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La máquina de languidecer (Ángel Olgoso 2009)

La máquina de languidecer Ángel Olgoso

Editorial: Páginas de Espuma
Año: 2009
Nº de páginas: 136 págs.
Encuadernación: Tapa blanda
Lengua: ESPAÑOL
ISBN: 9788483930458

¿Cómo me he permitido hasta la fecha no haber leído a Ángel Olgoso?. Gracias a ese alud de blogs literarias que pueblan la blogosfera, y buscando entre ellas, a menudo uno encuentra por ahí hallazgos, bajo la forma de reseñas de libros de escritores que llevan ya años cultivando su oficio, sin un reconocimiento masivo, este tipo de autores ocultos que nunca está de más conocer para luego reconocer, nosotros los lectores.

Lo que nos ofrece Olgoso es un puñado de microrrelatos, esa literatura que se mide en las distancias cortas, donde en muy pocas palabras el autor debe engancharnos, cogernos por las solapas, zarandearnos y rematarnos con un golpe certero hasta dejarnos KO. Ahí es nada.

Reconozco en estos microrrelatos el ingenio, la creatividad, el humor, la inteligencia, de un autor capaz de transmitir un montón de sensaciones con muy escasos mimbres: unas cuantas palabras que cobran vida como la arcilla en manos del alfarero. Entre mis microrrelatos favoritos se encuentran Caballería volante, El colibrí del instante, Los ojos, El último lector, Escritura secreta o Subir abajo un trabajo, este último, de orfebre en el que Olgoso da cuenta de lo breve de una existencia, casi un parpadeo, un subir y bajar una escalera. Espléndido.

Si tienen un rato hínquenle el diente a Olgoso y lean sus microrrelatos. Disfrutarán de lo lindo. O quizá no, pero no habrán perdido el tiempo.

La ciudad feliz (Elvira Navarro 2009)

Elvira Navarro La ciudad feliz portada libro

En esta novelita corta publicada por Mondadori Elvira Navarro (1978) escribe dos historias o relatos que convergen por los pelos. Sara es el nexo, si bien se leen de modo independiente.

En la primera, nos cuenta la historia de un niño chino que es arrancado como una flor del tiesto, en China, para instalarse en España junto a su familia: su hermano, su madre, su padre, su abuelo y su abuelastra.
Como no podía ser de otro modo, en un alarde de originalidad, su familia monta en España algo parecido a un restaurante, que comienza siendo un asador de pollos, para luego irse poco a poco aventurándose con nuevos platos a medida que ven que la cosa funciona.

El niño, que atiende al nombre de Chi-Huei, debe ponerse las pilas pronto, aprender las costumbres ibéricas, el castellano y otras tantas cosas más hasta mimetizarse con el entorno circundante. La autora opta por la introspección y consigue transmitir bastante bien lo que puede sentir un niño cuando se traslada a otro país, a otra civilización, lo duro que es empezar de cero, el sentirte extraño, el tener que luchar más que el resto contra las circunstancias por ser extranjero, el muro de la incomprensión ante el que a menudo nos estrellamos, casi a diario. En los devaneos mentales de Chi-Huei y sus enzarzamientos dialéticos con su madre se consume parte de la historia, que se apaga como una cerilla y pasamos a otra historia.

Una niña en la preadolescencia cuando va a comprarse un bolso de Hello Kitty, decide entregar su dinero a un vagabundo. Ese hecho marcará un antes y un después en su vida. Porque ese vagabundo es un precipicio al que asomarse, ese otro mundo por el que se muere de ganas de conocer. Sería entonces un Vagamundo.
Y así, ambos, el vagabundo y la niña llegarán a tomar a contacto y parece que vaya a ver sexo porque él es un hombre que la espía, acecha y ronda y ella casi una mujer curiosa que quiere experimentar y crecer y porque quizá crea que el sexo aceleraría su aprendizaje y de esa manera madurase antes de tiempo. Tras una parrafada del padre de la criatura ante los personajes de esta historia que parece sacada de una teleserie, aquello, la novela, el relato, la micronovela, se acaba.

Es patente la voluntad de Elvira Navarro de ofrecernos a nosotros lectores, que nos metemos en vena, tinta un día sí y al otro también, algo apañado, vistoso, bien presentado, con unas historias que si lees la sinopsis tienen muy buena pinta. A saber:

«Los personajes que deambulan por este libro buscan restaurar una identidad rota; la necesitan para poder caminar por un mundo que ha dejado de hacerles felices».

Me he perdido algo. Chi-Huei, Sara, Julia y el resto, son jóvenes de unos catorce tacos. El vagabundo tiene veintitantos.

¿Restaurar la identidad rota? ¿Un mundo que ha dejado de hacerles felices?. ¿Quién ha escrito esta sinópsis?.

La escritora construye su historia con una prosa limpia, cuidada, en apariencia sencilla pero rebuscada al mismo tiempo, que tiende hacia la introspección, al detalle, para describir la mirada de un niño o de los adolescentes ante un mundo que extrañan y desconocen o el empeño de un vagamundo en no ser catalogado, etiquetado, libérrimo a más no poder.

La novela de Elvira Navarro es de las que se leen tan rápido como se olvidan, dado que no he encontrado en ella nada reseñable.

Después de haber leído estos días Naturaleza Infiel o Matate Amor las expectativas del menda son cada vez más altas y ya todo me sabe a poco.

