Archivo del Autor: Francisco Hermoso de Mendoza

Devaneopedia

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A fin de poner orden, después de dieciocho años, entre las más de mil seiscientas reseñas que he escrito y los varios cientos de escritores y traductores presentes en mi blog, esta Devaneopedia ofrece una ordenación alfabética que espero sea de ayuda a quien se extravíe por mis devaneos librescos.

A

Abe, Kobo
Abal, Marcos
Abella, Rubén
Abreu, Andrea
Adell, Anna
Adón, Pilar
Adorno, Theodor W.
Aira, César
Alacid, Jorge
Alamañac, Marta
Alas «Clarín», Leopoldo
Albiñana, Javier
Alcaraz del Blanco, Carmen
Alcázar, Miguel
Alcorta, Ana
Alda, Enrique
Aldecoa, Ignacio
Algora, Sergio
Alonso Valle, Axel
Ammaniti, Nicolò
Amores, José Luis
Andrade, Cristina
Andrés, Ramón
Andrés Escapa, Pablo
Andrés Ruiz, Enrique
Andréyev, Leonid
Andrzejeweski, Jerzy
Angulo Alba, Rubén
Aponte Alsina, Marta
Aramburu, Fernando
Argullol, Rafael
Argüelles, Hugo
Ariel González, Alejandro
Altarriba, Antonio
Aristófanes
Arkell, Reginald
Arnau, Juan
Arranz Sanz, Tomás
Arreola, Juan José
Arlt, Roberto
Asensio, Juan Ángel
Asselineau, Charles
Astur, Manuel
Atxaga, Bernardo
Auden, W. H.
Avilés, Javier
Ayesta, Julián

B

Badal, Marc
Báez, Antonio
Bajani, Andrea
Baltasar, Eva
Balzac
Bandi
Bannti, Anna
Banville, John
Bañares, Adriana
Barba, Andrés
Barceló, Elia
Bargate, Verity
Bargeld, Blixa
Baricco, Alessandro
Barnes, Djuna
Barnes, Julian
Baroja, Pío
Barrero, Miguel
Barrientos, Maximiliano
Barth, John
Basanta, Antonio
Bashevis Singer, Isaac
Baudelaire, Charles
Behm, Marc
Beattie, Ann
Bell, Gertrude
Bellatin, Mario
Belmonte, Bruno
Belmonte, María
Bellow, Saul
Benameur, Jeanne
Benet, Juan
Benet, Manuel
Benítez Ariza, José Manuel
Benjamin, Walter
Béraud, Henri
Berger, John
Berges, Joaquín
Berlin, Lucia
Bernhard, Thomas
Berti, Eduardo
Bespaloff, Esther
Bianco, José
Bilbao, Jon
Bilbeny, Norbert
Blanco, Ezequías
Bobin, Christian
Bocaccio
Boecio
Boffil, Héctor
Bolaño, Roberto
Bonilla, Juan
Bonnet, Jacques
Bonnet, Piedad
Boon, Louis Paul
Bordewijk, F.
Borges, Jorge Luis
Borràs, Rafael
Bost, Pierr
Bouillier, Grégorie
Boulouque, Clemence
Bove, Emmanuel
Breton, André
Brizuela, Leopoldo
Broyard, Anatole
Brun, Frédéric
Buenaventura, Ramón
Buzzati, Dino

C

Cabaleiro, Ana
Caballero Bonald, J. M.
Caballero Sánchez, Paula
Cabral, Nicolás
Camba, Julio
Cabrera, Antonio
Calders, Pere
Calonge, Eusebio
Calvino, Ítalo
Calvo, Javier
Cameron, Ann
Camilleri, Andrea
Camus, Albert
Candia, Bibiana
Canetti, Elías
Cano, Harkaitz
Capsir, Ana
Carbonell, Eduald
Carcasona, Miguel
Cárdenas, Juan
Cardeñoso, Concha
Cardoso Pires, José Sigue leyendo

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Libro de las negaciones (Javier del Prado Biezma)

Libro de las negaciones
Javier del Prado Biezma
Chamán Ediciones
2021
134 páginas

Hubiera deseado buscar el marco propicio, allá frente a las Islas Cíes, pero sea que me veía por las proximidades de Reinosa, caminando hacia Fontibre, ya frente a las palabras de Catón el Viejo:

«fluvium Hiberum; is oritur ex Cantabris, magnus atque pulcher, pisculentus/ el río Ebro nace donde los cántabros: grande y hermoso, abundante en peces».

El nacimiento del Ebro

Peces había, sí, y el fulgor de los rayos vestía el agua de un color verdeazulado. Las mesas de madera en la orilla del estanque estaban libres de excursionistas y fue que allí me entregué a la lectura de los bellos poemas de Javier del Prado Biezma (Toledo, 1940).

