Archivo de la etiqueta: Amaya García Gallego

IMG_20221126_103244

Sodoma y Gomorra (Marcel Proust)

Sodoma y Gomorra es el cuarto libro de la heptalogía En busca del tiempo perdido de Marcel Proust (muerto hace cien años).
El título de la novela, de referencias bíblicas, nos aboca a la exploración que Marcel Proust, hará tanto de la homosexualidad (Sodoma; raza sobre la cual pesa una maldición y que tiene que vivir la mentira y el perjuicio, pues sabe que se considera punible y vergonzoso, por inconfesable, su deseo, ese deseo que constituye para toda criatura el mayor gozo de vivir), mediante su personaje el barón de Charlus, hermano del príncipe de Guermantes (pretendiendo primero al chalequero Jupien y más tarde al violinista Morel), como del lesbianismo (Gomorra), merced a Albertina -practicante del Safismo (lesbianismo entendido aquí como un vicio, y como tal reprobable)- la novia del narrador.

El caso Dreyfus sigue coleando, dividiendo las opiniones a favor y en contra; juicio personal que supone asimismo otro acerca de los judíos.

El estilo de Proust se mantiene inalterable. Trabajando al detalle cada secuencia, extenuando al lector con el análisis minucioso de la aristocracia que tan bien conoce.

Lo explica bien el traductor Mauro Armiño (responsable de la traducción de la editorial el paseo):

Lo que hace Proust es que, dando vueltas y vueltas por los recovecos, al final dices, pero si esto me pasó a mí, pero no me fijé. Pues él se fija y estuvo años y años sacando matices de todo lo que pensamos y hacemos o dejamos de hacer.

Leo:

Guermantes y no a Luis el Gordo, su hermano consanguíneo pero segundón; en tiempo de Luis XIV, guardamos luto por la muerte de Monsieur, por tener la misma abuela que el rey. Aunque muy por debajo de los Guermantes, se puede citar a los La Trémoïlle, descendientes de los reyes de Nápoles de los condes de Poitiers; a los Uzès, poco antiguos como familia, pero los más antiguos como pares; a los Luynes, muy recientes, pero con el lustre de las grandes alianzas; a los Choiseul, a los Harcourt, a los La Rochefoucauld. Agregue también a los Noailles, a pesar del conde de Toulouse, a los Montesquiou, a los Castellane, y, salvo olvido, a nadie más. En cuanto a todos esos señoretes que se llaman marqueses de Cambremerde o de Vatefairefiche, entre ellos y el último soldado raso del regimiento de usted no hay ninguna diferencia. Lo mismo da ir a hacer pipí a casa de la condesa Caca que ir a hacer caca a casa de la baronesa Pipí: en uno y otro caso es comprometer la propia reputación y usar como papel higiénico un trapo sucio, lo que no está bien.

Como sus comidas y estancias en la casa de la duquesa de Guermantes. Aquí el enfrentamiento es entre la duquesa Cambremer y madame Verdurin. Arrendadora y arrendataria. El pintor Ski reemplaza a otro, Elstir, en las preferencias del «cogollito», en especial de Madame Verdurin.

Saludo con alegría los apuntes etimológicos de Brichot, que por otra parte, según el narrador desvelan el misterio, en favor del conocimiento, sobre el origen de las palabras.

El narrador sigue en su tira y afloja con Bloch, con Saint-Loup. Presentes los celos cuando Albertina anda por medio. Curiosamente parte de la novela transcurre en los vagones de tren en los que se desplaza el narrador camino de sus encuentros sociales. Ha lugar para la aparición de personajes misteriosos como la princesa Sherbatoff. Y la modernidad se filtra mediante la presencia del automóvil que permite abolir las distancias y recorrer en un día distancias hasta ese momento inconcebibles.

La presencia de Swann es episódica (como la de Odette, su hija Gilberta o Francisca, la ama de llaves), sumido este en el estado terminal de su enfermedad. La muerte de la abuela, contada en la novela anterior, parece desplegar aquí sus efectos al tomar el narrador conciencia de ella.
El narrador pasea con Madame Villaparisis (tía de Sant-Loup), se enamora de Andrea, pero a tenor de cómo concluye la novela todo parece ir encaminado a una posible boda entre el narrador y Albertina.

Uno de los escenarios de la novela es Balbec, ciudad balnearia imaginaria , a la cual regresa.

No faltan los apuntes literarios, las menciones a Balzac a Chateubriand y sus obras, autores aquí encarecidos. Asimismo a obras de deliciosa lectura como Las mil y una noches.

A partir de aquí me restan tres novelas más: La prisionera, La fugitiva y El tiempo recobrado. 1200 páginas por delante. Más de 2540 páginas ya por detrás.

En busca del tiempo perdido.

1. Por el camino de Swann
2. A la sombra de las muchachas en flor
3. El mundo de Guermantes

Traducción de Consuelo Berges.

Con algunos libros tenemos la posibilidad de leer distintas traducciones, como sucede con En busca del tiempo perdido.

