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La abuela civil española

La abuela civil española (Andrea Stefanoni 2015)

Andrea Stefanoni
Seix Barral
2015
272 páginas

La abuela civil española es Consuelo, la abuela de la escritora de la novela, la argentina Andrea Stefanoni.

Consuelo es española, leonesa, vive en Boeza un pequeño pueblo leonés, y sufre ella (y el resto de vecinos) los pormenores del hambre, el acecho a veces criminal de los lobos hacia las ovejas, y a veces sobre los humanos, el frío y en especial el estallido de la guerra civil en 1936, que como un cortafuegos humano, dejará personas a ambos lados, a menudo contra su voluntad.

La voz cantante la toma Rogelio, un rojo que huye al bosque al terminar la guerra, tras habérsela jugado al falangista Felipe, quien luego ocupará un buen puesto en las filas franquistas. Rogelio huye, con otros 90 hombres por el bosque nevado, pero al final caen todos ellos ante los soldados nacionales. A Rogelio lo encarcelan, lo condenan a muerte, lo fusilan varias veces, sin que ninguna bala lo roce y tres años después de su cautiverio lo ponen en libertad, vuelve entonces a su pueblo, consigue primero un empleo, más tarde el amor de una mujer, Consuelo, se casan, ella queda embarazada y cuando se enteran de que Felipe, avisado por el hermano de Rogelio, va camino del pueblo a saldar las deudas pendientes, cogen todas sus pertenencias y desde Barcelona, y tras tres semanas de dura travesía en las bodegas de un barco llegan a Buenos Aires, donde se instalan primero y consiguen trabajo después, primero en la capital, y más tarde luego en la isla Tigre, en el delta del río, como guardanes de una casa.

La narración entonces adopta un tono más familiar, más anodino, hasta acabar siendo Sofía, la nieta de Consuelo (un trasunto de la narradora) quien dedique un buen número de páginas a hablarnos de su hacendoso hermano Pablo, de su abuelo que muere, de su madre que muere, y de su abuela que los sobrevive a todos y cuya caída, transmitida por teléfono, da comienzo al libro, y es el cordel del que tirar para desmadejar el pasado.

El libro abarca ocho décadas y ofrece una narración que abunda en las elípsis dando lugar a historias que quedan truncadas, o que son escasamente desarrolladas, siendo unas más interesantes que otros. El último tramo, las últimas cincuenta páginas, con Sofía como narradora, me resultan, en ese tributo a su abuela, las más flojas del libro.

Hay ciertos temas recurrentes en la novela. Uno es que Rogelio desde su puesta en libertad siempre vivirá con miedo a que Felipe aparezca y lo eche todo a perder, o a que lo lleven de nuevo a la cárcel. Un miedo del que nunca logrará desurdirse, salvo quizás ya en su final, cuando sabe que va a morir. Un miedo que explicita a las claras lo que para muchos derrotados supuso la Guerra Civil. Otra especie muerte en vida.

Consuelo a su vez, aparece como la abuela coraje. Sabemos que su madrastra, Esperanza, era muy mala, de cuento. Consuelo no ha leído cuentos de hadas, nosotros sí, y acomodar a Esperanza a las hechuras de la madrastra resulta cuando menos forzado. Sabemos que Consuelo apenas tuvo niñez pues lo único que conoció (ella y los niños y niñas como ella) fue el duro trabajo desde su mocedad, en casa y en la mina, que luego se enamoró, se casó, se quedó embarazada de Rogelio, que emigró, y que trabajó mucho toda su vida, tanto en España como en Argentina. Sabemos que emigraron, pero no sabemos si alguna vez pensó en volver, en regresar a León, etc.
Otro tema que la autora trabajo a conciencia es la nostalgia, la melancolia, la añoranza, la que siente Sofía (sin haber cumplido la autora todavía los 40) de los años arcádicos que pasó cuando era niña junto a sus abuelos en la isla del delta del Tigre.

