Leonardo Sciascia

Una historia sencilla (Leonardo Sciascia)

Leonardo Sciascia
Editorial Tusquets
80 páginas
2002

Una novela breve. 69 páginas.

Un muerto, Giorgio Roccella, inopinadamente regresado a Sicilia. Al principio se cree que se ha suicidado, luego se confirma que se trata de una asesinato.
En escena un comisario, un inspector, un sargento, un coronel, un profesor, el hombre del Volvo, un cura, un juez, la mujer y el hijo del muerto.

Por medio, un cuadro sospechoso y unas cartas de Pirandello y Garibaldi. También asuntos de drogas.
Un duelo a muerte, no al sol sino en una oficina, que nos arrebatará la confesión del sospechoso.
El golpe de efecto final, consumado por las comunes ganas de un testigo de no buscarse más líos.

Leonardo Sciascia (1921-1989) condensa la trama, mantiene el suspense, reduce su prosa a la mínima expresión, marcada ésta por la precisión, creando personajes de cierta entidad con apenas dos pinceladas, como en el caso del hijo y la viuda del asesinado.

Respecto a si fue este el último libro de Sciascia, no parece, dado que tras su muerte se publicaría A futura memoria.

Giani Stuparich

Un año de escuela en Trieste (Giani Stuparich)

Giani Stuparich
Editorial Minúscula
2010
94 páginas
Traducción: Francesc Miratvilles Salvador

A comienzos del siglo XX en Trieste, una joven, Edda Marty, decide matricularse para cursar el que será el último año del liceo clásico, antes de su ingreso en la universidad, en una clase únicamente poblada por varones.

Jóvenes estudiantes que se declaran seguidores de escritores como Carducci, Pascoli, D´Annunzio, o que incluso recuperan fuerzas leyendo fuera de la escuela a Tácito, Dante, Maquiavelo, a la par que preocupados por la situación política, abordan en sus conversaciones el problema adriático o el irredentismo.

En una clase en la que hasta el momento todos los jóvenes comparten el paraíso de la postinfancia, la llegada de Edda, su presencia femenina, obliga a cada uno de ellos a actuar.

El que se lleva la mejor o peor parte es el joven Antero, que cae fulminado ante Edda. Se prenda de ella. Se enamora. Es algo mutuo, y surgen los besos, interminables, los días de excitación febril, de reencuentros con el corazón encabritado, de separaciones breves y desgarradoras. Stuparich plasma con minuciosidad ese estado casi de enajenación que supone el enamoramiento, máxime si es la primera vez.

El enamoramiento es decir adiós al mundo de ensueño. Edda y Antero en su vivir anhelante ganan unas cosas pero pierdan otras por el camino. Amar duele. El firme que pisan deja de ser firme, el horizonte se cubre de nubarrones. El amor amamanta los celos, nubla el entendimiento, dispara el egoísmo. Saca lo mejor y lo peor de cada cual.

La tragedia se ceba con Edda, que ve como su hermana mayor regresará a casa a morir. Una tragedia que pone a Edda en la picota, toda vez, que esta no quiere oficiar ningún ritual religioso ligado a la muerte de su hermana. Ahí la sociedad, «los otros», son implacables, no admiten la discrepancia, el pensar distinto, tener iniciativa, en suma, tener ideas propias.

Si Edda no tiene ya bastante con sus sentimientos convulsos hacia Antero, otro joven de clase trata de suicidarse sin éxito, y postula que sólo Edda puede salvarle de la persistente llamada de la Parca, la única que puede oficiar como esa ancla que lo fije a tierra, su razón de seguir vivo, en definitiva.
El pobre Antero se deja llevar por los celos, por construcciones mentales donde su novia, o exnovia, se entrega al goce con todos los varones, al tiempo que a él lo orilla.

