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El regreso de Orfeo (Campos Reina)

El regreso de Orfeo (Campos Reina)

La lectura de un relato de Campos Reina (1946-2009) incluido en el último número de la revista del relato corto Tales fortaleció mi deseo de leer a este autor.

El regreso de Orfeo forma un díptico junto a La cabeza de Orfeo. Es esta una novela breve que no llega a las 100 páginas. Orfeo aquí es León. Si Orfeo era un consumado tañedor de la lira, León hará lo propio al frente de un piano. El infierno de León pasa por quedarse ciego después de un accidente automovilístico. Deja Madrid y su consulta de cirugía y se traslada a Sevilla, la ciudad de su niñez.
Su vida es un sinsentido, anclado en la desesperanza. Si bien prontamente el amor entra en su vida, aireando el cuarto oscuro de su alma. Primero con Fátima y luego con Bet. A esta última la conoció en la infancia y luego se perdieron el rastro mutuo.
Una vez ciego León, este debe aprender a mirar de otra manera. Ahí están los recuerdos, la memoria, el mapa de su existencia. Pero todo aquello no deja de ser un lastre. León necesita un futuro, no un pasado inflamado, con accesos de melancolía.
La soledad de León se irá vaciando poco a poco. Campos Reina describe esta metamorfosis detalladamente, con sutileza y sensibilidad, tanto como la pugna en la que se debate León, que parece amar con el freno de mano echado, con miedo a despeñarse y a arrastrar a su amada en su delirio amoroso. Pero amar es eso. Vivir es eso. Arriesgarse. Jugársela. Habitar, dejarse habitar.

El extraño caso del Dr. Jekyll  y Mr. Hyde

El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (Robert Louis Stevenson)

Hay novelas breves que pasan a la historia por méritos propios. Cuando Robert Louis Stevenson publicó en 1886 a sus 35 años El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde y le fueron llegando comentarios a su obra, algunos de los cuales cuestionaban ciertas partes de la novela, por su falta de verosimilitud, o mejor, porque ciertas cosas que se decían no parecían propias de un rufián como Hyde, Stevenson se defendía aduciendo que si hubiera tenido un año para escribirla y no unos pocos meses y mucha estrechez económica, además del socavamiento de una maltrecha salud, la novela hubiera sido otra. Mejor no, muy probablemente.

Leída hoy, el lector ya va avisado, porque la novela de Stevenson y el binomio Jekyll y Hyde forman parte ya de nuestra cultura moderna. Hay adaptaciones cinematográficas para aburrir. Hace nada estaba viendo la sexta temporada de la serie Once upon a time y salían Jekyll y Hyde y aquello -junto a las horas confinado en el domicilio, y a que para un lector voraz y buen amigo esta novela sea su preferida- actuó como acicate para esta lectura. Lo interesante sería saber qué sentiría un lector cuando tuviera entre manos a finales del siglo XIX una novela como ésta, precursora -como se anuncia en la introducción a cargo de Manuel Garrido– de géneros como la novela de detectives y la ficción científica. En el plano psicológico parece que el entramado de Freud, sería a su vez, como algo creado ad hoc para explicar la novela de Stevenson. Henry James se preguntó al leerla si aquella era una obra de elevada intención filosófica o la más ingeniosa e irresponsable de las ficciones. Esta pregunta ya va a cuenta del lector de una obra que ha mantenido vivo su espíritu con el paso de los siglos, como se ve.

Stevenson genera suspense desde el comienzo y hasta casi el final no se desvela el pastel y esto redunda en favor de la tensión narrativa, generando una atmósfera enfermiza, un climax sostenido y muy bien dosificado que se acrecienta en su final, cuando queda finalmente claro qué relación existe entre Jekyll y Hyde, cuando el doctor trata de explicarse y entenderse por escrito, aduciendo razones psicológicas para desentrañar la disociación que experimenta, los dos polos personales que no se tocan, actuando uno como contrapeso del otro, pero sin la fuerza necesaria para que Hyde no se desmadre y se rinda a sus obscuras y letales pasiones, ante lo cual solo la muerte (doble) parezca resultarle a Jekyll una opción válida.

El halo fantástico de la novela de Stevenson aboca irremediablemente a otra novela anterior, Frankestein, publicada en 1818. En 1882 Maupassant había publicado, a su vez, un relato fascinante, titulado El Horla, donde también se daba una disociación, narración con la que Maupassant trataba de expiar sus fantasmas personales, los mismos que lo conducirían a la locura y la muerte.

