Archivo del Autor: Francisco H. González

A bordo del naufragio (Alberto Olmos)

A bordo del naufragio (Alberto Olmos)

La cosa va de naufragios. Otra variante del confinamiento.

El libro (finalista del Herralde en 1998) lo escribe un joven de 21 años, que en aquel entonces estudiaba periodismo en Madrid, proveniente de un pueblo, que detesta la Universidad, a sus compañeros, casi todo lo que le rodea. Su tabla de salvación en este naufragio son los libros, que lee a todas horas y que lleva siempre en su mochila (libros prestados de la biblioteca, pues no está la cosa para dispendios). Ese es su asidero. El cerebro del protagonista, en segunda persona, comienza a trabajar y va soltando perlas, describiendo el cuarto en el que vive (al estilo de El hombre que duerme de Perec), la gente de su clase, los profesores, su infancia, su blandura existencial, su patetismo, su flojera, la relación con sus abuelos, su no relación con su madre y su padre (del que dice que hay dos terminos que lo definen: calvo y cabrón), y una fijación visual por los culos y los senos. El autor debía tener en aquel entonces el cerebro anegado de semen de ahí que su pensamiento único fuera seminal (en el resto de sus obras no faltan tampoco ese alma voyeur, las violaciones mentales, los estupros no consumados). Olmos maneja con desparpajo el lenguaje. Hay páginas que pecan de reiterativas, otras que se aceleran y son un auténtico cachondeo. Consciente de su discurso, crítica su falta de coherencia, reducido más bien a una masturbación mental, donde nunca queda claro quienes son Los Otros (Perdidos, en 1998, todavía no se había estrenado).

El libro me ha gustado, porque lo he leído como si tuviera 21 años, y cambiando periodismo por empresariales, hay muchas cosas que ahí se cuentan que uno ha vivido y sufrido y ese discurso poco estructurado, que nace de la visceralidad, del encono, del desencanto y de otras muchas cosas, uno lo entiende.

Aflora la melancolía al leer un libro donde se manejan pesetas, donde aparece Dire Straits, Extremoduro, Carlos Boyero (al cual dicho sea de paso no soporta), Pessoa, Aleixandre, Kundera, Machado, Jaime Gil de Biedma, Nicholas Cage, Bogart, Rimbaud, Max Extrella y tantos otros.

Olmos describe la realidad a su manera, con sus herramientas, con la palabra escrita. Olmos luego escribiría columnas en los periódicos (no en blanco), publicaría libros (daría así su visión del mundo y de sus obsesiones con sus escritos) y no volvería a su pueblo (creo que sigue por los Madriles), quizá porque allí naufragó. Y lo más importante es que ese personaje que SE NOS VA, SE NOS VA, sigue todavía escribiendo y publicando, lo cual como Olmos en alguna entrevista afirma ya es algo prodigioso.

Anagrama. 1998. 176 páginas

9788415277408

Los náufragos del Batavia. Anatomía de una masacre (Simon Leys)

