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El museo imaginario (André Malraux)

La misma curiosidad y expectación que siento cuando visito un museo he experimentado leyendo este ensayo de André Malraux (1901-1976) publicado en 1947, que llevaba queriendo leer hace años y que afortunadamente reeditó Cátedra a finales del año pasado.
El libro de apenas 200 páginas lo conforman textos y muchas fotos. Su lectura es un recorrido por la historia del arte, a través de la pintura, la escultura, las miniaturas, las vidrieras, los tapices, los retablos…de cualquier parte del planeta, donde podremos apreciar las distintas corrientes y estilos, y permitirnos comparar y apreciar toda esta evolución artística con el correr de los siglos, en un diálogo continuo entre pasado y presente, y entre la poesía y la pintura, pues como afirmaba Leonardo Da Vinci, la pintura es un poesía que se ve.

Somos todavía más sensibles a la fluidez del pasado porque hemos aprendido que todo gran arte, por el solo hecho de ser creado, modifica a sus predecesores.

El arte como un ente vivo y en continuo cambio:

La metamorfosis no es un accidente: es la vida misma de la obra de arte.

El libro está muy bien editado y la calidad de las fotografías que recogen los cuadros, las esculturas, los tapices es muy notable, lo que convierte en un deleite estético trajinar con un libro como el presente disfrutando de obras como el Descendimiento de Erill-la-Vall, Nuestra Señora de la Bella Vidriera de Chartres, el cuadro El puente japonés de Monet, El regreso del hijo pródigo de Rembrandt, La danza de la princesa Chandraprabha, el mosaico Dionisos montado en una pantera

La reproducción fotográfica, como medio empleado para difundir el arte de manera universal, le permite a éste salir de las iglesias, de los palacios, de los domicilios particulares y ser disfrutados por un mayor número de gente, al tiempo que la fotografía se convierte en otro arte distinto, que permite fijar o aislar una parte del cuadro, convirtiéndolo en otra obra distinta. A su vez, el recoger en un álbum fotografías de distintas obras de arte, da lugar a otra obra nueva, pues al final la mirada del observador es la que crea la obra de arte.

Este libro de Malraux, como cualquier otro clásico, creo que requiere múltiples lecturas, precisa como el comer de un índice onomástico, y adolece en mi opinión de ser demasiado sintético, además la sintaxis que maneja Malraux a ratos me resulta difícil de seguir -sin que menoscabe letalmente mi interés ni lo sugerente de la propuesta-, lo cual creo que viene muy condicionado por mis rudimentarios conocimientos del arte, si bien esta lectura alimenta mi sed de saber y de conocer, al disponer ante nosotros un sinfín de pintores, escultores, o corrientes artísticas que anhelo descubrir o redescubrir, ayudados si queremos en nuestra búsqueda por los entornos virtuales, que como el Museo del Prado, por ejemplo, nos permite acceder a más de 3000 cuadros a golpe de click.

Recomiendo una vez finalizado este libro consultar el Diccionario de las artes de Félix de Azúa y su entrada Catálogo, dado que según nos cuenta existe una íntima convicción de los artistas, de la crítica, de los aficionados, según la cual lo perdurable y eficaz es el catálogo, más que la obra.

Cátedra. 2017. 204 páginas. Traducción de María Condor.

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Breve historia del circo (Pablo Cerezal)

Pero quizá no hay ganancia ni pérdida:
Para nosotros sólo existe el intento.
Lo demás no es asunto nuestro.