En la edición de Alianza (es la que estoy manejando en mi lectura) Pedro Salinas tradujo los dos primeros volúmenes. El tercero lo hizo Pedro junto a José María Quiroga Pla. El cuarto, quinto, sexto y séptimo corrieron a cargo de Consuelo Berges. Valdemar en el año 2000 hizo la traducción completa obra de Mauro Armiño en tres volúmenes.
Lumen hizo lo propio contando con Carlos Manzano como traductor, en los siete volúmenes.

La editorial El paseo, ha editado ahora los dos primeros tomos de la heptalogía con traducción de Mauro Armiño.

Y Alba, en esa edición de lujo que es Alba Clásica Maior, ha publicado los dos primeros tomos en un solo volumen con traducción de María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego. Traducciones por tanto en curso que desconocemos el recorrido que tendrán, pero que sería bueno llegasen a buen puerto, de cara a ofrecer la traducción de toda la saga completa.

portada lomo 9,3mm.indd

Llega el rey cuando quiere (Pierre Michon)

No hace mucho que leí un fantástico libro de entrevistas (dos) al crítico literario Bernard Pivot, publicado por Trama editores con traducción de Amaya Gallego Urrutia. He experimentado el mismo gozo sin tasa de entonces leyendo las trece entrevistas que le hacen a Pierre Michon, (comprendidas entre 1989 y 2005) bajo el título, Llega el rey cuando quiere, publicado por la editorial WunderKammer con traducción de María Teresa Gallego Urrutia.

Lo curioso del tema es que yo no soy (pero me veo camino de ello) un lector asiduo de Michon, porque solo he leído dos novelas suyas, una de las cuales creo que no me gustó especialmente, El origen del mundo. Mucho más me gustaron sus Mitologías de Occidente. No he leído tampoco sus Vidas minúsculas (el atestado de un fracaso y un liberación del fracaso, un desastre que se convierte en proeza, en palabras del autor), aquella obra de un no escritor que lo convirtió en tal, y sobre el que inciden buena parte de las entrevistas, y ahí reside el único pero que le puedo poner al libro, a saber, ciertas reiteraciones, lo cual deviene inevitable, porque al contrario de un ensayo donde el escritor digamos que se hace las preguntas que desea escuchar y se las responde, aquí el escritor únicamente ofrece las respuestas, y se corre el riesgo de que muchas preguntas sean de la misma índole.

Dicho lo anterior leer un libro de entrevistas de Michon, en mi caso, podría parecer una insensatez. No lo es, porque si nos dejamos arrastrar por la predictibilidad de nuestras lecturas, dejaríamos fuera de campo lecturas que nos son muy necesarias, porque además lo que dice Michon en estas jugosas entrevistas es extrapolable a muchos otros escritores, a todo aquel que se enfrente ante una hoja en blanco, o a ese !anda ya! que le conmina a desistir.

En las entrevistas se nos refiere por ejemplo la forma que Michon tiene de escribir (cuadernos de notas, de trabajo…), la musicalidad de su prosa, la necesidad de verse rodeado de pinturas, su preferencia por las novelas cortas o relatos, con reflexiones de sumo interés sobre lo breve,(lo breve juega con la libertad absoluta, la del acto) sobre la naturaleza de la literatura (La literatura es un acto de no-saber, pero que tiene que saber), acerca del arte (El arte no es nada, pero solo tenemos el arte), el oficio del escritor (un escritor no existe y no cobra si no publica) recorriendo a su vez figuras relevantes o fundacionales como Rimbaud, Faulkner, Proust, Flaubert (lo que escribe Proust es inteligente. Es menos intenso que lo de Flaubert porque es más inteligente. Y no es que Flaubert fuera tonto, pero en Flaubert hay algo brutal, animal, que a mí me recuerda a Hugo; Algo que decía también Savinio, con palabras parecidas sobre Maupassant y Proust), Joyce, Mallarmé….
Pierre Michon

Podría entresacar unos cuantos párrafos que me han gustado mucho, pero prefiero que el lector arribe virgen a estas entrevistas, con las cuales aprenderá mucho no solo de la figura de Michon, también de la literatura y lo que es aún más importante, de la vida.

A ver si me hago con un ejemplar de Lo que dicen las mesas parlantes de Victor Hugo, para seguir disfrutando de las obras que va poniendo a nuestra disposición este Cuarto de las Maravillas.

De oficio, lector

De oficio, lector (Bernard Pivot)

Bernard Pivot
Trama Editorial
2016
208 páginas
Traducción de Amaya García Gallego

Sirva este libro, que no es una novela, sino dos entrevistas con añadidos, para conocer a Bernard Pivot, gloria televisiva francesa, merced a un programa de libros. No, no es un chiste, lo sería si habláramos de España, pero Pivot, como los más avispados ya habrán adivinado, es francés, y Francia es un país ilustrado que hace más de dos siglos ya segaba cabezas regias.

Pivot durante quince años tuvo en antena en una cadena pública su programa Apostrophes y posteriormente Bouillon de culture, siendo el primero de ellos el que lo hizo célebre.

El historiador Pierre Nora, a través de sus preguntas, logra algo parecido a una autobiografía de Pivot, dado que las preguntas de Nora, le permiten a éste explayarse y de paso solazarnos sobre asuntos que a los lectores bulímicos nos van a ser de gran interés.