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Las crudas (Esther García Llovet 2009)

Esther García Llovet
144 páginas
Editorial El Viento
2009

Es una evidencia que en este rincón literario, en esta sala de estar, donde quien suscribe se explaya sobre sus lecturas, el tiempo dedicado por mi parte a las escritoras es ínfimo. Así que entre los buenos propósitos para el 2013 se incluye uno que tiene que ver con estas lides, a saber: leer a más escritoras, y a poder ser españolas. Dicho y hecho. Comienzo con un quinteto: Esther García Llovet, Cristina Grande, Elvira Navarro, Pilar Adón y Berta Vías Mahou tendrán aquí su espacio, comentarios a los libros por ellas escritos. Estas cinco y muchas más, que en este país hay mas escritor@s que lector@s.

Sin más dilación le toca el turno a Esther García Llovet y a su novela publicada en 2009 por Ediciones del Viento.
La novela es corta. 144 páginas. Hasta la cien más o menos, ni fu ni fa. Las idas y venidas del protagonista, Romo Esmiz ni me iban ni me venían, tanto como su relación con el Italiano, con la seca Perica, su letanía de proveedores acreedores o sus devaneos amorosos con tanta mujer por ahí dispersa ávida de un polvo.

Cuando ya estaba un tanto desanimado, pues mi buen ánimo era incapaz de enderezar la lectura (incluso llegué a leer unas cuantas páginas mientras me ventilaba en un bar un pincho de tortilla de patata con bacalao y setas y una cañita, en la certeza de que con semejantes viandas mis reticencias intelectuales se dejarían vencer por un estómago satisfecho. Chorradas), allá sobre la página 100, tuvo lugar mi particular Revelación, algo similar a lo que le sucede a Bico con su epifanía o a Romo con su Revelación. Lo que leía me comenzó a interesar y a gustar, y entonces lo disfruté, y apareció (o estaba ahí y no lo veía) el humor y me eché unas risas con el desenlace del secuestro, la hermana gótica, con la pérdida física del italiano (que se despide por partes o a cachos), con la señora cleptómana a quien le da miedo volverse cuerda, con esos errores inevitables que no serían tales.

Esther García Llovet le da la vuelta a la tortilla en cincuenta páginas y el libro cobra vida y esos personajes toman forma y cuerpo y lo que dicen tiene sentido, o no, pero vale la pena escucharlos, ser testigo de su derrota, de su lucha, de su deambular, en esta historia que acaba donde comienza, junto a un féretro.
Una señal.

La lluvia antes de caer (Jonathan Coe 2009)

La lluvia antes de caer Jonathan CoeJuan Goytisolo escribió: tu nacimiento fue un error: repáralo. Leyendo esta novela del Inglés Jonathan Coe, uno casi se ve obligado a dar la razón a Goytisolo, o a su máxima.
La lluvia antes de caer es un ejercicio de memoria. Algo que recientemente también ocurría en las últimas novelas aquí comentadas, Victus y Antigua Luz.
La protagonista de la novela es Rosamond, quien al morir deja unas cintas grabadas para que le sean entregadas a Imogen. Como ésta no aparece, finalmente es su sobrina Gill quien junto a sus hijas se encomiende a tal labor. Si en la última novela de Baricco, Mr Gywn, un escritor decidía escribir retratos, aquí Rosamond decide narrar su historia, su vida, y cómo no, la de la madre y la abuela de Imogen: Beatrix y Thea, sirviéndose de 21 fotografías.
El recurso empleado por Jonathan Coe para contarnos esta historia es solvente y la cosa funciona. De esta manera y dado que Imogen es invidente, las fotografías que Rosamond le cuente de viva voz (grabada en cintas) le permitirán saber cual es su historia, su origen y sino justificar nada de su pasado, al menos tener información de primera mano.
La historia se repite una y otra vez, los errores se suceden, se acumulan, y así las relaciones de Beatrix con su madre, son similares a las reproducidas entre Thea y su madre, relaciones tormentosas, basadas en el desamor, en el agravio, en la falta de cariño, ternura y amor.
Rosamond actúa como testigo de excepción de todo lo que se cuece en el seno familiar de Beatrix, con quien en su más tierna infancia alcanza la categoría de hermana de sangre, cuando como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, los niños son enviados a la zonas rurales y Rosamond va a parar a la granja de sus tías. Rosamond tratará de salvar las vidas ajenas, para darle así quizá un sentido a la suya propia y al final de su camino será capaz de reconocer su estulticia, sus vanos propósitos, su egoismo salvador, etc. Queda claro que ciertas cosas son inevitables. Solo podemos apostar sobre el cuándo o el cómo.
Coe describe con buena mano sus personajes realizando una notable labor de introspección, personajes a quienes de una manera intencionada Coe va calcando los rasgos que los caracterizan, así Thea repetirá los errores de su madre y Beatrix los de Ivy.
Al fresco familiar compuesto por un buen número de personajes contribuye el elemento de la búsqueda, lo que insufla la historia de cierto misterio y suspense hasta las páginas postreras, lo que anima a su lectura, galopando hasta cruzar la meta.

¿No es un auténtico milagro que consiguiera captar todo eso: captar el espíritu de alguien, exteriorizarlo, hacerlo permanente e inmutable, sin emplear nada más que una mezcla de pigmentos y aceite vegetal?. Me parece asombroso lo que pueden hacer los artistas. (pag 219)

Cambiemos pigmentos y aceite por celulosa y tinta, y llamemos al artista Jonathan Coe.