El título de la novela engaña. Porque la guerra civil ocupa una parte del libro (alrededor de la mitad), pero la guerra queda ahí como en sordina, como un rumor ciego. Tanto es así que cuando a la hija de Consuelo le piden que sus padres acudan al colegio a hablar de la guerra civil española ninguno de los dos progenitores querrá -quizás para no reabrir heridas- decir nada sobre dicho acontecimiento histórico que les obligó a dejar su tierra, su familia, sus esperanzas y buscarse la vida en otro continente.

Cuando Rogelio sale de la cárcel, me vienen ecos de La Tregua, si bien el periplo de Rogelio para volver a su pueblo es casi un visto y no visto, más allá de la muestra de solidaridad o efectista invitación a comer por parte de una desconocida.

La llegada al nuevo continente, el acto migratorio, se despacha también de manera superficial, con apenas cuatro apuntes y ahí me viene en mente La estación perdida de Use Lahoz, donde este sí que se explayaba largo y tendido y con enjundia sobre una situación (la de los emigrantes) análoga a la que experimentarán Rogelio y familia.

No faltan los golpes de gracia sentimentales, como la familia que reaparece para devolver las cien pesetas prestadas por Consuelo décadas atrás a bordo del barco que les alejó de España, el impulso de Consuelo a Rogelio para que este materialice su deseo de convertirse en apicultor o la partida de ajedrez entre Rogelio y el director de la cárcel. Momentos que buscan pellizcar al lector y tocarle la fibra.

Si Andrea quería escribir un libro sobre su abuela Consuelo, sobre su familia y sobre cuanto echa de menos los años pasados en el delta del Tigre, pues con la publicación de la novela ha cumplido su objetivo, pero muy poca cosa más, más allá de dejarme para el recuerdo una lectura amena, divertida a ratos y algún destello de interés.

A todos aquellos interesados en las novelas ambientadas durante la Guerra Civil española les dejó este útil enlace.

Distancia de rescate

Distancia de rescate (Samanta Schweblin 2015)

Samanta Schweblin
Mondadori
2015
124 páginas

Esta novela de Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) es tan terrorífica como potente.

Háganse un favor. Apaguen la televisión después de cenar. Siéntense en un sofá orejero, déjense iluminar por la luz que derrama la bombilla, cojan esta novela y durante dos horas no hagan otra cosa que leer/sufrir/padecer/gozar.

Apenas media docena de páginas permiten ya ir leyendo entre jadeos, cuando leemos que un niño deja de reconocerse como tal, como si lo hubieran cambiado, que es lo que sucede, cuando gravemente enfermo sus padres a la desesperada y con el único objetivo de salvarle la vida, la mujer de la casa de verde lo transmigrará, lo sacará de sí mismo, y así vencerá el mal, aunque las consecuencias luego sean irreparables.

El niño se llama David, su madre Carla y ésta se desespera al no reconocer a su retoño en esa figura infantil.
Arranca la novela con Amanda en un hospital, agonizando, a su lado David, preguntándola, de modo inquisitivo, y así Amanda se ve relatando los acontecimientos previos a su llegada al hospital, mientras David, va fiscalizando la narración, evitando que ésta se desvíe, actuando como una voz que le dice a la autora de la novela, qué es lo importante, aquellos detalles que no debe dejar pasar por alto, lo que sintió y experimentó en cada momento, y el recurso funciona porque cada que vez que David habla, lo visualizamos, y la saliva se atraganta, y el ambiente que crea la autora es tan asfixiante, tan sórdido y demencial que una vez que el lector se imagina caminando por este particular «campo del terror», cualquier cosa lo horripilará, ya sean presencias nocturnas, la sola mención de la curandera, la soja que se mueve mecida por el viento, sin animales a la vista, o el deambular de la hija de Amanda, Nina, que en todo momento parece que vaya a correr el mismo infortunio que David a medida que ésta aparece y desaparece de plano.

