Archivo de la categoría: Literatura alemana

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Godot entre rejas (Erika Tophoven)

La prestigiosa traductora alemana Erika Tophoven (Dessau, 1931) aborda en Godot entre rejas, con traducción de Juan de Sola y editado por Hurtado & Ortega, la correosa figura de Karl Franz Lembke, quien no se cansa de negarse a sí mismo su nombre tantas veces como sea necesario. Un Lembke, como veremos, sumamente proteico; el hombre de las mil caras, que desde que tiene uso de razón y al parecer después de ser repudiado por sus padres se ve capaz en cada momento de ser quien desea: médico, escritor, subrepresentante comercial, traductor, intérprete, paramilitar, preso en un campo de concentración alemán, reo de los rusos…

Lembke, nacido en Alemania en 1899 se moverá como pez en el agua por Alemania y Francia, manejando con soltura ambas lenguas y llamando la atención de Beckett, el escritor, cuando Lembke, una vez preso en Lüttrinhausen, haga una adaptación -tras traducirla al alemán- de la obra Esperando a Godot. Este es el hilo que suscitará el interés de Erika, que tratará de abundar más en la velada figura de Lembke, en los años previos a su detención, rebuscando en todos los archivos que tiene a su disposición. Encontrará Erika un sinfín de causas judiciales abiertas contra Lembke, muchas de las cuales acaban en agua de borrajas. Aquellos años -los previos a la Segunda Guerra Mundial y los sucesivos a la finalización de la misma, con Alemania, dividida y en manos de los aliados- la información no fluía entre Francia y Alemania, por lo tanto las causas pendientes en un país no llegaban a los oídos del otro, y Lembke sumamente inteligente contaba con ello para sus estafas, encadenando pequeños golpes, asestados a gente de buen corazón, honrada, a quienes lograba sustraer merced a sus buenas artes persuatorias pequeñas cantidades monetarias, o bien prendas de vestir, relojes, incluso corazones de enamoradas, sin que todo aquello le proporcionara a Lembke en ningún caso una situación desahogada, salvo cuando en su mocedad logró engatusar a Madame Dutrèb, quien le permitió incluso ejercer como escritor y ver publicado en un libro suyo –La-Bas dans le goules– su experiencia (inventada) en los campos de concentración alemanes, que me conduce irremediablemente a otra novela sobre un impostor, la de Cercas.

Son apenas 170 páginas muy cundidas, que cifran a la perfección el empeño de Erika por lograr un retrato de Lembke, cuyo resultado viene a ser una biografía administrativa: un compendio de fechas, autos judiciales, declaraciones, atestados, alguna fotografía, un periplo topográfico por Europa, en donde todo son hipótesis, preguntas sin respuesta, porque ¿en qué manera llegamos a conocer a Lembke tras leer el fascinante libro de Erika?. El golpe maestro aquí sería que Lembke realmente nunca hubiera existido y que todo fuera una industria de Erika, como sucedía en La literatura nazi en América.

Y mirando la portada del libro y su bella faja, obra de Sonia Cabré, pienso en la espera de Beckett, y también en Pessoa, contenedor de mil hombres, afectado como Lembke de la misma enfermedad. Lembke no es Lembke, es el otro. Yo soy el otro, siempre, nos diría… negándose

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Correspondencia (Hermann Hesse & Thomas Mann)

¿Siguen los escritores hoy en día manteniendo entre ellos correspondencia epistolar? ¿Podemos considerar el envío de cartas, ante la presencia de whatsapps, correos electrónicos, redes sociales, como un anacronismo?

Stirner publica Correspondencia, la mantenida entre los dos premios Nobel, Thomas Mann (1875-1955) y Hermann Hesse (1877-1962) desde 1910 (la primera vez que estuvieron juntos fue en abril de 1904) hasta 1955 coincidiendo con la muerte de Thomas Mann.

Una correspondencia que a priori puede resultar al lector extraña, ya que desde fuera siempre se intentó por terceras partes contraponer la figura de un escritor con la del otro. De esta manera tanto Hesse como Mann públicamente se rendían admiración, loaban sus trabajos y mostraban su respeto y afecto mutuo, ya fuera reseñando uno los libros del otro, como alegrándose Mann a medida que Hesse cumple 60, 70 años y felicitándolo públicamente a través de la Neue Rundschau.

