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Enrique Vila-Matas
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Esta bruma insensata (Enrique Vila-Matas)

Yo soy capaz de albergar dos escritores o más afirmaba Vila-Matas en una entrevista reciente. El riesgo de leer tanto y tan bien es convertirse como lector en una suerte de ventrílocuo por el que hablen Las Musas. Otra posibilidad, yendo a mayores y ante una personalidad que se sueña fragmentaria es devenir una antología de 136 personajes ficticios, pessoanos. Al tiempo.

En su día leí una novela en buena parte compuesta por letras de las canciones que formaban la banda sonora audible de la vida del narrador. Ray Loriga en su novela Héroes tiraba continuamente de citas, muchas extraídas también de las canciones, que ponía en boca de un adolescente. Vila-Matas subió la apuesta y se tiró un órdago desde sus comienzos en la escritura, tal que ahora –y siempre- se le ha criticado al autor catalán por su afición desmesurada por las citas en todos sus artículos, ensayos, novelas. A mí, el aluvión de citas ajenas (también luego reformuladas, mejoradas, incluso Enriquecidas), al igual que su web, han ensanchado tanto mi horizonte lector que solo puedo mostrar aquí mi agradecimiento. Si uno lee las Cartas a Lucilio verá que Séneca menta a Epicuro para advertirnos que esos que veneran las palabras por ser del maestro y no aprecian lo que se dice sino quien lo dice sepan que las cosas buenas son patrimonio común. Vamos, que todos andamos a vueltas con las mismas palabras desde el comienzo.

Para salir al paso de estas críticas, en su descargo y en su descaro, Vila-Matas podía haber empleado el formato ensayo, pero se ha decantado por la novela. El personaje principal es Simon un traductor previo y surtidor de citas, aquellas que proveerá a su hermano menor, convertido en el Gran Bros, un exitoso autor residente en Norteamérica quien se infla a vender libros de sus “cinco novelas veloces”, y hace de su invisibilidad su pendón flameante. Ya en harina veo que el libro no son solo citas -que el narrador defiende porque le va la vida en ello (o le da de comer, aunque poco)- sino que la narración va construyéndose sobre arquetipos autorales de todo tipo, a saber, la invisibilidad de Salinger, Banksy, Pynchon, la manía de citar o hacer literatura o arte con citas, a lo Perec, la confiabilidad o no del narrador -ahí entra Nabokov– la tensión de publicar y renegar luego de lo publicado y desear volver a la pureza del anonimato y ahí pienso en Bufalino, pensamiento que por otra parte seguramente haya sido instilado en mi cabeza a resultas de la lectura de unos de los ensayos recogidos en Impón tu suerte.

Narrar supone recordar. Narrar es también conocer, para decirlo con Piglia y también crear. Volver y revolver pues en aquellos días, años atrás. Los recuerdos del narrador se entreveran mezclados tiempos y espacios: vemos al narrador caminar por el Cap de Creus, cerca de Cadaqués y acabar en Portugal, sin abrir ninguna puerta, basta simplemente con verse allá, rememorar a su Padre muerto y redivivo en la narración, situarse en el día del advenimiento de la República catalana el 27 de octubre de 2017 y su tratamiento como relato, como ficción, como la tragedia que vuelve como farsa, sin que el narrador decida abanderar ninguna causa, ni con hunos ni con otros; sentir al narrador en su soledad unánime, trágica, unamuniana, acaso ¿un explorador del abismo?, fatigado de vivir en su mente, flotando tal vez en el mar muerto de su propio ser, para decirlo poéticamente como el luso, desubicado ante una orfandad que viene a ser como el modo avión de los móviles, aquel estado de inacción o postración del que solo te saca una llamada de emergencia, que aquí será la que propicie el reencuentro con su hermano oculto, invisible, quien se hará cuerpo y mala sangre Simon. Ocasión para contrastar sus distintas formas de entender la literatura, quizás la parte más discursiva de la novela, en donde Vila-Matas aborda la irresoluble cuestión de la ficción y la no ficción, difícil de deslindar una de otra, porque como se afirma, al pasar al papel los recuerdos ya ordenamos, filtramos, depuramos y eso implica una construcción, un artificio, una realidad ficticia. Ocasión también para reflexionar acerca del precio de la fama, del éxito, la necesidad de ocultarse, de renunciar.

Al informar a una amiga de esta lectura que comencé ayer, sin haber leído ésta nada de Vila-Matas, me preguntaba ¿Pero se le entiende? No solo se le entiende, sino que uno se divierte y entretiene mucho leyendo a Vila-Matas, valorando su audacia, su humor (aquí hay unos cuantos momentos esperpénticos que propician la carcajada, como ese Pynchon que viene a ser una actualización del aedo Homero, pues Pynchon se nos hace saber, son muchos, lo cual explicaría los altibajos de su producción novelesca), su prosa libérrima exenta de tasas, su amor por la literatura cifrada en parte en la irrefrenable pulsión citadora, con personajes nada gravosos aunque disparatados y podría abundar más pero preferiría no hacerlo, por consumar el arte de no acabar nada y dejarlo en este .