Samanta aterroriza al lector, lo envenena, lo narcotiza, y se da la paradoja de que uno quiere que acabe ya la novela comprobar si de una vez se rompe ese hilo que materializa la distancia de rescate (aquel vínculo que una a una madre con sus hijos), pero al mismo tiempo que se siga dilatando hasta que la novela implosione de una vez por todas.

Lo dicho. Dejen dos horas para leer esta novela, y luego me dicen si ha valido la pena o no el esfuerzo (en mi caso, deleite)

Quiero seguir leyendo a Samanta. Creo que lo haré con Pájaros en la boca (2009)

tristezafiestas

La tristeza de las fiestas (Mariano Peyrou 2014)

Mariano Peyrou
2014
Editorial Pre-textos
130 páginas

Hasta que no leí el sexto relato de los doce que componen el libro, no caí en la cuenta de quién era Mariano Peyrou. Peyrou ha traducido Jota Erre la novela de William Gaddis que acabo de leer. Llegué a pensar que la prosa de Peyrou estaría infectada del estilo de Gaddis, de su fragmentación, del caos, de ese balbuceo como metáfora de la (in)comunicación moderna. Pues, no, los relatos de Peyrou son tan convencionales como aburridos, a pesar de que en la contraportada del libro lea que Peyrou es «un narrador sorprendente, dotado de una prosa sutil y lúdica y de una mirada penetrante y muy personal«.

De los relatos leídos ni uno sólo me ha sorprendido, más allá de poder apreciar ciertos toques humorísticos como el que tiene como protagonista a un jugador de ajedrez, que como no puede ser de otra forma, es tan extraordinario como repelente, o ese otro relato en el que Peyrou se deshace con palíndromos.
La prosa sutil no la encuentro por ninguna parte, tampoco esa mirada penetrante. Coincido con lo de la mirada (muy) personal. No sólo Peyrou, todos tenemos una mirada personal, creo.

La mayoría de los relatos son tan breves como inofensivos. Son como bengalas, fugaces fogonazos, tracas que mueren al poco de nacer, como Tres rosas, un escorzo de lo que es un ligue entre desconocidos.
El relato que da título al libro, La tristeza de las fiestas, lo mejor que tiene es el título. El relato contiene juegos literarios sobre el sentido de las palabras y esa batalla irresoluta entre los teóricos y los prácticos.
De La política exterior, lo he releído tres veces y.
En Lluvia y Descartes nos encontramos algo de filosofía que siempre viene bien para tratar de dar algo de caché a un libro. Disquisiciones sobre la esencia y la apariencia. Una filosofía que ni viene a cuento ni a relato. ¿El deseo que experimentamos es fruto de la esencia o de la apariencia ajena?.
Efectos secundarios. ¿Os gustan las sopas de letras, los autodefinidos, el juego del ahorcado?. Pues ánimo coger este li y a gozar del re.
En Las voces del coro, estamos expuestos a una relación entre un literato y su novia poeta y crítica literaria, que parece ir camino de la extinción. Entre las sombras acechan las vocecillas de Verlaine. Irónica vivisección de un poema.
La Colección no es más que una nimiedad de tres páginas. ¿Que qué colecciona el protagonista del relato?. A leerse, el libro, majos.
En Entrevista a Tobías, niño repelente, un niño ajedrecista y repelente pone de vuelta y media a un entrevistador que acaba haciendo al niño las preguntas que éste le formula. Resulta un entretenido pasatiempo matemático.

La manera en que organizamos el mundo, consiste en categorías establecidas para salir bien parados. Un sordo que no supiera que es sordo creería que todos los demás son mudos.

En Las ciencias exactas, dos hermanas divagan sobre el amor parejil, el compromiso, las infidelidades, las ataduras, las rutinas, la autoestima, desde puntos de vista contrapuestos, un relato que se infla como un globo, y revienta al poco de coger altura.
En Roma el autor se despacha a golpe de palíndromos. Hay quien esto lo considera ingenio.
Me quedo con uno de ellos. Asirnos a la sonrisa.

