Archivo de la categoría: Crítica

Seducciones

Seducciones (Roberto Vivero)

Roberto Vivero
Gadir Editorial
2014
177 páginas

Releo esta novela ocho años después, en octubre de 2023, y compruebo que me ofrece algo distinto, incluso que alberga la reseña, creo, algunos errores, que van a ser obliterados. De entrada decir que Roberto Vivero (La Coruña, 1972) ha ganado un lector después de haberme leído esta novela inclasificable, en la que un hombre (treintañero) espera, junto a una pareja de amigos, en un hotel caribeño (ahora me parece que el complejo hotelero, o resort prostibulario, está situado en las islas canarias), una espera embutida de molicie, hidratada con muchos palos de ron (beber se bebe y mucho pero no parece que el ron sea la bebida elegida, más bien es la cerveza, o «copas», en general), solazada con ratos de bar y pis-cina y aderezada con miradas procaces y sexo prostibulario (no paga por los servicios recibidos) bajo cielos y mares azules, en un territorio donde uno se aparta del mundo y puede vivir indefinidamente (esos pocos días que pasa en el resort son un infierno, no sabe bien para qué sirve la cacareada libertad si todo deviene en rutinas, en beber-dormir-y-esperar, para volver a dormir-comer-y-esperar, sin ambiciones, ni pretensiones…) , si ese es su deseo y su bolsillo se lo permite, y el protagonista está en la habitación de un hotel y la narración es su voz, el hilo (o maroma) de sus pensamientos y de sus desvaríos, y obsesiones, de sus correrías por la isla junto a la pareja de amigos, en una estéril espera (una «espera» a la que Vila-Matas ya dedicaba algo de espacio en su novela Perder teorías) que no emite apenas ningún acorde, hasta convertirse en estridencia (y así vomitarse encima, y así mearse encima), en un ser que no conoce (lo dice él) la felicidad ni la alegría y que se alimenta del odio hasta que pacte con el todo y con las partes, una narración, una voz, que tiene algo de delirio bernhardiano, con buenas dosis de humor y lucidez cioranesca (y luego la muerte y la desaparición, no el regreso a la nada, sino el seguir siendo la nada; estar vivo es como dormir sin nunca soñar lo que se quiere soñar), y una mirada que registra lo inútil de la existencia (sé que quiero no haber nacido), lo transitorio, la inexperiencia de los viejos (a la postre falsos sabios), la intrusión que supone los móviles y que se permite incluso el lujo de hacer esgrima filósofo-intelectual, a cuenta del ser y la nada, entre el sesudo (promiscuo neuronal) y sexudo protagonista y un recepcionista que se lo ha leído (y entendido) casi todo (Camus, Salustio, Píndaro, Platón, Nietzsche), un libro, este de Vivero del que casi podría decir que da igual por donde se comience (es un libro porcino del que se aprovecha -casi todo-), por dónde se coja, o se retome, aunque recomiendo (no, es necesario) leerlo del tirón, sobre todo si no tienes ningún marcapáginas a mano, porque el libro son 166 páginas, sin capítulos, sin páginas en blanco, sin puntos, sin apeadero ninguno en el que coger aire, un aluvión de palabras (una sola frase de 40750 palabras), que llegan en tropel, y te arrollan, te sumergen, donde leer es boquear y donde da gusto, mucho gusto, leer a Vivero, que juega y experimenta con el lenguaje (con un logrado resultado de forma y fondo), tanto que algunas cosas no sé si son erratas o no (no, no lo son) y leo que en un principio el libro se llamaba Violaciones pero que luego se cambió por Seducciones (el protagonista tiene sexo con una adolescente que no opone resistencia en una cancha de tenis), tras ser premiado por la Fundación Monteleón y ser editado por Gadir, aunque yo creo que le iría mejor el título de Eyaculaciones, y leo y acabo que la naturaleza de las palabras no es otra que la de traer lo que no está o no existe, sea

Distancia de rescate

Distancia de rescate (Samanta Schweblin 2015)

Samanta Schweblin
Mondadori
2015
124 páginas

Esta novela de Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) es tan terrorífica como potente.

Háganse un favor. Apaguen la televisión después de cenar. Siéntense en un sofá orejero, déjense iluminar por la luz que derrama la bombilla, cojan esta novela y durante dos horas no hagan otra cosa que leer/sufrir/padecer/gozar.

Apenas media docena de páginas permiten ya ir leyendo entre jadeos, cuando leemos que un niño deja de reconocerse como tal, como si lo hubieran cambiado, que es lo que sucede, cuando gravemente enfermo sus padres a la desesperada y con el único objetivo de salvarle la vida, la mujer de la casa de verde lo transmigrará, lo sacará de sí mismo, y así vencerá el mal, aunque las consecuencias luego sean irreparables.

