Tela+de+araña

Tela de araña (José María Pérez Álvarez)

A José María Pérez Álvarez, el escritor más atildado que conozca, lo descubrí en un post de Gonzalo Hidalgo Bayal.
Así me encontré con Nembrot, con Un montón de años tristes, La soledad de las vocales Cabo de Hornos y este que nos ocupa: Tela e Araña, publicado por la editorial Trifolium.

Ante algunos pocos libros mi órgano palpitante se encabrita, pues las expectativas son tan altas, que todo bulle en el interior de lector, ansioso por descubrir ese regalo que de vez en cuando nos ofrece el autor orensano.

No solo quedan las expectativas cumplidas sino rebasadas, porque el libro rezuma literatura (sea lo que esto signifique para cada lector) por los cuatro costados, por la solapa y la contrasolapa, en cada hoja del libro. Es de agradecer que como en anteriores obras el autor deje los campos trillados de la literatura, que hacen de la mayoría de los libros pasatiempos de escasa enjundia que apenas transforman al lector, y se meta por otros caminos, que critique con mordacidad encuentros que su protagonista ha tenido con otros escritores, los cuales la mayoría no salen nada bien parados, que cada capítulo sea diferente del anterior, que dé la voz a seres inanimados, que destile una esencia Kafkiana, que asuma lo más patético de nuestra naturaleza, para mostrarnos una parte de nosotros mismos, frente a espejos ante los cuales no podemos sostener la mirada, todo ello impregnado de un sentido del humor, de un tono paródico, de una prosa contundente que se crece en cada párrafo, que lleva al lector en volandas hacia un final que no queremos que llegue, porque lo bueno, en la literatura y en todo viaje, es el “durante“.

La poliédrica figura de Guillermo Gal Cosío, solo puede salir de la pluma de un escritor vivido(r). Es fácil caer en la red del autor, en esa Tela de araña, en la cual colgar jirones de existencias efímeras. 166 libros. Una vida de.

9788420414904

Jesucristo bebía cerveza (Afonso Cruz 2014)

Afonso Cruz
Alfaguara
2014
248 páginas

Cuando llevaba cien páginas leídas de esta novela del portugués Afonso Cruz pensaba hacerme Afonsino.
Luego, poco después, resultó ser un calentón, un espejismo, ante un libro que me prometía mucho y se me quedó en (casi) nada.

La contraportada nos habla de una nieta que viendo que su abuela la va a palmar decidirá cumplir su última voluntad, que consiste en que ésta pueda visitar Jerusalén antes de morir.
Leído así me vino en mente la película Good Bye Lenin, o aquella otra bufonada francesa, Bienvenido al Norte. Y esto es así porque como la abuela no vuela y está para calditos verdes y rebequita en las pantorrillas, la idea es que si la nonna no puede volar a Jerusalén, Jerusalén venga al Alentejo y se obre el milagro (o la performance) de convertir las tierras lusas en territorio Santo.

A medida que uno va leyendo comprueba que el tema de Jerusalén es un tema menor, casi anecdótico, el cual se resuelve de una manera muy torticera y con tan poca gracia que dan ganas de tirar la novela por la ventana para comprobar que no es un bumeran.

Afonso que es cantante, ilustrador, escritor, portugués y no sé cuantas cosas más, pergeña unos personajes adscritos a eso que llaman realismo mágico, un realismo muy sucio y descarnado, de olor a chatuno y sexos inflamados, de personajes desdichados que buscan su momento de gloria en un polvazo, en un tiro en la sien, un erial sentimental donde no faltan personajes construidos a vuela pluma, que como los cohetes cogen mucho vuelo, explotan, captan nuestra atención un segundo, y a otra cosa mariposa.

El mal fario está muy presente y nuestra protagonista la joven Rosa, es una desdichada que acabará como su madre, vendiendo su cuerpo por cuatro reales y muriendo pasados los cuarenta, no sin antes haber hecho justicia, (no sé si poética), ante un profesor que se dedica a emponzoñar los blancos muros de su patria con frases filosóficas y a comerle la cabeza y más cosas a la joven Rosa que se dejará seducir sin remisión por tanta cháchara -astronómica, filosófica, teológica- y por la figura de un profesor que bien podría ser su abuelo.

Del cura cuyas nalgas lacera la stripper alentejena y de la inglesa que duerme en en el esqueleto de un cachalote, no digo nada.