El paso de Edda, ha sido el paso de un vendaval, que ha desmantelado las certezas de todos sus compañeros de pupitre, iluminando zonas de su interior que desconocían albergar. Saben ahora que el monstruo de la madurez está ahí, agazapado. Saben que la vida es una pugna, una lucha, que fuerzas de todo tipo obrarán sobre ellos, que tras dejar la escuela, ese juguete para niños, vendrá la VIDA con mayúsculas.

Un obra breve deliciosa, delicada, tormentosa, apasionante, introspectiva, donde Giani Stuparich (1891-1961) quien ejerció como docente, capta a la perfección los vientos que arrecian en el corazón de esos jóvenes alumnos.

Guido Finzi
ACVF Editorial 2015

Miradas (Guido Finzi)

Guido Finzi
ACVF Editorial
2015
153 páginas

Este libro de Guido Finzi lo componen 28 relatos. La mayoría de ellos muy breves. En distancias tan cortas el escritor ha de resultar explosivo, arrear un zurdazo al lector y dejarlo atontado, y así, entre achuchón y soplamocos irle soltando relatos, a fin de que el lector acabe el libro conmocionado, alucinando, flipando. De no hacerse más o menos así, corre uno, el lector, el riesgo de ir mirando las páginas que faltan hasta la meta, de ir vaciándose entre bostezos lagrimales, y lo peor de todo, de tener la sensación de estar perdiendo el tiempo. Porque el quid del asunto aquí es saber diferenciar lo que es engalanar una ocurrencia o una mera anécdota de lo que es un relato bien armado (tengo todavía Los caballos azules a galope por mi mente, y es posible que esto que escribo tenga algo que ver).

Finzi se postula como un amante empedernido. En la mayoría de los relatos hay mujeres con las que el autor, a su vez personaje, se acuesta. Digo yo, que a un lector masculino leer como el escritor se va encamando a cuanta mujer se le pone a tiro de nabo, le resultará entre aburrido y molesto. En el caso de las mujeres no lo sé. Algunas estarán deseando encontrarse a Guido por los Madriles para decirle lo talentoso que es, lo fibroso que está, lo bien que le sientan los jeans, y luego si hay suerte encamárselo. Las mujeres a quienes este tipo de francotirador sexual no les atraiga, buena parte de los relatos los pueden obviar.

Además de estos relatos de final seminal, aparecen en otros relatos judíos que huyeron de sus países de origen los años precedentes o durante la II Guerra Mundial, con quienes el narrador se encuentra y le cuentan sus historias, que luego el narrador nos referirá. Ahí se nombra la ciudad de Łódź y hay también un anillo, que va pasando de generación en generación, lo cual me recuerda al libro de Eduardo Halfon, Signor Hoffman.

Hay relatos donde Guido además de ser un semental sexual es un asesino en serio. Y así o bien despacha viejunos letones, antaño miembros de las SS o a seres despreciables que deben morir sí o sí.

Otra cosa que no entiendo es que en relatos mínimos (donde no debe sobrar ni una coma) una y otra vez el autor nos hable de la novela que está escribiendo (algo que de tener algún interés, lo tendría para su editorial), o esas autorreferencias a otros libros publicados, que sorprenden en alguien con dos libros de relatos en el mercado. Dicho lo cual, no es óbice para que algunas mujeres quieran cepillárselo tras haber leído su anterior libro de relatos Rumbo Sur. ¿Escribir sirve para convertir al escritor en un conquistador sexual?. Parece ser que sí. De hecho es un libro que cuesta leer con tanto polvo.

Y si los piropos no te vienen de fuera, pues ya tienes al personaje femenino de marras que recalcará lo sarcástico, tierno, inteligente, vivaz, lúcido, que resulta el autor, a la sazón Guido Finzi.

