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La librería

La librería (Penelope Fitzgerald)

Disfruté mucho con otro libro de Penelope, La flor azul y La librería me ha parecido una notable narración. La historia cifra la imposibilidad de una mujer de sacar adelante su proyecto empresarial: una librería, en 1959, en Hardborough, un pequeño pueblo inglés costero donde todos se conocen (y detestan, donde la argamasa de la realidad son los dimes y diretes) y en donde el interés por la lectura parece ser mínimo. Florence, la librera, se empecina con la idea, un tanto peregrina, pues no parece que los lugareños estén dispuestos a pagar por leer y en todo caso ven con mejores ojos la instalación de una biblioteca, que no afectaría a sus bolsillos.

Penelope muestra de manera sucinta y precisa todas las trabas que Florence encuentra para poner en pie su librería y después para mantenerla a flote a duras penas hasta que finalmente la comunidad (ese ente maligno y devastador, sirviéndose de leyes ad hoc) se salga con la suya y Florence se tenga que ir con la música (o la literatura) a otra parte.

Hace un par de meses se estrenó la película de Isabel Coixet basada en la novela de Penelope Fitzgerald.

Impedimenta. Traducción de Ana Bustelo. 192 páginas.

Virginia Woolf

Flush (Virginia Woolf)

En la demoledora Patas de perro el protagonista era un niño, mitad perro mitad humano. En Tuyo es el mañana uno de los narradores era un galgo. Virginia Woolf en esta breve novela pergeña una biografía de un perro, un cocker spaniel, que atiende al nombre de Flush. Lo original pasa por ponerse en la piel de un perro, y ajustar su mirada a la visión de un perro, a la altura de la rodilla. Un mundo -en la década de los cuarenta del siglo XIX- que el can aprehende a través de los colores, los olores y que brinda secuencias muy interesantes como el estado de agitación en el que se halla su dueña, la famosa poetisa victoriana Elizabeth Barrett Browning (1806-1861), cuando ésta se prenda del que sería su marido, Robert Browning o cuando nace el hijo de ambos.
“La superioridad de Flush sobre los seres humanos estriba en la posibilidad de sentir y la incapacidad para expresarse por medio de palabras. Puede captar olores, tonos, acentos peculiares. “Conocía Florencia como jamás la conoció ningún ser humano, como no la conocieron ni Ruskin ni George Eliot. La conocía como sólo la pueden conocer los mudos. Ni una sola palabra de sus innumerables sensaciones se sometió nunca a la deformidad de las palabras”.

Por medio hay cierta intriga, como cuando el perro es secuestrado en las calles de Londres por unos pandilleros barriobajeros, en Wimpole street, al no ir Flush atado, y cuya liberación se producirá tras el depósito de una cantidad y tras pasar Flush unos ratos atroces, sin saber en ningún momento que iba a ser de él.

Luego, Elizabeth, Robert, Lily Wilson (la criada) y el can se trasladan como unos peregrinos de la belleza a Italia. Se asientan en Pisa y luego en Florencia. El contraste entre el ambiente londinense con su frío, su humedad, su grisura, y el bienestar italiano, con su sol, su calor, su luz, su alegría, su algarabía, las voces restallantes, los pródigos olores, la chiquillada tomando las calles, los mercados callejeros. En fin, la vida chorreando y palpitando por todos los rincones. Ese contraste lo recoge muy bien Woolf a través de los sentidos de Flush.

Además de poner a un perro como voz narradora, Woolf también concede algo de espacio a Lily Wilson, la criada de Elizabeth, algo poco habitual pues como dice Woolf, los biógrafos no suelen dirigir sus focos hacia el servicio doméstico. Las apreciaciones de Lily cuando ésta llega a Italia y se hace cruces antes las Venus desnudas, se verán poco después superadas, una vez que aprecie y disfrute la vida en el sur y se enamore de un italiano, que desgraciadamente le saldrá rana.

Destino. 2003. 158 páginas. Traducción de Rafael Vázquez Zamora. Epílogo de Marta Pessarodona.

Una habitación propia

Una habitación propia (Virginia Woolf)

Leía el otro día Huellas. Tras los pasos de los románticos, donde Gérard de Nerval decía esto:

Si un joven se dedicaba al comercio o al sector manufacturero podía esperar todos los sacrificios financieros posibles de su familia; e incluso si no tenía éxito en un primer momento su familia se quejaría pero seguiría ayudándolo. Un hombre que decidiera ser médico o abogado debería contar con varios años en que no tendría suficientes clientes o pacientes para obtener beneficios, y su familia se sacaría el pan de la boca para que seguiría adelante. Sin embargo, nadie considera que el hombre de letras, haga lo que haga, por mucha ambición que tenga, por muy dura e incansablemente que trabaje, necesite el mismo apoyo en la vocación que ha seguido. O que su carrera que puede acabar siendo tan sólida desde un punto de vista material como las otras, probablemente tendrá -como mínimo en nuestros tiempos- un período inicial que es igual de difícil”.

