Tristeza de la tierra

Tristeza de la tierra. La otra historia de Buffalo Bill (Éric Vuillard 2015)

Éric Vuillard
Errata Naturae
140 páginas
2015

Éric Vuillard en esta novela breve saca brillo a la figura de Buffalo Bill (1846-1917) y nos ofrece otra versión de la historia de este legendario personaje, su cara menos amable, menos conocida.

Buffalo Bill, el creador del entretenimiento de masas, cuyo espectáculo el Wild West Show, fue visto por más de sesenta millones de espectadores a lo largo y ancho de todo el mundo, espectáculo donde intervenían aquellos indios que no habían sido masacrados (y a quienes tampoco se les presentaban otras oportunidades de ganarse el pan), quien fundó una ciudad que llevaría su nombre de pila, Cody, al final, a Buffalo Bill las masas le darían la espalda, la fama también, acabaría arruinado, abocado a trabajar como empleado del circo Sells Floto. La enfermedad se cebaría con él y la parca se lo llevaría, pasados los setenta, cuando Buffalo, se hacía llamar de nuevo Cody, alguien vulgar, uno más, del montón.

A Vuillard le interesa Buffalo Bill, su figura venida a menos, pero le interesa todavía más la imagen de los indios, por eso, creo, en la portada no vemos a un señor con sombrero y bigotes blancos, sino a una joven india, Zitzkala Sa, porque son los indios los protagonistas de esta historia de esta Tierra que está triste, son los indios los que son exterminados, los que son masacrados, los que son barridos de sus territorios, con esos prodigios técnicos que disparan balan y que los matan rápidamente, sin opugnar resistencia, porque había que edificar, porque el tren tenía que llegar a todas partes, porque el Progreso y la Civilización se construían sobre tierra, huesos y sangre.

Es ese relato olvidado, orillado por los vencedores, el que le interesa a Vuillard, porque Buffalo Bill fue alguien que hizo un gran negocio a costa de los indios, a quienes les ofrecía trabajo, sí, a aquellos indios que no fueron exterminados en Wounded Knee, o en cualquier otra acción criminal, en ejecuciones sumarias que la historia luego renombró como «batallas«, indios que debían revivir cada noche su drama, convertido en un espectáculo del que ellos formaban parte activa, espectáculo el que el hombre blanco, siempre ganaba o pisoteaba al indio de turno, que claramente era inferior y tenía todas las de perder.

Vuillard mantiene durante toda la narración un tono vibrante, subyugante, que se cierra con la bella historia de Wilson Bentley, y al igual que éste, uno con su cámara y el otro con su pluma, cada cual da lo mejor de sí, y la mirada de Vuillard, es consciente de que al igual que sucede con la nieve de Bentley, la Historia también se funde, y desaparece y luego viene alguien y la reescribe, y Vuillard, nos ofrece estas páginas, o yo quiero creerlo así, para que cuando veamos fotografías en las que unos indios miran a la cámara, el sentimiento de compasión hacia sus míseras y tristes existencias prime sobre otros sentimientos inoculados por la cultura del entretenimiento y el entontecimiento.

Entrevista a Éric Vuillard:

Últimas noticias de la escritura

Últimas noticias de la escritura (Sergio Chejfec 2015)

Sergio Chejfec
2015
115 páginas
Editorial Jekyll & Jill

A día de hoy los niños en los colegios se manejan con sus lapiceros y sus cuadernos interlineados, donde aprenden caligrafía, donde se les enseña ortografía. El cambio radical vendrá cuando los niños directamente tengan que escribir sobre un teclado físico o virtual, y la escritura manual pase a ser una reliquia.

La escritura manual, es todavía hoy en las aulas un paso obligado, el cual convive cada vez más temprano con otras formas de escritura, dado que el niño aprende a escribir a mano y al mismo tiempo, hace búsquedas en internet o escribe mensajes en teléfonos móviles.

La tendencia es que la literatura a mano cada vez sea menos necesaria, pasando a ser ya casi inexistente en muchos trabajos, donde lo máximo requerido es echar alguna firma que otra, y donde la escritura mecánica o digital ha ganado la batalla.

Creía que este libro de Chejfec se movería en este terreno, en esta disyuntiva entre lo analógico y lo digital pero no, no del todo, pero algo hay.

