Archivo de la categoría: Amaya García Gallego

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Henri Duchemin y sus sombras (Emmanuel Bove)

Emmanuel Bove
Hermida Editores
192 páginas
Traducción: María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego
2016

Estos siete relatos de Emmanuel Bove (1898-1945) publicados por Hermida Editorial con traducción de María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego versan sobre la condición humana e hilan muy, muy fino.

Queremos librarnos de la soledad, buscamos amistades, que vienen y van (Visita de una noche), encontramos parejas, amores de una noche o de varias noches -que suponen un presente esperanzador- pero entonces -somos así- surgen los celos, las dudas, el resquemor, el hastío, hacia nosotros y hacia los demás, y surge el engaño, la infidelidad, el reproche, la mentira, la ira, los porqués, el me mientes y el yo me engaño y murmullo que me me mientes porque me quieres y me respetas, el me mientes y me jode en el alma tus infidelidades, pero son mejores tus mentiras que mi soledad (¿Será mentira? y Lo que vi), y el mundo se torna amenaza y nosotros unos simples títeres, esclavos de nuestros afanes, de nuestro deseo de compañía, de amor, de reconocimiento (Otro amigo, cuyo protagonista, Víctor Bâton, es el personaje principal de otra novela de Bove, Mis amigos), víctimas de brotes de locura como en La historia de un loco, que nos llevan a hacer daño, a usar la realidad como un arma arrojadiza contra los demás y podemos o bien transigir y admitir lo que somos (o ni somos ni seremos) o cortar con nuestro pasado como en El regreso del hijo y dejar allí para siempre a nuestra familia preservada al vacío en nuestra memoria o incluso fantasear con que somos asesinos como en El crimen de una noche, mientras soñamos, para luego al alba, ponernos de nuevo la máscara de la docilidad, de la decencia, de esa virtud que nos suena de oídas y echar así a andar por ese mundo que soñamos nuevo cada día, preñado de esperanza, como si otra vida nos fuera posible.

Emmanuel Bove en Devaneos | El presentimiento

De oficio, lector

De oficio, lector (Bernard Pivot)

Bernard Pivot
Trama Editorial
2016
208 páginas
Traducción de Amaya García Gallego

Sirva este libro, que no es una novela, sino dos entrevistas con añadidos, para conocer a Bernard Pivot, gloria televisiva francesa, merced a un programa de libros. No, no es un chiste, lo sería si habláramos de España, pero Pivot, como los más avispados ya habrán adivinado, es francés, y Francia es un país ilustrado que hace más de dos siglos ya segaba cabezas regias.

Pivot durante quince años tuvo en antena en una cadena pública su programa Apostrophes y posteriormente Bouillon de culture, siendo el primero de ellos el que lo hizo célebre.

El historiador Pierre Nora, a través de sus preguntas, logra algo parecido a una autobiografía de Pivot, dado que las preguntas de Nora, le permiten a éste explayarse y de paso solazarnos sobre asuntos que a los lectores bulímicos nos van a ser de gran interés.

Pivot durante esos quince años se dedica a leer, todos los días, entre ocho y catorce horas al día, con un saldo de unos 5.000 libros leídos -algunos de ellos infumables, aunque Pivot, tomando las palabras del personaje de El Aleph, dice tener también una mente porosa para el olvido-. De tal manera que cuando en el estudio se enfrenta al escritor sabe de lo que habla y es capaz de alabar o denostar -si es el caso- lo leído y de replicar en todo caso a lo dicho por el escritor, dando lugar a amenas entrevistas que el público valoraba. Siempre desde una posición de humildad y de respeto hacia todos los escritores.
Este leer compulsivo Pivot lo acomete porque leer le apasiona, y se convierte así en un lector público, de ahí el título del libro, «De oficio, lector», pues su quehacer lector se convierte en su profesión.

