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Thoreau. Biografía de un pensador salvaje (Robert Richardson)

Esta biografía publicada por Robert Richardson en 1987, la publica ahora en castellano Errata Naturae, con una traducción impecable de Esther Cruz Santaella.
Si cuando leí la biografía recientemente publicada de Thoreau escrita por Toni Montesinos comentaba que Thoreau me resultaba inaccesible, ahora tras leer esta excelsa biografía de Richardson he de decir que creo que le conozco algo, o mucho mejor, si bien tengo la duda de si la manera de llegar a comprender a un escritor es a través de la lectura de sus biografías, diarios (catorce volúmenes entre 1837 y 1861), autobiografías o a través de sus obras publicadas.

La obra magna de Henry David Thoreau (1817-1862) es Walden, la cual publicó siete años después de haber dejado la laguna, y tras múltiples experiencias y profusas lecturas. Un lapso de tiempo que le permitiría a Thoreau ir debastando el texto, pulirlo, mejorarlo, decantarlo, madurarlo hasta su publicación final.

Richardson estructura su biografía de manera cronológica y seguimos los pasos de Thoreau desde que se gradúa con veinte años en Harvard hasta su muerte a los 44 años, y por medio vemos que a Thoreau le dan calabazas, Ellen Sewall rechaza su oferta de matrimonio y nunca más llega a enamorarse ni a compartir su vida con nadie. Tampoco tendrá descendencia. Pierde a su hermano con poco más de veinte años. Deja su trabajo como profesor por no compartir las bondades del castigo físico como herramienta pedagógica. Surca ríos en la compañía de su hermano, que plasma en Musketaquid. Quiere vivir su propia vida, llevar él las riendas, cultivarse a sí mismo. Una actitud la suya radical, que supone detestar el consumismo, y apostar por la austeridad, por la vida sencilla, por ocuparse en pocas actividades, las menos posibles, y centrarse en ellas.

Lo que más me ha gustado de esta apasionante biografía es que Thoreau lleva sus ideales hasta al final, aunque creo que ciertas circunstancias le ayudaron. El no tener pareja, ni hijos, ni conseguir triunfar como escritor tempranamente, hicieron de Thoreau alguien duro, frío, impenetrable, hosco, incluso grosero. Alguien que siempre apostó por sí mismo hasta al final, alguien que además de traductor ocasional de clásicos griegos como Prometeo encadenado o Antígona, fue un lector -capaz de leer en griego, latín, francés, alemán e italiano- voraz (de escrituras hindúes, del idealismo alemán, de Milton, Goethe, de las Geórgicas de Virgilio, de Catón el Censor, múltiples lecturas de viajes, de Darwin y Linneo, Gilpin…), empedernido, que devino un erudito en múltiples materias, convertido en un filósofo de la historia natural, que destilo lo leído para aportarle en sus escritos sus propias experiencias, su particular forma de entender la vida.

Thoreau nos brinda reflexiones de altura sobre la lectura como esta:
Thoreau

Thoreau sabía que irse a vivir solo a una cabaña cerca de casa, como hizo él cuando se fue a laguna de Walden Pond, estaba al alcance de todo el mundo «era consciente de que lo que estaba haciendo no era desafiar la naturaleza salvaje, sino simular sus condiciones en una suerte de experimento simbólico o de laboratorio. La estancia de Thoreau en Walden fue la comuna reformista definitiva, reducida con fines enfáticos a la unidad constitutiva más simple posible: el individuo». Lo suyo duró dos años y dos meses y luego llevó una vida más o menos normal, dando conferencias, ejerciendo de agrimensor, residiendo en el hogar familiar, ayudando a su padre en la fabricación de lapiceros y aportando unas cuantas innovaciones tecnológicas, y sobre todo construyéndose como escritor, apartándose de Emerson, de quien al principio de su relación fue su pupilo, y carteándose como figuras como Whitman (que publicaría en 1855 Hojas de hierba, y sería un rotundo fracaso comercial, si bien Emerson diría que «es el texto de ingenio y sabiduría más extraordinario que Estados Unidos haya aportado hasta la fecha») o Blake, alzando su voz contra la esclavitud, apelando a desobedecer una ley cuando ésta era injusta.

Thoreau es hoy abanderado de muchas causas pero para mí el más claro exponente del tesón, de la entrega, de la constancia, del duro trabajo diario. Un trabajo que apenas le reportaría ningún capital, sino que lo dejó siempre en manos de la precariedad más absoluta, la cual fue capaz de sortear con estoicismo, reduciendo sus necesidades al mínimo, dedicando todo su tiempo y todas sus energías vitales, a aprender, a formarse, a estudiar cuanto le rodeaba con una constancia sobrehumana, por mucho que no tuviera una salud de hierro.