Y ya para acabar. Si uno es ingenioso, lo es, pero lo demuestra. Algo de eso se barrunta cuando lee los Obituarios imaginarios, pero si uno quiere mofarse de gente que no son buenos escritores, recurrir a Dan Brown, Coelho o Larsson, me parece ir a darse un rulazo por La Plaza Mayor de los Santos Lugares Comunes. Si un tío está forrado llevar un Rolex es otro tópico. Si aparece un holandés, este es alto, rubio, sonrosadete y asalvajado, y los portugueses son chiquititos y …. no sigo, porque en ese caso me vería abocado a tener que releerme el libro de cabo a rabo.

Javier Pastor 
Mondadori
2016

Fosa común (Javier Pastor)

Javier Pastor
Mondadori
2016
452 páginas

Había leído anteriormente con agrado Mate jaque (2009) de Javier Pastor. Reincidir era lo propio. El mes pasado, seis años después de la publicación de Mate jaque, Javier publicó Fosa común.

La novela está estructurada en tres partes.

La primera. “Un entonces”. Años de mocedad, de adolescencia, 14 años, los que tiene entonces el narrador el joven Arzain, hijo de militares, residente en Burgos, en 1976, al comienzo de la Transición, pensando el mozo en tener no ya 21, sino los 18 años que otorgarían la mayoría de edad (tras la aprobación del Decreto-Ley en noviembre del 78). Hormonas disparadas. Masturbación. Rozamientos, sobamientos, besos con lengua. Acné. Noches de farra y desenfreno. Porros, borracheras, caricias, confidencias, fanfarronadas, declaraciones… en esa «comunidad primitiva, endogámica, autosuficiente, promiscual». La adolescencia entrevista como una estación de paso, la vista puesta en la edad adulta, en la liberación filial. Un alud de personajes, conversaciones en tropel, prosa fluida, torrencial, que deviene un vórtice que subsume y marea con frases onomatopéyicas de ritmo frenético, todo febril y tan acelerado como esos espermatozoides raudos y alocados en pos de una entrepierna o en el peor de los casos, de la palma de la mano. «Jurar en voz alta que nunca, nunca más volverá a pasar miedo. Inmadurez».

Segunda parte. “Un después” Cuarenta años después Arzain es padre de dos mellizas. Recién enviudado. Vuelve a Burgos. Al pasado, rememorando los años de la pandi, los velados abusos familiares ajenos, el niño muerto en la piscina, las escarceos sexuales, el ensañamiento brutal con el que los curas repartían sopapos, los chasquidos de la regla sobre la carne fresca, o ese marcar las entendederas con hierro indeleble, curas en definitiva con carreras prometedoras como pitchers en su destreza en el lanzamiento de llaveros, tizas, borradores.
Y como aquel prisionero que vuelve décadas después sobre sus huellas visitando los campos de exterminio de los que escapó de milagro, así, Arzain volverá al colegio de su juventud, donde constatará que casi todos los curas de entonces se han secularizado, otros suicidado, y sólo quedan ya unos pocos, persistiendo en su oficio, en su fe, los menos, quizás porque sea muy cierto eso de que ingresar en esas sectas (entiéndase el catolicismo) les incapacitaba para el amor y la vida corriente.

Tercera Parte: “Que sirva para algo”. En las dos partes anteriores se deja caer el asesinato de una compañera de Arzain, una chica llamada Cristina, asesinada junto a su madre y sus tres hermanos por su padre, quien se suicidaría tras cometer el acto parricida. El autor recurre a la prensa y encuentra un artículo del ABC, donde de forma sucinta se da testimonio de los hechos acaecidos en 1975, sin apenas dedicarle espacio ni atención. A ese hecho vuelve Pastor para hacer una crónica forense periodística. Lo vemos mover y remover, obtener declaraciones en los juzgados, realizar entrevistas con todo aquel que pueda aportarle algún dato sobre el trágico suceso, hasta conformar un relato, mucho más prolijo que la nota aparecida en el periódico. Como esas muestras de ADN que llegan tarde, si Cristina López Rodrigo hubiera acudido hoy a una comisaría a denunciar los hechos, como en su día hizo, quien sabe, quizás ella y sus hijos estuvieran vivos. Pastor rinde tributo con su investigación a la memoria de Cristina, aquella chica de su edad, de su barrio, aquella chica tan maja a quien su padre barrió de la faz de la tierra, junto a sus seres queridos, sin que generase poco más que un murmullo. Y a quien enterraron junto al resto de su familia, al lado de su padre. Sí, existe el ensañamiento post mortem, y uno no descansa ni después de muerto.