El libro se cierra en falso, o mejor, es tan falso como el resto de lo anterior, con un relato del oeste, donde el narrador es el desierto. Un relato que a su vez se menta varias veces durante la novela. Ya saben, virguerías metaliterarias de un escritor, nuestro Afonso, muy juguetón.

En fin, que hay muy buenas tradiciones que se mantienen 2000 años después de la muerte de Jesús, ya que a día de hoy, como Él, muchos seguimos bebiendo cerveza. Si es glacial, todavía mejore y si va acompañadas de unas olivas, entonces ya me resucito.

Polaris

Polaris (Fernando Clemot 2015)

Fernando Clemot
Editorial Salto de Página
2015
185 páginas

Los personajes centrales de Fernando Clemot parecen dar por válida aquella máxima que nos diría que «somos memoria y pasado».

Tanto el Leo Carver de El golfo de los poetas), como el C. de El libro de las maravillas) y ahora este Christian de Polaris, los tres son más pasado que futuro, e incluso que presente. Los tres son pecios humanos, amasijos de carne arrumbada, sentinas decrépitas que apestan a orines, a podredumbre.
Uno alcoholizado (Leo), el otro desmemoriado (C.) y otro, Christian, ansiado, atormentado, medicalizado y desmemoriado.

Si tengo que elegir un párrafo que explique lo anterior y en definitiva la obra novelada de Clemot sería este:

«Ahora ve usted que el dolor y la memoria discurren siempre por un único conducto, como la orina y el semen, placer y excreción, tormento y memoria, son gotas de mercurio atrapadas en un vidrio. El dolor tiene más vitalidad, se revuelve a menudo y chirría como un hierro al rojo, se gira y larga un zarpazo. El dolor tiene instinto y la memoria no. El dolor se defiende, es una alimaña atrapada en una canalera de obra y la memoria es un asesino más sosegado como podría serlo una enfermedad, tal vez no sea más que eso».

Eso es. Dolor y memoria. Y ansiedad, y mucho recuerdo atormentando al sujeto que recuerda, que sueña pesadillas, que convive con la ansiedad. Nuestro Christian.

Si El libro de las maravillas transcurría a lo largo de seis días y El golfo de los poetas en cinco, Polaris transcurre a lo largo de unas horas, en las que el doctor de la embarcación Eridanus, Christian, será interrogado por dos hombres, Vedt y Dodt, a fin de esclarecer lo que ha pasado a bordo del barco las horas previas.

No es una narración lineal sino que hay continuos saltos al pasado, donde se irán fraguando las historias de Christian y de otros miembros de la tripulación, que también aparecen en escena, con la II Guerra Mundial como telón de fondo ensangrentado, un narración que al quebrar el tiempo tiene algo de reflujo, algo de resaca, algo hipnótico, que desasosiega y mucho.

La historia va más allá de saber qué es lo que ha sucedido, de conocer por qué razón Christian está siendo interrogado, de dilucidar qué parte de responsabilidad tiene él en esos aciagos acontecimientos.

Clemot nos va decantando la historia gota a gota, con una narración que requiere mucha atención por parte del lector, dado que los diálogos están embutidos en el texto, sin diferenciación y uno debe asignar cada voz que habla a cada uno de los personajes que ocupan la escena, y hay unos cuantos, con mayor o menos presencia.

Por encima del quehacer cotidiano de los miembros de la tripulación está La Central, que guiará las acciones de todos ellos con unas cartas que contienen unas instrucciones que nadie incumple por muy extrañas e irracionales que puedan parecer a priori. Una Central que se conforma como un ente superior, más allá de la razón (o de la sinrazón) y de las pulsiones humanas, reduciendo a todos ellos a meras cobayas, peones de ajedrez de un tablero nuevo que están por moldear, allá por 1960 y con los efectos de la II Guerra Mundial todavía supurando.

Un presente que se dibuja para Christian como un barco anclado en medio de la nada, y un pasado que vuelve una y otra vez a la mente de éste dándole zarpazos, atormentándolo, devorándolo en sueños, vaciándolo de su ser, si es que aún hay algo ahí en su interior que lo haga humano.

