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Tzvetan Todorov

El espíritu de la Ilustración (Tzvetan Todorov)

Tzvetan Todorov
Galaxia Gutenberg
Traductora: Noemí Sobregués
2008
180 páginas

En 2006 se organizó en la Biblioteca Nacional de Francia la exposición “Ilustración. Una herencia para el mañana”, y a tal fin Todorov, encargado de la misma, escribió este ensayo, abordando el espíritu de la ilustración desde distintas perspectivas tales como: Autonomía, Laicismo, Verdad, Humanidad, Universalidad.

Uno tiene la sensación de que ante semejante plantel;Montaigne, Diderot, Montesquieu, Rousseau, Kant o Voltaire, Todorov, lejos de aportar algo nuevo, más bien se detiene a reflexionar acerca del pensamiento de estos ilustrados, tratando de conciliarlo con el tiempo presente.

En su día Kant afirmaba en ¿Qué es la Ilustración? que no vivía en una época ilustrada “pero sí en una época en vías de ilustrarse.” Hoy, como siempre, nos dice Todorov es necesario retomar esa labor, sabiendo que es interminable.

El libro resulta entretenido gracias un estilo conciso, ameno, nada farragoso, trufado de anécdotas como esta con la que el autor defiende el proyecto europeo.

Cómo consigue Colón realizar su viaje inaugural: rechazado por un primer príncipe, el de Portugal, este genovés va a ver a un segundo (el rey de Inglaterra), luego a un tercero (Francia) y a un cuarto (España), antes de encontrar en la reina Isabel de Castilla a la mecenas de sus expediciones. Si Europa hubiera sido un imperio unificado, el rechazo del primer príncipe habría significado el final de sus proyectos.”

En el resto del libro se habla acerca de cómo la sociedades abordan su laicismo, despojados del yugo de la religión (lo cual no es igual en todos los países, pues por ejemplo en España se comprueba como a pesar de ser el nuestro un estado aconfesional como reza nuestra Constitución Española, la presencia religiosa sigue siendo importante. Basta ver qué hacen los ¿clubs de fútbol? cuando ganan un título: ir a visitar iglesias y agradecerle el título a la Virgen que corresponda. Esa es una)

Una de las cuestiones más interesantes es cuando Todorov habla de hasta que punto los parlamentos nacionales, los políticos, deben a través de su voto, darle un estatuto legal a los hechos históricos. De tal manera que por ejemplo el Gobierno Francés por Ley determina que los Turcos cometieron un genocidio contra los armenios, y a su vez, también por Ley establecen que su proceso colonizador en África y la cuestión argelina, fue positivo, y beneficioso en todo caso, para las dos partes. La ley, que los políticos aprueban obvian las matanzas, la violencia ciega, los baños de sangre asociados al proceso colonizador. De tal manera que si un francés decide cuestionar ese proceso colonizador, ha de tener en cuenta a lo qué atenerse, que caiga sobre él todo el peso de la Ley. Como le pasó en su día a Galileo.

Decía Condorcet que el poder público no tiene derecho a decidir dónde reside la verdad y que ésta no debe ser producto de un voto decía Hume.

A fin de cuentas creo que dejar la historia en manos de nuestros políticos, es como obligarnos a renunciar a nuestro pasado.

En la novela Trieste, un personaje real, Niklas Frank, contaba como tras la Segunda guerra mundial y la derrota de Alemania, estuvo mucho tiempo haciendo autostop por Alemania y al poco de ser recogido por camioneros o automovilistas comenzaba a echar pestes contra los judíos. Sólo una vez lo hicieron bajar del auto, pues el conductor no daba crédito a las burradas que oía. En ese caso una ley que penalice negar el holocausto judío, sería papel mojado si luego en la esfera privada uno no hace nada por detener esos atropellos como los perpetrados por el autoestopista.