En la carta que Hesse envía a la mujer de Mann tras la muerte de éste, le escribe: no he vuelto a encontrar entre mi círculo otro ejemplo de camaradería tan intensa y duradera, tan leal y tan fructífera.

Ambos eran no obstante conscientes de sus diferencias. En sus últimos años Mann alaba la sabia y prudente paz del retiro de Hesse, mientras que Mann afirma haber abandonado su vida a una especie de disolución festiva.

Mann se presenta como el hombre burgués (Hesse vincula al espíritu burgués virtudes como son la aplicación, la paciencia, la perseverancia. Aunque serían los rasgos no burgueses de Mann los que acabarían ganando el corazón de Hesse, a saber, su noble ironía, su gran sentido de lo lúdico, su valor para exponer y afirmar sinceramente toda su problemática y, no en último termino, el placer que su temperamento artístico encuentra en el experimento y la aventura, en el juego con nuevas formas y medios artísticos, placer que ha dado lo mejor de sí mismo en el Faustus y en El elegido) que obtiene el reconocimiento de la crítica y el público prontamente (con 25 años escribió Los Buddenbrook), que puede vivir holgadamente de su escritura, que viaja mucho, y que ante la llegada de los nazis al poder decide abandonar Alemania, trasladándose primero Suiza y más tarde a los Estados Unidos, por un plazo de dieciséis años, desde 1934 hasta 1950.

Esta miseria y este sufrimiento habrán de recaer con mayor fuerza sobre la Alemania que es capaz de perpetrar tantos y tan monstruosos crímenes, escribe Mann.

En la correspondencia que mantiene con Hesse, buena parte de ella se dedica a lo literario, a dar su parecer sobre las obras que ambos se dan a leer. Hesse tenía la costumbre de leer junto a su mujer, tal que a Mann le arrecian los elogios por duplicado. Cunden las felicitaciones, se alegran de ver publicadas sus respectivas Obras Completas (Hesse se sorprende a sí mismo cuando se entera de que al llevarse a cabo una recopilación de su poesía para su publicación en un volumen esta arroja una cifra de 11.000 versos. Sus Obras Completas fueron publicadas en 1952 en seis tomos), se interesan por los proyectos que ambos tienen entre manos; Mann primero José y sus hermanos y luego Doktor Faustus. Hesse El libro de los abalorios. Estos dos últimos libros, en palabras de Mann, tenían similitudes que eran desconcertantes y hasta excesivas. Algo curioso porque ninguno había leído el libro del otro hasta que se publicaron casi a la vez.
Otro aspecto que menudea en las cartas más allá de la escritura tiene que ver con la comercialización de su obra, los Premios literarios recibidos, y en las cartas se habla de los derechos de autor, de su trato con las editoriales, de las ventas de sus libros, de cómo algunas de sus novelas están agotadas, del impacto que la llegada de los nazis al poder tuvo sobre la obra de algunos escritores que dejaron de publicarse o reeditarse como le sucedió a Hesse con El lobo estepario y otras obras suyas o cuya obra pasó a estar prohibida; todo aquello que tuviera que ver con los judíos, los comunistas y en definitiva todo lo que viniera de fuera de Alemania. Tras serle concedido a Carl von Ossietzky en 1936 el Premio Nobel de la Paz, Hitler prohibió a todos los alemanes que aceptasen el Premio Nobel.

Leerse uno al otro les brinda una compañía diferida. La amistad no dejó de ser para ellos un bálsamo, una vacuna contra la soledad, que les permitió arrostrar el desarraigo, el exilio interior:

Ante el caos que domina nuestra época y, en medio de tanta miseria, me consuela la idea de ser contemporáneo suyo, escribe Mann.

Thomas Mann y Hermann Hesse

Thomas Mann y Hermann Hesse

En las cartas, otra constante son las continuas menciones a los achaques de salud de uno y otro. Sus visitas a los balnearios de Baden, aguas termales en Ragaz, en el caso de Mann, con toda clase de dolencias. Los problemas reumáticos, las dolencias en las articulaciones y en los ojos por parte de Hesse.

La vida va dejando muertos por el camino y sucesivos intercambios de pésames y ambos deben afrontar la pérdida de sus seres queridos, como la muerte por suicidio de uno de los hijos de Mann, Klaus Mann.

