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Libro de las negaciones (Javier del Prado Biezma)

Libro de las negaciones
Javier del Prado Biezma
Chamán Ediciones
2021
134 páginas

Hubiera deseado buscar el marco propicio, allá frente a las Islas Cíes, pero sea que me veía por las proximidades de Reinosa, caminando hacia Fontibre, ya frente a las palabras de Catón el Viejo:

«fluvium Hiberum; is oritur ex Cantabris, magnus atque pulcher, pisculentus/ el río Ebro nace donde los cántabros: grande y hermoso, abundante en peces».

El nacimiento del Ebro

Peces había, sí, y el fulgor de los rayos vestía el agua de un color verdeazulado. Las mesas de madera en la orilla del estanque estaban libres de excursionistas y fue que allí me entregué a la lectura de los bellos poemas de Javier del Prado Biezma (Toledo, 1940).

En ellos hay una presencia notoria del mar, de su correspondiente aéreo, en manos del testigo que observa y bien provisto de palabras –venero inagotable de metáforas– y sentimiento, desgrana para el lector aquello que ve. Con destreza y suma facilidad:

Cuando a mí la retórica me brota de la yema de los
dedos,
sangre pura,
con solo clavarme los furtivos alfileres de los poros de las cosas.

Cuesta poco ver (sentir) el mar y el cielo, sentir su armonía y ritmo, empaparse del olor fermentido del pescado descompuesto, experimentar el gozo al ver faros convertidos en luciérnagas, el cosquilleo de ese deseo patente que insemina la lectura en su capacidad de evocación y sublimación; todo es objeto de deseo: el mar, la playa, pueden ser vagina, nalgas, para nuestro disfrute porque las negaciones supone aquí dar un manotazo a lo indeseado para afirmar y dejarse vencer por la llamada de las cosas, arrimarlas a nuestras caricias e intenciones, a la proximidad y la emergencia por decir (aquí las palabras se tocan, huelen, ven y escuchan), en el lenguaje subyugante de la poesía, que siempre es la forma más bella de decir y expresar, y a veces, como aquí, la encuentra (la belleza), disuelta así la angustia del poeta en el poema y el lector complacido, disuelto también en el texto, pescando con el lapicero palabras, frases que quiere atesorar para coser a su yo, porque el único milagro de la vida/ era el poder que tiene/ la carne iluminada para acabar en verbo

travesía

Travesía (Vicente Muñoz Álvarez)

Travesía de Vicente Muñoz Álvarez (León, 1966), con prólogo de Pablo Cerezal, es un conjunto de prosas en los que el autor lleva a cabo un ejercicio de introspección. En ellos hay unos cuantos temas que se repiten. Al autor parece preocuparle su llegada a los 50 años, momento ecuatorial para echar la vista, cansada, atrás y hacer balance, separar el grano de la paja y ver quienes le acompañan y quienes no; la escritura como un don y una maldición, la escritura como salvavidas, la página en blanco en la que (a)prenderse fuego a sí mismo, una escritura en la que el autor se deja la salud y su tiempo, nos dice, o lo que es lo mismo su vida, en el ejercicio creador.

Hay ciertas palabras que se repiten con frecuencia: los naufragios, los desamores, el ir y el venir, esto y lo otro y aquello, el bueno de Maupassant, el bueno de Poe, el bueno de Hank…
El autor aborda también su situación como vendedor de zapatos, simultánea con su labor de escritor, vendiendo libros y zapatos pero sin vender su alma al diablo, nos dice.

La vena introspectiva de la que hablaba al principio se concreta en recuerdos de cuando Vicente era niño, su relación con su hermana, el ser considerado raro ya desde joven, su ligazón a la escritura, a la literatura, a autores como Bernhard, Céline, Poe, Bukowski. Con este último encuentro cierto parecido, cuando pienso en poesías como Arrinconado o El Perdedor, porque sí, nihilismos a un lado, ha sido una hermosa pelea y aún lo es.

Chamán Ediciones. 2019. 188 páginas

www.devaneos.com

Breve historia del circo (Pablo Cerezal)

Pero quizá no hay ganancia ni pérdida:
Para nosotros sólo existe el intento.
Lo demás no es asunto nuestro.

T. S. Eliot

La Breve historia del circo (hay portadas que atraen nuestra atención sin remisión. Ésta, obra de Sergio Delicado es una), no es la historia del circo más vanguardista que conocemos, algo glamuroso e inasible como El Circo del Sol, sino el circo de la calle de los niños de Cochabamba, en el altiplano boliviano. Pablo Cerezal (Madrid, 1972) que anduvo por allá dos años currando en una ONG (organizaciones a las que dedica palabras no muy amables, pues de lo poco que dedica al asunto, trata a los empleados de estas oenegés como «profesionales de la solidaridad«. Un trabajo humanitario que es otra forma más de ganarse la vida. Trasluce su experiencia cierto resquemor, sofocado, no obstante) recoge en este libro sus experiencias que se intuyen autobiográficas, aunque desde el momento en el que toca organizar los recuerdos, filtrarlos y dejar muchas cosas fuera, la memoria se acomoda a una realidad ficcionada, cuya premisa sería la verdad. Autobiografía -centrada en esos dos años y en los recuerdos de la adolescencia y los comienzos en la vida adulta: noches de farra, porros, canciones…- que mezcla textos y fotos; narración que va de la poesía a la prosa y viceversa. Lo que más me ha llegado es lo menos inflamado poéticamente, aquellas palabras que sí son ondas en un mar inexistente; las otras, las que suenan más poéticas, caen como monedas en el pozo, sin dejar huella, lastradas por su afán en hacerse notar, por su empeño en enseñorearse con las mejores galas de la pomposidad. Conviene creo lo mundano, lo sencillo, lo no grave: el llamar a la puerta de nuestra atención con los nudillos y de eso hay bastante en el texto, afortunadamente y ahí, en esa ventana que abre para nosotros Pablo, sí disfruto de una prosa vital que describe bien el tráfago urbano, la mugre de las calles bolivianas y sus mercados, los ires y venires del gatogata por el domicilio, ese horizonte paternal donde todo son expectativas, terreno abonado de ilusiones, miedos, e incertidumbres: un caminar sin hacer pie y un mundo renovado a diario. Me gusta la intimidad de la pareja que se ve ya familia y el amparo que ésta depara y la orfandad que siembra la distancia y el no roce del cuerpo amado, a pesar de que internet sea capaz de suplir la carencia con su faz pixelada, y tras la espera, el alumbramiento y un capítulo el XL, que es prosa en formato ídem, ver (y oírlo sonar) por ahí a Quique González y el azote inmisericorde de las drogas en las calles de Madrid (y de otras muchas ciudades españolas) décadas atrás; el texto en el que se hace un hueco a un país, Bolivia, que queda así capturado entre las páginas, no ya como foto fija sino como algo en continuo movimiento, para el lector que entienda la lectura como un viaje, y un texto como el presente, no como una guía de viaje, que no asuma la pobreza y la miseria como un ideal y que ponga rostro al otro, que la lectura sea entonces proximidad y desvelamiento, como lo que hace Cerezal, autor que aquí juguetea a ratos con la idea de dejar la escritura (¿quién dejaría a quién?). Le pilla tarde. Hay quien lo hizo a los 19 años. Dejar la literatura digo, porque quizás éste y aquel, a pesar de querer ser cada vez más ellos mismos, también se creían otros y escribir era precisamente eso: pasar al otro lado y poder contarlo.

Chamán Ediciones. 2017. 225 páginas.