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Caterva (Juan Filloy)

Caterva de Juan Filloy , escrita en 1937, es una de las mejores novelas que he leído y leeré en los próximos años. Llegué a la misma través de una recomendación de JMPA. Filloy murió con 105 años, tuvo una extensa obra, hablaba media docena de idiomas, era un reconocido helenista y su erudición se desplegó bien en novelas como Caterva, de una manera que su lectura resulta apasionante y absorbente.
Filloy, como explica Mempo Giardinelli en su interesantísimo epílogo, afirmaba conocer y manejar más de 70.000 vocablos. Conviene por tanto tener a mano el diccionario para sacarle todo el jugo a la obra. Con más de 100 personajes, la atención se centra en siete de ellos. Siete linyeras o homeless que viven debajo de un puente y que un buen día emprenden un viaje en tren que los tendrá durante unos cuantos días ocupados y preocupados con las circunstancias que la vida a veces nos impone.
Registra bien Filloy el habla popular, criolla, y en los diálogos crepita el humor, una constante que mantiene toda la narración durante casi 400 páginas. Una novela esta que bien merece ser leída lentamente. Seguir en la lectura un deambular parecido al de los protagonistas; así ir de estación en estación, sin apremio, más allá del premio del lenguaje que nos ofrece Filloy.
Al lado del diccionario no ha de faltar el lapicero, el grafito hollando el papel.
Un libro capaz de generar sin lugar a dudas un sinfín de anotaciones, páginas que leer una y otra vez, deleitado ante semejante forma de expresión, con unos personajes que a priori no son un dechado de virtudes pero a los que uno acaba cogiendo cariño y cómo no, lamentando también su pérdida, por el profundo conocimiento del autor del alma humana.
Bien podría hacer una transferencia de las muchas palabras, sentencias, aforismos o reflexiones que han llamado mi atención, pero prefiero que el lector llegue, si llega, virgen, alentado en todo caso por una expectativa que estoy convencido en nada defraudará al avezado lector.

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En tierras bajas (Herta Müller)

Herta Müller
Siruela
184 páginas
2009

Leo que este libro de relatos de Herta Müller estuvo censurado en Rumanía. Salvo en Crónica de un pueblo, donde se evidencia que los puestos de mando de las empresas estatales se los reparten entre el Alcalde y sus familiares, el resto no lo veo como una crítica al régimen de Ceausescu -siempre la opción más fácil es buscar culpables en el Estado, en los Otros- sino como una crítica demoledora hacia los habitantes de una aldea rumana, hacia Los Suyos.

La voz que narra, la de una joven, la de la autora, es a quien le zurran la badana tanto el padre como la madre, donde todo se resuelve a golpes (si lloras sin motivo te zurran, si hablas comiendo te zurran…), mientras los hombres cuando no están trabajando, están alcoholizándose en el bar, donde los jóvenes ven el sacrificio de los animales como el pan suyo de cada día, un pan que por supuesto no es candeal, sino gris, ceniciento, incomestible, como el horizonte que los constriñe.

Müller no escamotea nada y su relato más extenso, el que da título al libro, En tierras bajas es sórdido, tétrico, desolador, brutal, violento. No hay un resquicio para la esperanza, para el consuelo, para la piedad: todo es brutal, amargo, desolador, visceral, infernal.

No hay intimidad en el hogar, así que la narradora sabe por ejemplo identificar a cada miembro de su familia por el ruido que cada pis hace en la bacinilla a la hora de mear. Una falta de intimidad y una pobreza (que me recuerda mucho a lo referido por Szilárd Borbély en su libro Los Desposeídos) que genera odio, malestar y una furia ciega.

Acaba el relato así. «Creen que aquello de lo que uno se niega a hablar, tampoco existe».
El propósito de Müller y donde para mí reside el valor de este libro es en dejar un testimonio, para saber que lo que nos cuenta Herta, lo que ella vivió, sucedió, existió.

El resto de los relatos ya no resultan tan salvajes y caen abruptamente en lo anodino, cuyo cenit se alcanza con el relato Día laborable con una prosa plomiza acorde con el tema del relato.

Robert Walser
Editorial Siruela

El paseo (Robert Walser)

Robert Walser
Editorial Siruela
Traducción: Carlos Fortea
80 páginas
Año: 1996

Para mí leer a Robert Walser (1878-1956) tiene efectos balsámicos. Sus novelas siempre están llenos de personajes cargados de energía y de esperanza, siempre estoicos dispuestos a afrontar lo que les venga de buen grado. Parece que ese estado de bienestar es inmanente al autor.
Al menos, durante los años en los que pudo escribir antes de sucumbir a una enfermedad mental.