Enrique Vila-Matas en Devaneos

Impón tu suerte
El viajero más lento
Dublinesca
Perder teorías
El día señalado
El viaje vertícal
El viento ligero en Parma

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El arte de la ficción (James Salter)

Si no conoces a James Salter te recomiendo leer su Años luz porque es una maravilla. Novela que me recordaba a otra obra maestra, Herzog de Bellow, al que Salter hace mención una cuantas veces en estos ensayos, que son unas conferencias transcritas que Salter impartió frisando los noventa años, poco antes de su muerte.

Comenta Antonio Muñoz Molina, quien me puso en la pista de Salter con un artículo suyo que públicara en su día, que lo que engrandece a Salter es que al contrario que otros escritores que se vanaglorian con arrogancia de su cultura, Salter por el contrario se deleita aprendiendo con las lecturas que lleva a cabo. Estos ensayos transmiten bien el regocijo que supone el placer de la lectura.

Comienza Salter hablando de la lectura de cómo unas pocas páginas son capaces de sumirnos con toda nitidez en el escenario de la novela leída, y cita El amante de Marguerite Dumas. Habla de la búsqueda de la perfección por parte de Flaubert, siempre buscando la palabra justa, exacta, su relación con su alumno Maupassant, que le daría a leer su relato Bola de Sebo (inexcusable no leer este ensayo de Jaime Fernández). Una escritura cuyo éxito se dirime en los detalles pues como he oído decir a Juan Villoro en un entrevista «una coma puede tener un valor ético, un valor que cambie el sentido de la narrativa».

Siempre ahí la zozobra al dar el escritor en ciernes algo de leer al que puede ser nuestro primer lector, como le sucedió a Conrad.

Salter se pregunta por qué escribir (pregunta recurrente entre escritores). Él dice que pude ser quizás buscando el reconocimiento, el halago del lector, pero que al final se escribe por el placer de escribir llevando a las últimas consecuencias lo que dijera Paul Léautaud.

«No escribo para los lectores. Escribo para mí

Salter recomienda seguir el consejo de Paul, que decía que había que seleccionar muy bien nuestras lecturas. Sus Diarios a Salter le interesaban porque ahí el francés se entregaba a los chismorreos sexuales. Salter leer a Faulkner, a Bellow, se pregunta hasta qué punto un escritor sabe que está escribiendo una obra maestra. No cree que El guardián entre el centeno (Salinger) o Matar a un ruiseñor, nacieran con esa pretensión, al contrario, por ejemplo, que La montaña mágica.

Habla Salter de su oficio, del tesón que le supone escribir, día a día, y sobre todo la necesidad de reescribir mucho, hasta que lo escrito no resulte insulso, sino vibrante, intenso. Habla Salter del estilo, el cual va aflorando según él a medida que uno se va despojando del estilo que se copia de otro escritores al comenzar a escribir. Un estilo que hace que un escritor sea reconocible leyendo unas pocas páginas. Encarece Salter a Nabokov a Isaak Emanuílovich Bábel. En estos casos da igual el argumento de las obras, pues prevalece el estilo, el arte de narrar, o el arte de la ficción que da título al libro.

Aquí quedan expuestas unas pinceladas del libro, pero lo interesante es hacerse con un ejemplar y leerlo y disfrutarlo como se merece, pues creo que tanto el escritor como el lector encontrará aquí un buen número de reflexiones sustanciosas sobre preguntas que seguro todos nos hemos formulado alguna vez en un rol u otro.

Salinger

Salinger

Me veo leyendo Salinger, autor del que leí hace muchos años su archiconocida y vendida El guardián entre el centeno cuya lectura me pasó sin pena ni gloria. El caso es que hay ciertos autores que tienen una leyenda, y Salinger es de esos. A instancia de una recomendación que me hizo un amigo emprendí la biografía perpetrada por David Shields y Shane Salerno y alrededor de las cien páginas quiero comentar dos cosas.

Primera. El comienzo es brutal, con Salinger en el ejército americano el Día D, en la playa de Utah. Páginas que me llevan a Salvar al soldado Ryan y a la serie Band of Brothers. Los distintos comentarios de los que vivieron ese día y los sucesivos permiten hacerse una idea muy clara de lo dantesco de la situación y la mella en la vida de una persona que hace la guerra, cualquier guerra.

Segunda. Salinger desde muy joven quería escribir, ser crítico literario, ser el autor de la Gran Novela Americana y enseguida verá publicados sus primeros relatos. Para Salinger era clave vivir a pecho descubierto cuantas más experiencias mejor, que luego sustanciarían sus relatos y novelas, como se ve por ejemplo en sus experiencias vitales que irá incorporando en El guardián en entre el centeno, o su experiencia bélica que plasmará por ejemplo en el relato inédito The Magic Foxhole. Sin embargo estas experiencias no siempre son necesarias, pues como demuestra Jaime Fernández en su ensayo Funcionarios de día, poetas de noche, autores como Pessoa, Kafka, Rulfo, Kavafis o Wallace llevaban trabajos aburridos y burocratizados lo cual no les impedía desdoblarse a lo Rimbaud, ser otros y entregarse a la escritura con nocturnidad. Además, al contrario que este Salinger veinteañero, estos llevaban su labor creadora en el anonimato, afanados en pasar desapercibidos, en no desvelar su faceta oculta creadora.