No gozó, quizás por su temprana muerte, a los cuarenta y seis años, Álvaro Cepeda, del éxito de otros escritores contemporáneos suyos como Gabriel García Márquez, integrantes del Grupo de Barranquilla. Como Rulfo, Álvaro también parece haber pasado a la historia por un libro, este que me ocupa La casa grande, cuya estructura me recuerda a las obras de Faulkner; estructura que es un ir sumando piezas, distintas voces, ángulos varios para contar un hecho: la manera en la que el gobierno colombiano sofocó una huelga empleando la violencia y la muerte. La conocida como masacre de las bananeras, en 1928. A los huelguistas, para allanar el camino, se les tilda de violentos e insumisos, y de ir armados. Pero la novela, si bien en su comienzo nos aboca a la masacre, desde el punto de vista de los soldados que cumplen ordenes, si bien a uno de ellos no le cuadra lo que dicen de los huelguistas (cuyo propósito es hacer ver su disconformidad con el estado de injusticia y desigualdad en el que viven), luego se va ramificando la historia dando la voz a los inquilinos de la Casa grande, donde vive El Padre, el terrateniente local, figura también muy faulkneriana que encarna el poder, el terror, lo implacable, la cerrazón. A su vera su mujer y sus hijas e hijo, que también nos contarán su historia. Ahí brilla poesía, la herida, el desgarro de las madre que ve crecer a sus retoños. La violencia parece ser algo continuo e irremediable. Pero en los diálogos finales, por parte de los hijos hay voluntad de cambio, de romper con la aciaga inercia que los condena desde el nacimiento. No saben si les es posible la muda, pero el hecho de planteárselo ya es un logro, viniendo de donde viene, de un Padre que no admitía pregunta alguna, del Padre del ordeno y mando y golpeo y violento. Un padre al que le sacan los ojos, no por voluntad propia como Edipo, sino como resultado a sus acciones.
La Casa grande fue la segunda novela publicada por La Navaja Suiza. La primera lectura del año. Novela muy recomendable.
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Lecturas 2023
Esta es la relación de las lecturas que he llevado a cabo este año (faltan de añadir algunas otras que están en curso). Lecturas de novelas, ensayos, relatos, cómic, biografías, poesía y teatro. Alrededor de un centón de obras de más de treinta y cinco editoriales. Las notas a la lectura de las obras pueden leerse en el blog.
Abecedé (Juan Pablo Fuentes; Ediciones Letraheridas)
Vanas repeticiones del olvido (Eusebio Calonge; Pepitas de Calabaza)
Hojas rojas (Can Xue; Traducción Belén Cuadra; Aristas Martínez)
El refugio (Manuel Fernández Labrada; Eutelequia Editorial)
La estación del pantano (Yuri Herrera; Periférica)
Nací (Georges Perez; Traducción Diego Guerrero; Abada Editores)
Herencias del invierno. Cuentos de Navidad (Pablo Andrés Escapa; Páginas de Espuma)
Cándido o el optimismo (Voltaire; Traducción Mauro Armiño; Austral)
Viaje de invierno (Manuel Fernández Labrada; Bukok)
Quienes se marchan de Omelas (Ursula K. Leguin; Traducción Maite Fernández; Nórdica)
El modelador de la historia (J. Casri; Piel de Zapa)
Dama de Porto Pim (Antonio Tabucchi; Traducción Carmen Artal Rodríguez; Anagrama)
El hombre que perdió la cabeza (Robert Walser; Traducción Juan de Sola; Las afueras)
Cacería de niños (Taeko Kono; Traducción Hugo Salas; La Bestia Equilátera)
Space invaders (Nona Fernández, Editorial Minúscula)
El necrófilo (Gabrielle Wittkop; Traducción Lydia Vázquez Jiménez; Cabaret Voltaire)
Las mujeres de Héctor (Adelaida García Morales; Anagrama)
El caballo de Lord Byron (Vanesa Pérez-Sauquillo; Siruela)
La ética del paseante, y otras razones para la esperanza (Luis Alfonso Iglesias Huelga; Alfabeto)
Santander, 1936 (Álvaro Pombo; Anagrama)
La tercera clase (Pablo Gutiérrez)
En la estupenda novela La tercera clase (La navaja suiza editorial, 2023), Pablo Gutiérrez nos sitúa en el bajo Guadalquivir, en un territorio conocido como La Broa. Zona marismeña donde cuatro grandes edificios no ejercen de faro de nadie, porque todos andan bastantes perdidos, consumidos en la miseria, la desesperanza, atados a destinos crueles, respirando todos ellos una libertad asfixiante. Algo ha sucedido con la joven Valme. Testimonios varios, de amigos de la cuadrilla de Valme (Aldo, Alberto, Nico, Guti, Aurora, Regla…) de profesores (Eduardo, Dolores, Sebastián, Beatriz, Joaquín…) y ordenanzas (Antonio) son voces que se cruzan en el vacío para arrojar algo de luz (dudosa) sobre lo acontecido. Y como en otras novelas suyas, la mirada de Pablo, pienso en Democracia, pienso en Nada es crucial, se compromete con lo social, con el espíritu adolescente (que tan bien describe y conoce), para iluminar zonas físicas y espirituales para nada amables, más bien tumultuosas, violentas, dramáticas, contradictorias. Los jóvenes que rodean a Valme son violentos, actúan como el eslabón de una cadena, como la correa de transmisión, sin mejorar la situación de sus progenitores. Las aulas apenas les alivian su situación unas horas. Aulas que son también celdas. ¿Qué papel juega para ellos la educación? ¿Qué tienen que ofrecer los docentes? El narco es el contexto, el maná que todo lo emponzoña, siempre. El presente es aciago, trágico, y parece que solo el fuego sea capaz de acrisolar aquellas almas aceradas y deletéreas, para despejar entonces las malas yerbas, amorrados muchos de ellos a ese deseo de desaparecer, de borrarse del mapa, ligado su sentir a un odio tan, tan profundo que parece haber contaminado la tierra insalubre hasta convertirla en un páramo inhabitable.
Trajiste contigo el viento (Natalia García Freire)
El pueblo es Cocuán. El libro, nueve relatos sobre distintos habitantes del mismo: Mildred, Ezequiel, Agustina, Manzi, Carmen, Víctor, Baltasar, Hermosina, y Filatelio.
La prosa de Natalia resulta muy viva y detallista. Muy capaz de evocar ese pueblo fantasma, que parece fruto de un delirio, de una imaginación purulenta. Aquí está Dios, sus sermones, sus sagradas escrituras, su corrompido representante en la tierra, y también el reverso: Diosmadre.
El sexo es aquí un lenguaje básico. Menudean los abusos, el uso explícito de la violencia. La locura y la razón son hermanos siameses, y los humanos y las bestias parecen amamantadas con la misma leche cortada. El cielo, la tierra (placenta de los muertos), el fuego purificador, el aire enrarecido, son los cuatro elementos que enmarcan Cocuán… que desapareció una noche.
Bueno.