Desde que leí La felicidad de los pececillos de Simon Leys andaba con ganas de ponerme con Los náufragos del Batavia. Anatomía de una masacre, editado por Acantilado con traducción de José Ramón Monreal.
Es interesante lo que cuenta Leys, pues llevaba años dándole vueltas a un libro que quería escribir sobre el naufragio del Batavia y al final se cumplió lo que se temía, que alguien escribiera el libro que él quería escribir. Fue Mike Dash, con su Batavia’s Graveyard. Leys pudo entonces tirar a la papelera sus notas o bien publicarlas. Leys escribe. «Y ahora, al publicar las pocas páginas que siguen, mi único deseo es que ellas puedan inspiraros el deseo de leer su libro«.
Esto tiene truco, porque sin duda el libro de Dash será interesante, pero las notas de Leys lo son también en grado sumo, notas con formato de libro, que se leen en un periquete, y que sin ánimo de gravedad, resultan cundidas.
El naufragio, ocurrido en 1629 en las proximidades del continente Australiano, es la excusa perfecta para que aflore lo peor de la naturaleza humana, conduciendo a un puñado de hombres a la oscuridad, sin retorno. Leyendo Trafalgar de Galdós uno ve que el espíritu humano brilla (para devenir tiniebla) parecido en parejos trances.
Cuando los escasos supervivientes del naufragio llegan a la costa, Cornelisz impondrá el régimen del terror y de la barbarie desmedida. Una locura que se alimenta a sí misma y se manifiesta en toda clase de actos abyectos, tales como asesinatos, violaciones, ejecuciones gratuitas, provocando daño y dolor sin medida a cuantos le rodean.
Parece que el destino quiera que unos pocos supervivientes que serán confinados a una isla próxima con la idea de que mueran allá por inanición, encuentren en la naturaleza aquello que precisan para sobrevivir: agua dulce y alimento, ya sean aves, animales terrestres o peces.
Esto revierte la suerte de Corneslisz y recibe finalmente su merecido, la muerte, muy magra cosecha para todo el mal sembrado.
Leys demuestra en cada texto, ya sea en La felicidad de los pececillos o En la muerte de Napoleón, que no necesita un gran recorrido para narrar una historia, que su estilo se ciñe a lo concreto, preñada eso sí la amena narración (de corte ensayístico) de inteligentes reflexiones, para desentrañar la naturaleza humana, sus luces y sombras.

Acantilado. 88 páginas. 2001. Traducción de José Ramón Monreal

Simon Leys en Devaneos

La felicidad de los pececillos
La muerte de Napoleón

El regreso de Orfeo (Campos Reina)

El regreso de Orfeo (Campos Reina)

La lectura de un relato de Campos Reina (1946-2009) incluido en el último número de la revista del relato corto Tales fortaleció mi deseo de leer a este autor.

El regreso de Orfeo forma un díptico junto a La cabeza de Orfeo. Es esta una novela breve que no llega a las 100 páginas. Orfeo aquí es León. Si Orfeo era un consumado tañedor de la lira, León hará lo propio al frente de un piano. El infierno de León pasa por quedarse ciego después de un accidente automovilístico. Deja Madrid y su consulta de cirugía y se traslada a Sevilla, la ciudad de su niñez.
Su vida es un sinsentido, anclado en la desesperanza. Si bien prontamente el amor entra en su vida, aireando el cuarto oscuro de su alma. Primero con Fátima y luego con Bet. A esta última la conoció en la infancia y luego se perdieron el rastro mutuo.
Una vez ciego León, este debe aprender a mirar de otra manera. Ahí están los recuerdos, la memoria, el mapa de su existencia. Pero todo aquello no deja de ser un lastre. León necesita un futuro, no un pasado inflamado, con accesos de melancolía.
La soledad de León se irá vaciando poco a poco. Campos Reina describe esta metamorfosis detalladamente, con sutileza y sensibilidad, tanto como la pugna en la que se debate León, que parece amar con el freno de mano echado, con miedo a despeñarse y a arrastrar a su amada en su delirio amoroso. Pero amar es eso. Vivir es eso. Arriesgarse. Jugársela. Habitar, dejarse habitar.

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El libro de las aguas (Eduard Limónov)

Desde este espacio virtual decir que lamento la muerte de Limónov, ocurrida ayer (17/03/2020). Al escritor hay que rendirle homenaje leyéndolo, y si es antes de su muerte, mejor, a fin de de que éste pueda obtener alguna clase de reconocimiento, el que sea, en vida. Recupero la reseña de El libro de las aguas, que leí el verano pasado.

El libro que Emmanuel Carrère escribiera sobre Limónov, del mismo título, nos puso a este último en el mapa libresco. La editorial riojana Fulgencio Pimentel publica El libro de las aguas de Limónov con traducción de Alfonso Martínez Galilea y Tania Mikhelson y un apéndice de esta última.

La portada del libro es muy representativa de lo que encontraremos en el mismo: balas y condones. Limónov se ve como una mezcla de Casanova y Ché Guevara. Híbrido de hombre de letras y acción. A los veintipocos, en 1972, decide que cuando vea una masa de agua se introducirá en ella. El libro se estructura en capítulos tales como Mares, Ríos, Estanques, Fuentes, Saunas, Baños… sobre los que se irán organizando, es un decir, porque el caos nunca deviene cosmos, los recuerdos de Limónov, en los que primará lo bélico y lo sexual, el semen y las balas.