Fosa común la entiendo una novela ambiciosa, una invitación a repensar el pasado, material inflamable éste, sin duda, toda vez que la mayoría decidió que había que mirar para adelante, pasar las páginas negras de la dictadura y de la Inmaculada Transición, y pergeñar un Relato Amable, conciliador, apto para todos los públicos. Después de cuarenta años de progreso, de bipartidismo y de corrupción radical, ahora que la regeneración dio lugar a la degeneración, no está mal volver la vista atrás, a esos años, de democracia embrionaria, no tanto por remover, porque el pasado no deja de ser una lápida, más bien con el ánimo de entender, de comprender, de aprender (no diré de los errores, porque vemos cada día, que de eso no se aprende). Fosa común resulta en este sentido un recurso nutricio.

Leí este libro cuando se me cruzó o me arrolló el cuaderno de Valéry. Corría el riesgo de que un libro anulase al otro. Pues no. Al contrario, recurro a algunas citas de Valéry para acabar la reseña.

Dejó dicho Valéry en sus cuadernos:

“Casi todos los libros que aprecio, y absolutamente todos los que me han servido para algo son difíciles de leer. El pensamiento puede abandonarlos, no puede recorrerlos. Unos me han servido aunque eran difíciles, otros porque lo eran”.

Fosa común no es fácil de leer. A Javier Pastor le gusta ponernos las cosas difíciles (y no hablo de los juegos de palabras y de no poner puntitos al final de las frases), de ahí que muchos abandonarán esta novela a las primeras de cambio, sin acabar la primera parte, ya vencidos, derrotados y crispados ante el aluvión oral grotesco-onomatopéyico de los jóvenes. Un lenguaje y estilo, huelga decir, inmanente a una adolescencia cavernaria.

“La literatura solo me interesa cuanto tiende y contribuye al crecimiento de la mente. En caso contrario, me aburre”.

Sí, leyendo Fosa común no sé si la mente crece, pero volar vuela, y la novela merced al ingenio y una verbosidad apabullante resulta todo menos aburrida y por el contrario muy evocadora. La magia de Pastor es que no sabes por dónde te va a salir y cada página es una aventura, una sorpresa, un reto, un desafío, un borboteo, un palpitar incesante. Esta manera de narrar, en la literatura española actual es una rareza, una singularidad, una maravillosa extravagancia. Si me equivoco, me corrijan.

“Pensad en lo que hace falta para gustar a tres millones de personas. Paradoja: hace falta menos que para gustar a 100. No escribo /no escribiría / para personas que no pudieran darme una cantidad de tiempo y una calidad de atención comparables a la que yo les doy”.

Pastor ha dedicado unos cuantos añitos a escribir esta novela monumental (más por el contenido que por la extensión), de largo aliento, devenido en halitosis histórica, en la plasmación de esa época tardofranquista y luego incipientemente democrática, poco y mal oreada, con olor a sotana mal lavada.

Dentro de 15 años, recurrirá a esta novela aquel que más allá del Cuéntame, quiera saber un algo, o un mucho, de esos años mediados los setenta, porque Pastor no emplea la literatura para reducirse a mostrar el atrezzo de una época, a saber: vestimentas, olores, grupos musicales, costumbres, vicios, entretenimientos, marcas de cigarrillos o de jabones. No. Pastor tridimensionaliza todo esto, y le da cuerpo y alma, y crea una atmósfera que faculta que la novela, respire, viva, se encabrite y dé zarpazos. ¡Así que cuidao, advertido quedas!.