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Para entender a Góngora (José María Micó)

En el colegio recuerdo que cuando tocó hablar someramente de Góngora (no estaban nuestros ternos cuerpos preparados para la mella de las Soledades) creo que nos hablaron acerca de la rivalidad existente entonces entre Góngora y Quevedo y poco más. Ahora, tres décadas después vuelvo voluntariamente y azuzado por la curiosidad, a la figura de Góngora y lo hago de la mano de un especialista en el autor cordobés, José María Micó Juan (JMMJ) (Premio Nacional de traducción en 2006 por Orlando furioso y muy de actualidad ya que ha puesto recientemente y a nuestra disposición, en Acantilado, una nueva traducción de la Comedia de Dante, en cuya lectura o travesía, gracias a Jesús, ya hay muchos inmersos), leyendo con fruición, incluso deleitándome, su Para entender a Góngora (publicado en 2015 en Acantilado, libro con el que Micó se despide ya de Góngora), que recoge los rigurosos estudios que Micó ha escrito sobre Góngora las últimas décadas. Presentes en los ensayos las figuras de Dámaso Alonso, de Jorge Guillén.
La última parte del libro se cierra con unos escritos en los que se dan buena cuenta de la vigorosa salud de la que gozan los estudios gongorinos en la actualidad.

José María Micó

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Equilo

La Orestíada (Esquilo)

De las 90 obras que escribió Esquilo solo nos han llegado siete, tres de las cuales forman parte de la trilogía conocida como La Orestíada, formada por Agamenón, Las coéforas y Las euménides.

A pesar de que esta obra se titula Agamenón, y hace referencia al rey de Micenas, y hermano de Menelao, líder de las tropas aqueas que tomaron Troya y liberaron a Helena, la obra se centra principalmente en la mujer de Agamenón, en Clitemnestra, la cual tras el regreso después de diez años de su marido del frente, sólo tiene una idea en mente. Matarlo. De tal manera que mientras éste está en la bañera, valiéndose de una red, lo última con una hacha de dos filos. No me queda muy claro si el cobarde Egisto participa o no en la ejecución, pero lo evidente es que es Clitemnestra la que quiere hacer justicia, ante una injusticia, pues nunca pudo perdonar a Agamenón que este inmolara a su hija Ifigenia a los dioses, a fin de tener los vientos favorables que les permitiera tener una singladura exitosa rumbo a Troya. Tampoco ayuda que Agamenón, como vencedor, se trajera como botín de guerra a Casandra (la cual predijo el engaño llevado a cabo con el caballo de Troya, profecía que cayó en saco roto, pues tras dejar plantado a Apolo y no acceder a tener trato con él, este, la condenó a que nadie creyera en sus profecías; don que Apolo le había ofrecido si había cópula), hija de Hécuba, la cual ya en su profecía ve como tiene los días contados, pues al igual que Agamenón, también morirá a manos de la cólera clitemnestriana.

Antes de este luctuoso final, Clitemnestra recibirá la feliz noticia que llevaba tantos años aguardando: que Troya finalmente ha caído, buena nueva a la que le suceden los actos atroces anteriormente referidos.

Tras su criminal acción Clitemnestra y Egisto quedan en el poder, convencida la primera de que ha hecho lo correcto, secundada por los dioses que no ven mal que ante una injusticia (la cometida por Agamenón) se haga justicia con otra injusticia, la de Clitemnestra.

A Agamenón le sucede Las Coéforas, donde Clitemnestra y Egisto morirán, a manos de Orestes y Electra, hijos de Agamenón, que quieren así hacer justicia a su padre, por la vía del matricidio.

Al tratarse de mitos y leyendas, no importa tanto el final, que ya conocemos sino el tratamiento y el estilo del autor, aquí el de Esquilo, muy depurado y siempre conciso y directo.

Las coéforas, segunda parte de la trilogía tras Agamenón, versa sobre la venganza -esa sed infinita- que lleva a cabo Orestes.