Recuerdos que llevan a Christian a su niñez, a la casa paterna, a su hermano enfermo, a las noches bélicas en Creta, en el bando alemán, bajo aquellas estrellas inasibles que siempre estaban ahí, espectadoras mudas de aquellos que como Christian arrastraban su corona de espinas cada día vivido.

Cada libro de Clemot es para mí un acontecimiento. Merece la pena acercarse a sus historias, compartir su mirada musculada, su prosa potente, sus personajes dolientes (alejados de la geografía local) camino del precipicio.

Con este libro Clemot va del «suspense» al notable alto.

Seducciones

Seducciones (Roberto Vivero)

Roberto Vivero
Gadir Editorial
2014
177 páginas

Releo esta novela ocho años después, en octubre de 2023, y compruebo que me ofrece algo distinto, incluso que alberga la reseña, creo, algunos errores, que van a ser obliterados. De entrada decir que Roberto Vivero (La Coruña, 1972) ha ganado un lector después de haberme leído esta novela inclasificable, en la que un hombre (treintañero) espera, junto a una pareja de amigos, en un hotel caribeño (ahora me parece que el complejo hotelero, o resort prostibulario, está situado en las islas canarias), una espera embutida de molicie, hidratada con muchos palos de ron (beber se bebe y mucho pero no parece que el ron sea la bebida elegida, más bien es la cerveza, o «copas», en general), solazada con ratos de bar y pis-cina y aderezada con miradas procaces y sexo prostibulario (no paga por los servicios recibidos) bajo cielos y mares azules, en un territorio donde uno se aparta del mundo y puede vivir indefinidamente (esos pocos días que pasa en el resort son un infierno, no sabe bien para qué sirve la cacareada libertad si todo deviene en rutinas, en beber-dormir-y-esperar, para volver a dormir-comer-y-esperar, sin ambiciones, ni pretensiones…) , si ese es su deseo y su bolsillo se lo permite, y el protagonista está en la habitación de un hotel y la narración es su voz, el hilo (o maroma) de sus pensamientos y de sus desvaríos, y obsesiones, de sus correrías por la isla junto a la pareja de amigos, en una estéril espera (una «espera» a la que Vila-Matas ya dedicaba algo de espacio en su novela Perder teorías) que no emite apenas ningún acorde, hasta convertirse en estridencia (y así vomitarse encima, y así mearse encima), en un ser que no conoce (lo dice él) la felicidad ni la alegría y que se alimenta del odio hasta que pacte con el todo y con las partes, una narración, una voz, que tiene algo de delirio bernhardiano, con buenas dosis de humor y lucidez cioranesca (y luego la muerte y la desaparición, no el regreso a la nada, sino el seguir siendo la nada; estar vivo es como dormir sin nunca soñar lo que se quiere soñar), y una mirada que registra lo inútil de la existencia (sé que quiero no haber nacido), lo transitorio, la inexperiencia de los viejos (a la postre falsos sabios), la intrusión que supone los móviles y que se permite incluso el lujo de hacer esgrima filósofo-intelectual, a cuenta del ser y la nada, entre el sesudo (promiscuo neuronal) y sexudo protagonista y un recepcionista que se lo ha leído (y entendido) casi todo (Camus, Salustio, Píndaro, Platón, Nietzsche), un libro, este de Vivero del que casi podría decir que da igual por donde se comience (es un libro porcino del que se aprovecha -casi todo-), por dónde se coja, o se retome, aunque recomiendo (no, es necesario) leerlo del tirón, sobre todo si no tienes ningún marcapáginas a mano, porque el libro son 166 páginas, sin capítulos, sin páginas en blanco, sin puntos, sin apeadero ninguno en el que coger aire, un aluvión de palabras (una sola frase de 40750 palabras), que llegan en tropel, y te arrollan, te sumergen, donde leer es boquear y donde da gusto, mucho gusto, leer a Vivero, que juega y experimenta con el lenguaje (con un logrado resultado de forma y fondo), tanto que algunas cosas no sé si son erratas o no (no, no lo son) y leo que en un principio el libro se llamaba Violaciones pero que luego se cambió por Seducciones (el protagonista tiene sexo con una adolescente que no opone resistencia en una cancha de tenis), tras ser premiado por la Fundación Monteleón y ser editado por Gadir, aunque yo creo que le iría mejor el título de Eyaculaciones, y leo y acabo que la naturaleza de las palabras no es otra que la de traer lo que no está o no existe, sea