A medida que Pivot coge fama, ve el poder que tiene, en qué medida aparecer en su programa les supone a los escritores vender -no siempre, pero sí a la mayoría- más libros, lo que obliga a Pivot a ser cauto, suspicaz, a fin de preservar su independencia, su libertad, para seguir siendo insobornable, lo que implica no formar parte de jurados que fallan premios, no comer con editores, no escribir prólogos, no formar parte en definitiva del mamoneo editorial, a fin de que su capacidad crítica no sea viciada. Pivot vive por tanto su vida privada alejada de los focos, entre otras cosas, porque ese tiempo empleado en los saraos, él prefiere invertirlo en leer.

Pivot es un verso libre, en tanto en cuanto no forma parte de la parroquia de los críticos, esos que le instan a hacer más crítica y menos crónica, a ser menos periodista y más intelectual. Pero Pivot que no escribe, que no publica, que carece de títulos universitarios, no pertenece a la alta intelectualidad, a la que Pivot no hará nada por arrimarse.

Los pasajes donde Pivot habla de otros periodistas y programas culturales que surgieron para hacer algo parecido, o directamente copiar el mismo formato, me han resultado, debido a mi desconocimiento de esos pormenores, farragosos y poco interesantes.

Como nos remontamos a los años ochenta y noventa, es curioso ver cómo internet todavía estaba en pañales y cómo lo que Pivot dice, muy acertadamente, sobre los cambios que introdujo el mando a distancia, no sólo en el hogar, sino en la cultura, se verán elevados a la enésima potencia hoy día con las redes sociales, las tabletas, que hacen cada día más difícil fijar la atención en algo concreto, víctimas de un trajín multitarea que en nada ayuda a crear las condiciones necesarias para disfrutar con intensidad de una lectura que requiere silencio, tranquilidad, las mínimas distracciones.

Hay chascarrillos y curiosidades interesantes sobre algunos de los escritores -incluso con Presidentes de la República- con los que Pivot tomó contacto; así leemos cómo Bukowski abandonó el plató con una buena melopea, la timidez de Modiano, la campechanía de Simeon, la aparición de Rusdhie a unas horas de la noche en antena en las que hacía pensar que lo habían cazado; el encuentro con Solzhenitsyn que a Pivot le marcó bastante (donde el escritor se reviste a ojos de Pivot de una aureola mítica), la mutación de Duras que tras el éxito de El amante, y el subsiguiente éxito, la hace pasar del mutismo a la sobrexposición, o el encuentro con Jane Fonda marcado por la voluptuosidad de la actriz ante un Pivot rendido a sus encantos.

Me gusta lo que comenta por ejemplo Pivot sobre lo dramático que suponía para muchos escritores el hecho de no salir en su programa, de tal manera, que si además de pelear a la contra -siendo un escritor desconocido- no alcanzabas la notoriedad que te brindaba el programa, ya no sólo eras un desconocido, sino también un fracasado para todos los que rodeaban al escritor, porque no salir en Apostrophes era como no ser nadie en el mundo de la literatura (bajo la premisa, equivocada, de que si no salías era porque no valías).

Me gusta también las disculpas que le pide a Simenon, a toro pasado, cuando esté ya ha muerto, cuando en antena, le «fuerza» a hablar del suicidio de su hija, sabiendo que éste se siente incómodo hablando sobre ello.

Pivot era un periodista dedicado a ofrecer lectura a la mayor cantidad de gente. Este era su fin, y lo consiguió.

Al acabar el libro tengo la sensación de que lo que Pivot vivió fue algo único e irrepetible, que aunque en los tiempos que corren no sería imposible hacer en España algo similar -como demuestra la oferta cultural de La 2- la pregunta es cuánta gente estaría dispuesta un viernes o un sábado a la noche a permanecer dos horas frente al televisor viendo un programa de libros, como un Página 2, pero a lo grande.

El libro lo edita Trama Editorial con una muy buena traducción, (lo de pimplar me ha encantado; el término memada lo desconocía; lo que no me queda claro es es el significado de «brodo di cultura») que creo que le coge bien el punto a Pivot, de Amaya García Gallego.

Recomienda Pivot leer los libros del tirón. Dicho y hecho.