Otro punto interesante es el referido al papel de la crítica. Todorov afirma que el discurso crítico sin contrapartida positiva cae en el vacío. Es decir, de nada sirve criticar si no se propone al mismo tiempo algo, pues de no hacerse así el pensamiento es fruto estéril y de lo que se trata, de lo que precisamente propugna el espíritu ilustrado es atreverse a pensar y a transformar, a desafiar las modas del pensamiento, las fresas hechas y las ideas preconcebidas, algo parecido a la actitud del fallecido hoy Umberto Eco, desencantado con los medios de comunicación, evidenciado en su libro Número cero, medios a los que Todorov también dedica un espacio, para decirnos que si nuestras opiniones se forjan empleando como materia prima la información que nos brindan los medios, siendo ésta parcial y sectaria, el fruto de la misma, solo puede ser un juicio el nuestro, parcial y sectario. Hete ahí que nuestra libertad de pensamiento, ya mediatizado, deja de ser tal.

Emilio Lledó

Elogio de la infelicidad (Emilio Lledó)

Emilio Lledó
2005
168 páginas
Editorial Cuatro ediciones


Elogio de la lentitud
Elogio de la irreligión
Elogio de la estupidez
Elogio de la azotaina
Elogio de la sed
Elogio del caminar
Elogio del pesimismo
Elogio del odio
Elogio de la vejez
Elogio de la amistad
Elogio de París
Elogio de lo cotidiano
Elogio de la madrastra
Elogio de la bondad
Elogio del gato
¿sigo?.

Estos ensayos de Emilio Lledó escritos entre 2000 y 2004 se recogen bajo el título Elogio de la infelicidad. La palabra Elogio en un título como se evidencia más arriba es ya un lugar común, que obra como cebo, como reclamo, pero a Lledó estos ardides comerciales creo que le sobran. No los necesita para nada.

Este libro no es un elogio de la infelicidad, ni nada parecido. Más bien es un ensayo muy enriquecedor, y optimista, que ofrece más esperanza que desaliento, y una buena ocasión para aprender o en todo caso una invitación a pensar. O a esa conclusión he llegado. Dos ensayos me han gustado especialmente. Atenas, la ciudad de las palabras y Necesidad de la literatura.

Lledó con su característico estilo narrativo echa mano de Homero, de sus obras, la Ilíada y la Odisea, y allí vemos cómo el hombre toma consciencia de su mismidad, a media que se va conociendo a sí mismo («conócete a ti mismo» es decirte a ti mismo lo que piensas, lo que deseas, lo que te propones, lo que eres»), cómo las palabras «salen del cerco de sus dientes», para aprehender el mundo, explicarlo, evocarlo, disfrutarlo, ya que como afirmó Nietzsche en La gaya ciencia «el lenguaje es el único puente de unión entre seres eternamente separados. Solo a través de las palabras podemos llegar a la inteligencia de los hombres, a la inteligencia y a su mundo afectivo. Porque las palabras transmiten informaciones, pero también despiertan sentimientos, provocan determinadas actitudes, convencen, paralizan, arrastran. Cómo los humanos, se sienten solos, y esa indigencia la superan mediante una convivencia en común, en las polis, como surge la democracia, se supera la sociedad aristocrática, bajo la libertad, contexto que le permite a cada uno realizar la tarea de pensar, «la posibilidad de ser racional, la lucha contra la pringue ideológica, con la que el poder del monarca, de la oligarquía o, en su penúltimo estadio de la oligarquía democrática, intenta apelmazar la mente de los que, democráticamente, dice regir».

Lledó recurre (entre otras) a las obras de Platón y Aristóteles para hablarnos de las bondades de la amistad (para Aristóteles «la amistad es lo más necesario para la vida«), de la verdad, para mostrarnos como la mentira es falsearnos a nosotros mismos. Cómo a través del lenguaje, el ser humano trasciende su animalidad y se comunica, muestra sus pensamientos, y a su vez es consciente del paso del tiempo, de que todo es fungible, que estamos de paso, y que incluso Odiseo, teniendo la opción de ser inmortal junto a Calipso, preferirá morir como el resto, al lado de su amada Penélope si finalmente logra llegar a su Hogar. Se analiza también como la bondad es algo que puede aprenderse y enseñarse y es en todo caso fruto del aprendizaje.

Lledó sabe que corren malos tiempos, que todo va en pos del utilitarismo, que todo se analiza bajo el prisma de las rentabilidades, que la realidad son números, pero que siempre queda la esperanza de recuperar la curiosidad, la pasión por entender, la felicidad por el saber, donde la lectura juega un papel clave, ya que «toda verdadera liberación, todo gozo de vivir y de sentir empieza por nuestra mente«, y de esa mente tenemos que ser amos, sin concesiones a la medianía, a los cantos de sirenas de la desinformación y la alienación.