Dice Richardson que cuando murió Thoreau era ya un escritor conocido. Antes de morir, Thoreau, sabedor de su final, tratará de arreglar sus papeles y mandar a la editorial el mayor número de obras posibles (entre ellas Las manzanas silvestres) para de esta manera dejar a su madre y a su hermana algo de dinero, para cuando él faltara.

Después de haber leído dos biografías y casi mil páginas sobre Thoreau, afronto Walden como el que hace el Camino de Santiago por segunda vez.

Buena parte del libro lo he leído al lado de ríos, lagunas, bajo el cielo, en senderos boscosos, en definitiva: al aire libro.

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Un año en los bosques (Sue Hubbell)

A pesar de que la novela se titula Un año en los bosques, el título creo que atiende a razones comerciales, puesto que en la narración se nos hace saber que son 12 años los que ella, Sue Hubbel (Kalamazoo, 1935) lleva viviendo allí en los bosques, en los Ozarks, al sur de Missouri. Aunque la narración comprende las cuatro estaciones del año, sus recuerdos comprenden esos 12 años (a mediados de los años 70 del pasado siglo XX), tanto el nacimiento de su hijo, como su afincamiento junto a su marido en esas tierras boscosas, aunque posteriormente su marido la abandonara. Si bien de este aspecto se habla más en la contraportada del libro que en el propio texto.

Las abejas y su oficio de apicultora se convertirán en su único y siempre precario medio de vida, que le da lo justo para vivir.

Me gusta el tono del libro -esa clase de libros, que nos permite descansar de nosotros mismos durante unas horas- , Sue no va de nada, asume sus contradicciones, cuenta su historia, sus anécdotas, sus peripecias, su estancia en un lugar apartado, rodeada de muy poca gente.

No hay un tono épico en la narración, más bien podremos hablar de un relato franco y mundano. Sue, que vive sola, debe sacarse las castañas del fuego por sí misma, pero la suya no es una actitud de eremita, de salvaje en estado puro (no tiene el espíritu del protagonista de Hacia rutas salvajes, víctima de una soledad aniquiladora), que se aparta de la sociedad, que se encastilla en su soledad, porque dice Sue que la vida rural requiere cooperación. Porque todos se necesitan. Así, Sue no vive al margen de la sociedad, y recibe visitas, participa en veladas, ágapes, en encuentros con sus vecinos y de vez en cuando acude a las grandes ciudades a vender su miel. El contacto episódico con la vida urbana, la refuerza en la decisión adoptada (esto me recuerda a un testimonio que aparecía en el libro Los últimos. Voces de la Laponia española, donde un joven decía que en un entorno rural desolado, esta circunstancia actuaba como un amplificador emocional, tal que si estabas bien la soledad y el retiro todavía te hacían encontrarte aún mucho mejor y si estabas mal te hundía en un pozo negro) en su vida alejada del mundanal ruido. Afirma que incluso se está asilvestrando, que los lugares salvajes le atraen con más fuerza que hace unos años, que vivir en la casa, limpiar el polvo, y cocinar no le interesan lo más mínimo.

«Esta es una buena época para ser una mujer madura con personalidad, fuerza y agallas. Somos increíblemente libres. Vivimos mucho tiempo. Nuestros hijos son ya los adultos independientes en los que los ayudamos a convertirse, aunque puede que sigan queriendo nuestro amor, no necesitan nuestros cuidados. Las normas sociales son tan flexibles hoy en día que nada de lo que hagamos resulta chocante. Ya no tenemos barreras políticas. Siempre y cuando conservemos la salud y dispongamos de los medios para tirar adelante, podemos hacer cualquier cosa, tener cualquier cosa e invertir nuestro talento como nos plazca».

Sue concilia el hábitat humano con el hábitat animal, sus narraciones no son introspectivas, no sabemos lo que Sue siente o quizás sí y esos escritos van referidos a lo que ve y escucha, a la flora y fauna (en lo tocante a su relación con los insectos me venía en mente el relato El orden de los insectos de Gass) que la circunda, que conoce al detalle, que la , que la sosiega: su mundo, en definitiva.

Leía el otro día que escribir es sobre todo crear atmósferas. Aunque el estilo de Sue sea corriente, sí que es capaz de crear una atmósfera, transmitir muy bien lo que es vivir al margen de la sociedad de consumo, de las grandes ciudades, apartada y sola en un territorio boscoso, donde poder llevar una vida no tan sencilla, la vida que siempre ha deseado.

errata naturae. 2016. 300 páginas. Traducción de Miguel Ros González.

