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Turner Fondo de Cultura Económica

El camino de los griegos (Edith Hamilton)

Llegué a este ensayo a través de una conferencia de Carlos García Gual. En términos Herodotianos, decir que este ensayo me ha parecido una maravilla.

Llevo todo el mes de enero entregado a la lectura de los trágicos griegos: Esquilo (aquel que despojó la guerra de toda gloria, aquel hombre que vio la vida tan dramáticamente que para expresarse, tuvo que inventar el drama), Sófocles y Eurípides, y este ensayo de Edith Hamilton (1867-1963), que no había sido traducido al castellano hasta 2002, ha sido el perfecto colofón -palabra griega, por cierto-. Hay unos cuantos ensayos dedicados a cada uno de los integrantes de este trío inmortal, matizando sus diferencias -y estableciendo analogías con otras obras de Shakespeare (como Macbeth), así como a Aristófanes, el comediógrafo que se mofaba y satirizaba todo, quien no pudo (o no quiso) burlarse de Sófocles a quien Edith considera el griego quintaesenciado: directo, lúcido, sencillo, razonable, a Píndaro (el poeta griego más difícil de leer, y el más imposible de traducir, nos dice la autora), y a otros escritores historiadores y viajeros como Heródoto (una rara avis, un amante de la humanidad, refiere Edith), Tucídides o Jenofonte, autores de obras como Anábasis o Historia de la guerra de Peloponeso, que no veo el momento de leer.

Unos ensayos que además de breves y amenos, pues Edith emplea un lenguaje sencillo y directo, nada pomposo, resultarán sumamente interesantes para todo aquel interesado en conocer mejor el espíritu de los griegos clásicos, y descubrir de paso todo aquello que fueron capaces de cimentar hace más de dos mil años, en ciudades como Atenas, ciudades de hombres libres (una libertad entendida no solo como la igualdad ante la ley, sino una libertad de pensamiento y de expresión, en contraste con el imperio persa donde todos los ciudadanos eran súbditos, con los que el Rey podía hacer lo que le viniera en gana), que paradójicamente asumían la esclavitud como algo consustancial, hasta que Eurípides, por vez primera, en su obra Hécuba, la cuestiona.
Se nos refieren las Batallas de Salamina, de las Termópilas, plantando los griegos cara al imperio persa, defendiendo estos su libertad -su don más preciado-, venciendo, cuando lo tenían todo en contra. Hay también espacio para abordar la literatura griega (llana directa y objetiva) y la religión griega, que supera la magia y su lugar lo ocupan los dioses olímpicos de Homero y más tarde Dionisios.

He disfrutado mucho con este libro de Edith, esa clase de libros, cuya consecuencia primera -además de deleitarnos aprendiendo- es conducirnos a nuevas lecturas, abriendo así nuevos caminos, pues al final leer, es atar cabos, seguir caminos, perderse por ese mundo de letras.

Turner Fondo de Cultura Económica. 2002. 331 páginas. Traducción de Juan José Utrilla.

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Las nubes (Aristófanes)

Aristófanes (Atenas, 444 a. C. – 385 a. C) es un comediógrafo que no pasa de moda. Hace unas semanas representaron en mi ciudad una obra suya, La asamblea de las mujeres la cual me ha resultado muy graciosa.

Lo que me resulta curioso de esta comedia es que aparece Sócrates como un personaje importante de la obra, que no sale muy bien parado. Lejos su halo virtuoso con el que ha pasado a la posteridad, aquí resulta objeto de mofa por parte de Aristófanes, que se toma a chufla la filosofía de Sócrates, embebido éste en la contemplación de la naturaleza, dando lugar a jocosos diálogos.

La historia va de un padre que ante las deudas contraídas por su hijo Fidípades -deudas que no quiere asumir- decide acudir a un pensador, a fin de curtirse en la dialéctica, de tal manera que sea capaz de controlar a la perfección con tal habilidad el razonamiento justo como justo, empleando las palabras como arma. En ese pensadero es donde Sócrates expone la filosofía objeto de burla por Aristófanes por boca de Estrepsíades. Aparecen también Las nubes, indignadas por la escasa atención que reciben, sin que nadie valore su papel, que ellas entienden crucial, merced a sus tormentas, rayos, truenos, capaces de cambiar el curso de los acontecimientos, y por ende, la Historia.

He disfrutado con el cara a cara entre el razonamiento justo y el razonamiento injusto, donde se defienden por un lado la virtud, el decoro, la responsabilidad; todo lo cual es puesto en entredicho por el razonamiento injusto; aquel que defiende la licenciosidad, el placer carnal, el consumo de bebidas alcohólicas, el adulterio, y todo aquello que a menudo es objeto de sanción por las leyes de Atenas, cuyos jueces también son satirizados por el autor. Y no es solo que se defiendan ciertos actos y conductas, sino que se va un paso más allá, a fin de hacer pasar todos estos desmanes por algo correcto, oportuno, necesario, connatural al ser humano.

Un texto, esta obra de Aristófanes, que data de hace casi 2500 años (la escribió el 423 a.C) y que hoy resulta tan vigente, pues día a día vemos cómo no solo se nos miente a diario, sino como hay toda suerte de maquinaciones que permiten a los enjuiciados, y a sus abogados valerse de todo tipo de artimañas “legales” para escurrir el bulto, para nunca o casi nunca, asumir, ni sus errores, ni el daño causado, ni la amoralidad, vileza y lo poco ejemplar de sus actos. Todo estas artimañas inmorales serán criticadas duramente por Platón en el Gorgias, o el arte de la retórica.

La asamblea de las mujeres

La asamblea de las mujeres (Aristófanes 392 a.C)

La asamblea de las mujeres, obra de Aristófanes, data del 392 a.C. Me sorprende que dos mil años atrás, las protagonistas de esta pieza teatral fuesen mujeres, quienes vestidas con los atuendos de sus maridos van a una sesión de la Asamblea, con el objetivo de hacerse con el poder, el cual acaban consiguiendo, alentadas en su empeño por Praxágora, hartas todas ellas de comprobar cómo los hombres cometen siempre los mismos errores y Atenas está en caída libre.

Las mujeres se salen con la suya y entre sus reformas está el «hacer un todo común«, donde todos los bienes irán a parar la Comunidad, la cual se encargará luego de proveer lo que precise cada cual. Algo que como no puede ser de otro modo generará reticencias, entre los más pudientes, celosos de sus patrimonios, de sus bienes y fortunas.

Llevado al exceso, no solo los bienes materiales son comunitarios. Las mujeres deciden (no olvidemos que el autor de esta pieza teatral es un hombre) que también ellas serán de uso comunitario. Para bien y para mal, porque los hombres tendrán que acostarse primero con las mujeres más mayores, si luego quieren hacerlo con las más jóvenes y turgentes. Lo cual genera escenas desternillantes como el joven asediado por tres maduras que tratan de hacérselo con él, mientras él no sabe como poner pies en polvorosa.

La historia resulta tan disparatada como divertida y las reflexiones vertidas en la obra no han perdido vigencia alguna después de más de 2.000 años.

Por estas razones digo yo que esta obra a día de hoy se sigue leyendo y representando.

http://auditorioelbatel.es/programacion/espectaculos/los-veranos-de-el-batel-presenta-la-asamblea-de-las-mujeres.html