Y el último, Teatro, es una pieza teatral donde un maromo sobre el escenario solicita acostarse con cinco mujeres distintas y desconocidas y todas ellas, de una en una, le dan calabazas, aduciendo distintos motivos, para no acostarse con él. ¿Qué jodidos son los prejuicios, verdad?. No podía faltar en este contexto la manida contienda entre sexo y amor, sentimientos mediante.

En fin, que este librito de relatos de Peyrou me ha parecido de lo más corriente, previsibles y olvidadizos, por mi parte.
Eso sí, la traducción de Jota Erre, obra de Peyrou, me pareció excelente.

www.devaneos.com Editorial Carpe Noctem

El que tiene sed (Abelardo Castillo 2013)

Abelardo Castillo
Editorial Carpe Noctem
2013
222 páginas

Carpe noctem es una editorial de reciente creación. Si todos los libros que publican son como El que tiene sed de Abelardo Castillo, leeré más libros suyos. Otra cosa es que vendan muchos libros, visto que la tendencia es que las grandes editoriales se coman a las chicas: ahí está el monstruo Penguin Random House. En formato e-book, en Carpe Noctem, venden los libros por menos de cinco euros (y explican en su web por qué fijan estos precios y no otros, y uno comprende cómo el resto de las editoriales se llenan los bolsillos a manos llenas, merced a lo digital).

El que tiene sed ¿qué hace? Bebe y se sacia.

Esteban Espósito es un treintañero alcohólico, como otros tantos escritores: Dylan Thomas, Baudelaire, Bukowski, Hemingway, y por mucho que bebe y se destruye, Esteban ni se sacia ni se muere.

El tiempo, en esta narración es una cosa viscosa, informe, donde el antes y el ahora se funden. El tiempo es algo que simplemente sucede, más allá de ciertos mojones temporales que permiten anclar los episodios de la narración en 1972. El tiempo es como una media de esparto, emplazada sobre una pierna, que va enrollándose y desenrollándose sobre la piel. El tiempo es una tierra cuarteada, terrones secos, territorio yermo, como el alma de Esteban, que tiene alergia a vivir.

Esteban, maldito y alcoholizado va camino de su destrucción, inflamando su hígado, apartando a Mara, la mujer de su vida, de su lado, pintando con palabras certezas, un paisaje desolador.

Lo que no decían los libros, lo que nadie había escrito, era esto que Esteban sentía ahora: lo innoble, lo sucio, lo infame que es el lugar por donde deambula, como por su jardín, el alcohólico. Su jardín. La ropa manchada, sudorosa y maloliente, desparramada por todas partes. El olor a orina, y a algo peor que a vómito: a podredumbre. A pura y nada poética mierda, sí Señor. Esto es lo que no habían escrito ellos…. Esto era finalmente el alcohol, y quizá sobre todo era esto. Sólo un alcohólico podía deambular por su inmundicia sin que lo matara el asco. (página 143)

Esteban acude a dar una conferencia a un pueblo de mala muerte, y mientras tanto, bebe, cada latido un trago, cada respiración un trago, cada minuto, otro trago más, alimentando así sus lagunas (etílicas) mentales, convencido de que los ángeles buenos, como la conciencia, como la sinceridad, como el amor, son solubles al alcohol. Y se aparece en su camino, zigzazgueante, un ángel blanco, La Sirenita, de quien se prenda, hasta que la deshace en su mente, y la orina, y la vomita, y es otro espacio en blanco más en su biografía, diezmada, poblada de desmemoria. Y juntos, él y La Sirenita van en un taxi, hasta que ella se baja y él sigue su camino, hacia ninguna parte, hasta que al negarse Esteban a pagar la carrera, lo corren a hostias, el gremio de taxistas, corresponsales en su belicosidad, y de allí a la trena y luego defecado de nuevo a la calle, porque Esteban, que tiene una curda del diez, olvida lo que vive y vive para olvidar, e irse borrando poco a poco, sin encontrarle sentido alguno a esto de vivir, hasta que en un bar, mientras está trasegando, mantendrá una charla con El hombre de los ojos de plata, que le pondrá frente a un espejo en el que se reconoce.