A medida que la escritura a mano desaparece lo hace también todo aquello asociado a la misma: los cuadernos, las libretas, las hojas donde el autor iba tomando notas, apuntando reflexiones, fijando pensamientos. Vemos, que a la par de la publicación de los libros, surgió también mucho material que tiene que ver con la génesis de esos libros, los manuscritos que el autor pergeñó, las anotaciones que hizo en el mismo, los subrayados sobre lecturas de otros autores, mostrando un paisaje hollado, surcado por el trabajo, y el esfuerzo, por la mano del escritor, que rotura el papel como el agricultor el campo.

Si todo este trabajo manual, se reemplaza por una hoja en blanco sita en la pantalla de un ordenador, donde el empuñar un lapicero, un bolígrafo, una pluma, se sustituye por el traqueteo digital sobre un teclado, todo lo anterior, en mayor o medida desaparece, y la literatura pasa a convertirse en algo más etéreo, más fungible, algo virtual, donde la fisicidad de la escritura muta a otras territorios.

Ciertos pasajes del ensayo me han resultado muy técnicos, en otros, no salgo de mi asombro ante lo que algunos artistas plásticos son capaces de hacer con ciertos textos, empleándolos para crear obras de arte de todo tipo, como escribir un libro entero sobre una única hoja o pergeñar literaturas sensoriales, que se ven y escuchan, casi tanto como se leen, etc.

Disfruto leyendo todo lo que tiene que ver con la relación que Chejfec establece con su escritura (surge este ensayo a raíz de la compra de la libreta verde que vemos en la portada del libro, convertida con el paso del tiempo en un talismán) transcribiendo en su mocedad las obras de Kafka, con la esperanza de que ese transcribir le aparejase a su vez, asumir como por ósmosis, algo del genio Kafkiano, o las reflexiones acerca del nuevo estatuto que asume la escritura digital con respecto a la manual o la mecánica, o lo que sucede en esas blogs donde algunos autores cuelgan sus textos (textos ultimados que aglutinan en su ser todo el proceso de creación y edición), que en el caso de ser imprimidos por algún usuario en cualquier parte del mundo, éste tendría entre sus manos, un ejemplar original (donde surge la reflexión acerca de lo que entendemos por copia y original) teniendo presente siempre que sobre un papel o sobre una pantalla, la escritura creo, siempre seguirá viva, porque en un formato u otro, el ser humano siempre saciará su sed de aprehender el mundo, de explicarlo, a través de la escritura, de esa “marcación sobre una superficie”.

A quienes gocen de la lectura, de la escritura, de una de las dos, o de ambas, este ensayo será sin duda de su interés.
La edición de este librito por parte de la editorial Jekyll&Jill es una maravilla (http://jekyllandjill.com/shop/ultimas-noticias-de-la-escritura/)

Monasterio

Monasterio (Eduardo Halfon)

Eduardo Halfon
Libros del Asteroide
2014
122 páginas

La boda de su hermana impele a Eduardo a trasladarse desde Guatemala a Israel, a Jerusalén, junto a su hermano y sus padres, para asistir a la celebración. Eduardo es judío, o al menos ha rezado las oraciones cuando era pequeño, pero no se siente judío o no sigue las tradiciones ni los ritos como lo hacen quienes sitúan la religión en el centro de sus existencias.

El viaje a Israel supone para Eduardo un viaje físico, que le permitirá experimentar lo que uno puede sentir rodeado por esos muros que separan a los judíos de los otros, del enemigo, o acudir a ritos religiosos, que a él, lejos de emocionarlo le producen indiferencia.

Pero no es el suyo sólo un viaje físico, porque ir a Israel le supone también a Eduardo bucear en su pasado, rememorar a su abuelo judío polaco, que fue enviado a Auschwitz con sus familiares (que murieron en el campo de exterminio) y que logró sobrevivir, su abuelo, quien siempre renegó de los polacos a quienes consideraba traidores, su abuelo, quien al rondarle la muerte cerca, le dará su dirección en la ciudad de Łódź para que su nieto vaya hasta allá y sepa algo de sus orígenes, para quizás fijar en su memoria algo de la tradición familiar, pues su abuelo creía que «la historia era nuestro único patrimonio«.