No entra Limónov en planteamientos ideológicos, pero sí que aparece por ahí el partido bolchevique que fundó, lo vemos haciendo campaña de Diputado, relacionarse con mafiosos, matones y revolucionarios, con todos los bad boys de la guerra (el libro lo escribe Limónov en 2002), escribir desde la cárcel, aunque lo que parece que al autor ruso más le pone es portar un arma automática o montar en un tanque para sentirse titánicamente el puto amo del mundo.

Comprendí, además, que el género literario contemporáneo por excelencia era el biográfico. Así fue como vine a dar aquí. Mis libros son mi biografía, todos de la serie “Vidas ilustres de grandes personajes”, afirma Limónov para justificar estos textos, que se apoyan sobre los dos ejes en que descansa todo diario: el tiempo y el yo, según Tomás Sánchez. De hecho Limónov dice que el libro de las aguas podía haber sido el libro del tiempo, ambos líquidos, inasibles. Aquí no hay entradas diarias, o mensuales, sino referidas a años, pero la idea de fijar los lugares y recuerdos en el tiempo es la misma.

Afirma Limónov que sus colegas no entendieron su inclinación por lo heroico. Limónov es muy dado a la fanfarronada (se ve como el creador de una nueva escuela de periodismo de guerra y no desaprovecha la ocasión para una y otra vez hacer mención a sus libros publicados, verse como un escritor consagrado, etcétera) y me recuerda al personaje de aquella película mítica que soltaba baladronadas del pelo de “Me encanta el olor del Napalm por la mañana. Huele a victoria”. A Limónov la contemplación de las ciudades bombardeadas y en ruinas lo inflan también como a un zepelín rezumante de éter poético, pues ahí ve él la belleza, lo que explicaría que esa inclinación heroica y estética se materialice en ir recorriendo buena parte del globo terráqueo yendo a los avisperos bélicos para meterse directamente en el ánima del cañón. Escindida la retórica bélica, fluye en la narración el diario viajero de un alma errabunda y trotamunda que pone ante los ojos del lector parajes desconocidos, de belleza inusitada, pienso en la reserva del valle de los Tigres en Tayikistán, Pirigov, Dusambé, allá donde Europa se encuentra con Asia, en una mezcla magnética entre lo urbano -donde Limonov flaneará por las calles de ese mundo moderno, creado por Badeaulaire según Limónov, bañándose en fuentes ya sea en París, Roma, o Nueva York, buscando lo húmedo y el sumidero, donde se acumula la roña, lo sórdido, lo salvaje, aquello que Limónov busca a pecho descubierto con intensidad Kamikaze- y lo rural, por parajes esteparios, despoblados, donde el único abrigo y consuelo son el cielo, la tierra y sus frutos, las estrellas, y el runrún de los carros de combate, el sonido de las balas, las miradas extraviadas de los corderos sacrificables.

El recorrido, por ejemplo, por las fuentes de París sirve a su vez, para hilar lo biográfico con la Historia, ya saben las guillotinas, decapitaciones y demás virguerías “ilustradas», pero lo que prima aquí es el inventario de mujeres que entran y salen en la vida de Limónov, menores de edad y muy delgadas la mayoría, incluso dispuestas al sacrificio. Limónov no se corta un pelo y con la moral se forra los jirones de la entrepierna del pantalón, sin pararle mientes a nada.

No sé si Limónov es un personaje o no, pero después de leer su nutricia y refrescante autobiografía me acojo a la incerteza que tan bien cantó mi homónimo, ya saben: Io tutto, io niente, io stronzo e io ubriacone/ Io poeta, io buffone, io anarchico, io fascista/ Io ricco, io senza soldi, io radicale/ Io diverso ed io uguale, negro, ebreo, comunista/ Io frocio […], Io falso, io vero, io genio, io cretino/ Io solo qui alle quattro del mattino/ L’angoscia e un po’ di vino, voglia di bestemmiare/

Fulgencio Pimentel. 2019. Traducción y notas de Alfonso Martínez Galilea y Tania Mikhelson. 354 páginas.