El niño se llama David, su madre Carla y ésta se desespera al no reconocer a su retoño en esa figura infantil.
Arranca la novela con Amanda en un hospital, agonizando, a su lado David, preguntándola, de modo inquisitivo, y así Amanda se ve relatando los acontecimientos previos a su llegada al hospital, mientras David, va fiscalizando la narración, evitando que ésta se desvíe, actuando como una voz que le dice a la autora de la novela, qué es lo importante, aquellos detalles que no debe dejar pasar por alto, lo que sintió y experimentó en cada momento, y el recurso funciona porque cada que vez que David habla, lo visualizamos, y la saliva se atraganta, y el ambiente que crea la autora es tan asfixiante, tan sórdido y demencial que una vez que el lector se imagina caminando por este particular «campo del terror», cualquier cosa lo horripilará, ya sean presencias nocturnas, la sola mención de la curandera, la soja que se mueve mecida por el viento, sin animales a la vista, o el deambular de la hija de Amanda, Nina, que en todo momento parece que vaya a correr el mismo infortunio que David a medida que ésta aparece y desaparece de plano.

Samanta aterroriza al lector, lo envenena, lo narcotiza, y se da la paradoja de que uno quiere que acabe ya la novela comprobar si de una vez se rompe ese hilo que materializa la distancia de rescate (aquel vínculo que una a una madre con sus hijos), pero al mismo tiempo que se siga dilatando hasta que la novela implosione de una vez por todas.

Lo dicho. Dejen dos horas para leer esta novela, y luego me dicen si ha valido la pena o no el esfuerzo (en mi caso, deleite)

Quiero seguir leyendo a Samanta. Creo que lo haré con Pájaros en la boca (2009)

La ciudad invencible

La ciudad invencible (Fernanda Trías 2014)

Fernanda Trías
Demipage Editorial
2014
131 páginas

A los amantes de las reseñas-resumen hay os va una:

Cuatro mudanzas, una separación, una muerte.

La protagonista de la novela de Fernanda Trías (Montevideo, 1976) llega a Buenos aires desde Uruguay. Una vez allí se suceden las mudanzas (cuatro), escapando al mismo tiempo de su ex, La Rata, unas mudanzas que van secundadas de trabajos precarios que la protagonista asumirá con entereza y que no empañarán su mirada curiosa.

En su deambular por las calles irá digiriendo la ciudad bonaerense, esa torre de Babel de múltiples nacionalidades que la cimentan y amalgaman, un deambular en los comienzos muy limitado, circunscrito a recorrer unas pocas calles, siendo el horizonte lo que da de sí la vista encaramada sobre la barandilla de un balcón, perdida la mirada en los techos ajenos.
Un deambular que no será un turisteo por los lugares típicos de Buenos aires, sino que la autora fija su atención en los detalles, en lo mínimo, como el personaje de Marita, quintaesencia de lo que podría ser un pecio humano, con una prosa que corre el riesgo de deslizarse por lo banal, por la sucesión de anécdotas estériles y artificiosas, hasta que prontamente la narración coge el tono oportuno, la sintonía perfecta, con la cual es muy fácil sintonizar, donde uno tiene la sensación de que no sobra nada, de que todo el relato está muy medido y calculado, y que como la sensualidad que impregna esta novela/diario/autoficción, la narración es una insinuación, una promesa, literatura de la buena, que nos invita a pensar (a extrapolar significados) al tiempo que leemos, porque la prosa de Fernanda Trías resulta muy sugerente, trabajada y evocadora.

Poco más le puedo pedir a esta novela que hace del optimismo vital su esqueleto y del hecho de vivir algo gozoso, que vale la pena apurar hasta el final.

Un ojo siempre parpadea

Un ojo siempre parpadea (Miguel Carcasona 2015)

Miguel Carcasona
Tropo editores
2015
155 páginas
Ilustración: Óscar Sanmartín Vargas

Para todos aquellos que se fueron a vivir a una urbanización y comprobaron que el amor periférico agravado por la paternidad/maternidad era un viaje sin retorno hacia la felicidad, para aquellos que gastaron alguna broma durante su juventud y ésta devino macabra y fatal, para aquellos que desearon a una chica por encima de sus posibilidades y acabaron con el corazón esquilmado, para aquellos a quienes el destino se la tenía guardada mientras conducían, para aquellos que disfrutaron de lo lindo con El Ministerio del tiempo y con las historias paralelas y con personajes que encallan en el pasado, para aquellos que comprueban cada verano del 82 que nunca serán otra cosa que unos pagafantas, para todas aquellas mujeres que buscan o fantasean con una salida o una fisura en su áspera y aborrecible realidad, para aquellos a quienes les dieron una oportunidad y la desaprovecharon, para todos aquellos que creen que el pasado se repite y que todo lo malo vuelve, para todos aquellos que se orgasman escuchando a Brel, para todos vosotros y para otros muchos, este libro de relatos de Miguel Carcasona (Sangarrén 1965) quizás os interese porque lo que es a mí todas estas escenas cotidianas (y trilladas y manidas y muy manoseadas), más o menos dilatadas (y muchas paridas con forceps y medio abortadas), marcadas por el sexo, el fracaso, el hastío, el deseo insatisfecho y el mal fario, a mí me han convencido entre muy poco y casi nada.

La portada, obra de Óscar Sanmartín Vargas, como todas las suyas, es muy buena.