Archivo de la categoría: Libros

Manuel Rivas

Las voces bajas (Manuel Rivas)

Manuel Rivas
208 páginas
2012
Alfaguara

Sea la literatura un eco, un eco de voces en sordina; voces que nos cuentan anécdotas, vivencias; voces humorosas, melancólicas, que nos retrotraen a la España del franquismo, donde el narrador entrevera sus recuerdos escolares (los castigos físicos como plan pedagógico, o excursiones para ir al bar a ver un combate de boxeo, liderados por su profesor) con los familiares (un padre albañil y con vértigo que odia las multitudes, una madre lectora absorta no sólo en las vidas de los santos, una hermana anarquista y libertaria, a la que le dolía el mundo…), con las pérdidas irreparables que la edad o el cáncer arrebatan; momentos de la infancia en un paraíso inquieto, un paraíso donde los caballos de colores comían espinas, un paraíso duro, donde las mujeres jugaban al fútbol y sus manos eran devoradas por la sosa, con hombres taciturnos y a ratos alegres, animososos por el fútbol, por la música; derrotas cifradas en la entrega paterna de un precioso saxofón a alguien a quien le hace más falta, un narrador que sigue el consejo de su madre una noche en la que al llegar su padre a casa empapado, ésta le recomienda a su hijo que se busque un trabajo en el que no tenga que mojarse, unas palabras que como sucede en El perdedor de Bukowski le llevan a su destinatario a pelear desde entonces, no con los puños, sino con las palabras, contra el carro de una máquina de escribir.

Los últimos capítulos están dedicados a la materialización de la carrera de escritor de Manuel Rivas, primero con unos poemas que le permiten acceder a trabajar como meritorio en el periódico el Ideal y más tarde realizando unas prácticas en TVE, un Rivas que mientras estudia periodismo en la facultad, al entregar una redacción, su profesor le reprocha que aquello no era periodismo, que era literatura. Rivas escribiría años después el estupendo El periodismo es un cuento, donde abordaría esta cuestión.

Rivas tiene un estilo propio, reconocible, y ese manoseado realismo mágico que se le achaca, quizás sea la manera que tiene él de mirar; una mirada sensible, prolija, poética, que no rehuye la magia de las cosas, una magia que es eso que está ahí y que no vemos: el envés de las cosas, su entraña.

El libro ahora ya cerrado, da paso a otras voces, a unas risas libres, de mujeres, ora su madre, ora su hermana, que resuenan por los campos vacíos, que la memoria y la escritura de Rivas reverdecen.

www.devaneos.com

Borges y los clásicos (Carlos Gamerro)

Carlos Gamerro
Eterna Cadencia
174 páginas
2016

Con buenas cartas es muy fácil ganar la partida. Escribir un ensayo sobre Borges y la relación de éste con Homero, Dante, Shakespeare, Cervantes y Joyce, es navegar con el viento a favor. Dado que Borges y el resto son genios indiscutibles, mal lo tiene que hacer Gamerro para que este libro no resulte interesante, que lo es y mucho.

A los que conozcan la obra de Borges al dedillo, lo que aquí se refiere: cinco conferencias transcritas de Gamerro, quizás encuentre pocas cosas que le sorprendan. En mi caso, la lectura de este libro no hace otra cosa que animarme a abundar más en la vasta obra de Borges; una lectura que creo que resulta tanto más provechosa en cuanto más lecturas de clásicos atesoremos en nuestra memoria (y hablo del cerebro, no de un disco duro).

Si leemos este ensayo conociendo La Odisea, La Divina Comedia, don Quijote, las obras de Shakespeare, o el Ulises de Joyce, disfrutaremos mucho más intensamente de lo leído. Borges, ávido lector, buen estudioso de estos clásicos, los tendrá luego muy presentes a la hora de escribir sus obras, como va desgranando Gamerro con El Aleph, El hacedor, El inmortal, La memoria de Shakespeare, Un soldado de Urbina, Ni siquiera soy polvo, Sueña de Alonso Quijano

Es muy interesante la opinión que le merecen a Borges las traducciones, siempre a favor de que haya cuantas más mejor, adaptadas a los nuevos tiempos, dado que los lectores cambian, y considerando por otra parte que la traducción permite que un libro sobreviva. Un Borges que cuando se acerca al Quijote por vez primera lo hace a una traducción en inglés.

Igualmente interesante resulta lo que Gamerro señala que Bloom dijo acerca de que cada escritor se medía en primera instancia con sus padres literarios o precursores; ya que cuando un escritor quiere escribir algo, otro antes ya lo ha hecho.