En 1949, cuando muere Adele, la hermana de Hesse, este le escribe a Mann:

Le ruego, eso sí, que no se moleste en enviarme un pésame; ya somos bastante mayores para saber a qué atenernos.

A pesar de haber obtenido el Nobel Mann también se ve necesitado del reconocimiento de la crítica y esto se aprecia en una de las notas de una carta dirigida a Max Rycher a cuenta de su reseña del Faustus. Al tratarse de una gran reseña Mann afirma que ya no podrán pasarle muchas cosas a su libro, por mucho que le llueva toda suerte de críticas y reparos no lograrán, pienso, hacer en él mucha mella.

Hesse se presenta a sí mismo como un ermitaño, que escribe sus libros alejado del mundanal ruido.

Reciba una vez más el saludo de un viejo individualista que no tiene intenciones de adaptarse a ninguna de las grandes maquinarias, le escribe en una carta a Gide.

Mi puesto se halla en esa dimensión del outsider neutro e imparcial donde uno es vapuleado y ridiculizado por ambos frentes, la derecha y la izquierda, y donde debo mostrar lo poco de humanismo y cristianismo que poseo […] la cuestión de quién me necesita, si las víctimas o los verdugos, está, para mí, decidida automáticamente […] Mi casa ha sido durante años un refugio para emigrantes de todo tipo y tengo una esposa cuyos últimos parientes fueron asesinados en Auschwitz. Bajo el signo de la política, del partido, el hombre no se siente ya obligado a seguir sentimientos y métodos, sino a obedecer solamente consignas partidistas y polémicas.

Aunque Hesse solía ser criticado a menudo en los periódicos por su vinculación con los bolcheviques o por cualquier otra cuestión, él prefirió no intervenir en estos medios:

Siempre he estado solo de paso en los diarios a cuya atmósfera pertenecen la lucha y la defensa rápida.

Cuarenta y cinco años, dos guerras mundiales por medio, es un periodo de tiempo muy dilatado, aquel en el que Hesse y Mann se cartearon, enviaron postales, telegramas, cultivaron con tesón y dedicación su amistad, avivando una llama que nunca se extinguió, alegrándose por los éxitos del otro, vindicando sus respectivas obras y su personalidades. Una lealtad, la suya, inquebrantable. Eso es lo que podemos apreciar si decidimos abordar la lectura de estas casi 400 amenísimas páginas de intercambio epistolar que nunca entró en bancarrota. Inexcusable a su vez la lectura del prólogo a cargo de Josep Maria Carandell.

Escribió Mann: A ambos nos fue dado el consuelo de los sueños, del juego, y de la forma, y de la inmortalidad, hemos de añadir.

Stirner. 2019. Prólogo de Josep Maria Carandell. Traducción de Juan José del Solar Bardelli. Traducción de la edición actualizada Laura Sánchez Ríos.

Lecturas periféricas:

Postdata (Simon Garfield)
Correspondencia (Stefan Zweig & Friderike)
Cartas a Lucilio (Séneca)
Cartas a un amigo alemán (Albert Camus)
Carta a una desconocida (Stefan Zweig)

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Europa. Una letanía (Blixa Bargeld)

Noches de desenfreno
mañanas de ibuprofeno
cantar siempre será el mejor veneno

El Rulo

Avisan los editores en la nota que antecede al texto Europa, una letanía, que como toda letanía está pensada para ser cantada o leída en voz alta. Me iría más a la tercera y la cuarta acepción de letanía, a saber: (3ª) lista, retahíla, enumeración seguida de muchos nombres, locuciones o frases. (4ª) Insistencia larga y reiterada.

El libro es un cajón de sastre en donde cabe de todo, como enumeraciones y listados de toda clase de cosas: menús de restaurantes de la guía Michelín (aparecen entre otros Berasategui y Adriá) que hacen las delicias del bon vivant de Blixa, de nombres de presos en Guantánamo, de bodegas sobre el Duero en Oporto, de cuadros vistos en museos, de libros leídos en ruta o en los hoteles, una selección de chupitos y sus nombres, tarjetas de embarque y horarios de vuelos, pero hay un listado que se repite como un mantra, el de las canciones que Blixa Bargeld (cantante, poeta y actor) interpretó cada noche sobre los escenarios de un buen número de ciudades europeas con su grupo Einstürzende Neubauten (creado en los ochenta) durante la gira de 2008.

