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Será mañana (Federico Guzmán Rubio 2012)

Será mañana Federico Guzmán Rubio portada libro Lengua de Trapo

La primera novela de Federico Guzmán Rubio (1977) es deslumbrante (antes había publicado el libro de relatos, Los andantes) Una novela que no quieres que se acabe, porque leer se convierte en un acto gozoso, donde sus 333 páginas, que ya son, me han sabido a poco.

La historia es singular y original. Barrunte es un ser centenario, dotado con el don de la inmortalidad, al menos hasta el momento presente. Ahora ve como su cuerpo pierde fuerza y le aqueja la decrepitud: una luz azul que va creciendo alrededor de su osamenta a medida que la Parca lo ronda con mayor intensidad.

Hasta este momento, allá donde había un movimiento revolucionario, allí estaba Barrunte, siguiendo los ideales de justicia, libertad e igualdad. Lo tiroteaban, amputaban, troceaban, quemaban y él juntaba sus pedazos y volvía a la carga, al camino, a la lucha.

Como si de un Quijote moderno se tratara, allá va Barrunte desfaciendo agravios, enderezando entuertos, luchando contra molinos de viento, convertidos ahora en emporios bancarios, corporaciones multinacionales, parlamentos nacionales, contra los que golpearse una y otra vez, porque hay mucho trabajo por hacer, no ya en algún lugar de La Mancha sino más alla, a lo largo y ancho de todo el planeta (cosas de la globalización), dado que Barrunte como el Equipo A estará allá donde se le necesite, donde la voz de los que sufren se vea ahogada, pisoteada bajo unas botas militares o imperialistas, en los cinco continentes, en todos los países donde un grupo revolucionario, dispuesto al sacrificio, quiera transformar la realidad y lograr lo mejor para el pueblo.

Barrunte, en su recta final recala en Madrid. Esto le permite al autor del libro situar parte de la historia en esta ciudad, haciendo así su novela más próxima al lector español. Barrunte se pateará la capital, recorrera un buen número de fogones y cantina por la zona de Huertas y Lavapiés pero a mí lo que más me gustado, con creces, es cuando Barrunte escribe algo parecido a una autobiografía, o mejor, esa colección de imágenes y sonidos donde pone por escrito como fue concebido Barrunte, como fue amamantado, mimado por la tribu sabedor de dus dones, quien fue su indómita madre mexicana soldadera y su padre anarquista, ruso y pelirrojo y darnos cuenta de todas sus andanzas y batallas, la mayoría descacharrantes como La espada de Bolivar o la puesta en marcha de esa periódico revolucionario que se venderá como rosquillas, no tanto por su contenido ideológico, si no por las mujeres en cueros que allá aparecen.

El autor se sirve de la ironía, de un humor descacharrante, para tomar distancia sobre el asunto y hacer autocrítica, dado que la Historia ha demostrado que buena parte de esos Libertadores y Revolucionarios con los que luchó codo a codo se convertirían cuando lograron el poder en un vivo reflejo de todo aquello que criticaban en la oposición, o bien serían domesticados en la docencia con plazas titulares en las Universidades, en las ONGs, con cargos políticos, como asesores. Una vez templaron sus estómagos luego lo hizo su furia.

Barrunte echa balones fuera y como no nos sería fácil a nosotros lectores congraciarnos con un asesino de manos sangrientas y aliento a pólvora, se nos presenta a sí mismo como alguien incapaz de matar inocentes, alguien que nunca cometió daños colaterales, que sólo la pagaba quien la hacía, que quienes con él trabajaban asumían el riesgo de sus acciones.
Todos morimos, pero sólo unos pocos lo hacen por lo demás. Barrunte es uno de ellos. Además no muere una vez sino cien veces y lo hace convencido de ello, sin cejar en su empeño.

La novela de Federico Guzmán, Será mañana, es un libro divertido, emocionante, hilarante, inteligente, proteico, inventivo, singular, vibrante, crítico, mordaz, contundente, reflexivo, consistente, expansivo, universal y un sinfín más de adjetivos que se reducen a uno sólo: deslumbrante.

La literatura que tiene que venir será como Será mañana, o no será.