Y sobre este razonamiento es sobre el que la narración (¿autobiográfica?) de Halfon va creciendo y ganando enteros, pues si parece claro que la historia es un patrimonio, a veces, la misma historia familiar es una maldición, para algunos, como en el caso de Primo Levi, quien tras sobrevivir a los campos de exterminio y trabajar luego como químico y escribir obras maestras sobre sus vivencias en los campos de concentración, al final, quiso que sobre su lápida figurase el número que le dieron en el campo, un número que reducía al ser humano, a un objeto, a un número, que no es nada, poco más que un abstracción, seres humanos deshumanizados por sus ejecutores que los tratarían como objetos, como una «carga» que debía ser procesada, como explica bien Daša Drndić, en su libro Trieste, un número, para Levi, ineludible, algo marcado en su piel y ya de forma definitiva también en su espíritu, hasta su trágico final, su suicidio.
Otros, cuando van camino de los campos de concentración o bien ya están en ellos, deciden mudar de piel, escapar a su destino, sortear la muerte como pueden, de la forma menos dolorosa, y se camuflan bajo otras identidades, bajo otros nombres, bajo otras religiones, todo vale para librar la piel, el pellejo, para «salvarse» porque el instinto de supervivencia lo anteponen a cualquier religión, a cualquier sentimiento de comunidad, y ahí, la anécdota de la «niña» de la portada, da lo mejor de Halfon, y Eduardo me recuerda al médico judío que aparecía en la novela Madre Noche de Vonnegut, que de niño había estado en un campo de concentración con su madre, y los dos habían sobrevivido y cuando un vecino nazi le pide que lo lleve ante la justicia para demostrar su inocencia, el médico responde que él no quiere saber nada de todo aquello, que el no es judío, sino médico. Es las dos cosas, pero quiere vivir conforme a lo segundo, porque para él esa tradición familiar, su religión, le resulta más una condena que otra cosa.

Me resulta esta novela de Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) un testimonio valioso sobre aquello que entendemos por identidad, sobre qué es aquello que nos hace ser nosotros, en qué medida la religión es un sentimiento natural o una imposición, y hasta que punto los demás pueden o tienen derecho a forzarnos a sentir la religión de una manera única, unidireccional, ajena a todo debate, a toda reflexión. En este terreno, Monasterio, es una obra necesaria, brillante y muy potente.

00106523142005____1__225x225

La virtud de Checchina (Matilde Serao 2015)

Matilde Serao
92 páginas
Editorial Ardicia
Traducción: Pepa Linares
2015

Matilde Serao escribe esta pieza breve en 1883, casi 30 años después de la publicación de Madame Bovary por Flaubert, con la que guarda ciertas similitudes.

La protagonista, Checchina, vive en Roma junto a su marido, médico, del que desprecia su orondez, sus toscas maneras, su tacañería, su capacidad para dormitar en cualquier parte, los olores que éste se trae a casa, propios de su oficio como médico y del trato con personas de toda condición, etc.

Un buen día un Marqués, es invitado a comer a casa de la pareja, y el marqués, sólo como está, y conquistador como parece, le tira los tejos a Checchina, animándola a tener con él una aventura.

Checchina, deslumbrada, descolocada por ser ella el objeto del deseo de un Marqués (entendido más como una condición social que como una singularidad especial), decide dar ese paso hacia el adulterio y cometer una infidelidad, pero la realidad no se le pondrá nada fácil.

Checchina, más que desesperarse por la grisura o monotonía de su existencia, cifra su desesperación cotidiana en cosas materiales, en todo aquello que su burguesía ramplona no le permite tener, a saber: abrigos de pieles, perfumes caros, prendas de vestir elegantes. Así, la opción de ir a visitar al Marqués se le antoja como una aventura, como un acto más pueril que adulto, pues da la sensación que podría ser una aventura con un Marqués, o un viaje al extranjero, o tomarse un café en un bulevar engalanada con las mejores pieles, aquello que a Checchina la haría feliz, más que el hecho de buscar el amor, o la felicidad, en el regazo ajeno.

Si Bovary llevaba su apasionamiento febril y su despecho delirante hasta el punto de poner fin a su existencia, Checchina va en sentido contrario, pues cualquier pormenor, ya sea la lluvia, o su falta de espíritu, arrojo o simpleza, será aquello que la conducirá finalmente de nuevo a la placenta del hogar, a la nada cotidiana de la que se fue y a la que regresará y que podemos entender como otro drama (que la autora reviste de un patetismo cómico), como un suicidio en vida, al sufrir Checchina la imposición de tener que vivir una vida con desgana, sin apasionamiento, sin horizonte, ni ilusiones, una vida más, en definitiva, doméstica, banal y trivial.

Recomiendo leer el posfacio de Natalia Ginzburg, que obra como reseña y da las claves de esta obra, no tan menor, como su extensión pudiera hacernos presuponer.