Die Wellen
Nagorny Karabach
Dead Friends
Let´s Do It a Da Da
Weil Weil Weil
Unvollständigkeit
Tagelang WeiB
Rampe/ Von wegen
Die Befindlichkeit des Landes
Sabrina
Susej
Ich warte

No sabemos si Blixa Bargeld (Berlín Occidental, 1959) vestirá de negro, para decirlo (cantarlo) con Cash, hasta que las cosas brillen más, lo que sí sabemos, pues así lo afirma es que ha tenido una vida plena y feliz (y por tanto podemos pensar que luminosa) al leer este heteróclito texto, especie de patchwork europeo, donde las fronteras se diluyen en las líneas discontinuas de las carreteras y autopistas que llevan al grupo de gira durante dos meses, donde se pierde el centro de gravedad, la noción del tiempo y del espacio, pues Europa ya no es un puñado de estrellas en un trapo azul, sino ¿millones de personas con su acervo, sus lenguas, sus culturas? ¿o algo cada día más uniformado y homogéneo? y ahora también, un espacio convulso, con sus partidos de extrema derecha en auge, no neonazis, advierte Blixa, no, porque no son nuevos, porque son los mismos de siempre.

La lectura de este libro me ha permitido conocer la figura de Blixa al que desconocía por completo. Sus canciones me han acompañado durante unas cuantas horas como telón de fondo sonoro a lo largo de mi travesía lectora.

Como dijo el luso, el final de una viaje siempre es el comienzo de otro. Así que seguiremos viajando -digo- leyendo y si nos dejan, como en esta ocasión, disfrutando.

Hurtado & Ortega editores. 2018. 116 páginas. Traducción de Rubén Ortega Díaz

Una juventud en Alemania

Una juventud en Alemania (Ernst Toller)

“En este libro no habrán de ser objeto de embellecimiento los defectos y las culpas, los fallos y las insuficiencias, propios o ajenos. Para ser honesto, hay que saber. Para ser valiente, hay que comprender. Para ser justo no es lícito olvidar. Cuando la barbarie aplasta bajo su yugo hay que luchar, no puedo uno permitirse el permanecer callado. Quien calle en un época como esta traiciona su misión humana”.

En el día de la quema de mis libros en Alemania.

Aquellos que detestan la Historia porque la consideran farragosa o aburrida, haría bien leyendo esta muy interesante y amena novela autobiográfica de Ernst Toller pródiga en aventuras y desventuras. En ella no encontrará el lector un aluvión de fechas y cifras, además, el tesauro bélico-militar se exprime al mínimo.
Toller no habla de oídas, sino de vividas. Nació en Samotschin (provincia polaca entonces del Imperio Alemán) en 1893, biznieto del único judío de esa localidad y se quitó la vida, colgándose, en un hotel durante los albores de la segunda guerra mundial, en 1939. Toller ya en su niñez vio cómo el ser humano era capaz de lo peor; dejar, por ejemplo, morir a una persona, porque nadie quiso hacerse cargo de él; fronteras como limbo y la muerte como resultado. Algo que le removerá de tal manera que le lleva a escribir (pasión por las letras que convirtieron a Toller en poeta y dramaturgo) al periódico local criticando tan vil proceder por parte de las autoridades.
Una pasión por los libros que seguramente le vendría por la vía maternal.
Una juventud en Alemania

El padre de Toller era concejal y las ganas de venganza del alcalde no pasaron a mayores. Toller en su niñez no ve polacos y alemanes -relaciones muy tirantes, donde caben toda clase de agravios, ofensas e insultos-, ve personas. Así entiende la humanidad de crío y así la sigue viendo cuando participa en la Primera Guerra Mundial y considera los muertos, no como alemanes o franceses -cada ejército cumpliendo las órdenes recibidas- como una pérdida irreparable, que destrozará cada familia que pierde un hijo, y esa experiencia que vive en el frente, en las trincheras, la visión de los cuerpos eviscerados y mutilados, la sangre anegando el terreno, el alto mando acuartelado viviendo a cuerpo de rey, lo afianzan en sus convicciones de que toda guerra, sustrayéndola a toda clase de heroísmo, es un fracaso, un desastre, una pérdida cuantiosa de vidas humanas baldía, pues como dijo Píndaro, “Dulce es la guerra para quienes no lo han vivido”. Toller la vivió, la sufrió, la aborreció y la criticó, pasando a ser considerado por los que defendían la intervención de Alemania en la guerra de antipatriota.