T. S. Eliot

La Breve historia del circo (hay portadas que atraen nuestra atención sin remisión. Ésta, obra de Sergio Delicado es una), no es la historia del circo más vanguardista que conocemos, algo glamuroso e inasible como El Circo del Sol, sino el circo de la calle de los niños de Cochabamba, en el altiplano boliviano. Pablo Cerezal (Madrid, 1972) que anduvo por allá dos años currando en una ONG (organizaciones a las que dedica palabras no muy amables, pues de lo poco que dedica al asunto, trata a los empleados de estas oenegés como «profesionales de la solidaridad«. Un trabajo humanitario que es otra forma más de ganarse la vida. Trasluce su experiencia cierto resquemor, sofocado, no obstante) recoge en este libro sus experiencias que se intuyen autobiográficas, aunque desde el momento en el que toca organizar los recuerdos, filtrarlos y dejar muchas cosas fuera, la memoria se acomoda a una realidad ficcionada, cuya premisa sería la verdad. Autobiografía -centrada en esos dos años y en los recuerdos de la adolescencia y los comienzos en la vida adulta: noches de farra, porros, canciones…- que mezcla textos y fotos; narración que va de la poesía a la prosa y viceversa. Lo que más me ha llegado es lo menos inflamado poéticamente, aquellas palabras que sí son ondas en un mar inexistente; las otras, las que suenan más poéticas, caen como monedas en el pozo, sin dejar huella, lastradas por su afán en hacerse notar, por su empeño en enseñorearse con las mejores galas de la pomposidad. Conviene creo lo mundano, lo sencillo, lo no grave: el llamar a la puerta de nuestra atención con los nudillos y de eso hay bastante en el texto, afortunadamente y ahí, en esa ventana que abre para nosotros Pablo, sí disfruto de una prosa vital que describe bien el tráfago urbano, la mugre de las calles bolivianas y sus mercados, los ires y venires del gatogata por el domicilio, ese horizonte paternal donde todo son expectativas, terreno abonado de ilusiones, miedos, e incertidumbres: un caminar sin hacer pie y un mundo renovado a diario. Me gusta la intimidad de la pareja que se ve ya familia y el amparo que ésta depara y la orfandad que siembra la distancia y el no roce del cuerpo amado, a pesar de que internet sea capaz de suplir la carencia con su faz pixelada, y tras la espera, el alumbramiento y un capítulo el XL, que es prosa en formato ídem, ver (y oírlo sonar) por ahí a Quique González y el azote inmisericorde de las drogas en las calles de Madrid (y de otras muchas ciudades españolas) décadas atrás; el texto en el que se hace un hueco a un país, Bolivia, que queda así capturado entre las páginas, no ya como foto fija sino como algo en continuo movimiento, para el lector que entienda la lectura como un viaje, y un texto como el presente, no como una guía de viaje, que no asuma la pobreza y la miseria como un ideal y que ponga rostro al otro, que la lectura sea entonces proximidad y desvelamiento, como lo que hace Cerezal, autor que aquí juguetea a ratos con la idea de dejar la escritura (¿quién dejaría a quién?). Le pilla tarde. Hay quien lo hizo a los 19 años. Dejar la literatura digo, porque quizás éste y aquel, a pesar de querer ser cada vez más ellos mismos, también se creían otros y escribir era precisamente eso: pasar al otro lado y poder contarlo.

Chamán Ediciones. 2017. 225 páginas.

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Los Muchos (Tomás Arranz Sanz)

Me pregunto si los jurados leen los libros que premian. Si los leen en su totalidad, si leen unas pocas páginas, o si no los leen en absoluto. Los Muchos, esta novela de Tomás Arranz Sanz (Valladolid, 1959) resultó finalista del Premio Nadal de Novela 2015. Más allá de su calidad literaria, que es muy discutible, tras finalizarla puedo dar fe de su lectura y también dar fe de erratas, que las hay abundantes, tantas como errores ortográficos. Pongo algunos ejemplos:

Bruna tomó mí mano; en aquel paramo; me di cuenta que; pues entonces, él que se va soy yo; esta vez, la gente ni miro; Si, aunque duela reconocerlo; no se, que todo esté limpio; explícate porqué me han bajado al piso; Será huidizo, raro, que se yo; habíamos intimando tanto; !Que si cojones!; habían enviado dias antes; ¿usted que sabe?; cachaba; ¿Que había obtenido?; Edgar Alan Poe…

¿No es también una desfachatez por parte de una editorial, aquí Ediciones Camelot, publicar o poner en el mercado un producto defectuoso? ¿Lo es un libro con más de 60 erratas o debemos tragar con todo lo que nos echen?. ¿No existen los correctores? ¿Existen pero es mejor no contar con sus servicios?. Y por la parte del autor, si Vila-Matas dice que lo importante no es escribir, sino reescribir una y cien veces, en esos lances, en esas reescrituras, ¿no toma uno consciencia de sus múltiples errores y los aborta antes de publicar su novela?. ¿Qué explicación hay? ¿Desidia? ¿Incompetencia?.