En ellos hay una presencia notoria del mar, de su correspondiente aéreo, en manos del testigo que observa y bien provisto de palabras –venero inagotable de metáforas– y sentimiento, desgrana para el lector aquello que ve. Con destreza y suma facilidad:

Cuando a mí la retórica me brota de la yema de los
dedos,
sangre pura,
con solo clavarme los furtivos alfileres de los poros de las cosas.

Cuesta poco ver (sentir) el mar y el cielo, sentir su armonía y ritmo, empaparse del olor fermentido del pescado descompuesto, experimentar el gozo al ver faros convertidos en luciérnagas, el cosquilleo de ese deseo patente que insemina la lectura en su capacidad de evocación y sublimación; todo es objeto de deseo: el mar, la playa, pueden ser vagina, nalgas, para nuestro disfrute porque las negaciones supone aquí dar un manotazo a lo indeseado para afirmar y dejarse vencer por la llamada de las cosas, arrimarlas a nuestras caricias e intenciones, a la proximidad y la emergencia por decir (aquí las palabras se tocan, huelen, ven y escuchan), en el lenguaje subyugante de la poesía, que siempre es la forma más bella de decir y expresar, y a veces, como aquí, la encuentra (la belleza), disuelta así la angustia del poeta en el poema y el lector complacido, disuelto también en el texto, pescando con el lapicero palabras, frases que quiere atesorar para coser a su yo, porque el único milagro de la vida/ era el poder que tiene/ la carne iluminada para acabar en verbo

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El orden del Aleph (Gustavo Faverón Patriau)

Gustavo Faverón Patriu
El orden del Aleph
Candaya
2021
351 páginas

Sin haber abundado mucho como lector en la obra de Borges me veo leyendo El orden del Aleph, de Gustavo Faverón Patriau (autor de la soberbia Vivir abajo). El relato del Aleph apenas suma quince páginas, alrededor de 4736 palabras. La exégesis de Faverón son más de trescientas. A pesar de su mínima extensión el Aleph esconde un universo.

Si hay autores a los que se puede leer virgen, sin lecturas previas, otros como Borges, nos exigen haber leído muchísimo y bien antes. Así uno podrá sacar el mayor aprovechamiento a todas las referencias y lecturas previas que maneja el autor en su escritura, resultado del sincretismo, la síntesis, la destilación. Un incesante juego de espejos y replicas, de mensajes cifrados a la espera de ser descodificados.

Desmenuzar el Aleph veo que exige una labor arqueológica. Un texto que pueda adoptar la forma de un puzzle, de un palimpsesto, de un cuadro en el que el autor va dando sucesivas capas.

El ensayo de Faverón tiene esta encomienda: ver qué es el Aleph, ofrecer una interpretación (esperanzadora) a su final, reflexionar antes acerca de lo abyecto, lo inmirable (en el relato los personajes Beatriz y Carlos Argentino, pasan de ser hermanos a primos, evitando así caer en lo abyecto: el incesto); el contexto: 1945. Al holocausto judío se suma el arrojamiento de las dos bombas atómicas en Nagasaki e Hiroshima. Momento de la historia en la que parece que esta llega a su final para sucederle el Apocalipsis.

Leí en su día el Aleph con escaso aprovechamiento. Lo he leído ahora un par de veces, una antes (así lo recomienda Gustavo) de empezar el ensayo y otra después (motu propio). Nada que ver. Prueben a hacerlo. La segunda lectura ha sido plena, multidimensional, muy enriquecedora, y esto es así porque en este ensayo Faverón nos lleva de la mano por un viaje que resulta fascinante y emocionante. Y no resulta fácil tratándose de un ensayo. Quizás porque en las alforjas llevamos mapas, cuadros, comics, libros (La Biblia, Anatomía de la melancolía, La Divina Comedia, Las mil y una noches (libro que juega un papel crucial en el Aleph, tanto como Richard Burton, autor de Anatomía de la melancolía, que permite a Faveron exponer el antisemitismo de Burton), un aliento aventurero con el que viajamos por todo el orbe, condensando tiempo y espacio.

Escritura que busca sentido al Aleph, en una brillante lección de anatomía (el relato es el cuerpo a diseccionar, pero aquí y es lo valioso del ensayo no se incide en lo evidente si no que se busca lo que no se ve, lo en apariencia inencontrable) para que asumamos el relato borgeano en todo su esplendor, tal que toda esa potencialidad que el texto inagotable contiene (rayana en lo infinito) rinda al máximo al ser leído.

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La obra de una vida (Béla Hamvas)

La obra de una vida
Béla Hamvas
Ediciones del Subsuelo
Año de publicación: 2022
236 páginas
Selección y traducción Adán Kovacsics

Si recientemente comentaba con fervor La melancolía de las obras tardías del húngaro Béla Hamvas, se publica ahora otra obra suya, La obra de una vida, también en Ediciones del subsuelo, como la anterior. El responsable de la selección y traducción es Adam Kovacsics.