No es un camino fácil, para nada, pero vale la pena hacer el esfuerzo, ofrecer resistencia, hacer que nuestra razón valga la pena.

Robert Walser
Editorial Siruela

El paseo (Robert Walser)

Robert Walser
Editorial Siruela
Traducción: Carlos Fortea
80 páginas
Año: 1996

Para mí leer a Robert Walser (1878-1956) tiene efectos balsámicos. Sus novelas siempre están llenos de personajes cargados de energía y de esperanza, siempre estoicos dispuestos a afrontar lo que les venga de buen grado. Parece que ese estado de bienestar es inmanente al autor.
Al menos, durante los años en los que pudo escribir antes de sucumbir a una enfermedad mental.

Walser define su actitud vital así:

«En el fondo lo único que da orgullo y alegría al espíritu son los esfuerzos superados con bravura y los sufrimientos soportados con paciencia»

En El Paseo, Walser se recrea en las bondades de una actividad a las que nosotros apenas daremos importancia, en el caso de practicarla, como es el acto de caminar. Sin embargo para Walser, más allá de la actividad física, andar le nutre como escritor, le proporciona ideas, reflexiones, momentos que luego podrá plasmar sobre el papel, le permite sentir el contacto con el mundo vivo, le consuela, le alegra, le recrea. Walser en estado puro. Y lo transmite con tanta energía y convicción, que sin ni siquiera ser escritor, ganas hay de dejar el libro sobre la repisa e ir por ahí a deambular.

Lo curioso viene después, porque bajo ese manto de bienestar, de una presunta poética de la austeridad, incluso de la pobreza, vemos que Walser tampoco denostaría tener una mejor situación económica, cierto aburguesamiento, así cuando habla de su escaso éxito como escritor, dado que el interés por las letras es escaso y toda aquella crítica implacable de todo aquel que cree que puede ejercerla y cultivarla, lo sume en la precariedad, dado que sus ingresos son donativos y los apoyos que recibe de almas caritativas, no le permiten hacerse con un patrimonio.

Walser levanta la voz, increpa, se torna levantisco, y bajo las aguas aparentemente tranquilas, vemos que el autor entra en erupción y arremete contra quien maneja un auto, tala un árbol a cambio de dinero, o incluso se convierte el autor en un bandolero epistolar para poner en su sitio a un potentado local.

En suma, que Walser, quizás a sus cuarenta años, era ya presa del desengaño, y sus textos mantenían entonces ya una tensión entre esas letras que buscan hacer del mundo un lugar habitable, y otras en las que el autor no podía menos que echar pestes clamar contra la injusticia y tener que darle la razón cuando afirma:

«Contemplando la tierra, el aire y el cielo, me vino el doloroso e irremisible pensamiento de que era un pobre preso entre el cielo y la tierra, que todos los humanos éramos de este modo míseros presos, que sólo había para todos un tenebroso camino, hacia el hoyo, hacia la tierra, que no había otro camino al otro mundo más que el que pasaba por la tumba».

Leonardo Sciascia

Una historia sencilla (Leonardo Sciascia)

Leonardo Sciascia
Editorial Tusquets
80 páginas
2002

Una novela breve. 69 páginas.

Un muerto, Giorgio Roccella, inopinadamente regresado a Sicilia. Al principio se cree que se ha suicidado, luego se confirma que se trata de una asesinato.
En escena un comisario, un inspector, un sargento, un coronel, un profesor, el hombre del Volvo, un cura, un juez, la mujer y el hijo del muerto.

Por medio, un cuadro sospechoso y unas cartas de Pirandello y Garibaldi. También asuntos de drogas.
Un duelo a muerte, no al sol sino en una oficina, que nos arrebatará la confesión del sospechoso.
El golpe de efecto final, consumado por las comunes ganas de un testigo de no buscarse más líos.

Leonardo Sciascia (1921-1989) condensa la trama, mantiene el suspense, reduce su prosa a la mínima expresión, marcada ésta por la precisión, creando personajes de cierta entidad con apenas dos pinceladas, como en el caso del hijo y la viuda del asesinado.

Respecto a si fue este el último libro de Sciascia, no parece, dado que tras su muerte se publicaría A futura memoria.