Walser define su actitud vital así:

«En el fondo lo único que da orgullo y alegría al espíritu son los esfuerzos superados con bravura y los sufrimientos soportados con paciencia»

En El Paseo, Walser se recrea en las bondades de una actividad a las que nosotros apenas daremos importancia, en el caso de practicarla, como es el acto de caminar. Sin embargo para Walser, más allá de la actividad física, andar le nutre como escritor, le proporciona ideas, reflexiones, momentos que luego podrá plasmar sobre el papel, le permite sentir el contacto con el mundo vivo, le consuela, le alegra, le recrea. Walser en estado puro. Y lo transmite con tanta energía y convicción, que sin ni siquiera ser escritor, ganas hay de dejar el libro sobre la repisa e ir por ahí a deambular.

Lo curioso viene después, porque bajo ese manto de bienestar, de una presunta poética de la austeridad, incluso de la pobreza, vemos que Walser tampoco denostaría tener una mejor situación económica, cierto aburguesamiento, así cuando habla de su escaso éxito como escritor, dado que el interés por las letras es escaso y toda aquella crítica implacable de todo aquel que cree que puede ejercerla y cultivarla, lo sume en la precariedad, dado que sus ingresos son donativos y los apoyos que recibe de almas caritativas, no le permiten hacerse con un patrimonio.

Walser levanta la voz, increpa, se torna levantisco, y bajo las aguas aparentemente tranquilas, vemos que el autor entra en erupción y arremete contra quien maneja un auto, tala un árbol a cambio de dinero, o incluso se convierte el autor en un bandolero epistolar para poner en su sitio a un potentado local.

En suma, que Walser, quizás a sus cuarenta años, era ya presa del desengaño, y sus textos mantenían entonces ya una tensión entre esas letras que buscan hacer del mundo un lugar habitable, y otras en las que el autor no podía menos que echar pestes clamar contra la injusticia y tener que darle la razón cuando afirma:

«Contemplando la tierra, el aire y el cielo, me vino el doloroso e irremisible pensamiento de que era un pobre preso entre el cielo y la tierra, que todos los humanos éramos de este modo míseros presos, que sólo había para todos un tenebroso camino, hacia el hoyo, hacia la tierra, que no había otro camino al otro mundo más que el que pasaba por la tumba».

José Antonio Garriga Vela
Editorial Siruela 2014

El cuarto de las estrellas (José Antonio Garriga Vela 2014)

José Antonio Garriga Vela
2014
Editorial Siruela
165 páginas

Esta novela de José Antonio Garriga Vela (Barcelona 1954) es un continuo salto al pasado de la mano de su protagonista, quien tras sufrir un accidente, verá como fluyen a borbotones y sin esfuerzo los recuerdos.

Como presencia ineludible La Araña, el complejo cementero donde trabajó el padre del protagonista, y lugar donde residía su familia. Una fábrica ubicada frente al mar. Cielo e infierno a pie de playa, a pie de voladura.

Los recuerdos del narrador se ciñen a la relación extraña y desafortunada que mantuvieron sus padres, el amor no confesado de Javier Cisneros, amigo íntimo de su padre, hacia éste. Beatriz y el amor soterrado que ésta sintió hacia el Polaco (perseguido por la justicia), hasta su muerte.

Toda la historia se nos presenta como un subterfugio, un intento de escapada, un número como los del Gran Houdini, donde más allá del circo y el numerito, uno solo trata de no sufrir demasiado, de encajar los golpes hasta ya no poder más y buscar entonces consuelo en la muerte, en el sueño plácido, buscando la compañía de otros fantasmas

El Padre, a la vista de que su mujer Beatriz está enamorada del Polaco, acepta ser segundo plato antes que no ser nada, vistiendo el traje de figurante en esa historia de amor no correspondido, donde va larvada la desdicha y la cual se acrecienta cuando el Padre deje la fábrica y pase de estar parado a ser rico, cuando le toque el Gordo de Navidad en el 73 y se vayan todos a Nueva York, cumpliendo así los sueños del padre, que embebido de cine va viendo por sus ojos como a través de dos lentes. Un sueño pesadillesco, no obstante, porque en aquellas latitudes se enteran de la muerte de Javier Cisneros y hay un océano por medio, impidiendo despedir al muerto y el padre entrará poco después en barrena, regresando a La Araña, de cuya red nunca pudo, ni quiso escapar.

José Antonio Garriga Vela
José Antonio Garriga Vela

El pasado que nos ofrece José Antonio en esta novela es una sustancia pulposa, jugosa, vívida y también bastante triste, fatalista y desoladora, cuya prosa porosa y seductora, certifica la imposibilidad de consumar el amor por parte de los padres del narrador, reducida la actuación de ambos a una representación, a ocupar una casilla en el tablero, esperando el jaque mate, en esa partida que siempre gana la Parca, donde la realidad se va poblando de polvorientos fantasmas y deseos agostados.