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Borges y los clásicos (Carlos Gamerro)

Carlos Gamerro
Eterna Cadencia
174 páginas
2016

Con buenas cartas es muy fácil ganar la partida. Escribir un ensayo sobre Borges y la relación de éste con Homero, Dante, Shakespeare, Cervantes y Joyce, es navegar con el viento a favor. Dado que Borges y el resto son genios indiscutibles, mal lo tiene que hacer Gamerro para que este libro no resulte interesante, que lo es y mucho.

A los que conozcan la obra de Borges al dedillo, lo que aquí se refiere: cinco conferencias transcritas de Gamerro, quizás encuentre pocas cosas que le sorprendan. En mi caso, la lectura de este libro no hace otra cosa que animarme a abundar más en la vasta obra de Borges; una lectura que creo que resulta tanto más provechosa en cuanto más lecturas de clásicos atesoremos en nuestra memoria (y hablo del cerebro, no de un disco duro).

Si leemos este ensayo conociendo La Odisea, La Divina Comedia, don Quijote, las obras de Shakespeare, o el Ulises de Joyce, disfrutaremos mucho más intensamente de lo leído. Borges, ávido lector, buen estudioso de estos clásicos, los tendrá luego muy presentes a la hora de escribir sus obras, como va desgranando Gamerro con El Aleph, El hacedor, El inmortal, La memoria de Shakespeare, Un soldado de Urbina, Ni siquiera soy polvo, Sueña de Alonso Quijano

Es muy interesante la opinión que le merecen a Borges las traducciones, siempre a favor de que haya cuantas más mejor, adaptadas a los nuevos tiempos, dado que los lectores cambian, y considerando por otra parte que la traducción permite que un libro sobreviva. Un Borges que cuando se acerca al Quijote por vez primera lo hace a una traducción en inglés.

Igualmente interesante resulta lo que Gamerro señala que Bloom dijo acerca de que cada escritor se medía en primera instancia con sus padres literarios o precursores; ya que cuando un escritor quiere escribir algo, otro antes ya lo ha hecho.

Se reflexiona también sobre el acto de crear, sobre si viene a ser como algo que el escritor necesitara derramar sobre el papel, lo que podría ser el caso de Cervantes, que tuvo una vida muy azarosa, o si por el contrario se crea para llenar un vacío, como puede ser el caso del inagotable Shakespeare, a quien escribir le permitía superar su vida anodina, creando el mundo más poblado de la literatura; un demiurgo solo superado por Dios.

Joyce llegó a decir que si Dublín desapareciera del mapa se podría volver a reconstruir sin mengua a partir de las páginas de su novela. Tal que si visitamos la ciudad no queremos ver Dublín, si no el Dublín del Ulises, como si lo que no figurase en la novela, existiese, pero no fuera de nuestro interés, y por tanto invisible a nuestro mirar. Ahí reside la magia de la literatura, su potencia, su capacidad, no sólo para describir la realidad, sino para crearla, a través de las palabras, del lenguaje.