Errata Naturae

Karl y Anna (Leonhard Frank)

Errata Naturae
2012
Traducción de Elena Sánchez Zwickel
109 páginas

Pongamos por caso que una mujer recién casada ve como su marido es enviado al frente de batalla durante la Primera Guerra Mundial y como poco después recibe una carta informándola de que su marido ha muerto.

Pongamos por caso que el marido no ha muerto, y que durante cuatro años sobrevive junto a un compañero en la estepa siberiana y que a fin de aliviar su soledad bajo la bóveda celeste, uno de ellos, Richard, que está casado con Anna, le cuenta a su compañero Karl los pormenores de su relación con gran detalle y prolijidad y con mucha capacidad de asimilamiento por parte de Karl. Pongamos que un mal día los separan y Karl huye, y durante cuatro meses solo tiene una idea, una Itaca en su cabeza, una Penélope en su pensamiento.

Pongamos por caso que cuando Karl se planta ante Anna y le diga que es Richard, ella sin saber porqué no lo ponga de patitas en la calle y quiera que los estragos de la soledad, la esperanza que siempre busca aflorar y los recuerdos de Karl capaz de hacerla revivir un pasado que Karl conoce de oídas, pero que para él es verdadero porque lo siente y cree como tal les lleva a compartir techo y catre y. Así una situación inverosímil va cuajando en el día a día, a medida que la dicha alimenta su presente y la felicidad es algo que pueden tocar cada mañana.

Todo esto resultaría ya demasiado bonito, demasiado empalagoso si se prolonga en el tiempo, así que pongamos por caso que Richard vuelve, y la pareja de tórtolos ya conoce de ese retorno, pues reciben una carta que será el heraldo de su infortunio y serán entonces presos de una espera que los devora. Ante el regreso de Richard se puede resolver el entuerto al estilo de Puerto Urraco o al estilo lorquiano -con bien de facas ensangrentadas- o en plan francés, dándose todos besitos y entendiendo la infidelidad como algo normal. El autor, Leonhard Frank (1882-1961), es alemán así que la novela acaba como acaba. ¿Cómo?. Descubrirlo por vosotros mismos.

Lo interesante de la novela es que plantea esto del amor como una cuestión de oportunidad, de que dos personas coincidan en el momento exacto -como ya dijo también Delibes en La sombra del ciprés es alargada-. Si el que regresa fuese Richard es muy posible que Anna también se sentiría igual de feliz. Es curioso ver cómo Anna ante los recuerdos fabricados de Karl experimenta algo que la remueve, porque aunque las palabras son solo eso, quizás sean también la llave -como se verá- para que Karl pueda acceder a los dominios carnales y espirituales de su amada.

Hace cuarenta años

Hace cuarenta años (Maria Van Rysselberghe)

Maria Van Rysselberghe
Errata Naturae
2012
Traducción de Regina López Muñoz
Epílogo de Natalia Zarco
87 páginas

!Ay, el amor!, esa pasión que nos fortalece, consume, arrasa y aniquila.

Maria nos refiere lo que experimentó cuarenta años atrás, cuando se enamoró de Hubert. Han pasado los años y el recuerdo perdura, y lo que sintió entonces lo plasma sobre el papel.

El amor que ambos sintieron, no quisieron -o no pudieron- consumarlo, al estar los dos ya casados con sus respectivas parejas, y es esa tensión lo que alimenta el relato; una voluptuosidad sentimental, más que carnal, lo que nos llega a través de un texto, preciso, delicado, cadencioso, donde cada palabra busca su espacio justo, porque como le sucede a Maria, encontrar la palabra oportuna -escandalera, por ejemplo- la calma: parabienes de la buena literatura.

Son importantes las palabras, para Maria y para Hubert, así, en esa casita donde se fragua su amor, en una casa frente al Mar del Norte, son las palabras que Flaubert y Baudelaire han escrito, las que alimentan sus juegos nocturnos, su pasión; porque son palabras, versos, poemas, que parecen escritas sólo para describir lo que sienten el uno por el otro.

Maria Van Rysselberghe (1866-1959), la amiga más cercana de André Gide -que publicaría Los cuadernos de la Petite Dame- autora de esta novela, editada por Errata Naturae con traducción de Regina López Muñoz, expone a la perfección la imposibilidad de su amor, la insatisfacción ante algo que no se consuma, lo que les de(sa)grada su amor furtivo, acotado; un amor castrado por el afecto que sienten hacia sus parejas, ante el daño que una decisión precipitada -al calor de una pasión avasalladora- puede causarles, de tal manera que lo que pudo haber sido, quedará ahí en suspenso, ya idealizado, ya como algo hermoso, cuyo recuerdo es una sed que perdura en el tiempo y en el espacio.