Pivot durante esos quince años se dedica a leer, todos los días, entre ocho y catorce horas al día, con un saldo de unos 5.000 libros leídos -algunos de ellos infumables, aunque Pivot, tomando las palabras del personaje de El Aleph, dice tener también una mente porosa para el olvido-. De tal manera que cuando en el estudio se enfrenta al escritor sabe de lo que habla y es capaz de alabar o denostar -si es el caso- lo leído y de replicar en todo caso a lo dicho por el escritor, dando lugar a amenas entrevistas que el público valoraba. Siempre desde una posición de humildad y de respeto hacia todos los escritores.
Este leer compulsivo Pivot lo acomete porque leer le apasiona, y se convierte así en un lector público, de ahí el título del libro, «De oficio, lector», pues su quehacer lector se convierte en su profesión.

A medida que Pivot coge fama, ve el poder que tiene, en qué medida aparecer en su programa les supone a los escritores vender -no siempre, pero sí a la mayoría- más libros, lo que obliga a Pivot a ser cauto, suspicaz, a fin de preservar su independencia, su libertad, para seguir siendo insobornable, lo que implica no formar parte de jurados que fallan premios, no comer con editores, no escribir prólogos, no formar parte en definitiva del mamoneo editorial, a fin de que su capacidad crítica no sea viciada. Pivot vive por tanto su vida privada alejada de los focos, entre otras cosas, porque ese tiempo empleado en los saraos, él prefiere invertirlo en leer.

Pivot es un verso libre, en tanto en cuanto no forma parte de la parroquia de los críticos, esos que le instan a hacer más crítica y menos crónica, a ser menos periodista y más intelectual. Pero Pivot que no escribe, que no publica, que carece de títulos universitarios, no pertenece a la alta intelectualidad, a la que Pivot no hará nada por arrimarse.

Los pasajes donde Pivot habla de otros periodistas y programas culturales que surgieron para hacer algo parecido, o directamente copiar el mismo formato, me han resultado, debido a mi desconocimiento de esos pormenores, farragosos y poco interesantes.

Como nos remontamos a los años ochenta y noventa, es curioso ver cómo internet todavía estaba en pañales y cómo lo que Pivot dice, muy acertadamente, sobre los cambios que introdujo el mando a distancia, no sólo en el hogar, sino en la cultura, se verán elevados a la enésima potencia hoy día con las redes sociales, las tabletas, que hacen cada día más difícil fijar la atención en algo concreto, víctimas de un trajín multitarea que en nada ayuda a crear las condiciones necesarias para disfrutar con intensidad de una lectura que requiere silencio, tranquilidad, las mínimas distracciones.

Hay chascarrillos y curiosidades interesantes sobre algunos de los escritores -incluso con Presidentes de la República- con los que Pivot tomó contacto; así leemos cómo Bukowski abandonó el plató con una buena melopea, la timidez de Modiano, la campechanía de Simeon, la aparición de Rusdhie a unas horas de la noche en antena en las que hacía pensar que lo habían cazado; el encuentro con Solzhenitsyn que a Pivot le marcó bastante (donde el escritor se reviste a ojos de Pivot de una aureola mítica), la mutación de Duras que tras el éxito de El amante, y el subsiguiente éxito, la hace pasar del mutismo a la sobrexposición, o el encuentro con Jane Fonda marcado por la voluptuosidad de la actriz ante un Pivot rendido a sus encantos.

Me gusta lo que comenta por ejemplo Pivot sobre lo dramático que suponía para muchos escritores el hecho de no salir en su programa, de tal manera, que si además de pelear a la contra -siendo un escritor desconocido- no alcanzabas la notoriedad que te brindaba el programa, ya no sólo eras un desconocido, sino también un fracasado para todos los que rodeaban al escritor, porque no salir en Apostrophes era como no ser nadie en el mundo de la literatura (bajo la premisa, equivocada, de que si no salías era porque no valías).

Me gusta también las disculpas que le pide a Simenon, a toro pasado, cuando esté ya ha muerto, cuando en antena, le «fuerza» a hablar del suicidio de su hija, sabiendo que éste se siente incómodo hablando sobre ello.

Pivot era un periodista dedicado a ofrecer lectura a la mayor cantidad de gente. Este era su fin, y lo consiguió.

Al acabar el libro tengo la sensación de que lo que Pivot vivió fue algo único e irrepetible, que aunque en los tiempos que corren no sería imposible hacer en España algo similar -como demuestra la oferta cultural de La 2- la pregunta es cuánta gente estaría dispuesta un viernes o un sábado a la noche a permanecer dos horas frente al televisor viendo un programa de libros, como un Página 2, pero a lo grande.

El libro lo edita Trama Editorial con una muy buena traducción, (lo de pimplar me ha encantado; el término memada lo desconocía; lo que no me queda claro es es el significado de «brodo di cultura») que creo que le coge bien el punto a Pivot, de Amaya García Gallego.

Recomienda Pivot leer los libros del tirón. Dicho y hecho.