El alcohol y la nostalgia (Mathias Enard 2012)

El alcohol y la nostalgia Mathias Énarda portada libro Editorial Mondadori
Mathias Enard
96 páginas
2012
Random House

En esta novela del francés Mathias Enard (1972) de 106 páginas, hay mucho alcohol y mucha nostalgia. También sentimiento, sensibilidad, pérdida y desgarro, a lomos de un tren, una bestia de acero, capaz de recorrer los 9.000 kilómetros de Rusia, una Rusia achicada, pero aún grande, a la que acude Mathias, cuando sabe de la muerte de su amigo Vladímir, amante de su ex Jeanne.

Mathias acude a abrazarse con su pasado, a recoger los restos de su relación con Jeanne a rendir homenaje a su amigo Vladímir, a encajar las piezas de este triángulo amoroso, que nunca fue tal, porque al menos dos vértices estaban defectuosos.

Y Mathias querrá acudir al pueblo donde nació Vladímir, porque a menudo uno descubre las respuestas y muchas preguntas viajando, en el camino, a lomos de un tren, desde cuya ventanilla descubrir la piel del paisaje Ruso, evocando recuerdos: las historias que Vladímir le contaba sobre su país, historias de guerras, revoluciones, sangre y fuego, pólvora y vodka. Pero tan importante como las hazañas bélicas lo son las amorosas, esas refriegas, los estragos que causa el amor en toda alma sensible.

El autor en un libro de tan escasas páginas, 106, donde cada página ocupa lo mismo que la palma de una mano, obra el milagro de todo buen libro: sin darte cuenta estás en Moscu, en Perm, San Petersburgo, en Novosibirsk, en las librerías de viejo de París, en el cuarto con Jeanne, de copas con Vladímir, mientras notas como algo se va escarchando dentro de tí, contrayendo, solidificándose, algo que en las últimas páginas es puesto al fuego de los acontecimientos, en las brasas o al rescoldo del amor, en un grito desesperado ante las Puertas del Cielo o del Infierno.

«Las páginas de los libros son pétalos que roe el escarabajo verde del olvido» (pág 87).

Absolución (Luis Landero 2012)

Luis Landero portada libroLuis Landero ha escrito un libro extraordinario: Absolución. No sé como quieren vender este libro los de la editorial, pero no es el típico de auto-ayuda. Yo leo la palabra Felicidad en una solapa o en la faja publicitaria de un libro y me da mal fario. Está claro que Landero tiene las cosas muy claras como para caer tan bajo y despachar un producto de consumo masivo buscando el refugio de términos tan pomposos y hueros al mismo tiempo.
Es imposible y estéril reseñar aquí el alud de asuntos que están presentes directa o indirectamente en esta obra. Además como sucede con cualquier libro que se precie, una cosa es lo que está escrito sobre el papel, que a cada uno le podrá gustar más o menos (a mí la prosa de Landero me extasia) y otra los efectos que esa lectura causan en el lector.
Hay libros que te hacen sentir más inteligente, más fuerte, más limpio, más consciente, más contingente, más frágil, más.. Absolución es esa clase de libros.

El protagonista de la historia es Lino, un treintañero el cual toda su vida ha estado huyendo de todo. Todo le cansa y aburre. Es como el río de Heráclito que siempre es el mismo río, pero siempre diferente. El tedio forma parte de él. Así cuando parece que su corazón encontrará la paz, o el letargo, en el refugio de un inminente matrimonio, Lino fiel a sí mismo y por una causa concreta, debe poner pies en polvorosa, sin rumbo fijo. En ese vagabundeo conocerá personajes deliciosos como Olmedo o Gálvez, dando lugar a situaciones inolvidables, que le permitirán de paso al autor ahondar en temas de rabiosa actualidad como el desuso de ciertas infraestructuras ciclópeas, convertidas en ruinas en apenas pocas décadas, o ese monstruo de cemento que desbasta el territorio creando ciudades de la nada en lugares idílicos, cuyos residentes se verán obligados a interpretar su papel de ufanos residentes: una suerte de felicidad impostada, inoculada y replicada, sin iniciativa.

Además, Landero de cosas tan insignificantes como unos tomates, un huevo duro o el botón de un chaqueta es capaz de articular un discurso, de precipitar el curso de los acontecimientos. Y figuras como la madre y el padre del protagonista, o el Señor Levin, le permiten al autor hacer gala de la ironía, de un humor impecable, sin dejar tampoco fuera de campo, el poder del amor, de la pasión, de esas miradas de fuego, aunque sea imposible, a veces y por eso tan necesario, el amor.

Transcribo un párrafo de los muchos que me han deleitado de esta obra imprescindible de Landero.