Se reflexiona también sobre el acto de crear, sobre si viene a ser como algo que el escritor necesitara derramar sobre el papel, lo que podría ser el caso de Cervantes, que tuvo una vida muy azarosa, o si por el contrario se crea para llenar un vacío, como puede ser el caso del inagotable Shakespeare, a quien escribir le permitía superar su vida anodina, creando el mundo más poblado de la literatura; un demiurgo solo superado por Dios.

Joyce llegó a decir que si Dublín desapareciera del mapa se podría volver a reconstruir sin mengua a partir de las páginas de su novela. Tal que si visitamos la ciudad no queremos ver Dublín, si no el Dublín del Ulises, como si lo que no figurase en la novela, existiese, pero no fuera de nuestro interés, y por tanto invisible a nuestro mirar. Ahí reside la magia de la literatura, su potencia, su capacidad, no sólo para describir la realidad, sino para crearla, a través de las palabras, del lenguaje.

De oficio, lector

De oficio, lector (Bernard Pivot)

Bernard Pivot
Trama Editorial
2016
208 páginas
Traducción de Amaya García Gallego

Sirva este libro, que no es una novela, sino dos entrevistas con añadidos, para conocer a Bernard Pivot, gloria televisiva francesa, merced a un programa de libros. No, no es un chiste, lo sería si habláramos de España, pero Pivot, como los más avispados ya habrán adivinado, es francés, y Francia es un país ilustrado que hace más de dos siglos ya segaba cabezas regias.

Pivot durante quince años tuvo en antena en una cadena pública su programa Apostrophes y posteriormente Bouillon de culture, siendo el primero de ellos el que lo hizo célebre.

El historiador Pierre Nora, a través de sus preguntas, logra algo parecido a una autobiografía de Pivot, dado que las preguntas de Nora, le permiten a éste explayarse y de paso solazarnos sobre asuntos que a los lectores bulímicos nos van a ser de gran interés.

Pivot durante esos quince años se dedica a leer, todos los días, entre ocho y catorce horas al día, con un saldo de unos 5.000 libros leídos -algunos de ellos infumables, aunque Pivot, tomando las palabras del personaje de El Aleph, dice tener también una mente porosa para el olvido-. De tal manera que cuando en el estudio se enfrenta al escritor sabe de lo que habla y es capaz de alabar o denostar -si es el caso- lo leído y de replicar en todo caso a lo dicho por el escritor, dando lugar a amenas entrevistas que el público valoraba. Siempre desde una posición de humildad y de respeto hacia todos los escritores.
Este leer compulsivo Pivot lo acomete porque leer le apasiona, y se convierte así en un lector público, de ahí el título del libro, «De oficio, lector», pues su quehacer lector se convierte en su profesión.

A medida que Pivot coge fama, ve el poder que tiene, en qué medida aparecer en su programa les supone a los escritores vender -no siempre, pero sí a la mayoría- más libros, lo que obliga a Pivot a ser cauto, suspicaz, a fin de preservar su independencia, su libertad, para seguir siendo insobornable, lo que implica no formar parte de jurados que fallan premios, no comer con editores, no escribir prólogos, no formar parte en definitiva del mamoneo editorial, a fin de que su capacidad crítica no sea viciada. Pivot vive por tanto su vida privada alejada de los focos, entre otras cosas, porque ese tiempo empleado en los saraos, él prefiere invertirlo en leer.

Pivot es un verso libre, en tanto en cuanto no forma parte de la parroquia de los críticos, esos que le instan a hacer más crítica y menos crónica, a ser menos periodista y más intelectual. Pero Pivot que no escribe, que no publica, que carece de títulos universitarios, no pertenece a la alta intelectualidad, a la que Pivot no hará nada por arrimarse.

Los pasajes donde Pivot habla de otros periodistas y programas culturales que surgieron para hacer algo parecido, o directamente copiar el mismo formato, me han resultado, debido a mi desconocimiento de esos pormenores, farragosos y poco interesantes.

Como nos remontamos a los años ochenta y noventa, es curioso ver cómo internet todavía estaba en pañales y cómo lo que Pivot dice, muy acertadamente, sobre los cambios que introdujo el mando a distancia, no sólo en el hogar, sino en la cultura, se verán elevados a la enésima potencia hoy día con las redes sociales, las tabletas, que hacen cada día más difícil fijar la atención en algo concreto, víctimas de un trajín multitarea que en nada ayuda a crear las condiciones necesarias para disfrutar con intensidad de una lectura que requiere silencio, tranquilidad, las mínimas distracciones.