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La perra (Pilar Quintana)

Poco más de cien páginas le bastan a Pilar Quintana (Cali, 1972) para montar una historia robusta, subyugante, que se lee en dos arreones.

Todo bascula sobre la perra del título y el ansia de la cuarentona Damaris por ser madre, sin éxito, junto a su pareja Rogelio, drama que nos puede traer ecos de los parejos sinsabores de la mujer yerma lorquiana.

A pesar de su brevedad la novela irá mostrando distintos recovecos en la forma de actuar de Damaris, que bien pudieran pillar al lector desprevenido, pues de entrada, que Damaris a falta de hijos supla la carencia y se encariñe y encapriche con una perra cachorrita es algo comprensible. La cosa se enrarece y da un golpe brusco de timón cuando esa relación entre la mujer y la perra (ya adulta e indisciplinada) se afile, corte y rasguñe. Donde anidó el amor bien pudiera anidar ahora el odio, alimentado por la envidia, pues vemos, tirando de refranero, cómo a menudo Dios da pan a quien no tiene dientes.

La historia se ubica en una casa frente al mar -océano- Pacífico, en un acantilado, donde la pareja vive en precario, peleando cada día por su subsistencia: Rogelio faenando, ella limpiando las casas de gente adinerada y ausente de la zona, que las mantiene deshabitadas.

La frondosidad vegetal, la selva acechante encarnando el peligro o la muerte, las constantes lluvias, el calor asfixiante, los zancudos siempre ávidos y siempre jodiendo la piel ajena, los gallinazos caligrafiando la parca mirada celestial, crea todo ello una atmósfera tan sensitiva como pegajosa, donde se adhieren también los recuerdos de Damaris, como el del finado Nicolasito, que lejos de corroerse con el óxido del tiempo están siempre ahí rondando, esperando su ocasión para malmeter, aventando la culpa, impeliendo a Damaris a embocarse en el precipicio de su propio ser.

Literatura Random House. 2019. 108 páginas

Escritoras latinoamericanas en Devaneos

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Amy Foster (Joseph Conrad)

Me gusta Joseph Conrad cada vez más, porque sin ponerse tan tremendista como Dostoievski creo que afronta muy bien esos temas que a todos nos angustian.

El náufrago que protagoniza esta breve novela (menos de cuarenta páginas en la edición de Sexto Piso, que recoge toda la narrativa breve de Conrad) bien pudiera dar el relevo a El copartícipe secreto, pues aquella acababa con el polizón saltando por la borda, labrándose (o nadándose) su propio destino. Un destino que en la novela que nos ocupa al náufrago le acarrea un buen número de sinsabores, desde desconocerlo todo sobre el mar y su singladura, hasta acabar pinado en un sitio que desconoce, con una lengua que no habla y ante unas gentes cuya imagen de pordiosero (más que la de náufrago vomitado por el mar) fomentan el lanzamiento de piedras hacia su figura, que las imanta.

Muy interesante me parece cómo despliega Conrad la figura del otro, del extranjero (y la acogida o rechazo que recibe del lugareño) y la manera que tenemos de relacionarnos con nuestros miedos, lo desconocido, lo extraño.

Hablaba el otro día una directora de cine de que en el género de terror había pocas mujeres directoras y que lo que asustaba a los hombres no era lo mismo que a las mujeres. Obvio. Ellas no lo llevarían tanto al terreno de los fantasmas, lo sobrenatural y todo eso, sino algo como qué le ronda por la cabeza a una mujer que a las tres de la madrugada va hacia su casa y empieza a oír pasos y cree que alguien la persigue. O el miedo que atenaza a una madre cuando siente que va a perder a su hijo, como en el cortometraje Madre. Ese miedo, incluso ese pavor, es algo que he experimentado poniéndome en la piel de Amy Foster. Sin saber muy bien cómo, ese extraño, que por otra parte es su marido, se convierte en algo terrorífico, que la asusta de tal manera que se ve obligada a huir. Donde antes (de una manera natural) hubo auxilio y piedad ahora hay (quizás también de una manera tan natural como el querer protegerse ella y a su hijo) abandono e impiedad y soledad y desesperación (la de él). Vamos, el horror.

Joseph Conrad en Devaneos

El copartícipe secreto
El corazón de las tinieblas
El primer lector de Conrad (Enrique Vila-Matas)
Lord Jim
Un padre extranjero (Eduardo Berti)

Lecturas periféricas ¿Por qué Conrad? (Roberto Breña)