Como en otras tragedias, hay un alma en pena, Electra, que tras el asesinato de su padre no levanta cabeza, añorando a su hermano Orestes; hay un extranjero que llega, y quienes lo reciben no saben lo que el lector sí conoce, que el extranjero en este caso es Orestes, el cual viene a matar a Egisto y a Clitemnestra, para así rendir tributo a su padre, vilmente asesinado por su madre. De tal manera que Orestes consuma su engaño, y logra presentarse ante Egisto y Clitemnestra, matar a ambos y hacer justicia, o no, porque está por ver, si la ley del ojo por ojo es la solución a este tipo de males que se suceden de generación en generación, pues Egisto, hijo y nieto de Tiestes también parece provenir de una estirpe maldita, cuya aniquilación parecer ser la única solución posible, por eso, tras la barbarie perpetrada por Orestes, con la connivencia de su hermana Electra (a quien Sófocles y Eurípides dedicaron sus respectivas tragedias), el Coro se pregunte, si Orestes es un salvador, o bien si es la muerte.
Un matricidio que Orestes dudará en cometer, pero que al final realizará, pues le importa más la opinión de los dioses que la voz en contra del resto de los mortales.

Si en Agamenón veíamos a Clitemnestra consumar su venganza, larvada a lo largo de una década, asesinando a su esposo Agamenón a su regreso de Troya, en Las coéforas eran los hijos de Clitemnestra, Electra y Orestes quienes devolvían el golpe, asesinando a su madre. La trilogía se cierra con Las euménides. A Orestes le asedian las Erinias que quieren que este pague por su vil acto matricida. Orestes es protegido por los dioses, por Apolo y por Atenea, pero deciden que sea la justicia quien decida, tras instaurar Atenea el Areópago -tribunal de justicia- donde Apolo defiende a Orestes (y en el cual se condenó a muerte a Sócrates acusado de corromper a la juventud) y el corifeo a las Erinias. Una defensa que es mínima y que se resuelve merced al voto de calidad de Atenea, favorable a Orestes, que es absuelto. A fin de calmar los ánimos de las siempre belicosas Erinias, Atenea les ofrece un cargo como defensoras de la ciudad, de ahí el término Euménide, o benefactora.

La puesta en escena en su día de Las euménides sería espectacular, pero leída no tiene ni chicha, ni mordiente.

Carlos García Gual

La muerte de los héroes (Carlos García Gual)

Había escuchado recientemente un par de conferencias de Gual y este texto si probamos a leerlo en voz alta, nos deparará un resultado similar. Gual aborda en este libro el momento de la muerte de los héroes míticos y homéricos. Poco se puede aportar a la materia de cosecha propia, así que lo que Gual hace -siguiendo las recomendaciones oraculares délficas, ese «Nada en exceso» es recopilar de forma sucinta, los textos -de Sófocles, Apolodoro, Homero…- donde se describen las muertes de héroes como Edipo, Heracles, Orfeo, Sísifo, Agamenón, Aquiles, Odiseo… y lo curioso es que las muertes se prestan a distintas interpretaciones, tal que sobre una misma muerte encontramos distintas versiones.

El último apartado está dedicado a las heroínas trágicas: Clitemnestra, Casandra y Antígona, mujeres que desafiaron el papel que la sociedad les otorgaba, esa sumisión y ese silencio que debía de regir su proceder. Las tres son heroínas trágicas pues como dice Gual, esa rebeldía, ese desafiar lo establecido, les supuso sufrimiento y un final catastrófico.

Un libro, este de Gual, que permite aprender deleitándonos, y abundar más en la Odisea y en la Ilíada, con lo que Gual comenta, por ejemplo, sobre cómo Homero trata la muerte en la Ilíada, donde singulariza la muerte de más de 300 personajes que caen en el frente de batalla, donde la poesía rinde así homenaje a los mismos.

Editorial Turner. 2016. 172 páginas.