En cuento a la novela me recuerda a Lección de alemán de Lenz. Allá un alumno tenía que escribir una redacción escolar autobiográfica, y el no hacerlo y dejar el folio en blanco le acarreaba un castigo. Aquí, al protagonista de la novela le permiten quedarse en Cuba, si pone por escrito sus andanzas desde que se fue hasta, su regreso a la isla dos décadas después. Reynaldo, que así se llama este vivales, escribe la historia de su vida y no nos encontramos ante Odiseo regresando a casa en busca de su Penélope, sino a un pichanauta cuya vida es un sumatorio de experiencias sexuales de todo tipo. Reynaldo es un cogedor, un chingador, un follador nato que tumba todo lo que se le pone a tiro de piedra (o de pene) y la novela en su mayor parte pasa por explicitar las relaciones sexuales -siempre con mujeres de toda edad, físico, condición y clase social- que este mantiene en Cuba, luego en los Estados Unidos, más tarde en España, ya sea en Madrid, Vitoria o Valladolid. Un Reynaldo que solo sabe vivir de las mujeres, alguien que como él afirma se gana el pan con el sudor de su miembro. Un Reynaldo que no nos engañemos, no quiere trasteros sino traseros, no relaciones sino felaciones, no oficios sino orificios, no llamadas a medianoche sino mamadas a medianoche…pero no esperemos de la narración algo parejo a la vida de un Casanova (cubano), pues le falta la clase y la erudición de éste y así la narración deviene reiterativa y cansina en sus planteamientos, por mucho que cambie el escenario y la narración resulte al menos fluida, aunque los diálogos dejen bastante que desear (la he leído en un lapso de 24 horas, aunque ya sabemos por la publicidad que «la potencia sin control…«) pues el personaje tiene un espíritu forrado de gore tex y todas las inclemencias sentimentales que le acontecen, le resbalan, por mucho que hable de remordimientos por sus acciones hacia las mujeres que va dejando en la estacada o llegue a tatuarse el nombre de su madre ante un arrebato de melancolía filial.

A este Reynaldo no hay por dónde cogerlo y no es que me caiga bien ni mal, es que su suerte -o mal fario- me acaba resultando indiferente, lo que dice mucho sobre mi implicación en los ires y venires del sinsorgo de Reynaldo.

Si Tomás hubiera apostado por el humor en todo momento y a lo bestia la novela la hubiera disfrutado mucho más, pues sí he disfrutado algunos momentos tronchantes, Leocadia mediante. Hay en la narración una crítica al gobierno cubano, cifrado en la huelga de hambre diaria en la que vive el pueblo, así como la sangría poblacional diaria de todos aquellos jóvenes cuyo único sueño es dejar la isla. Aparece también la crisis española, apuntada de forma muy superficial.

En esencia esta lúbrica novela es un folletin, o más bien un fungible folletón en toda regla.

Félix de Azúa

Nuevas lecturas compulsivas (Félix de Azúa)

En Lenguaje y silencio de George Steiner, libro en el que ando inmerso, leo cosas tan interesantes sobre el ejercicio crítico literario que ganas me entran de dejarlo aquí, pero no, sigo, porque aunque la vida sea una sisifada y opinar sobre libros también lo sea, a veces, casi milagrosamente, la cuesta de enero, con libros como este de Félix de Azúa (Barcelona, 1944), deviene -parafraseando a Vetusta Morla- en rampa de lanzamiento, hacia algo que viene a dar en regocijo.

