Archivo de la categoría: Editorial Acantilado

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La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de de la proximidad (Josep Maria Esquirol)

Josep Maria Esquirol
2015
Acantilado
178 páginas

Al igual que otros filósofos como Javier Gomá, Emilio Lledó o José Luis Pardo, Josep María Esquirol es dueño de un estilo narrativo que hace devenir la lectura de este ensayo en un ejercicio intelectual gozoso.

La filosofía de la proximidad, se centra en lo cercano, en la experiencia, en la cotidianidad, en actividades que nos permitan no disgregarnos, no abrazarnos al nihilismo, no perder por tanto el hilo de nuestras existencias, y seguir aferrados a ellas, sea a través del cobijo del hogar, del amparo del lenguaje, de la amistad, etc.

Esquirol recurre para plasmar su ideario a obras literarias y filosóficas (Albert Camus, Thomas Mann, Nietzsche, Pascal, Heidegger, Foucault, San Agustín, Platón, Deleuze, Arendt, Lévinas, Patočka, etc), películas, todo aquello, en definitiva, que permita que las ideas abstractas tomen cuerpo, y sean en cierto modo contrastables con nuestra propia experiencia.

Además de apuntes etimológicos que permiten, si es el caso, conocer el origen de ciertos términos sobre los que el autor trabaja, hay aspectos esbozados como la alineación tecnológica y la pérdida de la intimidad, en ese estar conectado todo el tiempo, al margen del ritmo que marcan las estaciones, del compás del día y la noche, y que tan necesario es para nuestro bienestar.

«ahora está en marcha una nueva forma de alienación, más eficaz que nunca, en la que todo el mundo se sumerge sin prevención alguna. La red fascina y absorbe y no queda nada o muy poco de íntimo; todo se externaliza, sale fuera para exhibirse , y ya no habrá retorno. Ésta es precisamente la definición de alineación: lo que sale y ya no vuelve»

Podemos llegar a pensar que hemos superado lo que en su día afirmó Pascal:

«Toda la desdicha de los hombres se debe a un sola cosa, la de no saber permanecer en reposo en una habitación «.

Hagan la prueba. Si se dejan caer por un centro de salud cualquier día de estos, verán como 9 de cada 10 personas esperan a ser atendidos manejando un móvil, aislándose del resto, y huyendo de sí mismos.

Se cuestiona todo lo que tiene que ver con esta sociedad de la información, donde la avalancha de datos, apenas deja tiempo para la interpretación, para el análisis, más allá de dar la conformidad en muchos casos con un «es interesante», no preocupándose en ahondar más, marcado lo presente por lo efímero, la superficialidad (sin desatender lo paradójico que resulta que por ejemplo la piel sea a su vez superficie y profundidad o que lo esencial esté en la superficie y no lo veamos) y a ratos por la banalidad. Una sociedad de la información que nos puede abocar al nihilismo, no el de la nada, sino el nihilismo de lo mismo (de una realidad que es toda igual). Un dominio de la actualidad, una cultura organizada que en palabras de Adorno «corta a los hombres el acceso a la última posibilidad de la experiencia de sí mismos«.

Nos muestra el autor en definitiva los retos, las amenazas, a los que nos enfrentamos en nuestro día a día, las fuerzas centrífugas que pugnan por disgregarnos, por desligarnos, apuesta a su vez Esquirol por disfrutar de unas vidas sencillas, bien vividas, quientesenciando nuestras existencias, valorando (y anteponiendo al futuro) nuestra memoria (memoria y esperanza como distintas formas de resistencia al mundo objetivo de la muerte) particular, pues como decía Rousseau «Quita la memoria y desaparecerá el amor» o para decirlo con Cicerón «La vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos«. Resistir es cuidarse y cuidar y para ello la filosofía, también se erige como un acto de resistencia.

Brillante, fecundo, luminoso e íntimo ensayo el que nos ofrece Josep María Esquirol.

Sònia Hernández
Acantilado

Los Pissimboni (Sònia Hernández)

Sònia Hernández
Acantilado
118 páginas
2015

Sònia Hernández se plantea esta novela como una reflexión sobre aquello que entendemos por libertad. Para ello recurre a Los Pissimboni, una familia atípica, singular, marcada por la marginalidad, que vive de espaldas a su vecinos, en esa Casona que vemos en la portada, cuya fachada es devorada por la hiedra.

Los Pissimboni se presentan como un todo casi indisoluble con Ignacio el Patriarca a la cabeza, su mujer Martina y un grupo indeterminado de jóvenes criaturas de distinto sexo. Uno de ellos es Yago, quien deja la Casona, llega al Pueblo, va al bar, escucha cosas que no le gustan sobre sus familiares, quiere opugnar, pero el alcohol y la cobardía lo frenan.

El concepto de libertad va ligado al de identidad. Yago, apenas sabe nada de su historia familiar, pero sí sabe que está harto de oír a sus padres hablar de Sandofar, esa especie de Arcadia, donde todo era maravilloso, donde imperaba la libertad, una especia de polis, donde todos vivían juntos ayudándose los unos a los otros, pero sin la necesidad de una autoridad, de unas normas.
Su presente se reduce a esperar la llegada de no se sabe qué, tampoco se ha molestado en indagar, en inquerir sobre su pasado y ahora le asaltan las dudas, la disyuntiva sobre qué hacer, si disfrutar de ese estéril presente sin atributos en el que vive desde siempre, o pasar a ser uno más de sus vecinos y vivir bajo las normas que dictan funcionarios inútiles, obsesionados por el orden, la disciplina, el control.
El sentimiento de Yago de cambiar de aires, de escenario, lo interpreta éste, como un nuevo comienzo, como la posibilidad no ya de cambiar el pasado, sino más bien de labrarse un porvenir, desposeído de la melancolía, lejos de Sandofar, lejos de Los Pissimboni, abierto pues a un nuevo nacimiento, forjando un nuevo yo, una nueva identidad.