Siempre puede ocurrir algo peor. Vale la pena vivir sólo por eso. Para ver dónde está el límite de la degradación, la infelicidad y el sufrimiento. Hasta dónde somos capaces de humillar y hacer sufrir a los demás, o hasta dónde la vida es capaz de vejarnos, envilecernos y hacernos padecer. Pero sobre todo hasta dónde somos capaces de llegar, hacia abajo sin ayuda de nadie, nosotros mismos. (página 83)

Abelardo Castillo
Abelardo Castillo

Esteban se podría arrojar a las vías de un tren, defenestrarse, volarse la tapa de los sesos o buscar cualquier otra forma rápida y directa de morir, pero en lugar de hacer esto, acude a un psiquiátrico, de manera voluntaria, como turista, acompañado por La Sirenita, para entrevistar a Jacobo Fiksler, el Viejo Poeta, de quien tomará notas (notas que el Viejo Poeta asemeja a pescados muertos, algo que Jesús, Pitágoras y Sócrates, supieron entonces), erigido en su Virgilio, de cuya mano recorrerá las dependencias de la locura, hasta el Árbol de la Vida, donde sus conversaciones se mantendrán en un plano de irrealidad manifiesta, donde Jacobo no permite que nadie a su alrededor vaya de raro, ¡el loco es él!, emplazando a su interlocutor a formularles preguntas raras. La Paradoja de Poincaré, y su error, por ejemplo, mientras cantan los pájaros, mejor, canta un ruiseñor en la tiniebla.

Y allí Espósito logra desintoxicarse durante más de seis meses, si bien, un alcohólico como él lo será siempre, tome o no. Y sus recuerdos y alucinaciones se pueblan de fantasmas, hasta que parece que nos va a dejar, que Esteban va a lograr su objetivo de irse, de borrarse del todo, pero como la naturaleza es terca y el corazón va por libre, Esteban vuelve de las fauces de la Parca y Paula, una de las enfermeras, nos aclara qué pasó.

Y de inmediato su lengua terrenal pasó a informar, tumultuosamente, sobre cierto doloroso chacamento que casi le descuajeringa a Esteban la busarda, cólico renal ocasionado. O altitudo!, por tanta falta de escabio o por brusco cambio de forraje que le escrachó el metabolismo, aunque, a decir verdad, lo peor de todo habría sido el biandaso que en el quirófano le erró la cardiaca…..Los fanguyos, mimoso: los zapatos; en fin, se le había fruncido de tal manera el cartucho, que un poco más lo yugulan (página 189).

Abelardo Castillo mezcla el lenguaje coloquial con otro más culto, hace referencias a la Ofanin, a la sonata de Tartini, a los sueños de Coleridge, a toda la literatura, música, arte, que nace de los sueños, y pone en la boca del alcoholizado Esteban, o bien en su pluma, páginas densas, intensas, inteligentes, impregnadas de humor, acidez, lucidez, acerca del acto de beber y la desintegración humana.

Abelardo Castillo es dueño y señor de una narración potente, compleja, de una combinación de registros, que te obligan a estar alerta en todo momento, para apurar este libro crudo, descarnado y sarcástico, como bien se merece; gota a gota/párrafo a párrafo/palabra a palabra, porque este libro, amigos, no se lee, se decanta.

Huelga decir que gracias a Abelardo Castillo, me he empapado y saciado, de su buena literatura.

Brindemos pues por el autor, por Esteban, por la editorial que lo publica (este libro ronda por ahí desde 1985) y por la literatura capaz de producir fiebre lectora.