Son quince ensayos de moderada extensión comprendidos entre 1933 y 1966. Los temas en los que se ocupa Béla tienen que ver con lo musical, lo espiritual, lo filosófico, la naturaleza o lo literario.

En el ensayo que cierra el libro, La obra de una vida, Béla adopta un posicionamiento estoico que me recuerda a Séneca. La idea consiste en que la vida es una obra que hay que desmontar. Hacer esto, en sí mismo es una obra. De esta manera conseguimos desmontar esa acumulación de destinos, inclinaciones, deseos insatisfechos, anhelos, aspiraciones, apegos, odios, envidias, ambiciones. La sed de vivir, de querer alargar la vida hasta el infinito.

En El huerto, Béla hace una loa a las hortalizas. El poso de las Geórgicas.

En Días dorados, sostiene que la vida solitaria es más rica en acontecimientos que la pública. Nos habla del agon. Para el mundo griego solo tenía significado aquello que ocurría en el espacio público. Dice (y no le falta razón, viendo la imperiosa necesidad que tiene la mayoría de la gente de exhibirse) que lo que le falta a nuestra vida es la intimidad de la vida privada. Una vez que el estalinismo lo condujo al anonimato experimentó un anonimato de renombre.

Uno de los ensayos más largos es el dedicado a la figura de Orfeo, al cual se le denominaba el redentor, o anax. Actitud fundamental del orfismo es un saber suprahumano que ya no se relaciona con nada más […] es arrobo de eternidad, cuya presencia permite reconocer de inmediato cualquier tradición.
Reflexiona acerca de la entidad del número (para Béla la filosofía se reduce a lo enunciado por Heráclito, a saber: todo es uno) y dice que el número es cantidad y calidad y ritmo, forma y contenido y movimiento, o sea mathesis y geometría y danza. El número es el centro de todo el mundo.

Existe la fe en que desde cierto punto de vista esencial la obra (creación) es más que la vida. Primero la obra, luego viene el hombre.

Ojo con esto:

La obra se convirtió en la medida de la vida humana.

En Bartók me resulta interesante cuando habla de que sin teoría los artistas son ciegos, no saben lo que hacen ni lo que han hecho. Sin la debida teoría, el artista no se orienta. Parece ser que es lo que le sucedía a Bartók.

A Liszt le da un buen repaso. Lo considera el héroe trágico burlado al que todo le sale bien. El suyo es un pathos fabricado. Sostiene que Liszt consiguió algo en el arte porque allí se puede engañar a todo el mundo con suma facilidad. No le quedaba más remedio que ir a algún sitio en busca de la invención; y él iba, a la literatura, o a la pintura, o al arte popular, o a la música religiosa, o a los problemas religiosos. Compuso de todo, pero le faltó una cosa: música.

Y esto que dice de Liszt sirve para cualquier artista: escritor, pintor, músico, etcétera. Leamos:

Lo cierto es que una fama como la suya ha llegado a tal punto que ni siquiera se podría destruir si se llegará a la conclusión de que no poseía ningún talento.

En El platonismo de la escritura, por boca de Wyndham defiende que la forma perfecta de la escritura es la sátira, porque:

…es allí donde la escritura no es más que eso, escritura, risa que mira desde arriba la naturaleza y a lo natural, donde ataca la vida en sus raíces más profundas.

Él quiere regresar a lo mejor que ha habido nunca: el mundo griego.

Y alega:

El griego encontró la única posibilidad de detenerse en el mundo que se desintegraba, de vivir incluso en la decadencia, de enriquecerse incluso en la destrucción.

En Jazmín y olivo, el autor establece la dicotomía entre ánimo e instinto. El instinto solo busca el mañana y por lo tanto lo urgente: comer, beber, matar, etcétera; El ánimo pretende descansar, contemplar, observar, disfrutar del momento, del instante.

En otros ensayos vindica la figura del arlequín o Montaigne y de qué manera lo hace. Ensayos que cifran lo mejor de su agudo pensamiento, de la ductilidad de su prosa, del alcance de la misma.

En La cama, me quedo con esta reflexión:

Vivimos sin intimidad, la vivienda es alojamiento, sentirse en casa es sentimentalismo. Existencias de camarote, estamos de camino, pero nadie sabe adónde, y no hay viaje, sólo transporte.

Y qué decir del ensayo sobre Schumann. Otra maravilla, otro hallazgo, otro ramalazo de ingenio. Schumann nunca interpretó sus obras, nunca sintió la alegría olímpica. Decidió amoldarse a la enfermedad, al delirio, darse al abismo de un romanticismo cuyo olimpo era lo maltrecho.

Como ven, lo aquí reunido es una colección de fragmentos de los ensayos, cuyo único propósito veríase cumplido si animo (siempre el ánimo al instinto) a algún alma noble a descubrir y leer a Hamvas.

Si para algo sirve este blog, que no sirve para nada, y ahí radica toda su fuerza y energía (ahora lo sé), quizá sea para esto, solo para esto.