Toller logra que lo aparten del frente, tras pasar por la cárcel y por un centro de salud mental y pasará a la reserva y comenzará entonces otra lucha, su lucha política ligado a la izquierda revolucionaria (pero exenta siempre de cualquier derramamiento de sangre) arengando (paradójicamente) a las masas a hacerse pacifistas, a que estas vean que la guerra solo conlleva destrucción y hambrunas, un discurso muy parecido al de Otto y Elise Hampel, como quedó recogido en las cartas que Otto escribía y dejaba en distintos inmuebles berlinés durante el apogeo de Hitler, con el pueblo alemán inmerso en La Segunda Guerra Mundial, recogido en el muy recomendable documental Solos ante Hitler. Que por otra parte confirma que la humanidad tiene memoria de pez (quizás como arma (de destrucción masiva) defensiva, si hacemos caso a lo que nos decía Julio Ribeyro en sus Prosas apátridas, a saber «El hombre no puede al mismo tiempo enterarse de la historia y hacerla, pues la vida se edifica sobre la destrucción de la memoria”. “Como somos imperfectos, nuestra memoria es imperfecta y sólo nos restituye aquello que no puede destruirnos») y no tarda mucho en dejarse engatusar por el populista de turno. Ya empezamos a escuchar Trumpetas de guerra.

Toller critica la postura alemana en la guerra, una guerra que beneficia a los señores del acero y golpea y empobrece al pueblo alemán, crítica esa ansia expansionista que les lleva a conquistar territorios (vulnerando la dignidad de las gentes de los pueblos conquistados) que han de ser devueltos al firmar la paz con el Tratado de Versalles que pone fin la Primera Guerra Mundial.

La revolución se lleva a cabo en 1918, donde se proclama en Baviera la República Soviética Bávara, y el príncipe heredero bávaro debe poner pies en polvorosa. “El pueblo sabía lo que no quería, pero no lo que quería”, dice Toller, y eso se plasma en que tras el cambio de gobierno seguirá en el poder el mismo perro con distinto collar. Habla Toller de atmósfera política, sí y también hay bruma y vendavales, pues aquello es un gallinero donde prima el caos, pues el pueblo no sabe bien con quien quedarse, sin con sus amos o con sus libertadores, mientras se enzarzan en disputas, que acaban con derramamientos de sangre entre comunistas, socialistas y blancos. Toller no ve con buenos ojos la República Soviética, en la que los comunistas, en un principio no quieren entrar. Toller siempre agudo y certero dice: «En los comienzos de toda revolución siempre hay gente desaprensiva que se incrusta en los puestos de responsabilidad«. Habla también de como esos puestos de responsabilidad no van a parar a los más preparados, a los más formados, a los más capaces, sino a gente que no ha demostrado nada, meros oportunistas. Más tarde los blancos ya furiosos contra los comunistas, los socialistas, los independientes y los que no tienen partido, se hacen con el poder y toda revolución queda en agua de borrajas. Toller ya habla algo del joven Hitler, haciendo sus primeros pinitos como dictador allá por 1923.

A Toller acusado de alta traición lo mandan preso cinco años a un penal, donde la Historia de la Infamia Universal se concreta en la anécdota, en el día a día, donde una celadora cualquiera se convierte en una delatora más (acusando a una presa de mostrar sus pezones a un preso), donde los carceleros no pueden permitir que unas simples golondrinas le hagan a un preso la vida más agradable, actos viles, abyectos, ante los que Toller no da el brazo a torcer porque no cree en la malignidad humana, un Toller que tras cinco años en el penal el día que debe abandonarlo tiene miedo de salir ahí fuera, pues hay muchas esperanzas puestas en él, muy alto el listón, y no cree estar a la altura. Un periplo existencial plagado de aventuras, que deja a Toller en las puertas del penal a sus treinta años (esta autobiografía la escribirá un año después), como si hubiera vivido media docena de vidas.

Muchos párrafos se pueden entresacar del texto, pero me quedo con este:

«Me parió una madre judía, Alemania me nutrió, Europa me formó, mi país natal es el mundo y mi patria es el mundo».

Pepitas de Calabaza. 2017. 320 páginas. Traducción de Pablo Sorózabal.