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Jerusalén. El reino #3 (Gonçalo M. Tavares)

Jerusalén es el tercer libro de la tetralogía de los libros negros de Gonçalo M. Tavares publicados por Seix Barral, con traducción de Rita da Costa, bajo el título de El reino.

Si los dos primeros, Un hombre: Klaus Klump y La maquina de Joseph Walser eran, en palabras del autor, las dos caras de una misma moneda, aquí salimos de los dominios de Leo Vast y de la impronta de una guerra vigente y de sus consecuencias, para situarnos nuevamente en una ciudad y en un tiempo indeterminados. Como hiciera Faulkner en Mientras agonizo, la narración se presenta fragmentada, astillada, con continuos saltos en el tiempo y en el espacio.

En Jerusalén Tavares se vuelve más locuaz y su discurso pierde fuelle, aunque quizás esta sea la idea, dado que uno de los ejes de la novela tiene que ver con la maldad humana, el horror, con la cantidad de asesinados a lo largo de la historia y hasta el fin; Theodor, médico e investigador quiere elaborar la gráfica de la distribución del horror a lo largo de los siglos. La historia del horror es la sustancia determinante de la Historia, y toda Historia posee una normalidad, nada existe sin normalidad. Si el horror es constante, entonces sí que no habrá esperanza. Ninguna. Todo seguirá igual. Un trabajo a todas luces imposible, y por tanto necesario, en su afán de establecer causas y efectos llegando incluso a vaticinar en sus libros que países serían los ejecutores y cuáles los ejecutados, qué cantidad de muertos arrojaría cada contienda bélica, etc.

En su estudio Theodor tiene presente también la relación entre el desempleo y el horror.

«Tienes que entenderlo, llevo 5 años de paro a la espalda; pueden hacer lo que quieran conmigo».

El horror va sumado al miedo diario y e
al terror incesante que se manifiesta en la figura del perseguido.

El perseguido tiene en algún punto de su cuerpo esa marca terrible: la de alguien que huye.

Un perseguidor encarnado por el médico Gomperz Rulrich. Un perseguidor que también envejece y es entonces, solo entonces cuando ya no asusta, cuando ya todo el mal está hecho.

Tavares es más dado a formular preguntas que a contestarlas, aunque las novelas siempre le brindan al luso la oportunidad de ponerse en lugar del otro, aquí un esquizofrénico, Ernst Spengler, una esquizofrénica, Mylia, un médico abismado en el pozo negro de la Historia, Theodor, un niño discapacitado, Kaas, un médico sin moral alguna, Gomperz. Y llega a plantear una abominable Europa distópica: Europa 02. El campo de concentración como distopía.

¿Puede un hombre que práctica entusiasmado una actividad determinada transformarse al día siguiente en verdugo?

Si pensamos la maldad que Theodor maneja e investigador es inevitable no pensar en el holocausto judío.

Morian como ganado, como cosas que no tuvieran cuerpo ni alma, ni tan siquiera un rostro que la muerte pudiese marcar con su sello.

De una manera un tanto forzada todos los personajes acabarán concurriendo al final en un espacio en el que Tavares riza el rizo de tal manera que sin darse el batacazo, no logra a mi entender la intensidad y el sincretismo en las que se devolvían muy plausiblemente las dos primeras novela de la tetralogía.

Gonçalo M. Tavares en Devaneos


El reino (Gonçalo M. Tavares). Seix Barral. 2018. 744 páginas. Prólogo de Enrique Vila-Matas. Traducción de Rita da Costa.

Un hombre: Klaus Klump
La máquina de Joseph Walser
Jerusalén
Aprender a rezar en la era de la técnica

El Señor Valéry El barrio #1

Una niña está perdida en el siglo XX

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Una niña está perdida en el siglo XX (Gonçalo M. Tavares)

Una niña está perdida en el siglo XX de Gonçalo Tavares, con traducción de Rosa Martínez-Alfaro, es un sugestivo artefacto narrativo que es juego, aventura, enigma, sorpresa y puro movimiento. No sé bien qué he leído, porque esta novela tiene un punto febril, de alucinación, de festivo delirio quijotesco.

Tavares junta a Hanna, una niña de 14 años perdida -o abandonada por sus padres- que padece trisomia 21 (Síndrome de Down) y a un hombre, Marius, que va huyendo, no sabemos de qué. El hombre se hace cargo de la niña, con el firme propósito de devolverla a su lugar de origen. Complicado, cuando la niña no puede desvelar la identidad del padre, pues de hacerlo, le arrancarían los ojos y la lengua, a la niña. Hanna y Marius inician un viaje que se sustrae a lo apocalíptico, como sucedía en La Carretera McCarthiana .

La pareja irá conociendo personajes muy singulares en su transitar por Europa, y cada inmueble que visitan, cada persona que se cruza en su vida, son casi universos en sí mismos. Un recorrido que es geográfico e histórico. Mezcla de ambos. Así uno de los hoteles -sin nombre- en el que se alojarán tiene idéntica disposición espacial que la que tendría un mapa con la ubicación física de todos los campos de concentración nazis. El propietario del hotel, Moebius, tiene a su vez la palabra judío tatuada en su cuerpo, en todas las lenguas, a modo de coraza. Conocen a su vez a un fotógrafo que irá retratando animales y niñas y niños como Hanna, a Stamn quien va poniendo en las calles carteles cuya lectura incrementa la rabia individual de cada lector boicoteando a su manera la realidad, a Agam Josh, un orfebre del dibujo capaz de escribir frases microscópicas que a simple vista parecen líneas. Disfrutarán también de la compañía de un particular Don Quijote -Vitrius- apartado del mundo en lo alto de un inmueble sin ascensor afanado con sus series de números, guardián de la memoria familiar, de Terezin quien les refiere historias increíbles, como la de esos siete hombres judíos que atesoran la historia del siglo XX en sus mentes, sin emplear ningún medio físico.