Virginia Woolf, apela a tener 500 libras al año y una habitación propia para poder escribir. Una escritura que es tanto como un vivir, pues para quien vive a través de la escritura, el no poder hacerlo, es tanto como amargarse en vida, o incluso quitarse la misma, fruto de la impotencia.

Si Montaigne tenía un torreón, donde amasar las horas e ir escribiendo ajeno al mundanal ruido, dando lugar a sus Ensayos, Woolf, no pide un torreón, es más modesta, solo quiere independencia económica y una habitación propia, echar el pestillo y dedicarse a escribir, tranquila, sin nadie que la moleste ni perturbe.

A lo largo del texto Woolf explica con todo detalle el papel al que la mujer ha sido confinada hasta mediados del siglo XX, lo difícil, casi imposible que le resultaba a una mujer escribir (salvo excepciones como las hermanas Brönte, Arpha Behn, George Eliot, Jane Austen…), pues siempre era objeto de burla, escarnio, por parte de los hombres, que no podían aceptar que una mujer pensara por ella misma, que albergara sus propias ideas y quisiera, en prosa o en verso, verterlas sobre un papel.

El otro día leía un libro de Cambra, donde éste hacía 30 caricaturas de escritores, cantantes filósofos.., de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX y entre ellos sólo había un mujer, Carolina Coronado. Ejemplos como este abundan.

Hay libros que como este que hay que leer, pues nos permiten entender muchas cosas, que son necesarias conocer. Un libro donde Virginia Woolf despliega toda su inteligencia, todo su estilo, toda su ironía, toda su agudeza y el talento propio de una colosa de las letras.

Oscar Wilde

La decadencia de la mentira. Un comentario (Oscar Wilde)

Mucho he disfrutado con este breve ensayo de Oscar Wilde (1854-1900), en el que reivindica el papel crucial de la mentira, asociada esta con la capacidad de inventar, de fantasear, dado que la realidad y la verdad le suponen un lastre.

Su defensa se basa en la relación que existe entre la Vida y el Arte. Si la idea común aceptada es que el Arte imita a la Vida, siendo el Arte un espejo en el que la Vida se refleja. Wilde cree que es al contrario, que la Vida imita al Arte, más que lo que el Arte imita a la Vida, tal que por ejemplo el siglo XIX es un invento de Balzac, o hay muchos ejemplos de personas que se vestían y actuaban al igual que los personajes de las novelas, que surgieron de las mentes de los escritores y que no eran otra cosa que ficción. Un gran artista inventa el modelo y la Vida trata de copiarlo y reproducirlo en formato popular, como un editor emprendedor. Los griegos, por ejemplo, mostraban su rechazo por el realismo y a las recién desposadas les ponían en su habitación una estatua de Hermes o de Apolo para que estas engendrasen hijos bellos, como las de las obras de arte.

También cree Wilde que la Naturaleza imita al paisaje y al Arte. Tanto que nadie había reparado en la niebla hasta que pintores y escritores las incorporaron a sus obras, de tal manera que el Arte, nos ayuda a mirar las cosas de otra manera, una mirada que las transforma, las cosas y la realidad de la que forman parte.

Es el estilo lo que nos hace creíble algo, únicamente el estilo. La mayor parte de nuestros retratistas modernos están condenados al olvido. Nunca pintan lo que ven. Pintan lo que ve el público, y el público nunca ve nada.

Wilde arremete contra los escritores realistas y moralistas como Zola, donde las cosas suceden en sus obras -como Germinal- tal como son, tal como suceden, y su obra es un desatino de principio a fin, no en sentido moral sino artístico ya que los personajes tienen vicios anodinos y virtudes más anodinas aún. Una monstruosa devoción por los hechos -en narraciones tan reales que acaban desprovistas de realidad- que harán que el Arte se vuelva estéril y la Belleza desaparezca de la faz de la tierra.

En resumen, lo que Wilde espera de la literatura es distinción, encanto, belleza, y capacidad creativa, y no ser torturados con las andanzas de las clases inferiores.

Según Wilde el Arte no tiene por qué reproducir su tiempo, no tiene por qué reproducir una época. El Arte ha de ser imaginativo y el Realismo es un completo fracaso, tal que el artista debe olvidar la modernidad de la forma y el contenido. Solo lo moderno pasa de moda. Según Wilde las únicas cosas hermosas son las que no nos conciernen, así la tragedia de Hécuba, por ejemplo.

Mentir, mostrar cosas bellas que no existen, es el único objetivo del Arte, y el colofón de este recomendable ensayo.

Lo edita Acantilado con traducción de Javier Fernández de Castro.