Sí, es absurdo y casi siempre estéril reseñar libros, ¿qué podemos decir entonces de reseñar un libro como el presente de Azúa, que habla de otros muchos libros que el autor ha leído y estudiado?. Pues puedo decir, incluso afirmar, que con estas Nuevas lecturas compulsivas, descubro que el ensayo, las crónicas periodísticas y las biografías y autobiografías (incluso las «sin vida«) son géneros que cada día me interesan más, al tiempo que veo languidecer mi interés por la novela y lo confirmo a medida que voy leyendo últimamente estupendos libros como Pensar y Caer de Ramón Andrés, Un verano con Montaigne de Compagnon, El Periodismo es un cuento de Manuel Rivas, El triunfo de los principios, cómo vivir con Thoreau de Toni Montesinos, El poeta que prefería ser nadie de Jaime Fernández, Fin de Poema de Juan Tallón, El camino de los griegos de Edith Hamilton, Peregrinos de la belleza: Viajeros por Italia y Grecia o Examen de ingenios de José Manuel Caballero Bonald. El libro de Azúa se divide en distintos apartados que van de la poesía al ensayo pasando por la novela y por las cosas del leer.

Esta lectura, que ha resultado compulsiva, me ha permitido descubrir la primorosa prosa de Azúa y deleitarme con la práctica totalidad de los pequeños artículos que lo componen, al ser todos de mi interés. Tiene su explicación. Azúa ha reunido en este oásis libresco, a personalidades como Tony Judt, George Steiner, Juan Benet, Montaigne, Thomas Mann, Giacomo Casanova, Jünger, Fernando Savater, Octavio Paz, Hölderlin, Víctor Hugo, Chateaubriand, Pere Gimferrer, Miguel de Cervantes, Barthes, Los hermanos Goncourt, Bernardo Díaz del Castillo, Patricio Pron (el más joven de los presentes), Ian McEwan, Mateo Alemán, o George Orwell… A muchos los conozco o leído, a otros no, y uno de los valores que para mí tienen libros como este es animarme a leer a aquellos autores que desconozco e incitarnos a explorar pagos librescos desconocidos. En todos los sustanciosos ensayos encontraremos cosas provechosas, pero me quedo con el dedicado a Orwell, pues Azúa va en la misma dirección. A Orwell le dieron palos por todos los lados, sus amigos y sus enemigos, pues les vino a decir aquello que ninguno de ellos quería escuchar. Les cantó las verdades y así le corrió el pelo. Esa actitud es la que defiende aquí Azúa, algo así como apelar al juicio propio, no a lo que los otros nos quieren inoculan o sustraerse a algo tan cómodo como es subirse al carro de las opiniones ajenas y dejarse llevar. Ese posicionamiento que aparece en muchos de los ensayos y que Azúa defiende me gusta y lo valoro.

Estos ensayos de Azúa cumplen para mí la máxima (que se cumple casi siempre mínimamente) de “aprender deleitándome» y no veo la hora de ponerme en cuanto pueda con La tierra baldía, Poesía silenciosa, pintura que habla, La biblia del Oso, El absoluto literario o El archipiélago, entre otros de los libros aquí citados o bien abundar en la poesía de Paz, en los ensayos de Montaigne y Steiner o bien en novelas como Guzmán de Alfarache, Volverás a Región, Doktor Faustus, En busca del tiempo perdido o Mi vida de Casanova, si bien y volviendo a lo comentado en el comienzo, a las palabras de Steiner y la lectura de su Lenguaje y silencio, ésta me incita a alimentar una suerte de repliegue ferlosiano, no en busca de altos estudios eclesiásticos, sino más bien de leer hacia adentro, pues como decía Szymborska en sus Lecturas no obligatorias, apetece a veces ser un lectora amateur sobre la que no recaiga el apremiante peso de la constante evaluación.

Veremos en lo que acaban estos devaneos.

Félix de Azúa en Devaneos | Autobiografía sin vida