El periplo, el continuo deambular de la pareja, no es una odisea, ya que no hay un lugar al que volver, no ya físico, tampoco sentimental. Hanna comienza la novela perdida en la calle -desubicación, deslocalización, liquidez, características de finales del siglo XX- y la acaba en una manifestación junto a Marius, formando parte de un colectivo, de un clamor, y no sabemos si ese grupo es la que la salvará o la que como el lobo feroz del cuento se la comerá de un bocado, con ojos y lengua incluida.

Escuchas periféricas | Motxila 21

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Un hombre: Klaus Klump. El reino #1 (Gonçalo M. Tavares)

Un hombre: Klaus Klump es el primero de los cuatro libros negros escritos por Gonçalo M. Tavares -junto a La máquina de Joseph Walser, Jerusalén y Aprender a rezar en la era de la técnica– reunidos por Seix Barral, con traducción de Rita da Sosa, bajo el título de El reino, con prólogo de Enrique Vila-Matas.

Hablaba Tavares en su Enciclopedia de la Intensidad, y decía que una frase poco intensa es una frase maleducada para el lector. ¿Por qué? Porque no debes hacer perder tiempo a una persona.

Es fácil enunciarlo, lo jodido, lo complicado es llevarlo a la práctica. Tavares se afana en la tarea y para ello entre los puntos va metiendo palabras, pocas, haciendo frases escuetas, libres de grasa, pura fibra. Es un buen camino para la intensidad, semilla de la resonancia. Si hay palabras, párrafos, libros que uno lee y piensa en una piedra que cae en el agua sin dejar rastro alguno. Otros, los vemos hundirse, pero vemos también el rastro que dejan, las ondas, una especie de eco visual. Algo así es la intensidad.

Dice también Tavares en una entrevista que «la lectura no consiste solo en leer un texto, sino en levantar la cabeza, ahí empieza realmente buena parte de la creación«. De ese modo el lector viene a ser un submarino que va sumergido en las profundidades del texto, en lo abisal de la literatura, pero a su vez, va con el periscopio a mano, para ver lo que hay fuera, para que esa oscuridad, por contraste sea aún más intensa, a la par, que lo leído deviene sugestivo.

Las frases que Tavares dispone sobre el papel son cortas y sentenciosas, como aforismos, que invitan al pensamiento, a la reflexión. La novela es un texto breve de 93 páginas, muy cundidas, en las que Tavares nos presenta la guerra, una guerra cualquiera, una guerra más, todas son la misma guerra, en un país europeo, a finales de siglo -puede ser el XIX- donde unos matan y otros mueren -roles perfectamente intercambiables-, donde unos se tiran al monte para luchar con la Resistencia, donde los libros se cierran y se escuchan las balas, donde las balas son algo casi divino, algo fuera de la naturaleza y del hombre, un ruido nuevo, el sonido de las balas y de las bombas. El sonido que anunciaba un nuevo Dios.

El hombre es una bestia inmunda. El hombre mata, veja, humilla, viola. Las mujeres son violadas, algunas, resignadas, se avienen con sus nuevos dueños en una bestialidad domesticada, buscando protección, la del diablo. La guerra empieza y acaba, y la vida sigue y los cadáveres se cuentan en miles, por cientos de montones. La historia pasa página, se adormece el instinto de la bestia, que respira, toma aliento, para volver a liarla, pasado un tiempo, solo es cuestión de tiempo. Siempre.

Lo que Tavares refiere lo hemos leído mil veces en otros libros, en otras historias, en otros fragmentos, con otras palabras. Ese es el quid: con otras palabras, sin el buril de Tavares.

El pensamiento, la filosofía, recorren toda la novela, de principio a fin, sin moralinas, y sin moral, porque ya anuncia Tavares que la moral es una fuerza que impide que la frase diga lo que tiene que decir, tal que la creación -antes referida- y la creencia -su fe en el texto-, la pone el lector, no el autor.


El reino (Gonçalo M. Tavares). Seix Barral. 2018. 744 páginas. Prólogo de Enrique Vila-Matas. Traducción de Rita da Costa.

Un hombre: Klaus Klump
La máquina de Joseph Walser
Jerusalén
Aprender a rezar en la era de la técnica

9788439720317

El señor Valéry (Gonçalo M. Tavares)

Creo que los libros de Tavares para ser disfrutados precisan de la ingenuidad del lector. Una ingenuidad que implica volver al origen, despojarse de lo aprendido, de aquello que nos contamina, y mirarlo todo con otros ojos, los del comienzo. De esta manera quizás El señor Valéry (que viene a ser un 10% de El Barrio y el que inaugura la serie), ilustrados con los pensamientos de Valéry (algunos de los cuales me recuerdan los que aparecían en Los detectives salvajes de Bolaño), no nos resulte una simpleza, una tomadura de pelo. Sus planteamientos son similares a los que he encontrado cuando he releído su Enciclopedia. Tavares invita a ver las cosas de otra manera, desde otra perspectiva, y lo hace sin grandes alardes, en el caso de Valéry recurriendo a la lógica, al humor absurdo, a la paradoja, como la que se explicita en el último relato, con ese triángulo que quisiera ser un cuadrado, constatando que la única forma de alcanzarlo es añadiendo a su triángulo otro triángulo, no un cuadrado, es decir, se llega a ser otro (aquello que queremos ser) siendo uno mismo con mayor intensidad o por duplicado.