«Yo pienso que la vida es algo así como un viaje en metro o en tren donde tú eres el único pasajero y donde van anunciando por los altavoces. << Próxima estación, Escuela Elemental; próxima estación, Primer Amor; próxima estación, Desengaño Amoroso...Y luego vendrán las estaciones Grupo Pascual, Matrimonio, Paternidad, Adulterio, Suicidio, Divorcio, Crimen, Exilio... y así hasta llegar, que a veces llega cuando menos lo esperas, a la estación Hospital, y luego la última de todas, el fin del trayecto, cuyo nombre todos conocemos".

Como el personaje de la deliciosa novela Paradoja del interventor, y quizá porque el mundo es contingente y azaroso, Lino también se ve arrojado al mundo exterior, con una mano delante u otra detrás, para redescubrirlo, en esa encrucijada en el que se mueve el ser humano desde el comienzo de los tiempos, entre destino y libertad, entre la realidad y el deseo, entre las necesidades de huir y el anhelo de permanecer, entre la inmortalidad y el tedio de vivir.

Reseña de Absolución (Imprescindible)

Entrevista a Luis Landero en El País (26-01-2013).

Una vida sin ayer (Edoardo Nesi 2012)

Un día sin ayer Edoardo Nesi Edoardo Nesi ganador del Premio Strega por su libro La historia de mi gente, ha publicado recientemente Una vida sin ayer.

Tras leerlo me he quedado muy desilusionado, si bien no sabía bien a qué me atenía, salvo alguna reseña favorable que había leído en Babelia. Edoardo en esta novela, o planfleto más bien, nos da su parecer sobre la crisis y se atrave a darnos alguna solución. Nada nuevo bajo el sol (es de cajón que las empresas dan puestos de trabajo y que sin empresas grandes o pequeñas no hay trabajo para nadie).

El discurso de Edoardo me resulta un tanto cansino y reiterativo. Los malos de la película son la globalización, los Chinos, las multinacionales, los políticos inoperantes y la víctima, claro está, es el pueblo, esos forzados trabajadores que se dejan la piel trabajando (el que tiene trabajo) para labrarse un futuro, que se torna en un iceberg puesto en medio de un desierto. Un pueblo sin mácula. Un pueblo, que huelga decir, vota y sitúa ahí, en las Instituciones, en el Parlamento, a quienes ellos desean.

Los libros donde el escritor adopta un tono didáctico a la par que ñoño me dan cierto resquemor, por no decir algo peor. Si quiero enterarme de cómo surge este burbuja financiera global leo a Loreta Napoleoni (La Mordaza), para enterarme de los postulados del Decrecimiento ahí está Latouche, sobre la Globalización está Chomsky o Stiglitz y así un largo etcétera.

El caso es que Edoardo sobre todas estas cuestiones nos da su opinión en su libro, narrado en primera persona y el libro es como si subido en una tarima el escritor se dispusiera a darnos un discurso en el cual hablar de todo y de nada, sin demasiada consistencia, tratando de captar la atención de los oyentes para que estos no se duerman y para eso el tono apocalíptico y épico siempre funcionan.
Todo es humo.
Su indignación de salón también.

Al final de su libro Edoardo se viene arriba del todo y dedica nada menos que 16 páginas a narrarnos una experiencia única: un partido entre el Milan y el Real Madrid, acompañado en el estadio de su hijo y de un amigo de este. Eso, el fútbol como catársis, como narcótico más bien, como sedante, no catódico pero parejo.

Para llegar al final del libro antes he tenido que sobrevivir a párrafos como este.

«Mi generación tendrá que hacer más que otras. Después de todo, nuestra es gran parte de la culpa. La expiaremos poniéndonos al servicio de nuestros hijos e hijas. Les llenaremos el depósito del coche, les limpiaremos el parabrisas y les abrocharemos el cinturón de seguridad y luego les haremos una caricia, les daremos la cartera y les diremos que pueden ir a donde quieran. Que no tengan ningún miedo y que partan hacia el futuro. Sin nosotros, como sería justo. O incluso sin nosotros, si quieren llevarnos. Pero tendrán que ser ellos quienes decidan libremente». (pag 136)

Me decía un amigo italiano hace unos años que en Italia la mitad de los italianos trabajaban para Berlusconi y la otra mitad querían trabajar para él: no digo más. Bueno sí. Seguramente a Berlusconi lo auparon al poder los Chinos globales que trabajaban para las multinacionales. A saber.