doktor Faustus por ejemplo, o La infancia de Jesús de Coetze, que según Adolfo no es novela, no es literatura, no es ficción, no es nada. Nada. Se habla de Günter Grass, su confesión y arrepentimiento, no muy creíble según Adolfo.

Se habla mucho del oficio de escribir, y se da su importancia también al lector, así como a la crítica literaria, con la que Adolfo se despacha a gusto empleando para ello las sabias palabras de Diderot (más al detalle aquí), que hablan de la insignificancia tanto del escritor como aún más de la del crítico.

Oigamos a Sartre: un escritor es escritor porque eleva las nimiedades de la vida corriente a rango de grandes hechos vividos.

Adolfo reflexiona sobre su labor en estos términos:

Porque el escritor, digan lo que digan, siempre pretende ser otro, apropiarse como un Dios de su mundo inventándolo ex novo, ser parte de sus propios personajes, definirse mediante la alteridad. Y la plenitud de esa alteridad es fingir un yo ofrecido a los demás para ser leído.

El escritor busca y rebusca en un mundo propio que reproduce el mundo de otros hasta mitificar lo, para crear un sistema en el que incluso el mismo puede llegar a existir. Como decía Wittgenstein, la literatura es la proveedora de espacios por excelencia. Es más, la literatura es el espacio en que se funden recuerdo y realidad para dar origen a otra cosa que participa de ambas que se acerca el mito.

La lectura crea con los escritores un raro vínculo de proximidad o pertenencia.

Los libros siempre desvían: desvían del origen y del destino, proponen un camino diferente para llegar a un lugar inesperado.

Para mí, Modiano (la protagonista de su novela Dora Bruder, da nombre ahora a la calle de París en la que nació. Fue deportada y asesinada en Auschwitz a sus 15 años) es una especie de Balzac contemporáneo, el creador de un fresco parisino, privado y universal a la vez. Y también lo tengo por un escritor tan titánico como Victor Hugo, a la hora de crear personajes en claroscuros, oblicuos, de los que no deja de apiadarse o asombrarse con una sutileza inocente.

Los escritores ofrecemos lo que tenemos: una vida privada. Procuramos que el lector sienta . Solo así, mediante la emoción, mediante sentimiento, se puede comprender al otro.

Aparecen por ahí las Iluminaciones también de Walter Benjamin y su Libro de los pasajes.

El caso es que leyendo este libro uno va siguiendo huellas, por un camino que a pesar de ser ignoto resulta cada vez más conocido y sumamente fruitivo, pues sacia nuestra curiosidad (que no es más que vanidad si hacemos caso a Pascal. Se quiere saber más de algo para poder hablar de ello, dice), porque leer estas opiniones y reflexiones (como esta definición de escritor: Dícese también de una persona necesitada que pide ayuda y el mundo le da las gracias o esta otra: Los escritores somos necesarios mientras se sigan celebrando fiestas con uniformes y banderas) de Adolfo García Ortega, me hacen sentirme «como en casa«.

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La vida fácil. Silabario (Alda Merini)

De todas las entradas de este particular libro de Alda Merini, clasificadas por orden alfabético, estas dos son las que más he disfrutado. El resto no me han dicho gran cosa. Su vida, explicada grosso modo en el prólogo de los traductores fue de lo más agitada y su prosa resulta igual de abigarrada.
www.devaneos.xom
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www.devaneos.com

El material humano (Rodrigo Rey Rosa)

A los que escriben las contraportadas de los libros tenían que pasarlos por el polígrafo. Leo «thriller sobrecogedor«. No me lo ha parecido, en absoluto. Sobrecogedor y mucho, era en mi opinión la parte de los crímenes de 2666 de Roberto Bolaño. Cito el libro de Bolaño porque el comienzo de esta novela de Rodrigo Rey Rosa (RRR) me traía ecos de la anterior, en ese empeño por denunciar la injusticia, cuando RRR maneja unas fichas policiales en las que se identificaba a los detenidos tras ser detenidos en muchas ocasiones por majaderías y cosas que leídos nos parecen un sinsentido. A RRR le permiten acceder al Archivo Histórico de la Policía Nacional de Guatemala, y ahí ve el escritor un filón, sustancia narrativa para su novela. El caso es que se pone a escribir y como la novela ve que no avanza, entre quedadas y encuentros que se van posponiendo, RRR muda la novela en diario autobiográfico (Sábado 8 de junio. Día prácticamente perdido, en familia.), y cuando hay que remontar la realidad se recurre a lo onírico, a sueños que son otra forma de narrar y de explicarse a sí mismo. El macabro telón de fondo al que hace mención también la contraportada, va referido a las más de 100.000 personas que fueron muertas por miembros del Ejército guatemalteco entre 1960 y 1996 y de unos 10.000 por miembros de los varios grupos guerrilleros en el mismo período, a la limpieza étnica de indígenas (Miguel Ángel Asturias soltaba perlas como esta: que el indígena era un grupo degenerado y que debía mejorársele cruzándolo con europeos), al secuestro de la madre de RRR durante seis meses, implicado el escritor en su liberación (con el depósito del dinero) y la posibilidad de que las pesquisas que lleva a cabo Rodrigo le permitan poner cara al secuestrador más de dos décadas después, a la angustia que experimenta RRR a medida que investiga, según va jugando con fuego como le dice su padre, pues ya sabemos que al poder no le gusta que los ciudadanos remuevan el pasado y es mejor dejar la cosas quietas, fosilizadas, tanto en Guatemala como aquí. Angustia (miedo dice que llegó a sentir el autor escribiendo esta novela) que ve alimentada por ese teléfono que suena sin que se profiera luego ninguna palabra más, cuyo único objetivo es amedrentar al telefoneado. Esto se despliega en toda la narración y es muy parecido a lo que refería Eduardo Halfon, también guatemalteco en su Biografía bizarra, el cual sufre el acoso más allá de una llamada o un anónimo al recibir la presencia de un hombre en su domicilio que le recomienda que es mejor no andar hablando demasiado. Una invitación para que Halfon dejara su país, idea que también acaricia RRR, que ya se exilió voluntariamente años atrás.

Lo que más he disfrutado son las citas de Voltaire (La necesidad de hablar, la dificultad de no tener nada que decir, y el deseo de tener ingenio son tres cosas capaces de poner en ridículo al hombre más grande) y de Bioy sobre Borges. Decía Mallarmé que «el mundo solo existe para llegar a un libro» o en este caso, como se ve, para llegar a una cita (o varias).