Hay chascarrillos y curiosidades interesantes sobre algunos de los escritores -incluso con Presidentes de la República- con los que Pivot tomó contacto; así leemos cómo Bukowski abandonó el plató con una buena melopea, la timidez de Modiano, la campechanía de Simeon, la aparición de Rusdhie a unas horas de la noche en antena en las que hacía pensar que lo habían cazado; el encuentro con Solzhenitsyn que a Pivot le marcó bastante (donde el escritor se reviste a ojos de Pivot de una aureola mítica), la mutación de Duras que tras el éxito de El amante, y el subsiguiente éxito, la hace pasar del mutismo a la sobrexposición, o el encuentro con Jane Fonda marcado por la voluptuosidad de la actriz ante un Pivot rendido a sus encantos.

Me gusta lo que comenta por ejemplo Pivot sobre lo dramático que suponía para muchos escritores el hecho de no salir en su programa, de tal manera, que si además de pelear a la contra -siendo un escritor desconocido- no alcanzabas la notoriedad que te brindaba el programa, ya no sólo eras un desconocido, sino también un fracasado para todos los que rodeaban al escritor, porque no salir en Apostrophes era como no ser nadie en el mundo de la literatura (bajo la premisa, equivocada, de que si no salías era porque no valías).

Me gusta también las disculpas que le pide a Simenon, a toro pasado, cuando esté ya ha muerto, cuando en antena, le «fuerza» a hablar del suicidio de su hija, sabiendo que éste se siente incómodo hablando sobre ello.

Pivot era un periodista dedicado a ofrecer lectura a la mayor cantidad de gente. Este era su fin, y lo consiguió.

Al acabar el libro tengo la sensación de que lo que Pivot vivió fue algo único e irrepetible, que aunque en los tiempos que corren no sería imposible hacer en España algo similar -como demuestra la oferta cultural de La 2- la pregunta es cuánta gente estaría dispuesta un viernes o un sábado a la noche a permanecer dos horas frente al televisor viendo un programa de libros, como un Página 2, pero a lo grande.

El libro lo edita Trama Editorial con una muy buena traducción, (lo de pimplar me ha encantado; el término memada lo desconocía; lo que no me queda claro es es el significado de «brodo di cultura») que creo que le coge bien el punto a Pivot, de Amaya García Gallego.

Recomienda Pivot leer los libros del tirón. Dicho y hecho.

Thomas Bernhard

Un niño (Thomas Bernhard)

Thomas Bernhard
Anagrama
1996
160 páginas
Traducción: Miguel Sáenz

Un niño es el último título de la pentalogía y describe parte de la infancia de Bernhard, cuando este es un niño de corta edad. Lo asombroso es que Bernhard recuerde con tal grado de minuciosidad cosas que le pasaron hace más de cuarenta años, y no sólo sea la narración la descripción de momentos históricos o de espacios físicos, sino que sea capaz de recordar cuales eran sus pensamientos y sus sentimientos hacia su abuelo, hacia su padre, hacia sus hermanos o hacia su tutor.

El relato es igual de trágico que los anteriores. Dice Bernhard que al escribir no hay que guardarse nada y así hay que entender la manera en la que Bernhard recuerda, o recrea momentos muy desagradables de su existencia como su fase de meón, que le supuso ser objeto de burla y escarnio. Momentos trágicos que se alternan con otros épicos, como la locura de coger una bicicleta e ir desde su pueblo hasta Salzburgo que le acarreará una paliza a manos del vergajo de buey de su madre, la cual vuelca el odio que siente hacia su marido -que la abandonó- en el hijo de ambos.
Bernhard entiende que su madre lo maltrate, pero a su vez, no entiende que necesite tenerlo lejos de ella. Esas contradicciones en las que abunda la novela son lo mejor de libro, pues muestran a las claras la naturaleza humana, esa madeja de sentimientos, afectos, sueños, frustraciones que se van cociendo a fuego lento en nuestro cerebro, mientras la vida pasa y nos aniquila.

Bernhard no ceja en su empeño en hacernos saber lo importante que ha sido su abuelo para él, y aquí tiene un peso importante, pues cuando Bernhard sufre, cuando le hacen daño, no sueña con vaciar sus lágrimas en el faldero de su madre, sino en el hombro de su abuelo, un escritor y filósofo, solitario, asocial, que vivía de su trabajo de escritor, lo que significaba que tenía que vivir a expensas de su mujer y de su hija, porque de lo suyo, de su oficio de escritor, no se podía vivir.

Es curioso que este libro que describe los hechos ocurridos cuando Bernhard es un niño, mientras el resto abordan su adolescencia y principios de su vida adulta, lo escribiera Bernhard el último.

No sé si me pasará como a Bernhard cuando leyó Los Demonios, que se encontró ante un abismo, sin ganas de querer leer más, consciente de que lo que leyera sería una decepción mayúscula.
Lo claro es que estos cinco libros, no te aniquilan, pero te remueven y vapulean con su crudeza, con su verdad y dejan una huella, indeleble, quiero pensar, gracias a un testimonio de la década de los años 30, 40 y 50 de gran valor.