La narración se me antoja a ratos plomiza, en especial las más de 30 páginas en las que Yago entra en la Casa del Pueblo y es testigo del quehacer, que es un no hacer, de los funcionarios. Creo que la historia que Sònia se trae entre manos hubiera ganado mucho en una distancia más corta, pues a base de dilatar una idea bastante simple, acaba cayendo la narración en lo reiterativo, avanzando la historia espasmódicamente, para finalmente ser rematada de una manera muy efectista, que no diré cual es, pero que, valga la paradoja, entra dentro de lo previsible.

Franck Maubert

La última modelo (Franck Maubert)

Franck Maubert
104 páginas
Acantilado
2016

Franck Maubert, autor del libro, va a Niza al encuentro de Caroline, la amante de Giacometti cinco décadas atrás, a quien éste conoció cuando ella contaba apenas 20 años, y el artista iba camino de los sesenta. Caroline, que ejercía de prostituta, lo hizo también de modelo, y Giacometti, no pudo resistirse a la juventud, la lozanía, la alegría, la desmesura, en definitiva, de la joven.

Caroline no quiere remover el pasado, pero su conversación con Maubert le brindará la ocasión de reavivar aquellos maravillosos años de mocedad, ahora que la austeridad y las estrecheces presentes, confieren a los años pretéritos de bonanza económica y existencial un fulgor especial.

Caroline irá refiriendo sus encuentros con el artista, la desesperación de éste, si no lograba materializar sobre el papel lo que tenía ante sus ojos, o lo que su cerebro le dictaba que había de ser. Son noches que consumen en locales hasta la alborada, encuentros que se suceden en el tiempo, a intervalos, preservando Caroline su independencia, pues sigue ejerciendo, incluso llega ésta a casarse con un octogenario, pero eso a Giacometti le da igual, pues su relación, no la perfecciona un contrato matrimonial, ya que a su vez él está casado con una mujer a la que confesará que se esposó con ella porque se llamaba igual que su madre, Annetta. Y tratarán Caroline y Giacometti de tener hijos, sin éxito, mientras él sigue trabajando, sufragando los caprichos de su amada, ajeno al dinero, pues lo único que tenía era su trabajo, que lo iluminaba, refiere Caroline.

A pesar de que a Giacomettti el dinero le importara un bledo una escultura de Alberto Giacometti (1901-1966) El hombre que señala, fue subastada el año pasado por 141 millones de dólares. El autor del ensayo, Franck Maubert, deja caer al final de su libro un dato análogo, referido a otra obra de Giacometti, El hombre que marcha, vendida en 2010 por más cien millones de dólares.

Maubert nos ofrece en este ensayo breve pero de gran calado emocional y lirismo bien dosificado, además de interesantes apuntes sobre el acto de crear (y divertidas anécdotas como las salidas de tono de Bacon, su relación con el filósofo Isaku o la no la relación con Picasso), una potente, bella y enternecedora historia de amor, truncada por la prematura muerte de Giacometti, donde contrasta el ayer glorioso, casi invencible, con un ahora que surca el rostro de Caroline que lo apergamina, un ahora solitario, vacío, casi inerte, que se cifra en la soledad, en la enfermedad, pues llega un momento, quizás, en el que el futuro no es otra cosa que la suma de un montón de días abandonados.

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Mendel el de los libros (Stefan Zweig)

Stefan Zweig
Acantilado
Traducción: Berta Vías Mahou
57 páginas
2009

Precisamente yo, que debía saber que los libros sólo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido.

Con este párrafo finaliza esta obra breve y maestra de Stefan Zweig (1881-1942). En ella el narrador llega al café vienés Gluck. Allí algo le llama atención. Algo le viene en mente sin llegar a concretarse. Hasta que finalmente entre las brumas del pasado la figura de Mendel tome forma, y también su historia, la cual nos será referida.

Mendel, es alguien dueño de una capacidad memorística prodigiosa, un catálogo universal ambulante, a quien no se le escapa un título, su precio, el nombre del editor, el lugar de publicación y datos igual de asombrosos como inútiles sobre todos los libros que pasan ante sus ojos.

Esta acumulación de datos que logra Mendel, merced a un concentración extraordinaria, le lleva a una esterilización de la realidad, pues todo aquello que no está contenido en esa burbuja con forma de libro, a Mendel le deja indiferente, no le roza, ni le interesa.

Así, Mendel no sabrá nada del mundo que le rodea. Esta ingenuidad, mediada la primera década del siglo XX (en 1915) y con una guerra en ciernes, no puede depararle nada bueno.

El progreso económico (y el utilitarismo a ultranza), como otro régimen totalitario más, busca la uniformidad, la alienación, limando las asperezas de todo aquello que es singular, raro, diferente, extraordinario en su unicidad. Así Mendel, a resultas de la inopia en la que vive, será detenido, recluido un par de años en un campo de concentración y su mundo interior hecho añicos. Su reputación se ha perdido al volver a su café Gluck, donde ahora es un paria, un trasto inútil, donde su trayectoria, ya nada vale, ya nada le granjea, donde los nuevos propietarios le miran con hostilidad y solo quieren perderlo de vista.

La realidad le abrirá los ojos a Mendel y entonces este sólo querrá cerrarlos definitivamente.

No solo esta estupenda novela (publicada en 1929) sino toda la obra de Zweig, es un desafío a la fugacidad y al olvido. 70 después de su muerte creo que su legado, afortunadamente, sigue muy vivo.